domingo, 10 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 26

 


Se apartó de él, tomó una manta del sofá y la extendió sobre la alfombra delante de la chimenea. Pedro la observó mientras se quedaba únicamente en braguitas y sujetador y se echaba sobre la manta. El pulso se le desbocó al ver que la miraba como si quisiera devorarla.


Él se quitó el polo y luego se desprendió de los vaqueros. Era perfecto.


Delgado, fuerte y hermoso. El resplandor del fuego danzó en su piel al tumbarse y extenderse a su lado. Se apoyó en un codo y la miró.


–Mi cuerpo es un poco diferente que la última vez que lo viste.


Él le acarició el estómago y sintió el aleteo de la piel bajo los dedos.


–¿A ti te molesta? –preguntó.


Se encogió de hombros.


–Es un hecho.


–Bueno –se inclinó y le besó la parte generosa que sobresalía del pecho por encima del encaje del sujetador–, creo que incluso eres más sexy que antes.


Mientras siguiera tocándola, no le importaba su aspecto. Pedro apartó la copa del sujetador y dejó el pecho al aire, haciendo que el pezón se contrajera. Lo provocó levemente con la lengua, luego lo tomó con la boca y succionó. Paula gimió débilmente y cerró los ojos. Él la rodeó con los brazos para quitarle la prenda con dedos hábiles.


Durante un tiempo pareció satisfecho solo con tocarla, besarla y explorarla, haciendo cosas asombrosas con la boca. El problema era que solo las hacía por encima de la cintura. Lo deseaba tanto que se salía de su propia piel. Pero cada vez que ella intentaba avanzar las cosas, él la detenía.


–Sabes que me estás volviendo loca con tanta estimulación sexual –le dijo.


La sonrisa que esbozó reveló que sabía exactamente lo que hacía.


–No hay prisa, ¿verdad?


–Yo no llamaría a esto velocidad, Pedro.


–Porque sé que en cuanto te toque, tendrás un orgasmo –como si quisiera demostrar lo que afirmaba, deslizó la mano por el estómago e introdujo los dedos unos centímetros por debajo de las braguitas.


Ella se mordió los labios para no gemir y le clavó las uñas en los hombros.


–Bueno, ¿qué esperas después de tres horas de juego amoroso?


Él rio.


–No han sido tres horas.


Desde luego que lo parecía.


–Solo me gustaría hacer que esto durara –musitó él.


–¿Te he mencionado que han sido dieciocho meses? Francamente, creo que ya he esperado bastante.


Clavó los ojos en los de ella y volvió a introducir la mano bajo las braguitas. En cuanto sus dedos se deslizaron en el calor resbaladizo, ella quedó en el borde del precipicio y lista para caer al vacío. Solo necesitaba un empujoncito…


–Aún no –susurró Pedro, retirando la mano.


Ella gimió como protesta. Él se sentó y le quitó las braguitas, haciendo que casi sollozara de tan preparada que se encontraba. Le separó los muslos y se arrodilló entre ellos. Le aferró los tobillos y lentamente subió las manos por las piernas, acariciándole la parte posterior de las rodillas, luego más arriba, abriendo aún más los muslos. Con las yemas de los dedos pulgares rozó el pliegue donde la pierna se unía con su cuerpo, luego se lanzó dentro…


–Estaba tan cerca… cayendo…


Con las piernas de ella aún separadas, bajó la cabeza… y Paula sintió su aliento cálido… el calor húmedo de la lengua…


Su cuerpo se cerró en un placer tan intenso, tan hermoso y perfecto que de su garganta se escapó un sollozo. Pedro la miró preocupado.


–¿Estás bien? –preguntó–. ¿Te he hecho daño?


Ella movió la cabeza.


–No, ha sido perfecto.


–Entonces, ¿qué sucede?


Ella se secó los ojos.


–Nada. Creo que, simplemente, fue muy intenso. Quizá porque hace mucho. Ha sido como una enorme liberación emocional, o algo parecido.


No dio la impresión de creerle.


–Tal vez deberíamos parar.


¿Iba a parar en ese momento? ¿Es que hablaba en serio?


–No quiero que pares. Estoy bien –se irguió y lo miró fijamente a los ojos–. Digámoslo así. Si no me haces el amor de inmediato, voy a tener que hacerte daño.


Tendría que ser un absoluto idiota para no darse cuenta de que Paula se sentía emocional y vulnerable. Estaba llorando. Habían tenido un sexo bastante intenso en el pasado y jamás había soltado una lágrima. Quizá fuera un canalla insensible, pero le estaba costando decirle que no. O quizá le costaba pensar con claridad si Paula le metía la mano dentro de los calzoncillos.


–Te deseo, Pedro –susurró ella, poniéndose de rodillas a su lado.


Y cuando él la besó sabía salada, a lágrimas. A pesar de ello, no trató de pararla cuando lo tumbó sobre la manta. Quizá estuviera mal, pero por primera vez en mucho tiempo, no sentía que debía ser el chico bueno y responsable. Estar con Paula hacía que solo quisiera sentir.


Siempre había sido así.




1 comentario:

  1. Ayyyyyyyyyyy pero por qué se niega a tener algo Pedro? Está buenísima esta historia. Me tiene atrapada.

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