Lo que le daba a esa situación el potencial no solo de volverse demasiado complicada, sino también peligrosa. Y cuando Paula aferró su erección y lo acarició lentamente, su autoimpuesta insensibilidad se desvaneció. Las palabras no podían describir de forma apropiada lo fantástico que era.
–Bien, ¿qué va a ser? –preguntó ella sin dar una impresión vulnerable–. ¿Sexo o un potencial traumatismo físico?
Concisa y al grano. Siempre le había gustado eso en ella. Jamás había contenido sus sentimientos. No le había dado miedo.
Pedro sacó su cartera del bolsillo de atrás de los vaqueros y extrajo un preservativo. Ella se lo arrebató y abrió el envoltorio.
–¿Tienes prisa? –le preguntó.
–¿Qué parte de no he tenido sexo en dieciocho meses no has entendido?
Quizá también a Paula le hubiera sorprendido saber que después de ella solo había habido otra mujer para él. Y eso había sido hacía un año. Una relación de rebote que había sido breve y, francamente, poco excitante. Desde luego, comparadas con Paula, pocas mujeres lo eran. Esa había sido la clase de mujer que había preferido. Alguien que no lo excitara ni lo estimulara. Pero estar con Paula lo había cambiado. Más o menos, lo había estropeado para estar con otras mujeres, dentro y fuera del dormitorio.
–Eso no significa que no podamos tomarnos nuestro tiempo –dijo él.
Ella pasó una pierna por encima de sus muslos y se puso a horcajadas sobre Pedro. Este supo entonces que no tenía sentido discutir. Paula sacó el preservativo del envoltorio y él se preparó, porque sabía lo que sucedería a continuación. Ella lo había hecho docenas de veces con anterioridad.
Con una sonrisa traviesa, ella dijo:
–Entra mejor húmeda –entonces se inclinó y lo tomó en la boca. Él gimió y apretó la manta mientras Paula usaba la lengua para humedecerlo desde la punta hasta la base.
Como siguiera de esa manera, todo se terminaría en diez segundos.
Ella se apoyó sobre los talones y exhibió esa sonrisa que daba a entender que sabía muy bien lo que hacía y que era hora de la retribución. Le puso el preservativo como una profesional, luego se centró sobre él. Su cuerpo era un poco más curvilíneo que antes, los pechos más plenos y las caderas más suaves, y no creyó haberla visto alguna vez más hermosa.
–¿Listo? –preguntó ella.
Como si dispusiera de elección.
Paula apoyó las manos sobre su torso y bajó despacio, centímetro a atormentador centímetro. Pedro soltó un suspiro cuando las paredes calientes y resbaladizas se cerraron en torno a él. Aunque habría considerado que lo opuesto sería lo normal. Mantener incluso un vestigio de control iba a ser prácticamente imposible.
–Oh, Pedro –gimió ella con los ojos cerrados al tiempo que lo montaba–. No te creerías la sensación asombrosa que me produce esto.
Quiso decirle que en realidad sí lo creía, pero apenas estaba aguantando. Como emitiera un simple sonido, perdería al poco control que aún le quedaba.
La situó debajo de él. Ella soltó un jadeo sorprendido cuando su espalda contactó con el suelo. Abrió la boca para protestar, pero a medida que se hundía en ella, solo fue capaz de emitir un gemido de placer. Arqueándose hacia ese embate, con las piernas rodeándole la cintura, le clavó las uñas en la espalda. Él apenas tuvo la posibilidad de establecer un ritmo antes de que el cuerpo de Paula comenzara a temblar, cerrándose en torno a la enorme erección, y no habría sido capaz de contenerse ni aunque en ello le fuera la vida. En ese instante el tiempo se detuvo y solo hubo conciencia de placer.
Cuando el tiempo se reanudó, la miró, tumbada debajo de él con los ojos cerrados, respirando con dificultad, el cabello como un abanico abierto sobre la almohada. Esa mujer era puro sexo.
–¿Estás bien? –le preguntó.
Ella abrió los ojos lentamente, en esa ocasión sin un atisbo de lágrimas, sino de una satisfacción que se reflejaba en la mirada de él. Asintió y casi sin aliento dijo:
–Sé que probablemente no deberíamos haberlo hecho, y que va a complicar mucho las cosas, pero… maldita sea… ha valido la pena.
Él bajó la vista y ella siguió la dirección a su entrepierna.
Bueno, no era un gran problema. Ya estaban tumbados desnudos, así que Paula no veía ningún daño en hacerlo una vez más. O dos si era lo que hacía falta. Y como Pedro solía tener la libido de un joven de dieciocho años, algo que parecía no haber cambiado, era una clara posibilidad.
Pero pasada esa noche, el fin sería definitivo.
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