domingo, 10 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 24

 


Sentada en el sofá, Paula escuchaba música navideña en la televisión por cable mientras observaba a Pedro montar el árbol.


Se dijo que probablemente había sido una mala idea invitarlo a ir a buscar árboles con ellos. Cuanto más lo veía, más le costaba mantener a raya sus sentimientos, pero Matías se había mostrado tan feliz de verlo, y también Pedro al pequeño. No tuvo el valor para decirle que se fuera.


Pero al final tuvo que preguntarse si lo hacía por Matias o por ella. De vuelta a casa el pequeño se había quedado dormido en el coche y nada más llegar se había ido directo a la cama, de modo que no había un motivo real para que Pedro estuviera allí. Ella era perfectamente capaz de montar el árbol. Entonces, ¿por qué cuando él se ofreció para hacerlo había aceptado?


Porque quería que fueran una familia, lo anhelaba tanto que había dejado de pensar de forma racional.


–Y bien, ¿qué te parece? –preguntó él, bajando para admirar su trabajo–. ¿Está recto?


–Está perfecto.


Pedro recogió la taza de chocolate de la cómoda donde la había dejado y se sentó junto a ella. Apoyó un brazo en el cojín detrás de la cabeza de Paula. Y estaba sentado de tal manera que sus muslos casi se tocaban. ¿Por qué no se marchaba? ¿Sería grosero pedirle que se fuera?


–Me he divertido esta noche –dijo él, sonando sorprendido.


–¿Significa eso que estás cambiando de parecer acerca de las fiestas?


–Tal vez. Al menos es un comienzo.


–Bueno; entonces, quizá debería dejar que nos ayudaras a decorar mañana el árbol.


¿De verdad acababa de decir eso? ¿Qué le pasaba? Era como si su cerebro funcionara de forma independiente que su boca.


Pedro sonrió.


–Puede que te tome la palabra.


–¿Qué es lo que te desagradaba tanto de la Navidad?


–Digamos que nunca fue una experiencia familiar cálida.


–¿Sabes?, en todo el tiempo que te he conocido, ni una sola vez has hablado de tus padres –comentó ella–. Doy por hecho que hay una razón para ello. Quiero decir, de haber sido unos padres fantásticos, probablemente habría oído hablar de ellos, ¿no?


–Probablemente –convino. Luego silencio.


Si quería saber más, era obvio que tendría que sonsacárselo.


–Y bien, ¿siguen juntos?


–Están divorciados –Pedro se adelantó para dejar la taza en la mesita–. ¿Por qué ese súbito interés en mis padres?


–No sé –se encogió de hombros–, supongo que sería agradable saber algo sobre la familia del padre de mi bebé. En especial si el pequeño va a pasar tiempo con ellos.


–No lo hará.


–¿Por qué no?


–Mi madre es una elitista esnob y mi padre es un bravucón arrogante. Los veo dos o tres veces al año, y no he hablado con mi padre en casi una década.


Su padre jamás sería padre del año, pero no podía imaginar que no formara parte de la vida de ellos dos.


–Además –agregó Pedro–, no les gustan los niños. A Julian y mí nos crio la niñera.


–Creo que si mi madre viviera, mis padres aún seguirían juntos –dijo–. Los recuerdo siendo realmente felices juntos.


De hecho, su padre jamás había superado el hecho de perder a su madre.


–Creo que los míos jamás fueron felices –reveló Pedro.


–Entonces, ¿por qué se casaron?


–Mi madre buscaba un marido rico. Yo nací siete meses después de la boda.


–¿Crees que se quedó embarazada a propósito?


–Según mi abuela, sí. De niño escuchas cosas.


Creía amar a Pedro, pero la verdad era que apenas conocía algo de él. Pero no le extrañó que la dejara. Si fuera él, ¡también lo habría hecho!


–Soy una persona horrible –dijo ella.


Él se mostró sinceramente desconcertado.


–¿De qué estás hablando?


–¿Por qué nunca antes te pregunté por tu familia? ¿Por qué no sabía nada de esto?


Él rio.


–Paula, no tiene importancia. En serio.


–Claro que la tiene –se tragó el nudo que se formó en su garganta–. Me siento fatal. Recuerdo hablar de mí todo el tiempo. Tú lo sabes casi todo de mí. ¡Mi vida es un condenado libro abierto! Y aquí tú, arrastrando todo este… equipaje sin que yo tuviera idea de ello. Podríamos haber hablado de ello.


–Quizá yo no quisiera.


–Claro que no. Eres un chico. Era mi responsabilidad sacártelo a la fuerza. Ni siquiera llegué a preguntártelo jamás. Nunca intenté conocerte mejor. Fui una novia horrible.


–No fuiste una novia horrible.


–Técnicamente, ni siquiera fui tu novia –se puso de pie y recogió las tazas vacías–. Solo fui una mujer con la que tenías sexo y que no paraba de hablar constantemente de ella.


Pedro la siguió a la cocina.


–No hablaste de ti tanto como crees. Además –añadió–, fue un sexo estupendo.



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