martes, 5 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 9

 


No era solo cuestión de tiempo. Quizá ella jamás lo entendiera, pero le había hecho un favor cuando puso fin a la relación. Paula le hacía bajar la guardia, perder el control, y con un hombre como él eso solo podía significar problemas. No era la clase de relación que ella se merecía. Era demasiado apasionada y estaba llena de vida. Y también… dulce. No necesitaba que él la arrastrara al fondo.


–¿Lo que quieres decir es que te hice daño y este era tu modo de devolvérmelo? –le preguntó.


–No es lo que he dicho.


No, pero pudo ver que tocaba una tecla sensible.


–Esto no nos lleva a ninguna parte –prosiguió ella–. Si quieres hablar de Matías, perfecto. Pero si has venido aquí a repartir culpas, puedes marcharte.


–Al menos podrías tener la decencia, el valor, de reconocer que tal vez cometiste un error.


–Hice lo que consideré mejor para mi hijo. Para todos –guardó silencio y luego añadió a regañadientes–. Pero no te negaré que me sentía herida y confusa y quizá no tomé en consideración los sentimientos de todas las partes.


Pedro supuso que eso era lo más parecido que iba a conseguir como disculpa. Y ella tenía razón: repartir culpas no los iba a llevar a ninguna parte. El único modo de tratar el tema era de forma racional y con serenidad. Pensó en cómo llevaría la situación su padre e hizo lo opuesto.


Se tragó su amargura y una gran dosis de orgullo antes de decir:

–Olvidemos quién tiene la culpa o quién salió perjudicado y háblame de mi hijo.


–Primero, ¿por qué no me cuentas qué planeas hacer ahora que sabes de su existencia? –repuso Paula. No tenía sentido que aprendiera cosas de un hijo al que no pretendía ver.


–Para serte sincero, aún no estoy seguro.


–¿Te preocupa cómo afectará a tu carrera?


–Claro que esa es una preocupación.


–No debería serla. Es tu hijo. Deberías amarlo y aceptarlo incondicionalmente. Si no puedes hacer eso, en su vida no hay espacio para ti.


–Eso es un poco duro, ¿no crees?


–No. Es mi responsabilidad y yo sé lo que es mejor para él. Y a menos que estés dispuesto a aceptarlo como a tu hijo y brindarle un espacio permanente en tu vida, y eso incluyen visitas habituales que sean convenientes para mí, puedes olvidarte de llegar a verlo. Necesita estabilidad, no un padre esporádico que lo introduce y lo saca de su vida a su capricho.


Una inusual muestra de furia le endureció las facciones.


–Imagino que también esperarás una pensión alimenticia –manifestó con la mandíbula tensa.


Simplemente, no lo entendía. Eso no tenía nada que ver con el dinero o una necesidad de manipularlo.


Todo era por Matias.


–Guárdate tu dinero. No lo necesitamos.


–Es mi hijo y mi responsabilidad económica.


–No puedes comprar el acceso a su vida, PedroNo está en venta. Si no puedes estar presente emocionalmente para él a largo plazo, te quedas fuera del juego. Es algo innegociable.


Pudo ver que no lo entusiasmaba nada su enfoque directo.


–Supongo que tengo mucho que pensar –expuso Pedro.


–Imagino que sí –se levantó del sofá, instándolo a hacer lo mismo–. Cuando hayas tomado una decisión, entonces podrás ver a Matías. Entiendo que necesites tiempo para pensártelo. Y quiero que sepas que lo que decidas, estará bien para mí. Me encantaría que Matías conociera a su padre, pero no quiero que te sientas presionado por algo para lo que no estás preparado. Puedo manejar esta situación yo sola.


Fue hacia la puerta y se puso la cazadora, mirando por el pasillo hacia los dormitorios.


–¿Puedo llamarte? –preguntó.


–Mi número sigue siendo el mismo –lo sabría si hubiera intentado contactar con ella en los últimos dieciocho meses.


Él se detuvo junto a la puerta con la mano en el pomo y se volvió hacia ella.


–Lamento cómo resultaron las cosas entre nosotros.


Pero no lo suficiente como para quererla de vuelta en su vida, pensó mientras él regresaba a su coche.




AVENTURA: CAPITULO 8

 


Al llegar a la casa de Paula en Raven Hill, que tan bien conocía, vio un todoterreno de lujo aparcado. Ella debía de haber cambiado su deportivo por algo más práctico. Porque eso era lo que hacían los padres responsables. Ni por un segundo dudaba de que Paula sería una buena madre. Solía hablarle de cómo había perdido a su madre y de cómo su padre la ignoraba. Decía que cuando tuviera hijos serían el centro de su universo.


Pedro y su hermano Julián habían sufrido el problema opuesto. Habían tenido a su padre constantemente encima imponiéndoles los principios en los que creía y obligándolos a hacer las cosas como él quería desde que fueron lo bastante mayores como para tener libre albedrío, que Pedro no había titubeado en emplear al máximo, enfrentándose al viejo a diario.


Aparcó. Respiró hondo para calmarse, bajó y se dirigió al porche. Paula lo esperaba ante la puerta abierta, tal como había hecho tantas veces en el pasado. No los podían ver en público, por lo que habían pasado gran parte de su tiempo en ese piso. Solo que en esa ocasión, al dejarlo entrar y cerrar la puerta, no le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso largo y apasionado.


Paula se había quitado la chaqueta de seda y las botas, y con unos vaqueros ceñidos, una blusa y los pies descalzos, se parecía más a una universitaria que a la madre de un bebé.


Se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero próximo a la puerta.


–¿Dónde está el bebé?


–Acostado.


–Quiero verlo –giró hacia el pasillo que conducía a los dormitorios, pero ella se interpuso en su camino.


–Quizá más tarde.


La furia se encendió en su interior, ardiente e intensa, e hizo que la sangre le martilleara en las venas.


–¿Estás diciendo que te niegas a que vea a mi propio hijo?


–Está dormido. Además, creo que es mejor que primero hablemos.


Tuvo ganas de apartarla, pero estaba plantada ahí con los brazos cruzados, con una expresión de madre protectora que expresaba que más le valía no meterse con ella o con su hijo.


Contuvo la furia y dijo:

–De acuerdo, hablemos.


Ella indicó el sofá del amplio salón.


–Siéntate.


Había tantos juguetes, que era como atravesar un campo de minas. Al sentarse, experimentó el recuerdo vívido de los dos sentados juntos y desnudos, con ella encima de él a horcajadas, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, cabalgándolo hasta que ambos quedaron ciegos por el éxtasis. El recuerdo hizo que otra vez la sangre le martilleara.


–¿Quieres beber algo? –preguntó ella.


–No, gracias –en todo caso, habría preferido una ducha fría.


Ella se sentó con las piernas cruzadas en el sofá que había frente a él.


–¿De modo que te pareció correcto tener a mi hijo y no decírmelo?


–Cuando te enteraste de que estaba embarazada, podrías haberlo preguntado –replicó ella.


–No debería haberlo hecho.


Paula se encogió de hombros, como si no viera nada malo en sus actos.


–Como te he dicho, no pensé que te importara. De hecho, pensé que te sentirías más feliz sin saberlo. Dejaste bien claro que no querías una familia. Si te lo hubiera contado, ¿Qué habrías hecho? ¿Habrías arriesgado tu carrera para reconocerlo?


Sinceramente, Pedro no lo sabía, aunque no podía argüir que eso legitimaba la decisión de ella. Pero eso no trataba solo de cómo afectaría su carrera profesional. Había otros factores a considerar, cosas que ella desconocía de él.


–Fuera como fuere, era una decisión que debía tomar yo, no tú.


–Si no tuviste tiempo para mí, ¿Cómo ibas a tenerlo para un bebé?



AVENTURA: CAPITULO 7

 


Después de que ella se marchara, Pedro vio a Beatriz y se encaminó en esa dirección. No dudaba ni por un segundo de que ella estaba al tanto de que el bebé era suyo. Y la expresión que puso al ver que se acercaba se lo confirmó.


–Nos hizo jurar guardar el secreto –expuso Beatriz antes de que él dijera nada.


–Deberías habérmelo dicho.


–Como si tú ya no lo supieras –bufó ella.


–¿Cómo iba a poder saberlo?


–Vamos, Pedro. Rompes con una mujer y un mes después se queda embarazada, ¿y me dices que ni siquiera sospechaste que el bebé era tuyo?


Claro que sí. No dejó de esperar una llamada de Paula. Confiaba en que si el bebé era suyo, ella tendría la decencia de decírselo. Al no tener jamás noticias de ella, dio por hecho que el bebé era de otro hombre, lo que lo llevó a pensar que Paula no había perdido el tiempo en seguir adelante. Algo que inesperadamente le dolió como mil demonios.


Saber en ese momento que no era de otro, sino suyo, no representaba un gran consuelo.


–Hizo mal en ocultármelo –le dijo a Beatriz.


–Sí. Pero, y me mataría si supiera que te estaba contando esto, tú le rompiste el corazón, Pedro. Quedó destrozada cuando pusiste fin a la relación. Así que, por favor, dale un margen.


Esa no era excusa para ocultarle a su hijo.


–He de irme. Dale un beso de mi parte a la niña del cumpleaños.


–Ve tranquilo con ella, Pedro –dijo Beatriz ceñuda–. No tienes idea de todo lo que ha tenido que pasar el último año y medio. El embarazo, el alumbramiento… todo sola.


–Fue su elección. Al menos tuvo una.


Sintiéndose enfadado y traicionado por la gente en la que confiaba, se dirigió al aparcamiento. Pero, con franqueza, se preguntó qué había esperado. Leo y él se habían alejado desde los tiempos de la universidad y Beatriz era la prima de Paula. ¿De verdad había esperado que quebrantara un vínculo familiar por un conocido casual?


Se sentó al volante de su Porsche y reconoció que quizá había sospechado que el bebé era suyo y en el fondo no había querido. Porque eso era admitir la verdad. Tal vez por eso nunca la llamó. Quizá la verdad lo aterraba. ¿Qué haría si fuera su hijo? ¿Qué le diría a Adrián Blair, su jefe y presidente de Western Oil? ¿Qué iba a tener un hijo que por casualidad era el nieto del propietario de la principal empresa competidora? Habría sido un desastre entonces, pero en ese momento, desde la explosión de la refinería y la sospecha de que Chaves Energy podía estar involucrada en el suceso, tenía unas ramificaciones completamente nuevas. No solo podía despedirse de la posibilidad de ocupar el puesto de presidente que pronto quedaría vacante, sino que probablemente perdería el trabajo que ya tenía.


Además, ¿Qué diablos sabía él de ser padre, aparte del hecho de que no quería parecerse en nada al suyo propio? Pero el margen de error seguía siendo astronómico.




lunes, 4 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 6

 


Tenía un hijo.


Pedro apenas era capaz de asimilar el concepto. Y Paula se equivocaba. Le importaba. Quizá demasiado. En el instante en que la vio hablar con Beatriz, el corazón había empezado a martillearle en el pecho con tanta fuerza que lo dejaba sin aliento, y cuando sus ojos se encontraron, había experimentado una necesidad tan profunda de estar cerca de ella que bajó las escaleras y fue hacia Paula antes de poder considerar las repercusiones de sus actos.


Después de poner fin a la relación, la primera semana debió de haber alzado el teléfono una docena de veces, dispuesto a confesarle que había cometido un error, que quería volver a estar con ella, aunque ello hubiera representado el fin de su carrera en Western Oil. Pero se había deslomado para llegar donde estaba como para tirar todo por la borda por una relación que desde el principio estaba predestinada al fracaso. De modo que había hecho lo único que había podido… o eso había creído, porque ya no estaba tan seguro.


Ella intentó liberar el brazo y la mueca en su cara le indicó que le hacía daño. Maldijo para sus adentros. La soltó y controló con voluntad férrea su carácter. Se afanaba en todo momento para tener el control. ¿Qué tenía esa mujer que hacía que abandonara todo sentido común?


–Hemos de hablar –susurró con aspereza–. Ahora.


–Este no es el sitio más idóneo –repuso ella.


Tenía razón. Si desaparecían juntos, la gente lo notaría y hablaría.


–De acuerdo, haremos lo siguiente –indicó–. Vas a despedirte de Beatriz, subirte a tu coche e irte a casa. Unos minutos después, yo me escabulliré y me reuniré contigo en tu casa.


–¿Y si me niego? –alzó un poco la barbilla.


–No es recomendable –contestó él–. Además, me debes la cortesía de una explicación.


Ni siquiera ella podía negar esa afirmación.


–De acuerdo –aceptó tras una breve pausa.




AVENTURA: CAPITULO 5

 


Maldijo para sus adentros y se volvió para mirarlo. Y en cuanto vio sus ojos, pudo ver que lo sabía. Lo había deducido.


¿Y qué si lo sabía? Había dejado bien claro que no quería hijos. Probablemente, ni siquiera le importara que el bebé fuera suyo, mientras ella aceptara no contárselo jamás a nadie ni solicitar su ayuda. Cosa que no necesitaría, ya que el fideicomiso les permitía vivir muy bien. Pedro podría seguir adelante con su vida y fingir que jamás había sucedido.


Con suavidad, Pedro alzó la mano y acarició la carita de su hijo, girándole la cabeza para poder ver detrás de la oreja del pequeño. Pensando que se trataba de un juego, Matías agitó la mano y se revolvió en los brazos de Paula.


Al ver cómo palidecía, comprendió que lo sabía y no lo esperaba. Ni siquiera había considerado semejante posibilidad remota.


–¿Hablamos en privado? –preguntó con la mandíbula tensa y los dientes apretados.


–¿Dónde? –se hallaban en una fiesta con al menos doscientas personas, la mayoría de las cuales sabían que los dos tendrían mucho de qué hablar–. Sin duda no querrás que te vean con la hija de un competidor directo – soltó con una voz tan llena de resentimiento acumulado que apenas pudo reconocerla–. ¿Qué pensaría la gente?


–Solo dime una cosa –musitó él–. ¿Es mío?


¿Cuántas veces había imaginado ese momento? Había ensayado la conversación miles de veces; pero una vez hecho realidad, la mente se le había quedado en blanco.


–¿Contesta? –demandó él con tono perentorio.


No le quedaba más opción que contarle la verdad, pero solo pudo asentir con rigidez.


–¿He de suponer que jamás pretendías contármelo? –preguntó él con los dientes apretados.


–Para serte sincera –alzó el mentón en gesto de desafío con el fin de ocultar el terror que la atenazaba por dentro–, no pensé que te importara.



AVENTURA: CAPITULO 4

 


Paula tragó saliva al girar, bajando la gorra de lana de Matías para cubrir el pequeño mechón rubio detrás de la oreja izquierda, por lo demás, pelo tupido y castaño. Un pelo como el de su padre. También tenía el mismo hoyuelo en la mejilla izquierda cuando sonreía y los mismos ojos castaños llenos de sentimiento.


–Hola, Pedro –saludó, tragándose el miedo y la culpabilidad. «Él no te quería», se recordó. «Y no habría querido al bebé. Hiciste lo correcto». Tenía que haber oído hablar de su embarazo. Había sido el tema preferido de la alta sociedad de El Paso durante meses. El hecho de que jamás cuestionara si él era o no el padre le revelaba todo lo que quería saber: que no quería saberlo.


La fría evaluación a que la sometió, la falta de afecto y ternura en su mirada, le indicó que para él solo había sido una distracción temporal.


Deseó poder decir lo mismo, pero en ese momento lo echaba de menos de la misma forma, anhelaba sentir esa conexión profunda que jamás había experimentado con otro hombre. Cada fibra de su cuerpo le gritaba que era él y habría sacrificado todo por estar con él. Su herencia, el amor de su padre… aunque ni por un momento creía que Walter Chaves quisiera a alguien que no fuera él mismo.


–¿Cómo estás? –preguntó él.


A Paula le pareció que, en el mejor de los casos, era un tono cortés y de conversación superficial. Aparte de que hizo poco más que mirar a su hijo.


Decidió adoptar el mismo tono cortés, a pesar de que las entrañas se le retorcían por un dolor que después de todo el tiempo pasado aún le desgarraban lo más profundo de su ser.


–Muy bien, ¿y tú?


–Ocupado.


No lo dudaba. La explosión de Western Oil había representado una gran noticia. Había habido páginas de prensa negativa y cuñas publicitarias desfavorables… cortesía de su padre, desde luego. Como presidente de la sucursal principal, era responsabilidad de Pedro reinventar la imagen de Western Oil.


–Bueno, si me disculpáis –dijo Beatriz–, he de ir a ver a por la tarta –y se largó sin aguardar respuesta.


Esperó que también Pedro se marchara. Pero eligió justo ese momento para reconocer a su hijo, que se movía inquieto, ansioso de atención.


–¿Es tu hijo? –le preguntó él.


–Es Matías –respondió, asintiendo.


El vestigio de una sonrisa suavizó la expresión de Pedro.


–Es precioso. Tiene tus ojos.


Matias, que era un sabueso para captar cuando se hablaba de él, chilló y agitó los brazos. Pedro le tomó la manita en la suya y las rodillas de Paula se convirtieron en gelatina. Padre e hijo, estableciendo contacto por primera vez… y, con suerte, la última. De pronto el amago de lágrimas le quemó el borde de los ojos y una aguda sensación de pérdida le atravesó todas las defensas. Necesitaba irse de ahí antes de cometer una estupidez, como soltar la verdad y convertir una mala situación en una catástrofe.


Pegó al pequeño contra ella, algo que a Matias no le gustó. Chilló y se revolvió, moviendo los bracitos con frenesí y haciendo que la gorra de lana se le cayera de la cabeza.


Antes de poder recogerla, Pedro se agachó y la levantó de la hierba. Paula pasó la mano alrededor de la cabeza de Matías con la esperanza de cubrirle la marca de nacimiento, pero cuando Pedro le entregó el gorro, no le quedó más alternativa que retirarla. Se situó de tal manera que él no pudiera ver la cabeza del pequeño, pero al alargar el brazo hacia la gorra, Matías chilló y se lanzó hacia Pedro. Resbaló sobre su chaqueta de seda y estuvo a punto de que se le escapara. El brazo de Pedro salió disparado para sujetarlo en el momento en que ella lograba volver a afianzarlo y, con el corazón desbocado, lo pegaba a su pecho.


–Bueno, ha sido agradable volver a verte, Pedro, pero me estaba yendo.


Sin aguardar una respuesta, se volvió para irse, pero antes de que pudiera dar más de un paso, la mano de Pedro se cerró sobre su antebrazo. Ella la sintió como una descarga de electricidad.


–¿Paula?




domingo, 3 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 3

 


En lo que a Paula concernía, él jamás podría conocer la verdad. Además, le había dejado bien claro lo que sentía. Aunque ella le importaba, no estaba en el mercado para una relación seria. Carecía de tiempo. Y aunque lo tuviera, no lo beneficiaría ser visto con la hija de un competidor. Representaría el fin de su carrera.


Era la historia de su vida. Para su padre, Walter Chaves, dueño de Chaves Energy, la reputación y las apariencias siempre habían significado mucho más que su felicidad. Como supiera que había mantenido una relación con el presidente de la sucursal principal de Western Oil, y que ese hombre era el padre del inesperado nieto que le había llegado, lo vería como la traición definitiva. Ya había considerado una vergüenza que tuviera un hijo fuera del matrimonio, y se había mostrado tan furioso cuando no quiso revelarle el nombre del padre, que había cortado toda comunicación con ella hasta que Matías había cumplido casi los dos meses. De no ser por el fideicomiso que le había dejado su madre, Matías y ella habrían terminado en la calle.


Durante años se había regido por las reglas de su padre.


Había hecho todo lo que él le había pedido, interpretando el papel de su perfecta princesita con la esperanza de ganarse sus halagos. Pero nada de lo que hacía era demasiado bueno, de modo que cuando ser una buena chica no la llevó a ninguna parte, se convirtió en una chica mala. La reacción negativa fue mejor que nada. Al menos durante un tiempo, pero también terminó por cansarse de ese juego. El día que se enteró de que estaba embarazada, por el bien del bebé supo que había llegado el momento de crecer. Y a pesar de ser ilegítimo, Matías se había convertido en el ojito derecho del abuelo. De hecho, este ya hacía planes para que un día Matías dirigiera Chaves Energy.


Como su padre se enterara de que el padre era Pedro, por simple despecho los desheredaría a ambos. ¿Cómo iba a negarle a su hijo el legado que era suyo y le correspondía?


En parte, esa era la razón por la que resultaba mejor que Pedro jamás averiguara la verdad.


–Solo quiero que seas feliz –dijo Beatriz, entregándole a Matías, quien había empezado a mostrar de forma sonora que la echaba de menos.


–Me llevo a Matías a casa –dijo Paula, acomodándolo de nuevo contra su cadera. No creía que después de todo ese tiempo Pedro intentara aproximarse. Desde que se separaran, ni una sola vez había tratado de contactar con ella. Había desaparecido.


Pero no pensaba correr el riesgo de toparse con él por accidente. Aunque no creía que quisiera tener nada que ver con su hijo.


–Luego te llamo –le dijo a Beatriz.


Estaba a punto de darse la vuelta cuando a su espalda oyó la voz profunda de Pedro.


–Señoras.


Por un momento el pulso se le detuvo y luego se le desbocó.


«Maldita sea». Se paralizó de espaldas a él, sin saber muy bien qué hacer. ¿Debería huir? ¿Girar y encararlo? ¿Y si miraba a Matías y, simplemente, lo sabía? ¿Resultaría demasiado sospechoso huir?


–Vaya, hola, Pedro –dijo Beatriz, dándole un beso en la mejilla–. Me alegra tanto que pudieras venir. ¿Recuerdas a mi prima, Paula Chaves?