martes, 5 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 8

 


Al llegar a la casa de Paula en Raven Hill, que tan bien conocía, vio un todoterreno de lujo aparcado. Ella debía de haber cambiado su deportivo por algo más práctico. Porque eso era lo que hacían los padres responsables. Ni por un segundo dudaba de que Paula sería una buena madre. Solía hablarle de cómo había perdido a su madre y de cómo su padre la ignoraba. Decía que cuando tuviera hijos serían el centro de su universo.


Pedro y su hermano Julián habían sufrido el problema opuesto. Habían tenido a su padre constantemente encima imponiéndoles los principios en los que creía y obligándolos a hacer las cosas como él quería desde que fueron lo bastante mayores como para tener libre albedrío, que Pedro no había titubeado en emplear al máximo, enfrentándose al viejo a diario.


Aparcó. Respiró hondo para calmarse, bajó y se dirigió al porche. Paula lo esperaba ante la puerta abierta, tal como había hecho tantas veces en el pasado. No los podían ver en público, por lo que habían pasado gran parte de su tiempo en ese piso. Solo que en esa ocasión, al dejarlo entrar y cerrar la puerta, no le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso largo y apasionado.


Paula se había quitado la chaqueta de seda y las botas, y con unos vaqueros ceñidos, una blusa y los pies descalzos, se parecía más a una universitaria que a la madre de un bebé.


Se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero próximo a la puerta.


–¿Dónde está el bebé?


–Acostado.


–Quiero verlo –giró hacia el pasillo que conducía a los dormitorios, pero ella se interpuso en su camino.


–Quizá más tarde.


La furia se encendió en su interior, ardiente e intensa, e hizo que la sangre le martilleara en las venas.


–¿Estás diciendo que te niegas a que vea a mi propio hijo?


–Está dormido. Además, creo que es mejor que primero hablemos.


Tuvo ganas de apartarla, pero estaba plantada ahí con los brazos cruzados, con una expresión de madre protectora que expresaba que más le valía no meterse con ella o con su hijo.


Contuvo la furia y dijo:

–De acuerdo, hablemos.


Ella indicó el sofá del amplio salón.


–Siéntate.


Había tantos juguetes, que era como atravesar un campo de minas. Al sentarse, experimentó el recuerdo vívido de los dos sentados juntos y desnudos, con ella encima de él a horcajadas, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, cabalgándolo hasta que ambos quedaron ciegos por el éxtasis. El recuerdo hizo que otra vez la sangre le martilleara.


–¿Quieres beber algo? –preguntó ella.


–No, gracias –en todo caso, habría preferido una ducha fría.


Ella se sentó con las piernas cruzadas en el sofá que había frente a él.


–¿De modo que te pareció correcto tener a mi hijo y no decírmelo?


–Cuando te enteraste de que estaba embarazada, podrías haberlo preguntado –replicó ella.


–No debería haberlo hecho.


Paula se encogió de hombros, como si no viera nada malo en sus actos.


–Como te he dicho, no pensé que te importara. De hecho, pensé que te sentirías más feliz sin saberlo. Dejaste bien claro que no querías una familia. Si te lo hubiera contado, ¿Qué habrías hecho? ¿Habrías arriesgado tu carrera para reconocerlo?


Sinceramente, Pedro no lo sabía, aunque no podía argüir que eso legitimaba la decisión de ella. Pero eso no trataba solo de cómo afectaría su carrera profesional. Había otros factores a considerar, cosas que ella desconocía de él.


–Fuera como fuere, era una decisión que debía tomar yo, no tú.


–Si no tuviste tiempo para mí, ¿Cómo ibas a tenerlo para un bebé?



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