lunes, 4 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 4

 


Paula tragó saliva al girar, bajando la gorra de lana de Matías para cubrir el pequeño mechón rubio detrás de la oreja izquierda, por lo demás, pelo tupido y castaño. Un pelo como el de su padre. También tenía el mismo hoyuelo en la mejilla izquierda cuando sonreía y los mismos ojos castaños llenos de sentimiento.


–Hola, Pedro –saludó, tragándose el miedo y la culpabilidad. «Él no te quería», se recordó. «Y no habría querido al bebé. Hiciste lo correcto». Tenía que haber oído hablar de su embarazo. Había sido el tema preferido de la alta sociedad de El Paso durante meses. El hecho de que jamás cuestionara si él era o no el padre le revelaba todo lo que quería saber: que no quería saberlo.


La fría evaluación a que la sometió, la falta de afecto y ternura en su mirada, le indicó que para él solo había sido una distracción temporal.


Deseó poder decir lo mismo, pero en ese momento lo echaba de menos de la misma forma, anhelaba sentir esa conexión profunda que jamás había experimentado con otro hombre. Cada fibra de su cuerpo le gritaba que era él y habría sacrificado todo por estar con él. Su herencia, el amor de su padre… aunque ni por un momento creía que Walter Chaves quisiera a alguien que no fuera él mismo.


–¿Cómo estás? –preguntó él.


A Paula le pareció que, en el mejor de los casos, era un tono cortés y de conversación superficial. Aparte de que hizo poco más que mirar a su hijo.


Decidió adoptar el mismo tono cortés, a pesar de que las entrañas se le retorcían por un dolor que después de todo el tiempo pasado aún le desgarraban lo más profundo de su ser.


–Muy bien, ¿y tú?


–Ocupado.


No lo dudaba. La explosión de Western Oil había representado una gran noticia. Había habido páginas de prensa negativa y cuñas publicitarias desfavorables… cortesía de su padre, desde luego. Como presidente de la sucursal principal, era responsabilidad de Pedro reinventar la imagen de Western Oil.


–Bueno, si me disculpáis –dijo Beatriz–, he de ir a ver a por la tarta –y se largó sin aguardar respuesta.


Esperó que también Pedro se marchara. Pero eligió justo ese momento para reconocer a su hijo, que se movía inquieto, ansioso de atención.


–¿Es tu hijo? –le preguntó él.


–Es Matías –respondió, asintiendo.


El vestigio de una sonrisa suavizó la expresión de Pedro.


–Es precioso. Tiene tus ojos.


Matias, que era un sabueso para captar cuando se hablaba de él, chilló y agitó los brazos. Pedro le tomó la manita en la suya y las rodillas de Paula se convirtieron en gelatina. Padre e hijo, estableciendo contacto por primera vez… y, con suerte, la última. De pronto el amago de lágrimas le quemó el borde de los ojos y una aguda sensación de pérdida le atravesó todas las defensas. Necesitaba irse de ahí antes de cometer una estupidez, como soltar la verdad y convertir una mala situación en una catástrofe.


Pegó al pequeño contra ella, algo que a Matias no le gustó. Chilló y se revolvió, moviendo los bracitos con frenesí y haciendo que la gorra de lana se le cayera de la cabeza.


Antes de poder recogerla, Pedro se agachó y la levantó de la hierba. Paula pasó la mano alrededor de la cabeza de Matías con la esperanza de cubrirle la marca de nacimiento, pero cuando Pedro le entregó el gorro, no le quedó más alternativa que retirarla. Se situó de tal manera que él no pudiera ver la cabeza del pequeño, pero al alargar el brazo hacia la gorra, Matías chilló y se lanzó hacia Pedro. Resbaló sobre su chaqueta de seda y estuvo a punto de que se le escapara. El brazo de Pedro salió disparado para sujetarlo en el momento en que ella lograba volver a afianzarlo y, con el corazón desbocado, lo pegaba a su pecho.


–Bueno, ha sido agradable volver a verte, Pedro, pero me estaba yendo.


Sin aguardar una respuesta, se volvió para irse, pero antes de que pudiera dar más de un paso, la mano de Pedro se cerró sobre su antebrazo. Ella la sintió como una descarga de electricidad.


–¿Paula?




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