domingo, 3 de enero de 2021

AVENTURA: CAPITULO 3

 


En lo que a Paula concernía, él jamás podría conocer la verdad. Además, le había dejado bien claro lo que sentía. Aunque ella le importaba, no estaba en el mercado para una relación seria. Carecía de tiempo. Y aunque lo tuviera, no lo beneficiaría ser visto con la hija de un competidor. Representaría el fin de su carrera.


Era la historia de su vida. Para su padre, Walter Chaves, dueño de Chaves Energy, la reputación y las apariencias siempre habían significado mucho más que su felicidad. Como supiera que había mantenido una relación con el presidente de la sucursal principal de Western Oil, y que ese hombre era el padre del inesperado nieto que le había llegado, lo vería como la traición definitiva. Ya había considerado una vergüenza que tuviera un hijo fuera del matrimonio, y se había mostrado tan furioso cuando no quiso revelarle el nombre del padre, que había cortado toda comunicación con ella hasta que Matías había cumplido casi los dos meses. De no ser por el fideicomiso que le había dejado su madre, Matías y ella habrían terminado en la calle.


Durante años se había regido por las reglas de su padre.


Había hecho todo lo que él le había pedido, interpretando el papel de su perfecta princesita con la esperanza de ganarse sus halagos. Pero nada de lo que hacía era demasiado bueno, de modo que cuando ser una buena chica no la llevó a ninguna parte, se convirtió en una chica mala. La reacción negativa fue mejor que nada. Al menos durante un tiempo, pero también terminó por cansarse de ese juego. El día que se enteró de que estaba embarazada, por el bien del bebé supo que había llegado el momento de crecer. Y a pesar de ser ilegítimo, Matías se había convertido en el ojito derecho del abuelo. De hecho, este ya hacía planes para que un día Matías dirigiera Chaves Energy.


Como su padre se enterara de que el padre era Pedro, por simple despecho los desheredaría a ambos. ¿Cómo iba a negarle a su hijo el legado que era suyo y le correspondía?


En parte, esa era la razón por la que resultaba mejor que Pedro jamás averiguara la verdad.


–Solo quiero que seas feliz –dijo Beatriz, entregándole a Matías, quien había empezado a mostrar de forma sonora que la echaba de menos.


–Me llevo a Matías a casa –dijo Paula, acomodándolo de nuevo contra su cadera. No creía que después de todo ese tiempo Pedro intentara aproximarse. Desde que se separaran, ni una sola vez había tratado de contactar con ella. Había desaparecido.


Pero no pensaba correr el riesgo de toparse con él por accidente. Aunque no creía que quisiera tener nada que ver con su hijo.


–Luego te llamo –le dijo a Beatriz.


Estaba a punto de darse la vuelta cuando a su espalda oyó la voz profunda de Pedro.


–Señoras.


Por un momento el pulso se le detuvo y luego se le desbocó.


«Maldita sea». Se paralizó de espaldas a él, sin saber muy bien qué hacer. ¿Debería huir? ¿Girar y encararlo? ¿Y si miraba a Matías y, simplemente, lo sabía? ¿Resultaría demasiado sospechoso huir?


–Vaya, hola, Pedro –dijo Beatriz, dándole un beso en la mejilla–. Me alegra tanto que pudieras venir. ¿Recuerdas a mi prima, Paula Chaves?



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