Después de que ella se marchara, Pedro vio a Beatriz y se encaminó en esa dirección. No dudaba ni por un segundo de que ella estaba al tanto de que el bebé era suyo. Y la expresión que puso al ver que se acercaba se lo confirmó.
–Nos hizo jurar guardar el secreto –expuso Beatriz antes de que él dijera nada.
–Deberías habérmelo dicho.
–Como si tú ya no lo supieras –bufó ella.
–¿Cómo iba a poder saberlo?
–Vamos, Pedro. Rompes con una mujer y un mes después se queda embarazada, ¿y me dices que ni siquiera sospechaste que el bebé era tuyo?
Claro que sí. No dejó de esperar una llamada de Paula. Confiaba en que si el bebé era suyo, ella tendría la decencia de decírselo. Al no tener jamás noticias de ella, dio por hecho que el bebé era de otro hombre, lo que lo llevó a pensar que Paula no había perdido el tiempo en seguir adelante. Algo que inesperadamente le dolió como mil demonios.
Saber en ese momento que no era de otro, sino suyo, no representaba un gran consuelo.
–Hizo mal en ocultármelo –le dijo a Beatriz.
–Sí. Pero, y me mataría si supiera que te estaba contando esto, tú le rompiste el corazón, Pedro. Quedó destrozada cuando pusiste fin a la relación. Así que, por favor, dale un margen.
Esa no era excusa para ocultarle a su hijo.
–He de irme. Dale un beso de mi parte a la niña del cumpleaños.
–Ve tranquilo con ella, Pedro –dijo Beatriz ceñuda–. No tienes idea de todo lo que ha tenido que pasar el último año y medio. El embarazo, el alumbramiento… todo sola.
–Fue su elección. Al menos tuvo una.
Sintiéndose enfadado y traicionado por la gente en la que confiaba, se dirigió al aparcamiento. Pero, con franqueza, se preguntó qué había esperado. Leo y él se habían alejado desde los tiempos de la universidad y Beatriz era la prima de Paula. ¿De verdad había esperado que quebrantara un vínculo familiar por un conocido casual?
Se sentó al volante de su Porsche y reconoció que quizá había sospechado que el bebé era suyo y en el fondo no había querido. Porque eso era admitir la verdad. Tal vez por eso nunca la llamó. Quizá la verdad lo aterraba. ¿Qué haría si fuera su hijo? ¿Qué le diría a Adrián Blair, su jefe y presidente de Western Oil? ¿Qué iba a tener un hijo que por casualidad era el nieto del propietario de la principal empresa competidora? Habría sido un desastre entonces, pero en ese momento, desde la explosión de la refinería y la sospecha de que Chaves Energy podía estar involucrada en el suceso, tenía unas ramificaciones completamente nuevas. No solo podía despedirse de la posibilidad de ocupar el puesto de presidente que pronto quedaría vacante, sino que probablemente perdería el trabajo que ya tenía.
Además, ¿Qué diablos sabía él de ser padre, aparte del hecho de que no quería parecerse en nada al suyo propio? Pero el margen de error seguía siendo astronómico.
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