–Suéltalo ya, Paula –Felipe estaba sentado en el sofá junto a Mauricio.
–Felipe, ya hablará si le apetece.
–Soy su más viejo y querido amigo. Tengo derecho a saber.
–Sólo lo que ella…
–No estoy pidiendo todos los detalles, sólo…
–Cuando esté dispuesta a contártelo.
–¿Por qué no te vas a fregar los platos? A solas conmigo se sincerará.
–A lo mejor prefiere hablar con alguien que tenga unas orejas de verdad, no sólo pintadas.
–¿Puedo decir algo? –aquella noche, las habituales chanzas no le hacían gracia a Paula.
–Claro –contestaron al unísono.
–Voy a acostarme temprano –Paula se puso en pie.
–Por supuesto, debes estar agotada después de las «calurosas» noches africanas –observó Felipe con más sarcasmo que simpatía.
–El vuelo fue muy largo –ella intentó dar por acabada la discusión.
–Apuesto a que viajasteis en clase preferente.
–En primera. Sobraba espacio –era mentira. La cercanía de Pedro había resultado asfixiante.
–Venga ya, Paula. Ese tipo te ha seguido por medio mundo. Algo habrá que contar.
–Lo digo en serio –insistió Paula–, aquello no significó nada.
–De modo que hubo un «aquello» –Felipe saltó de inmediato–. Define «aquello».
–¿Por qué tienes tanto interés en saberlo?
–Porque me preocupas –Felipe apoyó las manos en los hombros de Paula–. Pareces agotada.
–Ya te he dicho que ha sido un vuelo muy largo.
–Es por algo más.
–Bueno, en cualquier caso ya ha terminado –Paula se dirigió hacia la puerta.
–Pero…
–Déjalo, Felipe –intervino Mauricio.
–Pensaba que regresarías más contenta –Felipe no estaba dispuesto a dejarlo.
–¿Qué quieres decir? –ella lo miró extrañada.
–Pensé… –él frunció el ceño–. Paula, es evidente que hay algo entre Pedro y tú.
–Algo. Sí. Volvimos a acostarnos juntos… ¿era eso lo que querías saber?
–¿Y ahora qué? –su amigo parecía confuso.
–Y ahora, nada –dijo ella–. Ha acabado.
–La última vez que estuvisteis juntos –Felipe la siguió hasta la puerta–desapareciste durante meses. Ahora has vuelto a pasar una semana con él…
–No sucederá nada, Felipe. Sólo hemos… terminado lo que dejamos inacabado.
–¿Las mujeres son capaces de eso?
–¿De qué?
–Bueno, siempre pensé que os resultaba más difícil desligar el sexo de las emociones.
–A cualquiera le resulta difícil separar las emociones del amor –intercedió Mauricio.
–¡Por favor! –Paula puso los ojos en blanco–. No fue amor. Sólo lujuria, placer, desahogo físico. Nada más.
Felipe y Mauricio la miraron en silencio con gesto escéptico.
–Buenas noches, chicos –Paula suspiró y se encaminó hacia el dormitorio, obsesionada con una única cosa: dormir, poner la mente en blanco.
Durante el día se mantenía ocupada con el trabajo. Miraba escaparates y se sumergía en los olores, sonidos e imágenes de la gran ciudad, llenando los sentidos con tanta información que la playa, la arena, el silencio y el sexo no tenían cabida en su mente.
Pero por la noche daba tumbos en la cama mientras se repetía que ya no sentía nada.
El viernes entró en la cocina y encontró a Felipe y a Mauricio abriendo una botella de vino.
–Vamos a cenar fuera. Invito yo.
–¿En serio? –la miraron encantados.
–Sí –Paula les mostró un par de zapatos que pensó que nunca se pondría–. Necesito salir, pero si me veis hablar con algún extraño alto, moreno y guapo, dadme una bofetada.
–Trato hecho –Felipe rió–. Necesitas presumir de bronceado.
Pedro se dio cuenta en cuanto apareció. Cierto que había tenido la mirada fija en la entrada, pero aun así, fue como si el cuerpo lo presintiera un segundo antes de que abriera la puerta. La adrenalina aullaba en sus venas y no hubo la menor duda de que ella también lo había visto. Enarcó las cejas y sus ojos emitieron un destello, aunque no tuvo tiempo de interpretarlo pues de inmediato desvió la mirada.
Sin embargo, se acercó hasta él con una sonrisa dibujada en el rostro.
–No esperaba encontrarte aquí. ¿No te dedicabas sólo a maratones y bicicletas?
–Y yo pensaba que estarías demasiado ocupada poniendo en marcha tu negocio como para salir por ahí –él la miró por encima del borde de la copa.
–Eso no me impide llevar una vida social. Vine bastante fresca de África.
Desde luego lo parecía, mientras que él no había dormido bien desde su regreso.
–Voy a pedir algo –Paula vio el vaso medio vacío de Pedro–. ¿Necesitas otra?
Él sacudió la cabeza mientras Paula se dirigía a la barra del bar y era sustituida por Felipe.
–Gracias por el mensaje –Pedro lo miró de reojo.
–No te equivoques, Pedro –Felipe no sonreía–. Paula es amiga mía.
–También es amiga mía –más o menos.
De todos modos había pensado acudir a ese local. Sabía que era el bar de copas preferido de Felipe y Mauricio y que si salían con ella, la llevarían allí.
–¿Cenas con nosotros? –preguntó Felipe–. Estamos esperando mesa en el tailandés.
–No creo que sea una buena idea –Pedro no pudo evitar mirar a Paula.
–Pensé que Paula y tú erais amigos. Estoy seguro de que a ella no le importará.
Eso era lo que le preocupaba: que sintiera tan poco por él como para que no le importara.
–De acuerdo –cedió sin poder resistirse a la tentación.
«Hada madrina Felipe». Paula miró furiosa a su amigo. Era mejor que mirar a Pedro, porque cada vez que lo hacía sentía retorcerse algo en su interior, una cierta incomodidad. Pedro tenía un aspecto lamentable. Parecía cansado y, al igual que ella, no estaba comiendo.
–¿No estás con tu padre esta noche? –ella no pudo resistirse a provocarlo un poco.
–No celebra ninguna despedida de soltero si es eso lo que preguntas.
–¿A qué hora es la boda?
Pedro se encogió de hombros y frunció el ceño. Los ojos reflejaban tristeza a pesar de compartir risas con Mauricio y con Felipe. Era evidente que todo el asunto de la boda lo estaba destrozando. Una ridícula necesidad de consolarlo la asaltó y quiso abrazarlo.
Y a medida que avanzó la velada, esa necesidad de consolarlo no hizo más que aumentar. Al fin se encaminaron bajo la llovizna a casa de Felipe y Mauricio. Los chicos insistieron en que Pedro subiera a tomar una última copa, Felipe abrió la botella de whisky y los tres hombres se sentaron en el salón. Paula intentó unirse al grupo y se preparó un chocolate caliente, pero al cabo de un rato sólo quería salir huyendo.
Se tumbó en la cama mientras oía las masculinas voces de fondo. A pesar de las risas que llegaban desde la planta inferior, no pudo evitar imaginárselo con el gesto de dolor en el rostro. Sólo había aparecido durante un instante, pero ella había percibido su intensidad.