jueves, 24 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 22

 


Pedro se asomó a la puerta y la vio sentada sobre la arena con las piernas cruzadas peinándose el cabello, y él deseó poderle peinar esos cabellos. Deseó sentarla sobre el regazo para poder hundirse en su interior y sentir esos maravillosos cabellos acariciándole el rostro y las largas piernas abrazándolo.


Era una amante increíble. Jamás se había sentido tan deseado, ni había sentido tal deseo por otra persona, ni tal sorpresa ante el deseo y la agresividad de Paula. ¿Paula osada? En esos momentos lo era. De haberlo sabido, habría ido tras ella mucho antes.


Deseaba repetir cada una de las fantasías que había hecho realidad al mismo tiempo que su cerebro se llenaba de más ideas seductoras. La sirena lo llamaba y él era incapaz de resistirse a su canto. Avanzó hasta la playa y le quitó el peine de la mano, cumpliendo así su deseo.


La tarde se prolongó, larga y perezosa. Pedro consiguió hacerse con un juego de bao y, con la ayuda de Hamim enseñó a jugar a Paula, cuya competitividad se activó cuando él propuso para el ganador un premio sólo apto para adultos. A Pedro le intrigaba el funcionamiento del cerebro de esa mujer, con qué habilidad planeaba sus estrategias, y quiso saber más.


–¿Juegas al ajedrez?


–Sí.


–¿Con quién?


–Solía jugar con Felipe, y en la universidad… –se interrumpió sonrojándose.


–¿Qué?


–Mi exnovio creía saber jugar.


–Y tú le dabas una paliza tras otra, ¿me equivoco? –esa mujer era buena, lista y había mucho más en esos ojos azules y las embriagadoras y largas piernas.


–No le gustaba –ella asintió.


–¿Y qué pasó con él?


–Encontró a otra –Paula bajó la vista–. Más bajita. Más rubia.


En otras palabras, la había engañado. No era de extrañar que no le creyera cuando le dijo que se había mantenido célibe casi un año. Y de nuevo estaba el problema de la estatura.


–¿Y además jugaba fatal al ajedrez?


–No lo sé –ella rió–. Seguramente.


–Está claro que ese tipo era un imbécil. No sé qué problema podía haber en que tú ganaras.


–Pensaba que tú siempre jugabas para ganar –ella lo miró con picardía.


–Sí, pero tendrás que admitir que en este caso, pase lo que pase, ganaré.


–¿Algo así como ganar el caso Robertson? –preguntó ella mientras seguían jugando.


–¿Lo conoces?


–Estuvo en casi todos los periódicos durante semanas. Claro que lo conozco.





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