El caso Robertson había sido muy desagradable. El hombre había permitido que el éxito de su programa de televisión se le subiera a la cabeza. Había abandonado a la mujer con la que había estado casado tres años, junto a su hijo recién nacido, para dedicarse a la vida de una estrella del rock… y a la actriz principiante que había conocido en el estudio de grabación. Creyendo que le bastaría con su dinero y la fama, había contratado a un abogado especialista en divorcios, argumentando que su dinero era suyo y que no tenía que compartirlo con su esposa y el bebé. Su esposa había contratado a Pedro. Había sido el caso más importante de su carrera y había cementado su reputación.
–Robertson quería batallar en el tribunal. Y lo consiguió.
–Y ganaste.
–No hubo ningún ganador, en estos casos nunca lo hay –Pedro aún se sentía enfadado–. Había un bebé por medio, Paula. Un bebé que cuando sea mayor leerá sobre el caso y sabrá que su padre no lo quiso, que no quiso conocerlo, que no quería pasar tiempo con él y que se vio obligado por un juez a pasarle el dinero para criarlo. ¿Cómo crees que se sentirá? Siempre es igual. O bien los niños son rechazados o son destrozados como moneda de cambio entre sus amargados padres.
Pedro siempre aconsejaba acudir a un consejero, intentar la mediación y llegar a un acuerdo fuera de los tribunales, cualquier cosa para facilitar las cosas.
–¿Te sentiste tú así cuando tus padres se separaron?
Él se quedó helado. Por eso no solía hablar de sus padres con las mujeres, siempre querían profundizar en el tema más de lo que él estaba dispuesto.
–Supongo que yo también fui una moneda de cambio. Lucharon por mí. Sobre mí.
Sin embargo, aunque ambos lo habían querido, no les había bastado. No lo suficiente para mantenerse juntos ni para ser felices. La mayoría de sus problemas habían surgido tras no poder tener otro hijo. Él, su único hijo, no les había colmado.
–Supongo que siempre es mejor que luchen por uno a que no te quieran –levantó la vista a tiempo para ver el gesto de disgusto reflejado en los ojos de Paula y quiso haberse mordido la lengua. Le acarició el brazo–. Oye, lo siento.
–No pasa nada –sin embargo, ella retiró la mano–. Además, tienes razón.
Hasta ese momento, Pedro no había sabido nada del pasado de Paula y el conocimiento había reforzado su decisión sobre lo que planeaba hacer con su propia vida.
–Yo jamás tendré hijos.
–Yo tampoco.
–¿Por qué no? –preguntó él perplejo. ¿No eran todas las mujeres un poco mamá gallina?
–Porque no quiero que otra persona sufra lo que yo sufrí –ella tenía la mirada fija en el tablero.
–Yo tampoco –al parecer tenían más en común de lo que se había figurado.
–Hora de pagar –de repente, ella sonrió–. Acabo de ganarte.
Cuanto más tiempo dedicaban a jugar, más descabelladamente alto se volvía el premio y, llegado un momento, y a instancias de ella, se volvió descaradamente pervertido. El sentido de la realidad de Pedro retrocedió un año atrás. Aquello se parecía cada vez más a la semana de locura que habían vivido, pero daba igual mientras pudiera tocarla.
–¿Qué sucede? –Paula se cepillaba los cabellos cuando oyó a Pedro soltar un juramento.
–Nos hemos quedado sin preservativos –rugió él furioso–. Demonios, la última vez que tuvimos una aventura nos casamos. Sólo faltaba que te dejara preñada.
La mente de Paula se quedó en blanco y, ciegamente, soltó el puño que se estrelló contra la pared. Sin embargo, el dolor no le hizo regresar al presente.
Ay Dios que momento!! Quiero seguir leyendo!!
ResponderBorrarNO te la puedo creer, cómo va a hacer semejante comentario Pedro. Ayyyyyy, está buenísima esta historia.
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