domingo, 29 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 17

 


Al final, la cena resultó ser muy divertida. Se sentaron en el saloncito y tomaron champán y caviar… con cubiertos de plástico.


Paula se encontró riendo con algunas de las anécdotas que le contaba Pedro… y descubrió que le gustaba de verdad. Además, creía en su promesa de que no intentaría seducirla y consiguió relajarse un poco.


Después de tomar el pastel de chocolate que le habían enviado como regalo, Paula le cantó el Cumpleaños Feliz. Y, por primera vez, vio que Pedro se mostraba tímido.


—Me gusta cómo llevas el pelo ahora —murmuró él, tomando la fotografía de Mariana—. Te la debiste de hacer… cuando nos conocíamos, ¿no?


Paula tragó saliva. Estaba harta de las mentiras. Quería que aquella mascarada terminase de una vez.


—Me gustan los rizos más que el pelo liso.


¿Cómo podía no darse cuenta de que eran dos personas distintas? Mariana y ella eran gemelas, pero tenía que haber alguna diferencia. De repente, casi de forma perversa, quería que lo descubriese todo.


—Siempre he tenido el pelo rizado. Da menos trabajo.


—¿Y por qué te lo alisabas?


Paula se encogió de hombros.


—Porque era la moda, supongo.


—Y tú siempre haces lo que dicta la moda, claro.


—¿Perdona?


Pedro estaba mirando la foto.


—¿Son tus padres?


—Sí.


—Tu madre es muy guapa. Se parece a ti.


—Se llama Bethy. Es muy simpática y muy sensata.


—Y tu padre parece orgulloso de ti. ¿A quién está sonriendo tu madre?


Paula recordaba aquel día, el jardín de sus padres en Auckland, el olor de las rosas, la risa de Mariana…


—No me acuerdo.


—Ah, es verdad. Perdona, soy un idiota…


Estaba tan cerca que Paula podía oler su piel y su colonia. Y algo más… la excitación de un hombre.


¡No! Nerviosa, dio un paso atrás y, sin darse cuenta, chocó contra una silla. Habría caído al suelo si Pedro no la hubiera sujetado.


—¿Te has hecho daño?


—No, no, estoy bien…


Paula tragó saliva. Parecía preocupado de verdad. Se había convencido de que el odio que sentía por él la ayudaría a rechazarlo, como si fuera un talismán contra el demonio.


¿Cómo iba a lidiar con un Pedro que empezaba a gustarle? Bajo ese exterior de play-boy había un hombre complejo, mucho más interesante que el frívolo que describían las revistas. Incluso empezaba a dudar que fuese el manipulador que Mariana había descrito.


—¿De verdad estás bien?


—Sí, estoy bien. Un poco cansada.


Pedro entendió la indirecta, pero cuando se marchó, Paula se sintió más sola que en toda su vida.




VENGANZA: CAPITULO 16

 


Esa noche, Paula y Denny hicieron su número en el bar Dionisio y, después, Paula cumplió con su obligación en el teatro Electra. Cuando volvió a su habitación estaba agotada.


El golpecito en la puerta la pilló por sorpresa. Y más aún cuando Pedro empujó el picaporte y entró sin esperar que ella abriese.


—Pero bueno…


—Deberías cerrar con llave.


—Buenas noches, Pedro. ¿No deberías estar en el casino vigilando que la gente no haga trampas?


—No, tengo gente para eso. Pero seguro que tú no has cenado todavía.


—Pues… no, pero no tengo hambre. Estoy agotada.


—Tienes que comer algo.


—No pienso salir de mi habitación. Es muy tarde.


—¿Quién ha dicho nada de salir? Podemos cenar aquí, en la cama, como en los viejos tiempos…


Pedro


—He pedido la cena al servicio de habitaciones. Todos tus favoritos: Bollinger, caviar, ostras… Y no puedes negarte, es mi cumpleaños.


Sus favoritos. Los favoritos de Mariana. De repente, el cansancio de Paula desapareció.


—No, mira, prefiero cenar fuera.


—Demasiado tarde —sonrió Pedro cuando oyeron un golpecito en la puerta—. Aquí está la cena. Venga, relájate. No va a pasar nada hasta que recuperes la memoria. Te lo he prometido y yo siempre cumplo mis promesas.


Pero Paula no. Porque no iba a recuperar la memoria. Maldición. ¿Desde cuándo empezaba a pensar que Pedro Alfonso era más honesto que ella?




VENGANZA: CAPITULO 15

 


El sonido del teléfono despertó a Paula. Había pensado dormir hasta tarde ese jueves, su día libre, pero sus planes se fueron por la ventana cuando Mauricio Lyme, el gerente del teatro, le contó que Lucie tenía un virus estomacal.


Inmediatamente, Paula se ofreció para ocupar su sitio y quedó con Mauricio para decidir la hora del ensayo.


El bar Dionisio era muy diferente al teatro Electra, y hacía años que no pisaba el escenario de un sitio así. Además, tenía que trabajar con un compañero, Denny, otro cómico como Lucie.


Paula vio a Pedro al fondo del bar. Estaba esperándola y, sin saber cómo, se encontró aceptando su invitación para cenar. Al principio temía que quisiera besarla otra vez, seducirla, pero sus preocupaciones eran infundadas. Pedro se comportó como un caballero.


En la cama esa noche, Paula se tapó los ojos con la mano. Estaba tan confusa. ¿Quién era Pedro Alfonso?


El viernes, Lucie seguía enferma y el médico le ordenó que siguiera en la cama.


Paula y Denny volvieron a ensayar para ver si podían pulir un poco el número. Durante un descanso, encontró a Pedro a su lado, con dos vasos de plástico en la mano.


—¿Un café? Supongo que te irá bien.


—¿No hay un dicho sobre no confiar en un griego que te ofrece un regalo?


—No es un regalo. Más bien una disculpa.


—¿Una disculpa?


—Por mi comportamiento de la otra noche. Debería haberte pedido disculpas ayer, mientras cenábamos… y no lo hice.


—Ya veo.


—La verdad, me tienes confundido.


—¿Ah, sí? —murmuró Paula, apartando la mirada.


—Pienso que has cambiado, pero entonces ocurre algo… te encuentro tomando una copa con Jean-Paul Moreau cuando me habías dicho que te ibas a dormir…


—Ya te expliqué por qué estaba con él.


Pedro la miró, pensativo.


—¿Has cambiado, Paula? No, déjalo, es una pregunta absurda. Vamos a sentarnos un momento.


En ese instante sonó el móvil de Pedro, que hizo un gesto de disculpa.


—Perdona, es mi madre…


Se dio la vuelta para hablar, pero aunque Paula no entendía lo que decía, se daba cuenta de que hablaba en un tono muy cariñoso. Increíblemente cariñoso.


—Para ser un playboy tienes muy buena relación con tu madre —bromeó después.


—Hasta los playboys tenemos corazón —sonrió él—. Y a pesar de lo que tú creas, la vida de mi madre no ha sido fácil. Se quedó embarazada cuando era muy joven y el tipo la abandonó. Nunca lo conocí.


El tipo, no «mi padre».


—Ah, no lo sabía.


—Hoy es mi cumpleaños, por cierto.


—Felicidades.


—Y la semana pasada fue mi santo. Mi madre me puso de nombre Pedro porque cuando nací parecía un ángel.


—¿Y te han hecho muchos regalos? —rió Paula.


—No, mis amigos me han llamado para felicitarme, pero nada más. Mi madre sí ha enviado un regalo… un pastel que me han hecho las vecinas.


Ella lo miró, atónita.


—¿Un pastel que te han hecho las vecinas?


—Pues claro. Mi madre vive en un pueblo pequeño, y allí nos conocemos todos.


—No imaginaba que te gustaran los pasteles caseros.


—A mí siempre me han gustado. A ti no… decías que engordaban. De hecho, antes apenas comías. Ahora tienes más apetito. Y has dejado de tomar pastillas… Ahora que lo pienso, has engordado un poco. Y me parece muy bien. Estás más guapa.


Paula tragó saliva.


—Tengo que irme… he de terminar el ensayo.


—Nos vemos después. Y no te preocupes, no intentaré seducirte hasta que recuperes la memoria… a menos que tú me lo pidas amablemente, claro.



sábado, 28 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 14

 


Pedro salió del club Apolo con gesto de cansancio. Había tardado un buen rato en calmar a un cliente que protestaba porque, según él, uno de los jugadores de póquer hacía trampas.


Cuando iba a tomar el ascensor que llevaba a su suite miró el reloj. Paula estaría ahora en su habitación. Sonriendo, se detuvo en recepción un momento y pidió que lo pusieran con ella. Pero no contestaba nadie.


Quizá seguía en el bar, pensó, dirigiéndose hacia allí. En cuanto entró vio su melena roja…


Y no estaba sola.


Estaba con Jean-Paul Moreau.


¿Qué demonios hacía Paula con Moreau? Le había advertido que no se acercara a él.


El vestido plateado que llevaba destacaba sus curvas y la melena roja contrastaba vívidamente con el color pálido de la tela. Sentada en un taburete, con las piernas cruzadas, era la mujer más deseable del bar.


Tres años antes no había sentido más que rabia y desprecio por Paula y apenas había vuelto a pensar en ella desde entonces. ¿Qué había cambiado? ¿Por qué no podía dejar de mirarla? Sobre todo, después de comprobar que nada había cambiado. Al fin y al cabo, seguía con Moreau.


—¡Pedro! Pensé que…


—¿Estaba ocupado? —terminó Pedro la frase por ella.


—Sí.


—Pues ya ves que no.


—¿Otro vodka? —sonrió Moreau.


¿Vodka?


—Pensé que ya no bebías alcohol.


—Paula ya es mayorcita. Puede tomar lo que quiera —intervino el francés.


—Le dije que se alejara de ella —le recordó Pedro—. No, déjelo, da igual. He cambiado de opinión. Haz lo que te dé la gana, Paula. Bebe todo lo que quieras —añadió, antes de darse la vuelta.


No había cambiado en absoluto. Y cuanto antes dejase de pensar en ella, mejor.


—¡Pedro! —lo llamó ella cuando estaba en el vestíbulo.


—¿Qué?


—Quiero explicarte por qué estaba tomando una copa con Jean-Paul.


—Puedes beber con quien te dé la gana.


—Quería averiguar algo sobre lo que pasó cuando me fui de aquí…


—Olvídate del dinero. Ha desaparecido. Tienes deudas, ¿y qué? Todo el mundo las tiene. Eres joven, podrás pagarlas —le espetó Pedro—. En la cama, si es necesario.


La expresión de Paula cambió por completo. Pedro vio un brillo de furia en sus ojos antes de que levantase la mano y tuvo tiempo de apartarse para no recibir la bofetada. Pero un grupo de clientes que esperaba en el vestíbulo los miraba, perplejos.


Para no dar un escándalo, Pedro la tomó del brazo y la metió en uno de los ascensores.


—¿Cómo te atreves a decir eso? —exclamó ella, mientras se cerraban las puertas.


—¿Cómo me atrevo? ¿Quién sabe? Quizá podrías convencerme para que volviese contigo si fueras muy, muy buena. A lo mejor yo podría ayudarte a pagar tus deudas.


—No me acostaría contigo aunque fueras…


—¿El último neandertal en la tierra? Lo has hecho antes, Paula. ¿Por qué tantos escrúpulos de repente? —Pedro la tomó por la cintura y buscó sus labios. Cuando introdujo la lengua en su boca sintió que ella se rendía y una familiar excitación empezó a recorrerlo.


¿Cómo podía haber olvidado lo suave que era su piel, lo rojo que era su pelo? ¿O los suaves gemidos que emitía cuando la besaba? No recordaba nada de eso… no recordaba que supiera tan bien.


Quizá también él sufría amnesia.


Pedro deslizó las manos por su espalda hasta agarrar sus nalgas, apretándola contra él. Y Paula no protestó; todo lo contrario. Se puso de puntillas, derritiéndose contra su torso como si se hubiera rendido.


Pedro sintió la tentación de desabrochar el lazo que sujetaba el vestido y meter la mano entre sus piernas. Quería comprobar si estaba suficientemente húmeda para recibirlo, para deslizarse en su interior sin esperar más. Sólo saber que estaban en un ascensor lo detuvo.


Un ascensor. Demonios. Con lo enfadada que estaba, Paula le daría un bofetón. No, sería mejor ir despacio, se dijo.


Sin decir una palabra, deslizó las manos apasionadamente por sus costados, notando la forma de sus costillas, la tira del tanga que no podría ocultar nada. Paula dio un paso adelante, arqueándose hacia él, y Pedro aprovechó para volver a introducir la lengua en su boca mientras empujaba hacia delante para hacerla sentir su erección.


Pero el ascensor se detuvo de repente.


—Si sigues así, olvidaré mis buenas intenciones. Vamos a mi suite, Paula. Tres pasos y estaremos en el salón. Tres minutos y los dos podemos estar desnudos. ¿Eso es lo que quieres?


—No —contestó ella—. No quiero eso… ¿Qué estoy haciendo, Dios mío?


Pedro la tomó por los hombros para sacarla del ascensor.


—Lo que hemos hecho muchas otras veces. Sí, ya sé que no te acuerdas. Pero eso da igual.


—No da igual…


—Voy a decirte una cosa. Es mejor ahora que en el pasado —la interrumpió él—. Es más… no sé, no puedo explicarlo. Pero no me canso de ti. De tu sabor, de tu cuerpo apretado contra el mío. Te deseo, Paula.


—Me da igual. No puedo…


—¿Por qué? Sé que tú también me deseas.


—Qué arrogante.


Aunque era cierto. Lo deseaba. Pero le daba miedo decirle que sí.


—No puedo hacer el amor contigo hasta que recupere la memoria. ¿Quién sabe? Podría haber otro hombre en mi vida…


—¿Alguien tan importante que no te acuerdas de él? ¿Alguien como Jean-Paul Moreau?


Paula apretó los dientes.


—Buenas noches, Pedro. Me voy a la cama. Sola.



VENGANZA: CAPITULO 13

 


El bar estaba lleno de gente. Pedro se levantó y le hizo un gesto con la mano para que se acercase a su mesa. Al otro lado del cristal podía ver las luces del jardín y las de los yates anclados en el puerto.


—Siento llegar tarde. He tenido que ducharme después del espectáculo…


—No importa. ¿Qué tal ha ido?


—Bien.


—¿Quieres tomar algo?


—Un vaso de agua con gas, por favor.


—¿Estás segura? No tienes que volver a cantar hasta mañana —dijo Pedro, mirándola con cara de sorpresa.


—No me gusta mucho el alcohol.


—Ah, veo que has cambiado. Y me alegro.


Paula lo observó mientras hablaba con el camarero. ¿Cuál habría sido su relación con Mariana? Sabía que su hermana era dada a las fiestas, pero Pedro casi parecía desaprobar que bebiese alcohol. Algo que no cuadraba con su imagen de playboy.


—Qué raro que el propietario de una cadena de hoteles desee que sus clientes no tomen alcohol. Eso no puede ser bueno para el negocio.


—Tú no eres una cliente, eres una empleada. Y no eres famosa por beber agua precisamente.


—¿Qué quieres decir?


Pedro sacudió la cabeza.


—Casi es mejor que no recuerdes.


—Pero es que quiero saber.


—Lo único que debes saber es que… tenías un problema con el alcohol.


¿Un problema que él había exacerbado? ¿O sería al contrario?


«Yo lo amaba. Quería complacerlo en todo. Estaba dispuesta a hacer todo lo que él me pidiera. Siento mucho haberos fallado».


El recuerdo de las palabras de Mariana hizo que Paula tuviese que disimular una mueca de desprecio. No. Pedro Alfonso había tenido algo que ver con la muerte de su hermana. Él le había destrozado la vida.


—Bueno, ¿qué quieres preguntarme?


—Tú querías saber por qué necesito dinero, ¿no? Pues además de los gastos de hospital… me gustaría saber por qué hay una deuda de treinta mil euros en mi tarjeta de crédito.


—No tengo ni idea.


—Sacaba dinero de la tarjeta y me lo gastaba en el casino, ¿es eso?


—Te gustaba jugar, no es culpa mía —Pedro se encogió de hombro—. Pero yo no diría que eras una jugadora compulsiva.


—Pero treinta mil euros es mucho más de lo que yo podía permitirme.


—Tus fichas las pagaba yo, así que jugar no te costaba nada. Debiste de acumular deudas después de dejarme.


—¿Y dónde fui cuando me marché de Strathmos?


—No lo sé.


—Y tampoco te importó, claro.


Pedro la miró, sorprendido.


—Fui muy generoso contigo, Paula. Cuando vivíamos juntos tenías una tarjeta de crédito sin límite, dinero en efectivo a todas horas… podrías haber ahorrado algo.


Ella abrió la boca para protestar, pero tenía la impresión de que estaba diciendo la verdad.


—Siento mucho que tuvieras un accidente —siguió él—. Pero eres una mujer adulta. Has trabajado en clubs en Londres, en París. Para ti, Nueva Zelanda era un agujero al que no querías volver nunca. Supuse que te habrías ido a algún sitio a buscar otro «benefactor» que pagase todos tus gastos.


Paula parpadeó. Estaba claro que disfrutaba acostándose con Mariana, pero no parecía sentir ningún respeto por ella. Pobre Mariana.


—Cuando te encontré en la cama con Moreau me dio igual lo que fuese de ti. En realidad, esperaba que te ahogases. Me habías traicionado de la peor manera posible y lo único que deseaba era perderte de vista.


Si estaba diciendo la verdad, no sabía nada sobre el paradero de Mariana desde que se marchó de Strathmos. ¿Podría significar eso que lo había juzgado mal? Quizá Pedro Alfonso no tenía nada que ver con los problemas de su hermana.


Paula contuvo un suspiro. Había esperado descubrir la verdad a través de él, pero eso no parecía posible.


—¿Me marché de la isla con Jean-Paul?


—Es posible —Pedro se encogió de hombros—. También quería perderlo de vista a él.


Quizá el francés podría ayudarla, pensó Paula entonces. En ese momento el maitre llamó a Pedro discretamente, y él hizo un gesto de disculpa.


—Lo siento, pero me necesitan en otra parte. ¿Quieres que te pida algo más?


—No, gracias. Me voy a dormir.


Él la miró un momento, en silencio.


—La verdad, aunque no quiera, sigo preocupándome por ti.


Y después de decir eso se alejó.


Pensativa, Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta… donde estuvo a punto de chocarse con Jean-Paul.


—Cuidado, chérie —sonrió él, tomándola del brazo—. Me alegro de verte. ¿Te apetece una copa?


Tras la advertencia de Pedro, Paula habría querido decirle que no, pero tenía que averiguar qué había pasado con su hermana. Si Mariana se había ido de Strathmos con Jean-Paul Moreau…


—Sí, muy bien.


—Vuelvo enseguida.


Jean-Paul volvió unos minutos después con dos copas en la mano.


—¿Qué es?


—No pensarás que lo he olvidado, ¿verdad, chérié? —sonrió el francés—. Tú eres la única mujer que bebe vodka doble con tónica… como si fuera agua. El secreto de tu éxito, decías. Y eso te hacía increíblemente excitante.



VENGANZA: CAPITULO 12

 


Pasaron dos días sin que viese a Pedro. El miércoles por la mañana, Paula estaba tumbada al borde de la piscina del hotel. Había oído que Pedro solía nadar allí por la mañana, antes de que empezasen a llegar los clientes.


En el centro de la piscina había un grupo escultórico: cuatro caballos alados rodeando una fuente de la que manaba un chorro de agua que casi llegaba al techo.


Con los ojos medio cerrados, Paula casi podía imaginar las míticas bestias galopando por el cielo, conducidas por el dios del sol.


Un camarero acababa de llevarle una copa con una sombrillita rosa cuando oyó una voz familiar:

—Así que es aquí donde te escondes.


De repente, Paula deseó llevar algo más que aquel diminuto bikini.


—¿No tienes nada que hacer? Podrías trabajar en lugar de buscarme por todas partes.


Pedro hizo un gesto con la mano.


—Me dijiste que necesitabas dinero, ¿no?


—Sí…


—Pues acabo de descubrir que este contrato te parecía tan interesante que aceptaste un recorte en tu salario habitual. Y me gustaría saber por qué. ¿Cómo puedes permitírtelo cuando, supuestamente, tienes que pagar tantos gastos de hospital?


—Necesitaba urgentemente el dinero, por eso acepté un recorte en mis honorarios. No he trabajado mucho últimamente…


—Una vez me dijiste que lo mejor de ser bailarina exótica era que siempre tenías trabajo. Si necesitabas dinero, ¿por qué no has vuelto a bailar?


—Ya no hago eso. Me gusta cantar. Además, me pagan mejor —contestó Paula.


—¿Qué es esto? —preguntó Pedro entonces.


Ella levantó la mirada y vio que estaba señalando la copa.


—¿Es que no lo ves?


—No puedes beber nada antes de cantar.


—¿Ni siquiera un zumo de fruta? —preguntó Paula, irónica—. No contiene alcohol. Puedes olerlo si quieres.


—Muy lista. Como tu bebida preferida es el vodka, olerlo no serviría de nada.


Claro. Mariana siempre tomaba vodka…


—Mi único vicio —mintió Paula.


—¿Tu único vicio? —sonrió Pedro, irónico.


Los vibrantes ojos de color turquesa estaban rodeados por largas pestañas oscuras. Desde luego, Pedro Alfonso era el hombre más guapo que había visto nunca. Una pena que no fuera su tipo.


—Es el único que se me ocurre. Pero si lo pienso un rato, seguro que descubro alguno más.


—Inténtalo. Seguro que encuentras más vicios de los que recuerdas ahora. Como mentir, por ejemplo.


—¿Por qué dices eso?


—No estoy seguro… pero cuando descubrí que habías aceptado un recorte en tu salario pensé que me habías mentido.


—Ya ves que no.


Pedro la miró, en silencio.


—No me mientas nunca, Paula.


—No te he mentido. Necesito el dinero.


—¿Demasiadas compras, demasiadas fiestas?


Si él supiera… Mientras Mariana era de las que iban de fiesta en fiesta, Paula prefería pasar el tiempo al aire libre. Paseando, haciendo windsurf. O, sencillamente, asistiendo a un concierto en el parque. Placeres sencillos, no las fiestas sofisticadas a las que sus amantes querrían acudir.


¿Cómo podía averiguar dónde había ido a parar el dinero que su hermana había sacado de su tarjeta de crédito?


—Hace tres años no tenías deudas —dijo Pedro entonces—. Y poseías algunas joyas caras —añadió, mirando el anillo que Mariana le había regalado antes de morir y que él decía haberle comprado en Mónaco.


—No sé qué ha sido del dinero.


—¿No te acuerdas?


—No.


—Yo fui más que generoso contigo. Te compré ropa hasta que ya no te cabía en los armarios. Si te hubieras portado como una persona sensata, no tendrías estos problemas.


—¿Quieres decir si siguiera siendo tu amante? Si estuviera dispuesta a soportar tus exigencias…


—Pensé que lo habías olvidado todo. ¿Cómo es que recuerdas lo exigente que soy?


—He leído los cotilleos de las revistas. ¿Cómo crees que me enteré de que habíamos tenido una aventura?


—Entonces, no has venido sólo para ganar dinero. Quieres averiguar algo sobre nosotros.


Paula tragó saliva.


—Sé exactamente la clase de hombre que eres.


—¿De verdad? —murmuró él, mirándola a los ojos.


Demasiado cerca. Demasiado masculino. Demasiado… todo.


—No recuerdo nada —dijo Paula—. Pero sé lo que siento por ti.


—¿Y qué sientes? —preguntó Pedro, inclinando la cabeza…


—Me repugnas —contestó ella.


—Ah, me estás provocando —sonrió el magnate—. Quieres que te demuestre que estás mintiendo.


Ella lo pensó un momento. Quizá estaba utilizando una estrategia equivocada…


—La verdad es que no he sido sincera contigo.


—¿Ah, no? Qué sorpresa.


—No. Vine aquí para pedirte ayuda. Desperté sola en un hospital de Londres sin recordar cómo había llegado allí, con quién estaba o qué había pasado…


—¿La gente que presenció el accidente no te contó nada?


—Nadie sabía nada sobre mí. La única pista que tenía era una nómina de un sitio llamado el Palacio de Poseidón. Más tarde me enteré de que había trabajado allí… y de que había tenido una aventura contigo.


Más mentiras. Mariana le había enviado un correo electrónico desde Strathmos contándole que había conocido a un millonario que le daba todos los caprichos.


—Por eso estoy aquí. Pensé que… si volvía… si hablaba contigo, podría recordar algo de mi pasado.


—¿Y está funcionando?


—No —contestó Paula—. Pero quizá tú podrías ayudarme. Si me dejaras hacerte algunas preguntas…, eso me haría recordar.


Paula esperó conteniendo el aliento. No quería delatarse y esperaba que Pedro cayese en la trampa.


—Muy bien. Pero si eso no funciona, se acabó. Te irás en cuanto haya cumplido tu contrato.


—De acuerdo.


—Empezaremos esta noche, después del espectáculo.


—Prefiero que hablemos por la mañana.


—Yo soy un hombre muy ocupado, Paula. Si quieres mi ayuda, tendrá que ser esta noche. En mi suite.


—No —dijo ella a toda prisa. Lo último que deseaba era estar a solas con aquel hombre. La atracción que sentía por Pedro Alfonso le daba miedo. Aunque necesitaba saber qué le había pasado a su hermana gemela, no pensaba dejar que él la destrozase—. Te veré después del espectáculo en el bar Dionisio.


Pedro pareció pensarlo un momento.


—Muy bien, como quieras.




VENGANZA: CAPITULO 11

 


Una vez en la playa Paula saltó de la tabla a toda prisa, sabiendo que Pedro no dejaba de mirarla.


Con las zapatillas llenas de agua, corrió hacia donde había dejado la toalla y se dejó caer sobre ella con el corazón latiendo a toda velocidad.


Pedro se acercó un minuto después.


—No me habías dicho que hicieras windsurf.


Cuando se bajó la cremallera del traje de neopreno el sonido pareció un estruendo en medio de aquel silencio. Debajo llevaba un bañador oscuro, y Paula intentó no fijarse en su estómago plano, en los músculos bien definidos de un hombre que parecía hacer ejercicio a menudo.


—No sé por que no te lo dije.


¿Por qué no se lo habría contado Mariana? Especialmente sabiendo que Pedro también hacía windsurf. Sus padres habían pagado a un profesor para que les diera clases en Buckland's Beach, cerca de su casa. Mariana estaba más interesada en tontear con los chicos que en aprender, pero al final se convirtió en una experta.


—¿Cuándo te marchas? —preguntó Pedro.


—No me voy —contestó ella.


—Anoche dijiste que te ibas. ¿Por qué has cambiado de opinión?


—Porque si rompiera mi contrato, mi reputación quedaría empañada y podría tener problemas para encontrar trabajo.


—Yo me encargaría de que eso no ocurriera.


—No puedo irme. Necesito el dinero.


—¿Es ahora cuando se supone que debo ofrecerte dinero para que no te vayas? —preguntó Pedro, irónico.


—¡No! Tengo un contrato y pienso cumplirlo. Necesito el dinero, ya te lo he dicho.


—¿Para qué lo necesitas?


—Para pagar los gastos de hospital.


—¿Gastos de hospital?


—Por… el accidente.


—¿Eso es lo que provocó la amnesia? ¿Un accidente de coche?


—Los testigos dijeron que la persona que me atropello se dio a la fuga —mintió Paula—. Afortunadamente, cuando llegué al hospital recordé quién era. Pero no recuerdo nada sobre ti, sobre Strathmos… o lo que pasó cuando me marché de aquí.


—¿Sufriste alguna otra lesión?


—No, tuve suerte. Sólo un golpe en la cabeza.


—No creo que eso fuera una suerte. ¿La policía detuvo al conductor?


—No —contestó Paula, cruzándose de brazos. Detestaba mentir, pero no tenía más remedio—. ¿Entiendes ahora por qué necesito el dinero?


—¿Qué vas a hacer cuando termine tu contrato aquí?


—Mi representante está buscando algo.


—Muy bien. Pero tu contrato en Strathmos no será renovado. No te quiero aquí.


Paula tragó saliva. De modo que tenía menos de dos semanas para averiguar lo que había pasado…


—De acuerdo.