Esa noche, Paula y Denny hicieron su número en el bar Dionisio y, después, Paula cumplió con su obligación en el teatro Electra. Cuando volvió a su habitación estaba agotada.
El golpecito en la puerta la pilló por sorpresa. Y más aún cuando Pedro empujó el picaporte y entró sin esperar que ella abriese.
—Pero bueno…
—Deberías cerrar con llave.
—Buenas noches, Pedro. ¿No deberías estar en el casino vigilando que la gente no haga trampas?
—No, tengo gente para eso. Pero seguro que tú no has cenado todavía.
—Pues… no, pero no tengo hambre. Estoy agotada.
—Tienes que comer algo.
—No pienso salir de mi habitación. Es muy tarde.
—¿Quién ha dicho nada de salir? Podemos cenar aquí, en la cama, como en los viejos tiempos…
—Pedro…
—He pedido la cena al servicio de habitaciones. Todos tus favoritos: Bollinger, caviar, ostras… Y no puedes negarte, es mi cumpleaños.
Sus favoritos. Los favoritos de Mariana. De repente, el cansancio de Paula desapareció.
—No, mira, prefiero cenar fuera.
—Demasiado tarde —sonrió Pedro cuando oyeron un golpecito en la puerta—. Aquí está la cena. Venga, relájate. No va a pasar nada hasta que recuperes la memoria. Te lo he prometido y yo siempre cumplo mis promesas.
Pero Paula no. Porque no iba a recuperar la memoria. Maldición. ¿Desde cuándo empezaba a pensar que Pedro Alfonso era más honesto que ella?
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