sábado, 28 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 13

 


El bar estaba lleno de gente. Pedro se levantó y le hizo un gesto con la mano para que se acercase a su mesa. Al otro lado del cristal podía ver las luces del jardín y las de los yates anclados en el puerto.


—Siento llegar tarde. He tenido que ducharme después del espectáculo…


—No importa. ¿Qué tal ha ido?


—Bien.


—¿Quieres tomar algo?


—Un vaso de agua con gas, por favor.


—¿Estás segura? No tienes que volver a cantar hasta mañana —dijo Pedro, mirándola con cara de sorpresa.


—No me gusta mucho el alcohol.


—Ah, veo que has cambiado. Y me alegro.


Paula lo observó mientras hablaba con el camarero. ¿Cuál habría sido su relación con Mariana? Sabía que su hermana era dada a las fiestas, pero Pedro casi parecía desaprobar que bebiese alcohol. Algo que no cuadraba con su imagen de playboy.


—Qué raro que el propietario de una cadena de hoteles desee que sus clientes no tomen alcohol. Eso no puede ser bueno para el negocio.


—Tú no eres una cliente, eres una empleada. Y no eres famosa por beber agua precisamente.


—¿Qué quieres decir?


Pedro sacudió la cabeza.


—Casi es mejor que no recuerdes.


—Pero es que quiero saber.


—Lo único que debes saber es que… tenías un problema con el alcohol.


¿Un problema que él había exacerbado? ¿O sería al contrario?


«Yo lo amaba. Quería complacerlo en todo. Estaba dispuesta a hacer todo lo que él me pidiera. Siento mucho haberos fallado».


El recuerdo de las palabras de Mariana hizo que Paula tuviese que disimular una mueca de desprecio. No. Pedro Alfonso había tenido algo que ver con la muerte de su hermana. Él le había destrozado la vida.


—Bueno, ¿qué quieres preguntarme?


—Tú querías saber por qué necesito dinero, ¿no? Pues además de los gastos de hospital… me gustaría saber por qué hay una deuda de treinta mil euros en mi tarjeta de crédito.


—No tengo ni idea.


—Sacaba dinero de la tarjeta y me lo gastaba en el casino, ¿es eso?


—Te gustaba jugar, no es culpa mía —Pedro se encogió de hombro—. Pero yo no diría que eras una jugadora compulsiva.


—Pero treinta mil euros es mucho más de lo que yo podía permitirme.


—Tus fichas las pagaba yo, así que jugar no te costaba nada. Debiste de acumular deudas después de dejarme.


—¿Y dónde fui cuando me marché de Strathmos?


—No lo sé.


—Y tampoco te importó, claro.


Pedro la miró, sorprendido.


—Fui muy generoso contigo, Paula. Cuando vivíamos juntos tenías una tarjeta de crédito sin límite, dinero en efectivo a todas horas… podrías haber ahorrado algo.


Ella abrió la boca para protestar, pero tenía la impresión de que estaba diciendo la verdad.


—Siento mucho que tuvieras un accidente —siguió él—. Pero eres una mujer adulta. Has trabajado en clubs en Londres, en París. Para ti, Nueva Zelanda era un agujero al que no querías volver nunca. Supuse que te habrías ido a algún sitio a buscar otro «benefactor» que pagase todos tus gastos.


Paula parpadeó. Estaba claro que disfrutaba acostándose con Mariana, pero no parecía sentir ningún respeto por ella. Pobre Mariana.


—Cuando te encontré en la cama con Moreau me dio igual lo que fuese de ti. En realidad, esperaba que te ahogases. Me habías traicionado de la peor manera posible y lo único que deseaba era perderte de vista.


Si estaba diciendo la verdad, no sabía nada sobre el paradero de Mariana desde que se marchó de Strathmos. ¿Podría significar eso que lo había juzgado mal? Quizá Pedro Alfonso no tenía nada que ver con los problemas de su hermana.


Paula contuvo un suspiro. Había esperado descubrir la verdad a través de él, pero eso no parecía posible.


—¿Me marché de la isla con Jean-Paul?


—Es posible —Pedro se encogió de hombros—. También quería perderlo de vista a él.


Quizá el francés podría ayudarla, pensó Paula entonces. En ese momento el maitre llamó a Pedro discretamente, y él hizo un gesto de disculpa.


—Lo siento, pero me necesitan en otra parte. ¿Quieres que te pida algo más?


—No, gracias. Me voy a dormir.


Él la miró un momento, en silencio.


—La verdad, aunque no quiera, sigo preocupándome por ti.


Y después de decir eso se alejó.


Pensativa, Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta… donde estuvo a punto de chocarse con Jean-Paul.


—Cuidado, chérie —sonrió él, tomándola del brazo—. Me alegro de verte. ¿Te apetece una copa?


Tras la advertencia de Pedro, Paula habría querido decirle que no, pero tenía que averiguar qué había pasado con su hermana. Si Mariana se había ido de Strathmos con Jean-Paul Moreau…


—Sí, muy bien.


—Vuelvo enseguida.


Jean-Paul volvió unos minutos después con dos copas en la mano.


—¿Qué es?


—No pensarás que lo he olvidado, ¿verdad, chérié? —sonrió el francés—. Tú eres la única mujer que bebe vodka doble con tónica… como si fuera agua. El secreto de tu éxito, decías. Y eso te hacía increíblemente excitante.



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