sábado, 1 de febrero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 46
—¡CIELOS!, Pedro te mima demasiado —comentó Laura al ver la pila de revistas y el canasto de fruta fresca sobre la mesa de noche.
Pedro obligó a Paula a que la llamara para explicarle lo que ocurría y decirle que no se podía hacer cargo del trabajo por el momento, y por supuesto, Laura de inmediato anunció que iría a verla.
—Bueno, al menos el bebé ya empezó a crecer otra vez —le dijo Paula. Ignoró el comentario acerca de Pedro y esperaba que Laura no notara su sonrojo cuando lo mencionó.
—Sí, esa es una buena noticia, pero Pedro dice que todavía consideran que estás baja de peso si insisten en que te mantengas en reposo. Fue una suerte que el estuviera aquí cuando te caíste —Laura frunció el ceño—. Si hubieras estado sola...
—Pero, no lo estaba—Paula intervino. Todavía ahora, una semana después de los hechos, odiaba pensar en lo que podría haber ocurrido si hubiera caído estando sola. Por los comentarios que le hiciera Pedro, sabía que él se culpaba del accidente, aunque ella le indicara que la presencia del tapete en la cocina era responsabilidad de ella y no de él. Ella, en ocasiones se preguntaba si era el sentimiento de culpa lo que hacía que él permaneciera con ella, y sospechaba que debía serlo.
Para su sorpresa, Pedro le anunció que se proponía trabajar en la cabaña, por lo que estaba allí casi las veinticuatro horas del día.
Laura no llevaba con ella más de una hora, cuando él subió y anunció con firmeza que debía descansar.
Laura se puso de pie de inmediato, ignoró las protestas de Paula, quien decía que no había razón para que se fuera y que no veía por qué todavía tenía que permanecer en cama.
—El médico dice que debes hacerlo al menos el fin de semana —le recordó Pedro—, y eso es justo lo que harás.
Después de que bajaron los dos, ella se dijo que permanecería en la cama no porque Pedro insistiera, sino porque sabía que eso era lo mejor para su hijo, aunque en ocasiones se impacientaba y quería levantarse y hacer algunas cosas.
La Navidad se acercaba. Para entonces, desde luego, Pedro ya se habría ido. Ella se estremeció, no estaba dispuesta a admitir cuánto temía que se fuera...
Lograba escuchar las voces de Pedro y Laura que conversaban en la cocina, y se preguntó con un poco de celos de qué hablarían. Controló sus sentimientos y se dijo que su reacción era ridícula. Ella tenía que ser la primera en admitir que, Pedro era uno de esos hombres extraños que disfrutan una conversación con una mujer, que las trataba como un igual en un plano intelectual. Ahora, cuando iba en busca de la bandeja por las noches, pasaba más y más tiempo con ella. Habían cubierto tal cantidad de temas, que estaba sorprendida y sabía que, aún si no lo amara, lo extrañaría cuando se fuera, lo extrañaría como compañero y como alguien que en circunstancias diferentes, podría haberse convertido en un amigo excelente.
A la tía Maia le hubiera agradado. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. La señora siempre estaba en sus pensamientos. Ya había ordenado los rosales que pensaba plantar; las rosas especiales que deseara la anciana,
Pasó bastante tiempo antes que escuchara el auto de Laura que se alejaba. A pesar de que insistía frente a Pedro y la partera que ya estaba bastante bien como para levantarse, tenía que admitir que todavía no recuperaba todas sus fuerzas. La partera autorizó al inicio de la semana que bajara unas cuantas horas por la tarde, pero se cansaba con mucha facilidad. El bebé en pleno desarrollo exigía mucho de su cuerpo, le dijo la mujer; le recordó que todavía le faltaba peso.
ADVERSARIO: CAPITULO 45
Cuando abrió la puerta y percibió el aroma del espagueti a la boloñesa que le preparara, sintió tal apetito, que se sentó sobre la cama y extendió los brazos para recibir la bandeja que él le ofrecía antes de darse cuenta de lo que hacía.
—No traje café —le dijo—. Un buen té de hierbas que no afecta al bebé.
Paula estaba demasiado interesada en el espagueti como para discutir con él. Cielos, olía tan bien... que no podía esperar para empezar a comer. Se percató de que él la observaba y le preguntó:
—¿En dónde está tu plato?
Hubo una pequeña pausa. El la veía de manera extraña, la evaluaba, como si tratara de descubrir algo que no comprendía.
—Abajo —fue la respuesta—, pensé que preferirías comer sola.
De inmediato, Paula se sonrojó. Qué comentario más tonto, se amonestó. Desde luego que él no comería arriba con ella. ¿Por qué tenía que ser tan tonta?
—Sí... sí, así es —mintió.
El ya abría la puerta de su dormitorio y Paula tuvo que morderse el labio para no suplicarle que se quedara.
Una vez que él bajó, temblorosa, se preguntó cómo, si después de tan poco tiempo ella estaba así, lograría pasar esos quince días con él tan cerca.
Lo mejor que podía hacer era recuperarse lo más rápido posible. Después de todo, cuanto menos tiempo estuviera él allí, menos correría el peligro de traicionarse a sí misma y revelarle lo que sentía.
Y sin embargo, a pesar de lo que consideraba, la invadía el pánico al pensar en que él se fuera... en estar sin él.
ADVERSARIO: CAPITULO 44
Cuando Pedro entró en su dormitorio, se detuvo y la miró, casi como si hubiera esperado no encontrarla en la cama y se relajó.
—Te traje un poco de fruta —le dijo—. No estaba seguro si preferirías algo en especial...
La canasta que llevaba no era de las que venden adornadas en las floristerías sino una en la que se había apilado tal cantidad de fruta exótica, que necesitaba las dos manos para sostenerla.
Lágrimas, tontas de emoción le empezaron a llenar los ojos al ver la fruta. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien hiciera algo semejante por ella? No era lo caro de la fruta, pues muchas de ellas no eran de temporada, sino el que pensara en comprarlas para ella, y además las hubiera elegido él mismo en el supermercado. Cuando vivía con su tía, en ocasiones se compraban flores una a la otra, pero esa era la primera ocasión en la que un hombre... pasó saliva. No sólo un hombre, sino el hombre... el hombre que ella amaba y deseaba... el hombre que... Se tocó el vientre con la mano y, de inmediato, como si su gesto tuviera un significado especial para él, la mirada de Pedro se ensombreció, no la apartaba del cuerpo de Paula.
—Bajaré a preparar algo para cenar —le anunció brusco—. El médico me dijo que estás baja de peso y necesitas comer más.
—Por favor, no es necesario que hagas lodo esto por mí —Paula protestó con voz ronca.
—No es ningún problema. Después de todo voy a cocinar para mí, hacerlo para dos no significa ningún problema.
—Pero... ¿por qué lo haces? —Paula le preguntó azorada, no logró contener la pregunta que la intrigaba desde que él anunció que regresaría a vivir a la cabaña.
—Alguien tiene que hacerlo —le dijo seco—. Y no veo que tu amante esté dispuesto a dejar a su esposa para hacerlo, ¿o sí? ¿O, todavía esperas que lo haga?, como permitiste...
— ¿Qué permití? —Paula preguntó y empezó a temblar al recordar la discusión que sostuvieran antes en la cocina—. ¿Permití que me embarazara? ¿Es eso?
Ella podía escuchar los sentimientos en su propia voz, las lágrimas estaban a punto de brotar, aunque se había advertido que estos brotes de emoción no le hacían nada bien a ella y mucho menos al bebé...
Pedro, era obvio, también lo había considerado, pues de inmediato dio marcha atrás... con demasiada rapidez como para que sus palabras fueran auténticas
—No... Claro... nunca debí insinuar... Lamentó haberte alterado. Sólo fue la sorpresa de verte y de darme cuenta... Bajaré a preparar la cena...
Pedro salió antes que ella pudiera decirle nada. cuando regresara, trataría de hablar con él otra vez, de decirlo que no lo necesitaba allí con ella, se aseguró valiente, aunque parte de ella admitía que a propósito se engañaba; que no había cosa que descara más que tenerlo en la cabaña, sin importar lo peligrosa e inquietante que pudiera ser su presencia.
Pero si se quedaba, corría el peligro de empezar a soñar despierta; sueños en los que él no estaba con ella sólo por un sentido de responsabilidad y humanidad, sino porque quería estar con ella... porque la amaba... porque quería que tanto ella como su hijo formaran parte de su vida.
Se movió inquieta bajo las mantas, molesta consigo misma por permitir que sus pensamientos vagaran por senderos prohibidos.
Escuchaba cómo el se movía en el piso bajo. Lo último que deseaba era comer, se dijo molesta.
No estaba dispuesta a admitir que su enojo provenía no del hecho que no quisiera comer, sino de que hubiera preferido que Pedro se quedara, que hablara con ella...
¿Hablar con ella? Insultarla más bien, con la manera infundada en la que asumía... Se tensó al escuchar que ya subía.
ADVERSARIO: CAPITULO 43
Cuando escuchó que la puerta del frente se cerraba y que ponía el auto en marcha, Paula se dijo que cuando regresara tendría que encontrar la manera de convencerlo de que no era necesario que se quedara. Frustrada, deseaba que hubiera alguien, una amiga... alguien a quien le pudiera llamar y pedirle que se quedara con ella, pero, además de Laura, no tenía a nadie, y no podía afectar su vida estando la Navidad tan próxima.
Se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas.
Ya era bastante deprimente que Pedro tuviera mala opinión de ella; y ahora, se vería obligada a tenerlo allí otra vez, todos los días, todas las horas, atormentada por su cercanía, y al mismo tiempo sabiendo que el no la quería... no la amaba...
Incómoda se movió sobre la cama. Tal vez si le pudiera demostrar que no lo necesitaba, que ella podía sola...
Apartó las mantas, giró las piernas, puso los pies sobre el suelo; el mareo que la invadió hizo que se detuviera de la orilla de la cama en tanto trataba de enderezarse.
Se sentía tan débil, tan temblorosa... aterrada de dar el primer paso y que pudiera caer y lastimar al bebé.
Se mantuvo de pie, temblando. Deseaba poder dar el primer paso y después otro. Tuvo que admitir que el miedo la invadía.
Logró llegar hasta el baño, pero una vez allí, se sintió tan débil, que tuvo que permanecer sentada varios minutos antes de poder regresar al dormitorio.
Fue entonces, ya segura en la cama, con el cuerpo tembloroso por la tensión y la debilidad, que admitió que era imposible que estuviera sola.
La caída la afectó mucho, y unido a lo que la partera le dijera antes, de que el bebé había dejado de crecer, el resultado era que estaba tan nerviosa y temerosa, que en realidad, lo último que quería era estar sola en la casa.
Si hubiera tenido vecinos cercanos, no estaría tan mal, y sabía que si Laura se enteraba de lo que le ocurría, insistiría en irse a vivir con ella.
Pero, ¿cómo podría pedírselo? Ella sabía que Laura estaba demasiado ocupada con la visita de sus padres y sus suegros.
¿Qué habría hecho si Pedro no hubiera acudido al rescate? Suponía que la partera hubiera insistido en que se internara.
No estaba segura de cuál era la alternativa que le parecía menos deseable; que Pedro viviera en la casa con ella, o internarse un par de semanas en el hospital. Tal vez, lo mejor sería el hospital, pero, recordó que les hacían falta camas y que tal vez habría otra mujer con una urgencia que requiriera la cama más que ella. No podía ser tan egoísta, tendría que controlar el temor de revelarle a Pedro sus sentimientos, debía aceptar su ayuda.
Lo que todavía no lograba comprender era por qué le ofrecía su ayuda. Después de todo, ¿por qué tenía que importarle lo que le pasaba a ella?
El dijo que se sentía responsable de su caída.
Cierto, su presencia en la cabaña y la discusión que sostenían provocaron su torpeza... pero, de allí a que la caída hubiera sido culpa suya...
Se puso tensa al escuchar el auto que regresaba. No era posible que hubiera regresado tan pronto. Sintió pánico. ¿Cómo lograría ocultar sus sentimientos... su amor?
Tendría que hacerlo, se dijo al escuchar que ya subía la escalera.
Miró su reloj despertador. No tardó más de una hora.
ADVERSARIO: CAPITULO 42
Pedro regresó al dormitorio justo a tiempo para escuchar lo que él médico le decía. Al principio,
Paula no lo vio, la invadió el pánico al escuchar lo que decía el médico.
—Un par de semanas... no puedo...
—Me temo que tendrá que hacerlo —le dijo el médico con firmeza—. De hecho, lo que quisiera hacer es internarla en el hospital, para mantenerla vigilada, pero por el momento no tenemos cama libre, aunque... —se detuvo, frunció el ceño, y Paula empezó a temblar.
—¿Trata de decirme que el niño corre peligro? —le preguntó con pánico.
—Después de ese tipo de caída, siempre existe un elemento de riesgo —le indicó—. Y, en su caso también tenemos el hecho de que el bebe ha dejado de crecer.
Paula quería que Pedro se fuera. A su lado, escuchaba cada una de las palabras que decía el médico; mientras se marcaba más la línea en su frente. La mirada en los ojos se hizo más intensa al volverse a estudiarla, haciéndola sentir como si a propósito arriesgara la salud del bebé.
¿Por qué le hacía eso? ¿Por qué se quedaba?
Después de todo, no le incumbía; al menos no hasta donde él pudiera darse cuenta, y, sin embargo, se negaba a irse, aún cuando la partera ya estaba allí. A pesar de que ella temía que se quedara porque la hacía sentir muy vulnerable en sus emociones, al mismo tiempo, la alegraba tenerlo allí, sentir que ya no estaba sola. Se estremeció, se decía que era peligroso que se permitiera sentirse así... que, los sentimientos de solicitud y caridad humana que hacían que se quedara, pronto acabarían y se iría.
La partera repitió la misma opinión del médico; que Paula cuando menos necesitaba de un par de semanas de reposo en la cama. La chica trató de no protestar, de decirles que era imposible, pero la partera insistió diciéndole que tendría que hacerlo por el bien del bebé.
Al despedirse, le indicó que regresaría a verla a la mañana siguiente, que mientras tanto no debía preocuparse y obtener todo el descanso que pudiera.
Pedro bajó mientras la partera la examinaba, pero una vez que ella y el médico se retiraron, volvió a subir.
Para ese momento, Paula ya se había desvestido y estaba en la cama, se sentía muy vulnerable al tenerlo parado a un lado de su cama, viéndola con esa mirada de seriedad.
—Voy al pueblo a recoger mis cosas al hotel. No tardaré mucho, una hora tal vez. ¿Estarás bien mientras tanto?
¿De qué hablaba? ¿A qué se refería? Paula lo miraba confundida.
—No es necesario que regreses —le dijo con voz temblorosa—. Te agradezco todo lo que has hecho, pero...
—Pero, si no hubiera sido por mí, nunca hubiera ocurrido —concluyó él por ella.
Durante un momento, Paula se sintió demasiado sorprendida para hablar. Así que él lo sabía... lo había adivinado.
—Si no hubiera sido por mí, no te hubieras tropezado con ese tapete —escuchó que él decía desolado, y se dio cuenta de que él no se culpaba por su embarazo, sino por la caída.
—No fue culpa tuya —ella le dijo seria—. Debí haberlo quitado hace mucho tiempo. Fuiste muy amable al quedarte conmigo mientras llegaba el médico... pero, en realidad, no es necesario que regreses.
—Por el contrario, es muy necesario —la corrigió—. El médico me dijo que no debes quedarte sola. Lo que necesitas es reposo absoluto... y eso significa que debes permanecer en cama. Y para hacerlo, necesitas que alguien esté contigo.
—¡Pero, tú no puedes hacerlo! —Paula se sentó sobre la cama sorprendida.
— ¿Significa que preferirías estar en el hospital, en caso de que te pudieran asignar una cama? A menos, claro, que tu amante cambie de idea y venga a vivir contigo; pero para hacerlo, tendría que abandonar a su familia, ¿cierto?
— ¡Basta! ¡Basta! —Paula se cubría los oídos con las manos. No podía soportarlo, en especial en ese momento. Le dolía todo el cuerpo, estaba agotada física y emocionalmente, y además de todo, estaba muy preocupada por su bebe. De lo último que se creía capaz, era de discutir con alguien, y mucho menos con Pedro.
Al instante, él estaba a su lado, sentado a la orilla de la cama. La tomó por las manos, el contacto era tan tierno, tan cálido, tan gentil, que hizo que empezara a temblar por el sufrimiento que le ocasionaba el recuerdo, por el anhelo de tenerlo a su lado para siempre.
—Lo siento, no pretendía alterarte, pero tanto el médico como la partera insistieron en lo importante que es que descanses.
—Te lo dijeron a ti —Paula le dijo—. ¿Por qué?
—Parece que asumen que el bebé es mío —le dijo seco.
Paula sintió que desfallecía; una oleada de debilidad la invadió. Entonces, ¿ellos adivinaron? ¿Dijo o hizo algo mientras Pedro estaba allí que les reveló la verdad?
—Debiste haberles dicho que no lo es —le dijo ella de inmediato—, Tú...
—Tal vez, debí hacerlo, pero estaba más preocupado por tu salud y la del bebé en ese momento, que en aclarar lo que es un error comprensible.
La sorprendieron sus palabras. Ella habría esperado que objetara rotundo cualquier insinuación que sugiriera que él podría ser el padre del bebé, y sin embargo, la trataba como si no lo molestara en lo absoluto.
—Me voy ahora —le dijo—. Pero no tardo mucho.
—No es necesario que regreses —insistió Paula, pero él ya había salido del dormitorio y llegaba a la escalera.
viernes, 31 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 41
Durante la media hora que le llevó al médico llegar a su casa, a grandes pasos Pedro recorría la cocina, la veía con unos ojos que le advertían que no debía intentar siquiera moverse.
Era extraño, pero la tensión de Pedro parecía aligerar un poco el temor de Paula. Qué diferente era tener a alguien con quién compartir la espera, la ansiedad... ¿Se sentiría igual de ansioso si supiera que era su hijo el que Paula esperaba? Cuando se estremeció, él lo notó, y se acercó a ella de inmediato.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Nada —mintió la chica—. Sólo tengo un poco de frío.
Por la manera en la que el frunció el ceño, Paula pensó que adivinaba que mentía, un minuto después, Pedro abrió la puerta de la cocina y fue al vestíbulo. Escuchó que subía y un minuto más tarde se presentó con el edredón de su cama con el que la cubrió.
Cuando, por accidente, los dedos de Pedro rozaron el bulto de su vientre, ella brincó y se estremeció. Las lágrimas amenazaban con brotar de sus ojos. Si tan sólo las cosas fueran diferentes, si tan sólo la amara... si tan sólo descara a su hijo tanto como ella.
—Debe ser el médico —dijo Paula al oír que un auto se acercaba.
—Espera aquí. Yo iré a recibirlo —le indicó Pedro.
—Bueno, ¿qué pasó? —le preguntó el médico alegre al entrar a la cocina.
Paula explicó lo ocurrido, vio como su sonrisa desaparecía y fruncía el ceño cuando se volvió a Pedro y tranquilo, comentó:
—Creo que lo mejor sería que subiera y se acostara. Si usted pudiera...
Aunque la chica quería protestar y decir que bien podía subir la escalera sin ayuda, le pareció más sencillo ceder y permitir que Pedro soportara el peso de su cuerpo, mantenía un brazo firme alrededor de su cintura mientras la conducía al dormitorio.
El embarazo había incrementado algunos de sus sentidos, en especial el del olfato, y el aroma de Pedro tan cerca la abrumó con una mezcla angustiosa de dolor y gozo. Paula deseaba cerrar los ojos y apoyarse contra él por siempre, derretirse en él, ser parte de él... dejar que la absorbiera de tal manera que nunca se pudieran separar. Las lágrimas le quemaban detrás de los párpados y tropezó al tratar de controlar su debilidad emocional.
—Paula, ¿qué pasa? —exclamó Pedro tenso.
Ella negó con la cabeza, no podía hablar, sabía que si no ponía cierta distancia entre ellos, se desmoronaría por completo.
Se llevó la mano al vientre al sentir que el bebé se movía en su interior como si quisiera estar cerca de él. Suplicaba en silencio que comprendiera y la perdonara por negarle el derecho de conocer y amar a su padre; le decía que lo hacía por él, para que no sufriera por el rechazo de Pedro.
Agradecía que ya estuvieran muy cerca de su dormitorio.
—Iré a buscar a la partera para que la examine —el médico le dijo cuando Pedro bajó a buscar el edredón—. Supongo que estará de acuerdo conmigo en que lo que necesita es un par de semanas en cama.
ADVERSARIO: CAPITULO 40
Cuando escuchó que llamaban a la puerta, el sonido fue tan inesperado que pasaron varios segundos antes que se molestara en moverse.
¿Quién podría visitarla a esa hora? Era probable que fuera alguien que quería vender algo, se dijo pesarosa, al ir al vestíbulo y encender la luz.
Abrió la puerta con cautela y se quedó helada.
La sorpresa al verlo le robaba la capacidad de pensar con lógica.
—¡Pe... Pedro!
—Sí, soy yo —le confirmó al entrar—. ¿Estás sola? ¿No decidió venir a vivir contigo a pesar de esto? —le preguntó con voz suave, tenía la mirada posada sobre el vientre de Paula—. ¿Lo hiciste a propósito, Paula? ¿Concebiste este hijo con la esperanza de que dejara a su esposa por ti? —preguntó brusco.
Paula tenía la boca seca, los músculos de la garganta paralizados por lo que le decía.
—Te vi en el pueblo esta tarde —lo escuchó manifestar—. En un principio no lo podía creer, no podía creer que hubieras sido tan... tan...
—Descuidada —complementó Paula, cuando empezó a amortiguarse la sorpresa, y una mezcla de angustia, dolor y enojo tomó su lugar.
¿En realidad pensó durante un momento emocional cuando ella le abrió la puerta, que él había adivinado la verdad y se presentaba a reclamar a su hijo... decirle que la amaba, que los amaba... que los quería? Pues de ser así... si en realidad ella fue tan tonta, ahora él le confirmaba lo tonta que en realidad era.
—¿Sólo fue un descuido, Paula?
Sus palabras eran como una lluvia de golpes crueles que caían sobre su corazón desprotegido, cada uno de ellos más devastador que el anterior. ¿Eso era lo que él en realidad pensaba; que ella de manera deliberada eligió embarazarse con la esperanza de que al hacerlo obligaría a su amante a dejar a su esposa y a su familia?
Advirtió un sabor amargo en la boca, un frío que le rodeaba el corazón. ¿En verdad tenía una opinión tan baja de ella?
Cuando ella no respondió, el insistió inclemente:
—Pero, no está aquí contigo, ¿verdad? Te traicionó, justo como traicionó a su esposa. ¿En realidad pensaste...? —se detuvo, y entonces agregó cortante—. Ahora estás embarazada y el padre de tu hijo te ha abandonado... los ha abandonado a los dos, ¿cierto Paula?
La chica levantó la cabeza y se obligó a verlo.
—Sí, supongo que si lo dices así, lo ha hecho —admitió tranquila, todavía sorprendida, incapaz de negar lo que el decía ni de revelarle la verdad.
Una expresión extraña apareció en el rostro de Pedro; había enojo, irritación y desolación, y también algo más... algo que se acercaba al sufrimiento, aunque por qué las palabras de Paula le causaban tanto dolor, no tenía idea, a menos que fuera que le recordaban algo de su propia infancia; del trato cruel que diera su padre tanto a él, como a su madre.
—Y, sin embargo, no lo culpas, ¿o sí? —le dijo en tono acusador sin dejar de observarla.
— ¿De qué? —Preguntó Paula negando con la cabeza—. ¿De haber concebido a su hijo? —levantó la cabeza orgullosa—. La opción de seguir el embarazo fue mía. Fue mi elección; mi deseo. Quiero a su hijo.
—¿Aunque los haya abandonado? —le preguntó desolado.
—Hay cosas mucho peores en la vida que un niño tiene que soportar además de no tener un padre —Paula le señaló amable. Vio por la expresión en los ojos de Pedro que él sabía justo a lo que se refería—. Este hijo... mi hijo, nunca dudará de mi amor.
Giró sobre los talones al hablar, pretendía que él comprendiera con claridad que quería que se fuera, temerosa de que si permanecía allí, obligándola a hablar de un tema tan emocional, se delataría. El ya la despreciaba, y se podía imaginar lo que sentiría si supiera que él era el padre del niño... que lo negaría.
Sus emociones se acrecentaban en su interior, la llenaban de pánico. Se movió con torpeza y tropezó con el tapete de la cocina.
Era algo que le había ocurrido docenas de veces antes, y se había jurado que movería el tapete o se desharía de él y después lo olvidaría hasta que le volvía a ocurrir, pero, en esta ocasión, la sorpresa combinada de la llegada de Pedro, más el temor natural que sentía por el bebé, hicieron que se tensara al percatarse que caía de frente, y gritó con pánico.
Pedro se movió de inmediato, pero no con la rapidez suficiente para detenerla y cuando se arrodilló a su lado preguntándole si estaba bien, lo único en lo que ella pudo pensar, fue en el bebé y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No te preocupes, todo estará bien —escuchó que Pedro le decía y antes que ella pudiera evitarlo, con gentileza la ayudó a ponerse de pie, apoyando el peso de Paula contra él y la guió hacia una silla una vez que ella se sintió con fuerza suficiente para moverse—. Quédate aquí —le indicó—. Llamaré al médico.
Paula quería protestar, decirle que no necesitaba su ayuda, pero temía demasiado por el estado de su hijo para decir o hacer nada.
Atontada le indicó en dónde podía encontrar el número de su médico, mientras temblorosa se acomodaba en la silla. Deseaba que se relajaran sus músculos tensos, su mente suplicaba que la caída no tuviera consecuencias drásticas.
Se sentía mal y tenía la cabeza ligera, el estómago se le retorcía por la náusea.
Era sólo la sorpresa, se dijo, eso era todo, pero todo el tiempo fue consciente de la advertencia que le hicieran en el hospital y de lo frágil y preciosa que era la vida en su interior.
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