sábado, 1 de febrero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 44




Cuando Pedro entró en su dormitorio, se detuvo y la miró, casi como si hubiera esperado no encontrarla en la cama y se relajó.


—Te traje un poco de fruta —le dijo—. No estaba seguro si preferirías algo en especial...


La canasta que llevaba no era de las que venden adornadas en las floristerías sino una en la que se había apilado tal cantidad de fruta exótica, que necesitaba las dos manos para sostenerla.


Lágrimas, tontas de emoción le empezaron a llenar los ojos al ver la fruta. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que alguien hiciera algo semejante por ella? No era lo caro de la fruta, pues muchas de ellas no eran de temporada, sino el que pensara en comprarlas para ella, y además las hubiera elegido él mismo en el supermercado. Cuando vivía con su tía, en ocasiones se compraban flores una a la otra, pero esa era la primera ocasión en la que un hombre... pasó saliva. No sólo un hombre, sino el hombre... el hombre que ella amaba y deseaba... el hombre que... Se tocó el vientre con la mano y, de inmediato, como si su gesto tuviera un significado especial para él, la mirada de Pedro se ensombreció, no la apartaba del cuerpo de Paula.


—Bajaré a preparar algo para cenar —le anunció brusco—. El médico me dijo que estás baja de peso y necesitas comer más.


—Por favor, no es necesario que hagas lodo esto por mí —Paula protestó con voz ronca.


—No es ningún problema. Después de todo voy a cocinar para mí, hacerlo para dos no significa ningún problema.


—Pero... ¿por qué lo haces? —Paula le preguntó azorada, no logró contener la pregunta que la intrigaba desde que él anunció que regresaría a vivir a la cabaña.


—Alguien tiene que hacerlo —le dijo seco—. Y no veo que tu amante esté dispuesto a dejar a su esposa para hacerlo, ¿o sí? ¿O, todavía esperas que lo haga?, como permitiste...


— ¿Qué permití? —Paula preguntó y empezó a temblar al recordar la discusión que sostuvieran antes en la cocina—. ¿Permití que me embarazara? ¿Es eso?


Ella podía escuchar los sentimientos en su propia voz, las lágrimas estaban a punto de brotar, aunque se había advertido que estos brotes de emoción no le hacían nada bien a ella y mucho menos al bebé...


Pedro, era obvio, también lo había considerado, pues de inmediato dio marcha atrás... con demasiada rapidez como para que sus palabras fueran auténticas 


—No... Claro... nunca debí insinuar... Lamentó haberte alterado. Sólo fue la sorpresa de verte y de darme cuenta... Bajaré a preparar la cena...


Pedro salió antes que ella pudiera decirle nada. cuando regresara, trataría de hablar con él otra vez, de decirlo que no lo necesitaba allí con ella, se aseguró valiente, aunque parte de ella admitía que a propósito se engañaba; que no había cosa que descara más que tenerlo en la cabaña, sin importar lo peligrosa e inquietante que pudiera ser su presencia.


Pero si se quedaba, corría el peligro de empezar a soñar despierta; sueños en los que él no estaba con ella sólo por un sentido de responsabilidad y humanidad, sino porque quería estar con ella... porque la amaba... porque quería que tanto ella como su hijo formaran parte de su vida.


Se movió inquieta bajo las mantas, molesta consigo misma por permitir que sus pensamientos vagaran por senderos prohibidos.


Escuchaba cómo el se movía en el piso bajo. Lo último que deseaba era comer, se dijo molesta. 


No estaba dispuesta a admitir que su enojo provenía no del hecho que no quisiera comer, sino de que hubiera preferido que Pedro se quedara, que hablara con ella...


¿Hablar con ella? Insultarla más bien, con la manera infundada en la que asumía... Se tensó al escuchar que ya subía.





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