viernes, 31 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 40




Cuando escuchó que llamaban a la puerta, el sonido fue tan inesperado que pasaron varios segundos antes que se molestara en moverse.


¿Quién podría visitarla a esa hora? Era probable que fuera alguien que quería vender algo, se dijo pesarosa, al ir al vestíbulo y encender la luz.


Abrió la puerta con cautela y se quedó helada. 


La sorpresa al verlo le robaba la capacidad de pensar con lógica.


—¡Pe... Pedro!


—Sí, soy yo —le confirmó al entrar—. ¿Estás sola? ¿No decidió venir a vivir contigo a pesar de esto? —le preguntó con voz suave, tenía la mirada posada sobre el vientre de Paula—. ¿Lo hiciste a propósito, Paula? ¿Concebiste este hijo con la esperanza de que dejara a su esposa por ti? —preguntó brusco.


Paula tenía la boca seca, los músculos de la garganta paralizados por lo que le decía.


—Te vi en el pueblo esta tarde —lo escuchó manifestar—. En un principio no lo podía creer, no podía creer que hubieras sido tan... tan...


—Descuidada —complementó Paula, cuando empezó a amortiguarse la sorpresa, y una mezcla de angustia, dolor y enojo tomó su lugar. 


¿En realidad pensó durante un momento emocional cuando ella le abrió la puerta, que él había adivinado la verdad y se presentaba a reclamar a su hijo... decirle que la amaba, que los amaba... que los quería? Pues de ser así... si en realidad ella fue tan tonta, ahora él le confirmaba lo tonta que en realidad era.


—¿Sólo fue un descuido, Paula?


Sus palabras eran como una lluvia de golpes crueles que caían sobre su corazón desprotegido, cada uno de ellos más devastador que el anterior. ¿Eso era lo que él en realidad pensaba; que ella de manera deliberada eligió embarazarse con la esperanza de que al hacerlo obligaría a su amante a dejar a su esposa y a su familia?


Advirtió un sabor amargo en la boca, un frío que le rodeaba el corazón. ¿En verdad tenía una opinión tan baja de ella?


Cuando ella no respondió, el insistió inclemente:
—Pero, no está aquí contigo, ¿verdad? Te traicionó, justo como traicionó a su esposa. ¿En realidad pensaste...? —se detuvo, y entonces agregó cortante—. Ahora estás embarazada y el padre de tu hijo te ha abandonado... los ha abandonado a los dos, ¿cierto Paula?


La chica levantó la cabeza y se obligó a verlo.


—Sí, supongo que si lo dices así, lo ha hecho —admitió tranquila, todavía sorprendida, incapaz de negar lo que el decía ni de revelarle la verdad.


Una expresión extraña apareció en el rostro de Pedro; había enojo, irritación y desolación, y también algo más... algo que se acercaba al sufrimiento, aunque por qué las palabras de Paula le causaban tanto dolor, no tenía idea, a menos que fuera que le recordaban algo de su propia infancia; del trato cruel que diera su padre tanto a él, como a su madre.


—Y, sin embargo, no lo culpas, ¿o sí? —le dijo en tono acusador sin dejar de observarla.


— ¿De qué? —Preguntó Paula negando con la cabeza—. ¿De haber concebido a su hijo? —levantó la cabeza orgullosa—. La opción de seguir el embarazo fue mía. Fue mi elección; mi deseo. Quiero a su hijo.


—¿Aunque los haya abandonado? —le preguntó desolado.


—Hay cosas mucho peores en la vida que un niño tiene que soportar además de no tener un padre —Paula le señaló amable. Vio por la expresión en los ojos de Pedro que él sabía justo a lo que se refería—. Este hijo... mi hijo, nunca dudará de mi amor.


Giró sobre los talones al hablar, pretendía que él comprendiera con claridad que quería que se fuera, temerosa de que si permanecía allí, obligándola a hablar de un tema tan emocional, se delataría. El ya la despreciaba, y se podía imaginar lo que sentiría si supiera que él era el padre del niño... que lo negaría.


Sus emociones se acrecentaban en su interior, la llenaban de pánico. Se movió con torpeza y tropezó con el tapete de la cocina.


Era algo que le había ocurrido docenas de veces antes, y se había jurado que movería el tapete o se desharía de él y después lo olvidaría hasta que le volvía a ocurrir, pero, en esta ocasión, la sorpresa combinada de la llegada de Pedro, más el temor natural que sentía por el bebé, hicieron que se tensara al percatarse que caía de frente, y gritó con pánico.


Pedro se movió de inmediato, pero no con la rapidez suficiente para detenerla y cuando se arrodilló a su lado preguntándole si estaba bien, lo único en lo que ella pudo pensar, fue en el bebé y se le llenaron los ojos de lágrimas.


—No te preocupes, todo estará bien —escuchó que Pedro le decía y antes que ella pudiera evitarlo, con gentileza la ayudó a ponerse de pie, apoyando el peso de Paula contra él y la guió hacia una silla una vez que ella se sintió con fuerza suficiente para moverse—. Quédate aquí —le indicó—. Llamaré al médico.


Paula quería protestar, decirle que no necesitaba su ayuda, pero temía demasiado por el estado de su hijo para decir o hacer nada. 


Atontada le indicó en dónde podía encontrar el número de su médico, mientras temblorosa se acomodaba en la silla. Deseaba que se relajaran sus músculos tensos, su mente suplicaba que la caída no tuviera consecuencias drásticas.


Se sentía mal y tenía la cabeza ligera, el estómago se le retorcía por la náusea.


Era sólo la sorpresa, se dijo, eso era todo, pero todo el tiempo fue consciente de la advertencia que le hicieran en el hospital y de lo frágil y preciosa que era la vida en su interior.



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