miércoles, 29 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 35





Esa noche volvió a soñar con Pedro. En su sueño, él se había enterado del bebé y estaba enojado con ella, le decía que todo era culpa de ella... que ella nunca se debió dejar embarazar, que si la decisión hubiera sido de él, nunca hubiera aceptado tener un hijo suyo.


Cuando despertó, el corazón le latía con fuerza y tenía frío; las lágrimas le rodaban por las mejillas y había pánico y sufrimiento en su corazón. No, Pedro, nunca se debía enterar del bebé, se dijo al sentarse sobre la cama. 


Temblando se rodeó las rodillas con los brazos en actitud protectora.


Se alegró de que él hubiera regresado a Londres. Esperaba que se quedara allá. Por su hijo, ella deseaba que no volviera, no quería volver a verlo, no quería que él se diera cuenta...
Contuvo una risa histérica. Si, por desgracia llegaba a regresar... si Pedro decidía transferir su oficina matriz a la localidad... sí se topara con él y notara que estaba embarazada... si preguntara por el padre de su hijo, ella tendría que fingir que el padre era el amante inexistente con quien él creía que ella sostenía un romance.


Afuera, había empezado a llover, pero el sonido la tranquilizó, le recordó los rosales que ordenó como le prometiera a su tía.


Un día, cuando el bebé estuviera lo suficientemente mayor para comprender, ella le contaría a su hijo de las rosas y de su tía.


¿Y le hablaría de Pedro? No estaba dispuesta a responder a esa pregunta. Se acomodó otra vez entre las almohadas y cerró los ojos. Cuando antes en realidad descuidaba su salud y no le importaba si comía o dormía bien, ahora, por el bienestar del bebé, se obligaba a desayunar, lo que por lo general no habría hecho. Se recordaba que el niño necesitaba los nutrimentos aunque a ella el tazón de cereal con leche le provocara náusea.


Le sorprendió lo calmada que se sentía, lo decidida que estaba; pareciera que su vida se hubiera recargado con una energía nueva, con nuevos objetivos.


Cuando llegó a la oficina de Laura un poco más tarde ese mismo día y anunció que quería regresar a su trabajo, Laura de inmediato empezó a amonestarla.


—Necesito el trabajo y el dinero —lo dijo Paula y añadió en voz baja—. Estoy embarazada, Laura.


Como lo esperaba, al principio, su amiga quedó demudada, pero no desaprobó la situación ni la criticó.


—No te preguntaré si estás segura de que esto es lo que quieres. Veo que lo es, aunque debo admitir que no me había dado cuenta...


—No fue planeado —la interrumpió Paula a toda prisa—. De hecho... fue un accidente. Si he de ser honesta, no fue sino hasta que tú mencionaste un embarazo la otra mañana, que pensé que yo podría estarlo.


—¿Y, el padre? —Laura le preguntó—. ¿Es... está dispuesto a...?


—No lo sabe y no quiero que lo sepa —le dijo Paula. Notó la expresión de su amiga y temblorosa añadió—: No querrá saberlo, Laura. No puedo entrar en todos los detalles. El hecho de que esté embarazada es mi responsabilidad, mi culpa si quieres... algo que ocurrió en... en un momento de locura. Algo que no había planeado ni imaginado siquiera que me pudiera suceder; pero ahora que ha ocurrido... quiero este bebé —le dijo decidida—. Sólo quisiera que la tía Maia todavía viviera.


—Bueno, no puedo fingir que no me has sorprendido —admitió Laura—, en estos días no es nada raro que una mujer se encargue sola de un hijo.


Una hora después, Paula salió de la oficina de Laura cargada de trabajo, suficiente como para mantenerse ocupada el restó de la semana. 


Justo al salir, Laura le dijo:
—Sé que es bastante egoísta de mi parte, pero sentí un gran alivio al verte llegar. Llamaron de la oficina de Pedro Alfonso esta mañana solicitando más empleados temporales, y si tú no hubieras tomado este trabajo me hubiera sido bastante difícil encontrar el personal del calibre necesario. Me moría por preguntar si ya saben si Pedro piensa transferir su matriz acá, pero desde luego, no es el tipo de pregunta que puedes hacer con facilidad, y, aunque la hubiera hecho, dudo que me dieran una respuesta. La encargada de personal es de la vieja escuela, tiene más de cincuenta años, es viuda y muy leal a su jefe.


Por fortuna, Paula le daba la espalda a Laura. 


Aún así, la aterraba que la tensión de su cuerpo pudiera traicionarla. Estaba segura de que ni siquiera podría pronunciar el nombre de Pedro sin que la voz le fallara, por lo que ignoró el comentario de su amiga y abrió la puerta.


—Te traeré esto tan pronto como esté listo —le dijo con voz ronca.


En seguida se detuvo en la hipotecaria, en donde extendió un cheque que liberaba la hipoteca y sintió un gran alivio al hacerlo.


Una cosa más que agradecerle a la tía Maia, reflexionó un tanto llorosa al salir de la oficina. 


Era cierto que podría haberlo hecho si vendía la cabaña y compraba algo más pequeño, más cerca del pueblo, sin jardín... un lugar en donde su hijo se vería privado del ambiente sano de la cabaña. Se hubiera visto más presionada y ansiosa si no fuera por el legado de su tía. 


Como estaban las cosas ahora, sabía que si por cualquier razón se creía incapaz de trabajar durante su embarazo, o tal vez, necesitaba de más tiempo que el normal para regresar al trabajo después de la llegada de su bebé, no sentiría el pánico de no saber cómo viviría durante ese tiempo.


Fue al supermercado, hizo sus compras con cuidado, consciente de que debía comer bien y los alimentos debían ser nutritivos.



ADVERSARIO: CAPITULO 34




Subió al auto y cerró los ojos. Sus pensamientos eran un torbellino de pánico y confusión. 


Embarazada... ¿cómo podía ser? Ella no estaba casada... no era parte de una relación. La idea de traer a un hijo al mundo, de dedicarse a su bienestar y crianza... la idea de ser una madre sin compañero, era algo que no había considerado.


Un bebé... un bebé de Pedro...


La sensación de afecto que la invadió le provocó lágrimas emotivas, hizo que quisiera reír y llorar al mismo tiempo. Embarazada... no podía ser. 


¿O sí?


Varias horas después, ella sabía, no sólo que podía estar embarazada, sino que lo estaba. 


También supo de inmediato que, a pesar de todos los problemas a los que se podría enfrentar, quería a ese niño... el hijo de Pedro.


Después de todo, otras mujeres lo hacían. Otras mujeres criaban solas a sus hijos. Está bien, tal vez, concebir su hijo fue lo último que pretendía cuando le suplicó a Pedro que le hiciera el amor. 


¿O, lo fue? ¿Hubo en algún sitio profundo de su subconsciente una necesidad desesperada de negar la conclusión de la vida de su tía creando una nueva vida?


Quizás era una idea tonta... el tipo de idea que una mujer embarazada tiende a considerar, pero que no podía negar. Después de todo, no era ingenua; siempre supo las consecuencias que sus actos podrían tener. Pedro mismo le advirtió, y ella ignoró esa advertencia... y no sólo la ignoró, sino que de manera deliberada, le permitió que pensara... Su cuerpo se tensó de repente.


El bebé, el hijo de Pedro... sería sólo de ella. El nunca sabría de su existencia, nunca querría saber. Después de todo, cuando hicieron el amor, él sólo respondía a ella en lo sexual sin considerar que podría crear una nueva vida.


Pero, se había creado una nueva vida. Una vida que ella adoraría, cuidaría... un hijo... el hijo de Pedro. La sensación de sufrimiento que le creó la aceptación de los hechos, hizo que Paula volviera a temblar.


En la clínica a donde fuera a confirmar su embarazo, le dieron un consejo imparcial. Si ella deseaba concluir...


Entonces supo que, a pesar de lo ilógico, de lo emotivo, de lo poco que consideró su respuesta inmediata, su decisión estaba tomada. Aunque, hasta ese momento pensar en un hijo, de quien ella asumiría toda responsabilidad, era algo que no había contemplado, ahora que estaba embarazada, su necesidad más imperiosa era proteger la nueva vida que llevaba en su seno. 


No por su tía, ni siquiera porque el bebé era de Pedro, sino porque estaba allí... porque le exigía su protección, sus cuidados, su amor, por el bebé mismo.


Embarazada... Se percató al escuchar la bocina impaciente del auto detrás de ella, que bloqueaba el resto del tránsito, perdida en sus pensamientos.


No fue sino hasta esa noche cuando pudo pensar con raciocinio en los aspectos prácticos de su embarazo. Desde luego que no se podría mantener en secreto, y ella no quería que fuera así... pero el papel de Pedro como padre del niño... eso tendría que ser...


Ella podía tener el derecho de dar a luz a un hijo, de amarlo y desearlo, pero no tenía el derecho de imponer ese hijo no deseado al padre, aun cuando quisiera hacerlo. Pero, la gente tendía a mostrar curiosidad... en especial, Laura. Era natural que su amiga quisiera saber.


Pero, todavía no... No por ahora. Esperaba que por el momento su amiga aceptara que el padre del niño era alguien de quien ella no deseaba hablar.


Sentada en la cocina, rodeando con los dedos la taza de te que bebía en lugar del cafe acostumbrado, ansió que su tía volviera para poder compartir ese momento con ella. Sabía que la mujer no la juzgaría ni la condenaría.


Sabía lo mucho que habría amado al bebé.




ADVERSARIO: CAPITULO 33





Diez minutos después, cuando apareció Paula le dijo:
—Horrible, ¿verdad? Debe haber sido el olor del café. Recuerdo cómo me afectaba cuando estaba embarazada... —se detuvo al ver que Paula palidecía más—. ¿Todavía te sientes mal?


Paula negó con la cabeza. El mareo había desaparecido. Sólo sentía la cabeza un poco ligera, como si flotara sobre el suelo, con el cuerpo hueco, vacío. No, no era una nueva sensación de náusea lo que la hizo palidecer, sino la referencia de Laura a un embarazo.


—¿Te importaría que fuéramos directo a casa? —dijo tensa.


—No, en lo absoluto —le aseguró Laura—. Pero, recuerda lo que te dije. Necesitas relajarte y descansar... no abrumarte con trabajo.  Aunque, no sé por qué te lo digo si eres la mejor programadora que tenemos trabajando para nosotros.


Escuchándola a medias, Paula tomó su bolso y se dirigió a la puerta.


El auto no estaba demasiado lejos, pero al llegar a él, descubrió que estaba bañada en sudor, el cuerpo le temblaba por dentro y por fuera.


Embarazada... no podía ser, ¿o sí? No después de sólo una noche... No...




martes, 28 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 32




—NO, no estás bien —le dijo Laura con firmeza al ignorar las negativas débiles de Paula.


Estaban sentadas en la oficina de Laura a donde Paula fue a entregar trabajo y a recoger un poco más, pero después de lanzar un vistazo al cuerpo tenso, encorvado y al rostro demasiado pálido, Laura la obligó a sentarse, y le dijo que creía que lo que Paula necesitaba era un poco de descanso en lugar de más trabajo.


—Pero, no quiero descansar —Paula volvió a protestar, añadió temblorosa—. Yo no puedo descansar...


—Entonces, alguien tendrá que obligarte a que lo hagas —le dijo Laura y añadió con un tono más amable—. Paula, sé como te sientes. Recuerdo cuando yo perdí a mi abuela, pero el hecho de que te enfermes no hará que regrese tu tía. Y sé que lo último que ella desearía es que te pongas en este estado.


Paula no podía hablar. Sabía que lo que Laura le decía era la verdad, y estaba demasiado avergonzada como para admitir ante su amiga que no era sólo la muerte de su tía lo que hacía que se sintiera así, tan deprimida, sin que le importara nada lo que le ocurría. Pero, ¿cómo podría contarle a Laura lo ocurrido con Pedro aquella noche, su comportamiento... las cosas que hizo... que dijo? Aún ahora el recuerdo era suficiente para que se sonrojara y se estremeciera. Y lo peor era que, debajo de su vergüenza y culpabilidad, durante la noche, cuando por el cansancio su mente no lograba controlar los impulsos de su cuerpo, ella sufría por él... todavía lo deseaba... todavía suplicaba que estuviera a su lado. Y, hasta cuando dormía, los sueños eran vividos y dolorosos, estaban llenos de su recuerdo, de un anhelo ilógico de que hubiera entre ellos una unión emocional que no existía.


Habían pasado quince días desde el entierro de su tía. Descubrió que muchas, muchas veces al día, hacía una anotación mental para recordar algunos de los pequeños incidentes que comentar con ella cuando la visitara en el hospital, sólo para tener que reconocer que era inútil, que su tía ya no estaba allí para escucharla; y, sin embargo, a menudo descubría que sostenía conversaciones imaginarias con ella, y de alguna manera encontraba consuelo al hacerlo, casi sentía la presencia de su tía, le parecía que la escuchaba... que la tranquilizaba.


Sí, pensaría en su tía, si no con aceptación, al menos con el entendimiento de que su muerte fue tranquila y digna y en la manera en la que ella la quería; la pérdida, el dolor, el pesar, esas eran sus emociones, no estaban manchadas por la muerte de su tía.


Pero, cuando se trataba de Pedro, sus pensamientos eran más turbulentos y dolorosos.


Cuando despertaba por la mañana, en realidad se sentía enferma por la tristeza y el anhelo.


Ese malestar debilitante era el responsable de su palidez y de la pérdida de peso, y de manera indirecta de la aseveración de Laura en cuanto a que necesitaba descanso, relajación, dejar de trabajar un poco. Pero no se atrevía a dejar dé trabajar. El trabajo era todo lo que permanecía entre ella y su obsesiva necesidad de pensar en Pedro, de recordarlo que sintió al tocarlo... al estar con él... al amarlo.


Se movió inquieta sobre la silla, haciendo que Laura frunciera el ceño.


—Bebe tu café —le sugirió Laura—. Después me tomaré un par de horas libres y tú y yo nos sentaremos en el jardín a descansar y a que te relajes un poco.


De inmediato Paula empezó a negar con la cabeza, pero se detuvo. ¿Qué objeto tenía discutir? Laura hablaba en serio, y ella no podía insistir en que necesitaba el trabajo para pagar su hipoteca.


Una de las mayores sorpresas fue enterarse de que su tía le dejó una suma considerable de dinero. Dinero que cuidadosa, ahorró durante muchos años, a través de miles de pequeños sacrificios que nunca se mencionaron, pero que al recordar, Paula podía ver con toda claridad y que le arrasaron los ojos de lágrimas cuando el abogado le leyó el testamento.


Ella hubiera querido gritar entonces que nunca hubo la necesidad de que su tía se abstuviera de los pequeños lujos que podrían haber hecho su vida más cómoda, sólo para dejarla segura en el aspecto financiero. Ella estaba joven y sana y era más que capaz de ganarse la vida. Y, sin embargo, en la carta que le dejara, su tía le explicaba que eso era algo que siempre quiso hacer por ella, añadir algo a la suma que le dejaron sus padres, y que fue invertida, usando los intereses para cubrir los gastos de las vacaciones de Paula o para la asignación que se le diera en sus días en la universidad.


La consideración de su tía, su interés, su amor, que la consolaban aunque ella ya no estuviera allí para hacerlo, hicieron que brotaran nuevas lágrimas en los ojos de Paula.


Poco después de la partida de Pedro, obtuvo la dirección de su oficina matriz en Londres y le envió un cheque regresando el alquiler que había pagado. Era demasiado orgullosa como para quedarse con el dinero que él dijera no tenía importancia. No sería importante para él, pero para ella lo era, y mucho.


—Bebe tu café —insistió Laura.


Obediente, Paula tomó la taza, pero en el instante en que él aroma le llegó a la nariz, la invadió una nausea tal, que tuvo que dejarlo, cubrirse la boca con la mano, se puso de pie, la palidez le dijo a Laura lo que sentía, por lo que la mujer se apresuró a su lado a ayudarla a ir al cuarto de baño.





ADVERSARIO: CAPITULO 31





Una vez en casa, subió y abrió la puerta del dormitorio que ocupara Pedro. Se veía en orden y desnudo, carente de todo recuerdo de él. Entró y se sentó sobre la cama... su cama... Miró la almohada blanca que nadie tocara. En alguna ocasión allí descansó su cabeza. Cerró los ojos, lo visualizó, sentía ahora el sufrimiento doloroso que la atacaba, le dio la bienvenida, era un castigo que merecía por sentirse así... era una tonta por haberse enamorado de un hombre que no estaba interesado en su amor.


Enamorado... formó una sonrisa plena de amargura. ¿Por qué no se había dado cuenta de la verdad antes... antes que fuera demasiado tarde... antes que ella de manera deliberada se lo ocultara a sí misma?


Sí, desde luego, el trauma de la muerte de su tía liberó sus inhibiciones, destruyó su auto control, la enloqueció por el dolor, por un rato, al menos; pero, no sólo fue eso lo que hizo que se apoyara en Pedro, que le hiciera suplicarle que le hiciera el amor. Su cuerpo, sus sentidos sabían lo que la mente se negaba a reconocer. ¿No era eso, después de todo, por lo que no trató de decirle la verdad, de corregir la idea errónea que tenía de ella, explicarle que no había un amante casado; pues, sabía que si lo hacía, si ella retiraba esa barrera que había entre ellos, quedaría vulnerable a él y a sus propios sentimientos?


Se cubrió el rostro con las manos y dio rienda suelta a su pena.


¿No tenía orgullo, auto estima? Sabía que él no la amaba. Lo supo esa noche, pero lo ignoró y en vez de eso...


Dejó escapar un gemido de dolor y de tortura. 


No era de extrañar que Pedro se hubiera ido con tanta prisa. ¿Se habría dado cuenta de lo que ella no quería admitir, vio más allá de su antagonismo aparente y reconoció los sentimientos que tenía por él? Rogaba que no hubiera sido así. Rogaba que él sólo creyera que ella lo usaba por que su amante la había dejado.


Se volvió a estremecer. Era un estremecimiento tenso. Se sintió mal otra vez... Se puso de pie, se dirigió al cuarto de baño.


Ese malestar constante la agotaba tanto, y apenas había probado bocado en todo el día, sólo un poco de la comida que Laura le preparara.


Desde luego que todo esto era ocasionado por la muerte de su tía. La gente reaccionaba de diferentes formas ante la pérdida y el dolor, ella lo sabía... no porque fuera el tipo de gente normal que sufría constantes ataques de náusea; de hecho...


Había cosas que tenía que hacer, pero, no logró reunir la energía. Se sentía acabada, vacía... agotada y al mismo tiempo reticente a hacer nada que la sacara de ese letargo. Era una isla protectora, más allá de donde los tiburones de la soledad, el dolor y la desesperación esperaban para atacarla con sus dientes agudos. No, ella estaba mejor... a salvo en donde se encontraba, rodeada del manto protector de la inercia...


Cansada se acostó sobre la cama, cerró los ojos, apoyó la mano sobre la almohada, la alisó, acariciándola como en una ocasión acariciara la piel de Pedro. Pero el contacto de la almohada no se parecía en nada al contacto de la piel; se mantenía inmóvil, inanimada, no respondía.



ADVERSARIO: CAPITULO 30




Algo le advirtió, antes de desdoblarlo, lo que contendría. Lo leyó de prisa, lo dejó caer sobre la mesa como si le quemara, primero palideció y después se sonrojó al darse cuenta de todo lo que no decía esa nota, breve y cortés.


Estaba disgustado con ella... enfermo por su comportamiento, y, ¿por qué no? Ella misma se sentía así. No le sorprendía que hubiera decidido irse... Temblando, tomó la nota otra vez y ausente alisó el papel. La escritura era clara y bien trazada. Se descubrió viendo la firma, la absorbía, la delineaba con la punta del dedo, como la noche anterior trazara un sendero erótico a lo largo de la parte interior del muslo de Pedro cuando él... Pasó saliva, confundida y abrumada por lo que sentía. Lo último que deseaba era verlo, tener que leer en su mirada el conocimiento de lo que hicieron, y sin embargo, en vez de alegrarse por el contenido de la nota, se sentía... abandonada, perdida, rechazada. Se sentía infeliz, tal como estaba la noche anterior cuando murió su tía. Pero, era tonto, imposible... Pedro Alfonso no significaba nada para ella... menos que nada, de hecho. 


Apenas lo conocía; se dijo con un estremecimiento.


Su menté la corrigió. Contra su voluntad, le pasó pequeñas imágenes de él en la mente. 


Inmisericorde, le recordó todo lo que sabía de Pedro; la manera como caminaba, los cambios de expresión que se reflejaban en los ojos, la manera en que se movía... el aroma del cuerpo, el sabor, el contacto de él.


Conocimiento físico, se desdeñó. No significaba nada.


Pero el conocimiento que tenía de él no sólo era físico; iba mucho más allá que eso. El era compasivo, solícito. Mantenía puntos de vista de la vida fuertes y firmes. Era una ironía que su línea de pensamiento fuera muy semejante a la suya. Como él, pensaba que era necesario que la pareja trabajara duro para mantener una relación sana, viva... que, una vez que se entregara a otra persona, sería de por vida, no sólo mientras la excitación sexual durara entre ellos; y, sin embargo, la noche anterior...


El teléfono por fortuna interrumpió sus pensamientos, y, sin embargo, al llegar a contestar y reconocer la voz de la enfermera del hospital, sintió un inmenso dolor de desilusión como si esperara que la llamada fuera de alguien más... como anhelaban sus sentidos; escuchar el sonido de la voz de Pedro.


La mujer le decía que lamentaba molestarla, pero tenía que hacerse cargo de ciertas formalidades, había cosas que hacer.


Temblorosa, Paula la escuchó y le agradeció sus consejos y sugerencias. El sepelio sería muy tranquilo, conocían a muy poca gente de la localidad, y, antes de eso, en el suburbio agitado en donde creciera, la gente iba y venía, y su tía siempre fue una persona reservada.


El pequeño pueblo se enorgullecía de tener una iglesia antigua con un cementerio tradicional y Paula sabía que su tía deseaba que la enterraran allí. Los días subsecuentes fueron muy dolorosos para Paula.


Tuvo muchas cosas que hacer, cosas que la mantuvieron ocupada igual que a su mente, y a pesar de toda la actividad, el dolor de su perdida era una carga que siempre estaba presente.


Durante la noche no podía dormir, permanecía acostada sobre la cama con los ojos abiertos, extenuada; recordaba cosas de su niñez, de su adolescencia... recordaba los pequeños y los grandes sacrificios que su tía hiciera por ella... recordaba y sufría por no poder decirle cuánto le agradecía todo lo que hizo por ella.


Lo ocurrido con Pedro era algo que había empujado a la parte posterior de su mente, se creía incapaz de enfrentarse a eso a la vez que a la muerte de su tía.


Las personas se mostraban amables, compasivas y comprensivas con ella, pero la pérdida era suya, no de la gente. Se sentía aislada de ellos, sola, de tal manera, que cuando lo consideraba, se aterrorizaba. Era como si en verdad hubiera una barrera física entre ella y el resto del mundo, como si su pena la apartara de ellos de cierta forma, como si la colocara en un sitio aparte.


No podía dormir ni comer, sentía náusea constante. Nada a su alrededor le parecía real.


Estas eran cosas que a menudo se sienten después de la muerte de un ser querido, le explicó la enfermera. Le sugirió que le serviría tener a alguien con quién hablar. Le explicó que la mayor parte de la gente se aleja, pues teme mencionar a la persona que se ha ido... teme parecer poco sensible. Pero, a menudo, lo que la persona necesita más que nada, es a alguien con quién hablar... alguien que escuche mientras hablan de la persona que han perdido.


—Contamos con un grupo que ayuda a las personas a salir de esta etapa. Si quiere yo...


Paula de inmediato negó con la cabeza.


—No, no. Estaré bien —le dijo con voz ronca—. Tengo que volver a trabajar... y hay otras cosas que hacer... La ropa de mi tía... sus papeles... y las rosas...


Notó el silencio compasivo que surgió después de que se negara a recibir ayuda, pero lo último que quería era hablar de su tía con alguien más... alguien que no la conoció... alguien que no sabía...


Paula reconoció que se comportaba de manera irracional, y sin embargo, se creía incapaz de hacer nada para evitarlo. Sentía como si cada músculo, cada fibra de su cuerpo, se tensara formando una bola de rechazo... no podía soportar que nadie se le acercara ni en lo físico, ni en lo emocional.


Laura Mather se ofreció a ayudarla, encargándose de los preparativos para el sepelio, pero Paula no aceptó su gentileza. 


Sería el último acto que hiciera por su tía... la prueba final de su amor...


Las emociones la controlaban, la impulsaban, tenía necesidades que no podía empezar a analizar, sus temores, su culpa se acrecentaba por su comportamiento la noche en que murió su tía. Sus recuerdos de esa noche eran algo que seguía acosándola y atormentándola. No podía olvidarlos, ni ignorarlos por más que lo intentara.


No era de sorprender que Pedro se fuera de la forma en que lo hizo. Debió estar disgustado con ella... pero no más que ella misma. Descubrió que no podía dejar de pensar en él... no podía dejar de recordar... ¿Por qué su recuerdo, su imaginación insistía en conjurar imágenes de él tocándola no sólo con deseo y pasión, sino con ternura, emoción, solicitud...? Cosas que ella sabía era imposible que él sintiera, como si su propia mente tuviera que disimular lo que ella hiciera en la falacia de algún tipo de unión emocional entre ellos... una unión que no era posible que existiera.


Se sentía como alguien atrapado en una trampa, así que, no importaba cuánto se retorciera y se volviera, no se podría librar de ella. Era como si al unirse a él hubiera de alguna manera creado dentro de sí un deseo emocional de su presencia. Cualquiera diría que lo amaba, no que sólo compartió la cama con él, se dijo amargada la mañana del sepelio de su tía. Así era como se comportaba; ¡como una mujer enamorada, y no sólo como una mujer que se hubiera entregado a alguien en un impulso sexual grotesco!


El sepelio fue tranquilo y de alguna manera le levantó el ánimo... la tranquilizó... la dejó con una conciencia extraña de la rectitud de las cosas, con una sensación inesperada de paz que aquietó el dolor agudo de su pérdida.


A pesar de sus protestas, Laura insistió en acompañarla, se paró a unos cuantos pasos de ella a un lado de la tumba.


Era una mañana fría, sin brisa y, antes de salir, Paula cortó cada una de las flores de los rosales, las ató con un sencillo listón de seda. Al colocarlas sobre el ataúd, se le nubló la vista por las lágrimas, y el desagradable sabor ácido de la náusea le llenó la garganta.


Sólo porque ya no estaría con ella en un sentido físico, no significaba que hubiera desaparecido el amor que sentía por ella, le dijo su tía antes de morir. Le dijo que siempre permanecería a su lado.




lunes, 27 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 29




Paula no quería despertar, era demasiado consciente de la infelicidad que la esperaba una vez que recuperara el sentido. Sin embargo, sabía que ya era muy tarde.


Ya percibía los sonidos de la mañana; los pájaros fuera de la ventana, la luz que entraba en la habitación, dos cosas que no iban de acuerdo a su estado de ánimo.


Los pájaros no debían cantar. El sol no debía brillar. El día debía ser un reflejo de lo que ella sentía, el cielo gris y cargado, oscuro anhelante de encontrar el alivio que la lluvia le pudiera proporcionar.


Su tía había muerto; hasta ahora empezaba a admitir la realidad. Se estremeció cuando las imágenes dolorosas empezaron a presentarse en su mente; su tía en el lecho del hospital, ella a su lado, abrazándola, hablando Con ella, después la pérdida de conciencia, y entonces, justo antes del fin, una lucidez breve. Apretó los ojos y se tensó cuando imágenes muy diferentes acudieron a su memoria... imágenes que nada tenían que ver con las largas horas que pasara al lado del lecho de su tía, imágenes que con seguridad no podían ser más que producto de su fantasía... imágenes que no podían ser reales, y que sin embargo, sus sentidos le decían que sí lo eran.


Se sentó sobre la cama, emitió un jadeo de sorpresa al notar que estaba desnuda. Al moverse con demasiada brusquedad, sintió los músculos tensos, el cuerpo dolorido. Su bata de felpa estaba bien doblada sobre una silla a un lado de la ventana, verla la tranquilizó un poco; el cuidado con el que estaba colocada allí negaba que hubiera sido descartada con el abandono de la pasión que sus sentidos le sugerían, pero al volver la cabeza y ver hacia la puerta cerrada del dormitorio, notó el hueco en la almohada junto a la suya, y cuando reaccionó y la tocó con dedos temblorosos, el contacto con el lino arrugado dejó escapar un leve pero muy masculino aroma de jabón y colonia que reconoció al instante.


Entonces, ¿era cierto? ¿Pedro Alfonso y ella fueron amantes la noche anterior? ¿Se aferró a el, le suplicó que la tocara, que la besara, que tomara su cuerpo...?


Emitió un sonido de negación en las profundidades de la garganta, fue un gemido de rechazo a la aceptación de algo que su mente no estaba dispuesta a permitir.


No lograba contener los recuerdos, sus palabras entrecortadas, los sentidos... el contacto, las caricias, cada una más sensual que la anterior, cada una más abrumadora, más condenatoria que la anterior.


La embargaba la angustia, tensaba los músculos como defensa a lo que su mente le decía, la comprensión de lo que hizo no la abandonaba.


Y ella no podía culparlo... no podía fingir que fue culpa de Pedro, que él la había instigado, ni siquiera podía decir que era el deseo lo que los llevó a convertirse en amantes. No, ella fue quien...


Paula se estremeció. Recordaba con toda claridad las cosas que le dijera, las súplicas... la manera en que lo tocara; y al hacerlo apenas lograba comprender por qué se comportó de esa manera. Le parecía tan extraño... tan increíble. 


No podía ser cierto. Y, sin embargo, sabía que lo era.


¿Qué le pasó? ¿Por qué se comportó de una manera que era totalmente ajena a su personalidad? Se encogió, recordaba contra su voluntad el placer que él le proporcionara, la intensidad de su propio deseo, el anhelo de tocarlo, de... amarlo. Pero, ¿por qué... por qué? 


Apenas lo conocía... ni siquiera le agradaba... y sin embargo, respondió con toda su sexualidad, de una manera que nunca soñó sería capaz de hacerlo.


Un estremecimiento de disgusto mientras se reprendía por su falta de auto control. Haberse comportado así, tan poco tiempo después de haber presenciado la muerte de su tía... Se sintió enferma, apartó las mantas y corrió al cuarto de baño.


Diez minutos después, contemplaba su imagen en el espejo; descompuesta. Contuvo una expresión de disgusto contra sí misma. 


Abrió el grifo del agua y se paró bajo el chorro helado de la ducha como si descara que el agua se llevara los recuerdos de lo que hizo la noche anterior.


No, no podía culpar a Pedro Alfonso por lo ocurrido, se dijo de-solada una vez que estuvo vestida. El sólo tomó lo que ella le ofrecía... y, ¿por qué no? Los hombres eran así, ¿no? Al menos algunos... aunque... Frunció el ceño, mordiéndose el labio inferior. Si le hubieran pedido su opinión, ella habría jurado que Pedro Alfonso no era el tipo de hombre que sucumbe con facilidad ante un apetito sexual. Ella lo creía más controlado, más... más pensante, y él le dijo con toda claridad lo que pensaba de ella... cómo la veía... la opinión que tenía de su relación con su supuesto amante.


Una sonrisa de amargura, le curvó los labios. 


Ella sólo tuvo un amante. Cerró los ojos meciéndose un poco al recordar contra su voluntad, la intensidad, la pasión con la que alentó a Pedro a que le hiciera el amor... cómo, a pesar de su falta de experiencia, de su falta de conocimiento práctico, de alguna manera, ella supo... Bien él podía ser su primer amante; sin embargo, su cuerpo lo deseaba, le dio la bienvenida con el anhelo, el conocimiento que hacían una burla de la tensión, la aprensión con la que se supone una mujer se enfrenta a su primera experiencia sexual completa.


Agradeció el tener la casa para ella sola. Miró a través de la ventana y notó que el auto de Pedro no estaba. No sabía cómo lograría volver a verlo. La noche anterior, era obvio, fue una cierta aberración mental, cierta reacción ocasionada por la muerte de su tía; esa era la única explicación racional que encontraba para su comportamiento inexplicable. Pero, ¿lo creería Pedro? ¿Le importaría acaso cuales fueron sus motivaciones? ¿Comprendería...?


Frunció el ceño al entrar en la cocina y ver el papel doblado sobre la mesa.