martes, 28 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 30




Algo le advirtió, antes de desdoblarlo, lo que contendría. Lo leyó de prisa, lo dejó caer sobre la mesa como si le quemara, primero palideció y después se sonrojó al darse cuenta de todo lo que no decía esa nota, breve y cortés.


Estaba disgustado con ella... enfermo por su comportamiento, y, ¿por qué no? Ella misma se sentía así. No le sorprendía que hubiera decidido irse... Temblando, tomó la nota otra vez y ausente alisó el papel. La escritura era clara y bien trazada. Se descubrió viendo la firma, la absorbía, la delineaba con la punta del dedo, como la noche anterior trazara un sendero erótico a lo largo de la parte interior del muslo de Pedro cuando él... Pasó saliva, confundida y abrumada por lo que sentía. Lo último que deseaba era verlo, tener que leer en su mirada el conocimiento de lo que hicieron, y sin embargo, en vez de alegrarse por el contenido de la nota, se sentía... abandonada, perdida, rechazada. Se sentía infeliz, tal como estaba la noche anterior cuando murió su tía. Pero, era tonto, imposible... Pedro Alfonso no significaba nada para ella... menos que nada, de hecho. 


Apenas lo conocía; se dijo con un estremecimiento.


Su menté la corrigió. Contra su voluntad, le pasó pequeñas imágenes de él en la mente. 


Inmisericorde, le recordó todo lo que sabía de Pedro; la manera como caminaba, los cambios de expresión que se reflejaban en los ojos, la manera en que se movía... el aroma del cuerpo, el sabor, el contacto de él.


Conocimiento físico, se desdeñó. No significaba nada.


Pero el conocimiento que tenía de él no sólo era físico; iba mucho más allá que eso. El era compasivo, solícito. Mantenía puntos de vista de la vida fuertes y firmes. Era una ironía que su línea de pensamiento fuera muy semejante a la suya. Como él, pensaba que era necesario que la pareja trabajara duro para mantener una relación sana, viva... que, una vez que se entregara a otra persona, sería de por vida, no sólo mientras la excitación sexual durara entre ellos; y, sin embargo, la noche anterior...


El teléfono por fortuna interrumpió sus pensamientos, y, sin embargo, al llegar a contestar y reconocer la voz de la enfermera del hospital, sintió un inmenso dolor de desilusión como si esperara que la llamada fuera de alguien más... como anhelaban sus sentidos; escuchar el sonido de la voz de Pedro.


La mujer le decía que lamentaba molestarla, pero tenía que hacerse cargo de ciertas formalidades, había cosas que hacer.


Temblorosa, Paula la escuchó y le agradeció sus consejos y sugerencias. El sepelio sería muy tranquilo, conocían a muy poca gente de la localidad, y, antes de eso, en el suburbio agitado en donde creciera, la gente iba y venía, y su tía siempre fue una persona reservada.


El pequeño pueblo se enorgullecía de tener una iglesia antigua con un cementerio tradicional y Paula sabía que su tía deseaba que la enterraran allí. Los días subsecuentes fueron muy dolorosos para Paula.


Tuvo muchas cosas que hacer, cosas que la mantuvieron ocupada igual que a su mente, y a pesar de toda la actividad, el dolor de su perdida era una carga que siempre estaba presente.


Durante la noche no podía dormir, permanecía acostada sobre la cama con los ojos abiertos, extenuada; recordaba cosas de su niñez, de su adolescencia... recordaba los pequeños y los grandes sacrificios que su tía hiciera por ella... recordaba y sufría por no poder decirle cuánto le agradecía todo lo que hizo por ella.


Lo ocurrido con Pedro era algo que había empujado a la parte posterior de su mente, se creía incapaz de enfrentarse a eso a la vez que a la muerte de su tía.


Las personas se mostraban amables, compasivas y comprensivas con ella, pero la pérdida era suya, no de la gente. Se sentía aislada de ellos, sola, de tal manera, que cuando lo consideraba, se aterrorizaba. Era como si en verdad hubiera una barrera física entre ella y el resto del mundo, como si su pena la apartara de ellos de cierta forma, como si la colocara en un sitio aparte.


No podía dormir ni comer, sentía náusea constante. Nada a su alrededor le parecía real.


Estas eran cosas que a menudo se sienten después de la muerte de un ser querido, le explicó la enfermera. Le sugirió que le serviría tener a alguien con quién hablar. Le explicó que la mayor parte de la gente se aleja, pues teme mencionar a la persona que se ha ido... teme parecer poco sensible. Pero, a menudo, lo que la persona necesita más que nada, es a alguien con quién hablar... alguien que escuche mientras hablan de la persona que han perdido.


—Contamos con un grupo que ayuda a las personas a salir de esta etapa. Si quiere yo...


Paula de inmediato negó con la cabeza.


—No, no. Estaré bien —le dijo con voz ronca—. Tengo que volver a trabajar... y hay otras cosas que hacer... La ropa de mi tía... sus papeles... y las rosas...


Notó el silencio compasivo que surgió después de que se negara a recibir ayuda, pero lo último que quería era hablar de su tía con alguien más... alguien que no la conoció... alguien que no sabía...


Paula reconoció que se comportaba de manera irracional, y sin embargo, se creía incapaz de hacer nada para evitarlo. Sentía como si cada músculo, cada fibra de su cuerpo, se tensara formando una bola de rechazo... no podía soportar que nadie se le acercara ni en lo físico, ni en lo emocional.


Laura Mather se ofreció a ayudarla, encargándose de los preparativos para el sepelio, pero Paula no aceptó su gentileza. 


Sería el último acto que hiciera por su tía... la prueba final de su amor...


Las emociones la controlaban, la impulsaban, tenía necesidades que no podía empezar a analizar, sus temores, su culpa se acrecentaba por su comportamiento la noche en que murió su tía. Sus recuerdos de esa noche eran algo que seguía acosándola y atormentándola. No podía olvidarlos, ni ignorarlos por más que lo intentara.


No era de sorprender que Pedro se fuera de la forma en que lo hizo. Debió estar disgustado con ella... pero no más que ella misma. Descubrió que no podía dejar de pensar en él... no podía dejar de recordar... ¿Por qué su recuerdo, su imaginación insistía en conjurar imágenes de él tocándola no sólo con deseo y pasión, sino con ternura, emoción, solicitud...? Cosas que ella sabía era imposible que él sintiera, como si su propia mente tuviera que disimular lo que ella hiciera en la falacia de algún tipo de unión emocional entre ellos... una unión que no era posible que existiera.


Se sentía como alguien atrapado en una trampa, así que, no importaba cuánto se retorciera y se volviera, no se podría librar de ella. Era como si al unirse a él hubiera de alguna manera creado dentro de sí un deseo emocional de su presencia. Cualquiera diría que lo amaba, no que sólo compartió la cama con él, se dijo amargada la mañana del sepelio de su tía. Así era como se comportaba; ¡como una mujer enamorada, y no sólo como una mujer que se hubiera entregado a alguien en un impulso sexual grotesco!


El sepelio fue tranquilo y de alguna manera le levantó el ánimo... la tranquilizó... la dejó con una conciencia extraña de la rectitud de las cosas, con una sensación inesperada de paz que aquietó el dolor agudo de su pérdida.


A pesar de sus protestas, Laura insistió en acompañarla, se paró a unos cuantos pasos de ella a un lado de la tumba.


Era una mañana fría, sin brisa y, antes de salir, Paula cortó cada una de las flores de los rosales, las ató con un sencillo listón de seda. Al colocarlas sobre el ataúd, se le nubló la vista por las lágrimas, y el desagradable sabor ácido de la náusea le llenó la garganta.


Sólo porque ya no estaría con ella en un sentido físico, no significaba que hubiera desaparecido el amor que sentía por ella, le dijo su tía antes de morir. Le dijo que siempre permanecería a su lado.




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