lunes, 27 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 29
Paula no quería despertar, era demasiado consciente de la infelicidad que la esperaba una vez que recuperara el sentido. Sin embargo, sabía que ya era muy tarde.
Ya percibía los sonidos de la mañana; los pájaros fuera de la ventana, la luz que entraba en la habitación, dos cosas que no iban de acuerdo a su estado de ánimo.
Los pájaros no debían cantar. El sol no debía brillar. El día debía ser un reflejo de lo que ella sentía, el cielo gris y cargado, oscuro anhelante de encontrar el alivio que la lluvia le pudiera proporcionar.
Su tía había muerto; hasta ahora empezaba a admitir la realidad. Se estremeció cuando las imágenes dolorosas empezaron a presentarse en su mente; su tía en el lecho del hospital, ella a su lado, abrazándola, hablando Con ella, después la pérdida de conciencia, y entonces, justo antes del fin, una lucidez breve. Apretó los ojos y se tensó cuando imágenes muy diferentes acudieron a su memoria... imágenes que nada tenían que ver con las largas horas que pasara al lado del lecho de su tía, imágenes que con seguridad no podían ser más que producto de su fantasía... imágenes que no podían ser reales, y que sin embargo, sus sentidos le decían que sí lo eran.
Se sentó sobre la cama, emitió un jadeo de sorpresa al notar que estaba desnuda. Al moverse con demasiada brusquedad, sintió los músculos tensos, el cuerpo dolorido. Su bata de felpa estaba bien doblada sobre una silla a un lado de la ventana, verla la tranquilizó un poco; el cuidado con el que estaba colocada allí negaba que hubiera sido descartada con el abandono de la pasión que sus sentidos le sugerían, pero al volver la cabeza y ver hacia la puerta cerrada del dormitorio, notó el hueco en la almohada junto a la suya, y cuando reaccionó y la tocó con dedos temblorosos, el contacto con el lino arrugado dejó escapar un leve pero muy masculino aroma de jabón y colonia que reconoció al instante.
Entonces, ¿era cierto? ¿Pedro Alfonso y ella fueron amantes la noche anterior? ¿Se aferró a el, le suplicó que la tocara, que la besara, que tomara su cuerpo...?
Emitió un sonido de negación en las profundidades de la garganta, fue un gemido de rechazo a la aceptación de algo que su mente no estaba dispuesta a permitir.
No lograba contener los recuerdos, sus palabras entrecortadas, los sentidos... el contacto, las caricias, cada una más sensual que la anterior, cada una más abrumadora, más condenatoria que la anterior.
La embargaba la angustia, tensaba los músculos como defensa a lo que su mente le decía, la comprensión de lo que hizo no la abandonaba.
Y ella no podía culparlo... no podía fingir que fue culpa de Pedro, que él la había instigado, ni siquiera podía decir que era el deseo lo que los llevó a convertirse en amantes. No, ella fue quien...
Paula se estremeció. Recordaba con toda claridad las cosas que le dijera, las súplicas... la manera en que lo tocara; y al hacerlo apenas lograba comprender por qué se comportó de esa manera. Le parecía tan extraño... tan increíble.
No podía ser cierto. Y, sin embargo, sabía que lo era.
¿Qué le pasó? ¿Por qué se comportó de una manera que era totalmente ajena a su personalidad? Se encogió, recordaba contra su voluntad el placer que él le proporcionara, la intensidad de su propio deseo, el anhelo de tocarlo, de... amarlo. Pero, ¿por qué... por qué?
Apenas lo conocía... ni siquiera le agradaba... y sin embargo, respondió con toda su sexualidad, de una manera que nunca soñó sería capaz de hacerlo.
Un estremecimiento de disgusto mientras se reprendía por su falta de auto control. Haberse comportado así, tan poco tiempo después de haber presenciado la muerte de su tía... Se sintió enferma, apartó las mantas y corrió al cuarto de baño.
Diez minutos después, contemplaba su imagen en el espejo; descompuesta. Contuvo una expresión de disgusto contra sí misma.
Abrió el grifo del agua y se paró bajo el chorro helado de la ducha como si descara que el agua se llevara los recuerdos de lo que hizo la noche anterior.
No, no podía culpar a Pedro Alfonso por lo ocurrido, se dijo de-solada una vez que estuvo vestida. El sólo tomó lo que ella le ofrecía... y, ¿por qué no? Los hombres eran así, ¿no? Al menos algunos... aunque... Frunció el ceño, mordiéndose el labio inferior. Si le hubieran pedido su opinión, ella habría jurado que Pedro Alfonso no era el tipo de hombre que sucumbe con facilidad ante un apetito sexual. Ella lo creía más controlado, más... más pensante, y él le dijo con toda claridad lo que pensaba de ella... cómo la veía... la opinión que tenía de su relación con su supuesto amante.
Una sonrisa de amargura, le curvó los labios.
Ella sólo tuvo un amante. Cerró los ojos meciéndose un poco al recordar contra su voluntad, la intensidad, la pasión con la que alentó a Pedro a que le hiciera el amor... cómo, a pesar de su falta de experiencia, de su falta de conocimiento práctico, de alguna manera, ella supo... Bien él podía ser su primer amante; sin embargo, su cuerpo lo deseaba, le dio la bienvenida con el anhelo, el conocimiento que hacían una burla de la tensión, la aprensión con la que se supone una mujer se enfrenta a su primera experiencia sexual completa.
Agradeció el tener la casa para ella sola. Miró a través de la ventana y notó que el auto de Pedro no estaba. No sabía cómo lograría volver a verlo. La noche anterior, era obvio, fue una cierta aberración mental, cierta reacción ocasionada por la muerte de su tía; esa era la única explicación racional que encontraba para su comportamiento inexplicable. Pero, ¿lo creería Pedro? ¿Le importaría acaso cuales fueron sus motivaciones? ¿Comprendería...?
Frunció el ceño al entrar en la cocina y ver el papel doblado sobre la mesa.
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Ay Dios eso pasa por no decir la verdad a tiempo...
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