miércoles, 29 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 35





Esa noche volvió a soñar con Pedro. En su sueño, él se había enterado del bebé y estaba enojado con ella, le decía que todo era culpa de ella... que ella nunca se debió dejar embarazar, que si la decisión hubiera sido de él, nunca hubiera aceptado tener un hijo suyo.


Cuando despertó, el corazón le latía con fuerza y tenía frío; las lágrimas le rodaban por las mejillas y había pánico y sufrimiento en su corazón. No, Pedro, nunca se debía enterar del bebé, se dijo al sentarse sobre la cama. 


Temblando se rodeó las rodillas con los brazos en actitud protectora.


Se alegró de que él hubiera regresado a Londres. Esperaba que se quedara allá. Por su hijo, ella deseaba que no volviera, no quería volver a verlo, no quería que él se diera cuenta...
Contuvo una risa histérica. Si, por desgracia llegaba a regresar... si Pedro decidía transferir su oficina matriz a la localidad... sí se topara con él y notara que estaba embarazada... si preguntara por el padre de su hijo, ella tendría que fingir que el padre era el amante inexistente con quien él creía que ella sostenía un romance.


Afuera, había empezado a llover, pero el sonido la tranquilizó, le recordó los rosales que ordenó como le prometiera a su tía.


Un día, cuando el bebé estuviera lo suficientemente mayor para comprender, ella le contaría a su hijo de las rosas y de su tía.


¿Y le hablaría de Pedro? No estaba dispuesta a responder a esa pregunta. Se acomodó otra vez entre las almohadas y cerró los ojos. Cuando antes en realidad descuidaba su salud y no le importaba si comía o dormía bien, ahora, por el bienestar del bebé, se obligaba a desayunar, lo que por lo general no habría hecho. Se recordaba que el niño necesitaba los nutrimentos aunque a ella el tazón de cereal con leche le provocara náusea.


Le sorprendió lo calmada que se sentía, lo decidida que estaba; pareciera que su vida se hubiera recargado con una energía nueva, con nuevos objetivos.


Cuando llegó a la oficina de Laura un poco más tarde ese mismo día y anunció que quería regresar a su trabajo, Laura de inmediato empezó a amonestarla.


—Necesito el trabajo y el dinero —lo dijo Paula y añadió en voz baja—. Estoy embarazada, Laura.


Como lo esperaba, al principio, su amiga quedó demudada, pero no desaprobó la situación ni la criticó.


—No te preguntaré si estás segura de que esto es lo que quieres. Veo que lo es, aunque debo admitir que no me había dado cuenta...


—No fue planeado —la interrumpió Paula a toda prisa—. De hecho... fue un accidente. Si he de ser honesta, no fue sino hasta que tú mencionaste un embarazo la otra mañana, que pensé que yo podría estarlo.


—¿Y, el padre? —Laura le preguntó—. ¿Es... está dispuesto a...?


—No lo sabe y no quiero que lo sepa —le dijo Paula. Notó la expresión de su amiga y temblorosa añadió—: No querrá saberlo, Laura. No puedo entrar en todos los detalles. El hecho de que esté embarazada es mi responsabilidad, mi culpa si quieres... algo que ocurrió en... en un momento de locura. Algo que no había planeado ni imaginado siquiera que me pudiera suceder; pero ahora que ha ocurrido... quiero este bebé —le dijo decidida—. Sólo quisiera que la tía Maia todavía viviera.


—Bueno, no puedo fingir que no me has sorprendido —admitió Laura—, en estos días no es nada raro que una mujer se encargue sola de un hijo.


Una hora después, Paula salió de la oficina de Laura cargada de trabajo, suficiente como para mantenerse ocupada el restó de la semana. 


Justo al salir, Laura le dijo:
—Sé que es bastante egoísta de mi parte, pero sentí un gran alivio al verte llegar. Llamaron de la oficina de Pedro Alfonso esta mañana solicitando más empleados temporales, y si tú no hubieras tomado este trabajo me hubiera sido bastante difícil encontrar el personal del calibre necesario. Me moría por preguntar si ya saben si Pedro piensa transferir su matriz acá, pero desde luego, no es el tipo de pregunta que puedes hacer con facilidad, y, aunque la hubiera hecho, dudo que me dieran una respuesta. La encargada de personal es de la vieja escuela, tiene más de cincuenta años, es viuda y muy leal a su jefe.


Por fortuna, Paula le daba la espalda a Laura. 


Aún así, la aterraba que la tensión de su cuerpo pudiera traicionarla. Estaba segura de que ni siquiera podría pronunciar el nombre de Pedro sin que la voz le fallara, por lo que ignoró el comentario de su amiga y abrió la puerta.


—Te traeré esto tan pronto como esté listo —le dijo con voz ronca.


En seguida se detuvo en la hipotecaria, en donde extendió un cheque que liberaba la hipoteca y sintió un gran alivio al hacerlo.


Una cosa más que agradecerle a la tía Maia, reflexionó un tanto llorosa al salir de la oficina. 


Era cierto que podría haberlo hecho si vendía la cabaña y compraba algo más pequeño, más cerca del pueblo, sin jardín... un lugar en donde su hijo se vería privado del ambiente sano de la cabaña. Se hubiera visto más presionada y ansiosa si no fuera por el legado de su tía. 


Como estaban las cosas ahora, sabía que si por cualquier razón se creía incapaz de trabajar durante su embarazo, o tal vez, necesitaba de más tiempo que el normal para regresar al trabajo después de la llegada de su bebé, no sentiría el pánico de no saber cómo viviría durante ese tiempo.


Fue al supermercado, hizo sus compras con cuidado, consciente de que debía comer bien y los alimentos debían ser nutritivos.



1 comentario:

  1. Que equivocada está Pau! Ese niño tiene derecho a conocer a su padre y Pedro tiene derecho a saber de la existencia de su hijo...

    ResponderBorrar