lunes, 27 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 29




Paula no quería despertar, era demasiado consciente de la infelicidad que la esperaba una vez que recuperara el sentido. Sin embargo, sabía que ya era muy tarde.


Ya percibía los sonidos de la mañana; los pájaros fuera de la ventana, la luz que entraba en la habitación, dos cosas que no iban de acuerdo a su estado de ánimo.


Los pájaros no debían cantar. El sol no debía brillar. El día debía ser un reflejo de lo que ella sentía, el cielo gris y cargado, oscuro anhelante de encontrar el alivio que la lluvia le pudiera proporcionar.


Su tía había muerto; hasta ahora empezaba a admitir la realidad. Se estremeció cuando las imágenes dolorosas empezaron a presentarse en su mente; su tía en el lecho del hospital, ella a su lado, abrazándola, hablando Con ella, después la pérdida de conciencia, y entonces, justo antes del fin, una lucidez breve. Apretó los ojos y se tensó cuando imágenes muy diferentes acudieron a su memoria... imágenes que nada tenían que ver con las largas horas que pasara al lado del lecho de su tía, imágenes que con seguridad no podían ser más que producto de su fantasía... imágenes que no podían ser reales, y que sin embargo, sus sentidos le decían que sí lo eran.


Se sentó sobre la cama, emitió un jadeo de sorpresa al notar que estaba desnuda. Al moverse con demasiada brusquedad, sintió los músculos tensos, el cuerpo dolorido. Su bata de felpa estaba bien doblada sobre una silla a un lado de la ventana, verla la tranquilizó un poco; el cuidado con el que estaba colocada allí negaba que hubiera sido descartada con el abandono de la pasión que sus sentidos le sugerían, pero al volver la cabeza y ver hacia la puerta cerrada del dormitorio, notó el hueco en la almohada junto a la suya, y cuando reaccionó y la tocó con dedos temblorosos, el contacto con el lino arrugado dejó escapar un leve pero muy masculino aroma de jabón y colonia que reconoció al instante.


Entonces, ¿era cierto? ¿Pedro Alfonso y ella fueron amantes la noche anterior? ¿Se aferró a el, le suplicó que la tocara, que la besara, que tomara su cuerpo...?


Emitió un sonido de negación en las profundidades de la garganta, fue un gemido de rechazo a la aceptación de algo que su mente no estaba dispuesta a permitir.


No lograba contener los recuerdos, sus palabras entrecortadas, los sentidos... el contacto, las caricias, cada una más sensual que la anterior, cada una más abrumadora, más condenatoria que la anterior.


La embargaba la angustia, tensaba los músculos como defensa a lo que su mente le decía, la comprensión de lo que hizo no la abandonaba.


Y ella no podía culparlo... no podía fingir que fue culpa de Pedro, que él la había instigado, ni siquiera podía decir que era el deseo lo que los llevó a convertirse en amantes. No, ella fue quien...


Paula se estremeció. Recordaba con toda claridad las cosas que le dijera, las súplicas... la manera en que lo tocara; y al hacerlo apenas lograba comprender por qué se comportó de esa manera. Le parecía tan extraño... tan increíble. 


No podía ser cierto. Y, sin embargo, sabía que lo era.


¿Qué le pasó? ¿Por qué se comportó de una manera que era totalmente ajena a su personalidad? Se encogió, recordaba contra su voluntad el placer que él le proporcionara, la intensidad de su propio deseo, el anhelo de tocarlo, de... amarlo. Pero, ¿por qué... por qué? 


Apenas lo conocía... ni siquiera le agradaba... y sin embargo, respondió con toda su sexualidad, de una manera que nunca soñó sería capaz de hacerlo.


Un estremecimiento de disgusto mientras se reprendía por su falta de auto control. Haberse comportado así, tan poco tiempo después de haber presenciado la muerte de su tía... Se sintió enferma, apartó las mantas y corrió al cuarto de baño.


Diez minutos después, contemplaba su imagen en el espejo; descompuesta. Contuvo una expresión de disgusto contra sí misma. 


Abrió el grifo del agua y se paró bajo el chorro helado de la ducha como si descara que el agua se llevara los recuerdos de lo que hizo la noche anterior.


No, no podía culpar a Pedro Alfonso por lo ocurrido, se dijo de-solada una vez que estuvo vestida. El sólo tomó lo que ella le ofrecía... y, ¿por qué no? Los hombres eran así, ¿no? Al menos algunos... aunque... Frunció el ceño, mordiéndose el labio inferior. Si le hubieran pedido su opinión, ella habría jurado que Pedro Alfonso no era el tipo de hombre que sucumbe con facilidad ante un apetito sexual. Ella lo creía más controlado, más... más pensante, y él le dijo con toda claridad lo que pensaba de ella... cómo la veía... la opinión que tenía de su relación con su supuesto amante.


Una sonrisa de amargura, le curvó los labios. 


Ella sólo tuvo un amante. Cerró los ojos meciéndose un poco al recordar contra su voluntad, la intensidad, la pasión con la que alentó a Pedro a que le hiciera el amor... cómo, a pesar de su falta de experiencia, de su falta de conocimiento práctico, de alguna manera, ella supo... Bien él podía ser su primer amante; sin embargo, su cuerpo lo deseaba, le dio la bienvenida con el anhelo, el conocimiento que hacían una burla de la tensión, la aprensión con la que se supone una mujer se enfrenta a su primera experiencia sexual completa.


Agradeció el tener la casa para ella sola. Miró a través de la ventana y notó que el auto de Pedro no estaba. No sabía cómo lograría volver a verlo. La noche anterior, era obvio, fue una cierta aberración mental, cierta reacción ocasionada por la muerte de su tía; esa era la única explicación racional que encontraba para su comportamiento inexplicable. Pero, ¿lo creería Pedro? ¿Le importaría acaso cuales fueron sus motivaciones? ¿Comprendería...?


Frunció el ceño al entrar en la cocina y ver el papel doblado sobre la mesa.





ADVERSARIO: CAPITULO 28





En esta ocasión, cuando ella se durmió, Pedro se obligó a dejarla, afligido, por ella y por él. El placer de Paula, las palabras de amor que murmurara, la respuesta a su manera de hacer el amor, las lágrimas de satisfacción; nada de eso era para él, no importaba cuánto lo hubiera hecho sentir como si él fuera el hombre... el único hombre que le pudiera dar tal placer, tal satisfacción.


Decidió que su deseo por él era originado por la necesidad que tenía Paula de castigar a su ex amante, o satisfacer un deseo sexual intenso. 


Ella estuvo muy alejada... perdida, o esa impresión le dio, en otro mundo... la mirada en los ojos tan lejana y desenfocada que él hasta llegó a preguntarse si ella sabía con quién estaba, si dentro de su corazón y su mente, en realidad lo había sustituido por su amante. 


Entonces quiso sacudirla, decirle quién era, para que ella pronunciara su nombre, hacerla que se percatara... Pero, ¿cómo podía culparla cuando él mismo no pudo resistir, no pudo controlar... no pudo contenerse y cedió ante la necesidad que tenía de amarla? Ya no podía quedarse allí, no después de lo ocurrido; y, sospechaba que ella, ya no lo querría a su lado. Cuando ella despertara a la mañana siguiente, lo último que querría ver sería su rostro. Y, si se quedaba... se estremeció. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar antes que él perdiera todo sentido de orgullo, de masculinidad, antes que él empezara a suplicarle que ella le entregara el compromiso emocional que él anhelaba?


La amaba, lo reconoció atribulado, mientras se deslizaba de la cama, tuvo cuidado para no molestarla, se paró a su lado, contempló la figura durmiente, anhelaba abrazarla y decirle lo que sentía... suplicarle que olvidara al otro hombre, un hombre que era claro no la merecía. 


Pero contuvo el deseo, sabía que ella no deseaba su amor. Sabía que no era a él a quien deseaba.


En silencio, recogió sus cosas, se movió cauteloso por la casa oscura para no alterar su sueño profundo, cuando tuvo todo listo, no resistió la necesidad de volver a verla. Regresó al dormitorio a contemplar la figura durmiente.


No lo pudo resistir, se inclinó, la besó en la frente, y después en la boca, le tocó la piel suave del brazo, se estremeció cuando la luz de la luna reveló la curva de los senos.


Los recuerdos de esa noche permanecerían con él el resto de su vida. Dudaba que ella lo recordara más de una semana, a menos que después fuera con enojo y resentimiento. Apretó la boca y caminó hacía la puerta.


Paula se movió en su sueño, emitió un leve sonido de protesta, frunció el ceño, su sueño se vio alterado un instante por el terror, por el peso inmenso de su pérdida emocional y su sufrimiento; pero, el sueño se volvió a apoderar de ella, se volvió a sumergir en él, necesitaba el olvido que le brindaba.


Afuera, Pedro lanzó un último vistazo a la cabaña antes de marcharse.


Sobre la mesa de la cocina había una nota que le dejara explicando que tenía asuntos que atender en Londres, y que pensaba que sería mejor que concluyera su acuerdo. No esperaba reembolso alguno y le deseaba la mejor de las suertes. No indicaba ninguna dirección a donde le enviara la correspondencia.





ADVERSARIO: CAPITULO 27




Pedro la volvió a abrazar, no tan cerca de su cuerpo como ella anhelaba que lo hiciera, pero, al menos, la abrazaba. Le cubría un seno con la mano. Escuchó como él respiraba con fuerza mientras ardiente, se acercaba a él. El se había deslizado sobre ella y entre las piernas. Paula sintió que pequeñas oleadas de emoción la recorrían cuando la tocaba. Cerró los ojos, le enterró las uñas en los hombros mientras se aferraba a él. Cuando Pedro la empujó sobre la cama, ella tembló por la necesidad y la anticipación, mantenía los ojos cerrados mientras rogaba que en esta ocasión él no se alejara, jadeó de placer cuando sintió que la boca de Pedro le acariciaba la cintura, el vientre, después más abajo, las manos le separaron los muslos mientras la boca acariciaba la sedosa carne interior.


Paula gritó en protesta, no estaba lista para aceptar ese nivel de intimidad, pero él ya había anticipado su tensión, la tranquilizaba acariciando el cuerpo con las manos mientras murmuraba contra la piel.


—Shhh... Está bien. Sólo quiero darte placer, Paula. Mostrarte... —dejó de hablar, le mordisqueaba la carne, la hacía olvidar su negativa, en tanto el cuerpo indefenso respondía a su sensualidad, la hacía gritar suplicante cuando él la acariciaba con una intimidad tierna. 


El contacto de la mano y la boca era tan solícito y seguro que ella no tenía manera de controlar la intensidad de su respuesta, indefensa se entregaba a los estremecimientos violentos de placer que le contraían los músculos, que hacían que gritara de placer, que anhelara su contacto, que después cediera entre sus brazos en tanto Pedro la tranquilizaba, calmaba sus sentidos extenuados, la sostenía cerca. 


Mientras Paula caía en un sueño profundo, amargado, envidiaba a su amante, el hombre a quien él sabía estaba destinada toda su pasión... el hombre que la rechazara para regresar a su esposa.


Cielo santo, si él fuera su amante... si él fuera quien... Los brazos la rodearon con más fuerza. Pedro supo casi desde el instante en que la conoció lo que sentía por ella. Lo supo y trató de ignorarlo. Siempre fue cauteloso, nunca se permitió enamorarse... nunca se permitió desear a una mujer a ese extremo, sabía que lo que él querría ofrecer y lo que esperaba a cambio, significaría matrimonio... un matrimonio que tendría que durar toda la vida. Y ahora, él había roto todas sus reglas; se enamoró de una mujer que era obvio estaba enamorada de otro hombre... una mujer que lo usó en lo sexual como sustituto del hombre que en verdad deseaba. Se estremeció, sabía que por orgullo propio debía irse ahora, y sabía a la vez que sería incapaz de hacerlo.


Ella se movió entre sus brazos y de manera inesperada, abrió los ojos, con la mirada borrosa por el sueño. Extendió los brazos, lo miró directo a los ojos mientras en voz baja le suplicaba:
—Hazme el amor, Pedro. Te necesito tanto. No me importa que no puedas... que no... No importa.


Al escucharse pronunciar las palabras, Paula sintió un pequeño estremecimiento que se iniciaba muy en su interior, una pequeña grieta en la burbuja protectora que la rodeara desde el momento de la muerte de su tía, y por un instante subió a la superficie a enfrentarse a la realidad, la sorpresa originada por lo que hacía hizo que se le tensara el cuerpo... pero, en ese momento Pedro ya la tocaba, le decía lo tentadora que era para él, la abrazaba, le guiaba las manos a su cuerpo mientras Pedro le suplicaba que lo amara como él la amaba, se movía con tal poder contra ella cuando lo tocó que él éxtasis que le ocasionó la respuesta del cuerpo varonil al propio, hizo que lo olvidara todo.


Deseaba conocerlo de esa manera tan íntima, admitió, cuando lo tocó y percibió la respuesta de su propio cuerpo a su excitación. Quería acariciarlo con las manos y la boca... quería explorarlo, conocerlo en lo íntimo hasta donde le fuera a una mujer permitido conocer a un hombre.


Llevada por los sentimientos, por las necesidades que nacieron al morir su tía, necesidades que ahogaban la voz cautelosa de la razón y la realidad que la hubieran obligado a percatarse de lo que hacía, lo acarició y lo besó, acarició con lentitud cada parte del cuerpo, se regocijó en la libertad que tenía para hacerlo. 


Ella supo, que cada vez que él se estremecía y protestaba, en su propio cuerpo había una respuesta, una necesidad; que, aunque ella disfrutaba del placer de tocarlo, también disfrutaba al saber que lo incitaba de manera deliberada hasta el punto en que la abrazaría y se posesionaría de ella, movería el cuerpo poderoso dentro de ella, la haría responder a su deseo. Y, aún entonces, sabiéndolo, todavía no era consciente de que lo que la impulsaba, era su propia necesidad instintiva de crear vida en el lugar de la muerte...


¿Por qué debía saber que a pesar de todo el antagonismo existente entre ellos, habría esa pasión, esa necesidad... ese anhelo compulsivo que ninguno de los dos podía controlar, cuando al fin él cedió a sus súplicas y ella sintió su calidez y fuerza moviéndose dentro de ella, llenándola; inundándola primero con deseo y necesidad, y después con una satisfacción tan intensa que el cuerpo de Paula no soportaba la idea de tener que permitir que él se fuera?



domingo, 26 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 26




Paula lo veía con la boca seca, el corazón le latía con fuerza, tenía los sentidos tan envueltos en su propio deseo que no había lugar para nada más. Respiraba agitada cuando él se quitó la ropa.


Lo había visto así en una ocasión anterior... 


Entonces ella no se permitió reconocer su propia respuesta a su masculinidad. Entonces luchó 
para no considerar el efecto que tenía en ella. 


En esta ocasión...


Paula se hincó sobre la cama, ignoraba su propia desnudez, lo veía con grandes ojos redondos, oscurecidos por la excitación. 


Mientras lo estudiaba, se estremeció, con la punta de la lengua se humedeció los labios. 


Escuchó que Pedro decía algo, pero las palabras no tenían importancia, el tono de deseo en la voz le decía todo lo que ella quería saber, hacía que respondiera, que los músculos del estómago se tensaran y los senos se endurecieran.


—¿Sabes lo que me haces cuando me ves así? —escuchó que Pedro gruñía al acercarse a ella—. Me haces sentir como si fuera el único hombre que has visto, como si fuera el único que quieres ver. Me miras como si no te cansaras de hacerlo. Me parece que te mueres por tocarme... por amarme...


La voz ya no era más que un murmullo ronco. La chica podía ver la tensión en la mirada, el deseo, la necesidad. Aunque el cuerpo no hubiera ya proclamado el deseo que sentía por ella, la voz, los ojos, la manera en que temblaba al abrazarla, se lo decían con toda seguridad.


—Tócame, Paula —le suplicaba—. Tócame... bésame... ámame... porque si no... Voy... —se interrumpió y entonces, maldijo—. ¡Cielos, no puedo! —había tensión en la voz. Entonces, bajó la boca al seno, al principio con gentileza como si temiera lastimarla, y luego, al perder el control, con menos gentileza, por lo que ella gritó por un placer, se arqueó contra él, lo invitó a la pasión, encendió las reacciones en él con el fuego del abandono de su propio cuerpo.


Cuando él la tocó, ansiosa Paula se movió más cerca de él, lo detuvo la mano contra su cuerpo cuando quiso apartarla, le decía con esto cuanto placer le proporcionaba, le suplicaba que no lo dejara de hacer, pero en esa ocasión, él se resistió, la apartó de él, le decía algo que ella no escuchó sino hasta que lo repitió, el tono era duro, casi enojado al decirle:
—No puedo, Paula. No puedo hacerte el amor. No tengo manera de protegerte... y, que Dios me ayude, no puedo confiar en que yo no...


Ella tardó unos segundos en comprender lo que él trataba de decirle, y cuando lo hizo, su cuerpo registró el resentimiento, la negación al cuidado que él trataba de infundir en ella.


Pedro empezaba a apartarse de ella, pero al ver el cuerpo, tan masculino, tan excitado, diseñado con tal perfección, como para satisfacer cada una de sus necesidades, Paula se acercó, le enterró los dedos en las muñecas tratando de luchar para que no se alejara.


Pedro... No, por favor... Te deseo.


Ella se escuchó pronunciar las palabras, y se percató del abandono con el que las decía, del deseo que encerraban. No podía concebir que fuera ella, Paula, quien las dijera, quien se comportara así.


—Tranquila... Está bien, está bien.




ADVERSARIO: CAPITULO 25





Cuando la mano de Pedro le tocó el hombro, tratando con gentileza de apartarla, ella se aferró a él, la tela húmeda se resbaló revelando la curva satinada del cuello y el hombro, la suavidad redondeada del brazo y la curva compleja del seno.


—Paula...


Su mente, sus sentidos registraron la protesta, la negación en la voz de Pedro, pero algo más profundo, algo instintivo y femenino, reconoció que detrás de la negación estaba el deseo masculino, la respuesta a su calidad de mujer. 


Frenética, se lanzó en su búsqueda, lo deseaba, lo necesitaba, su mente cedía en su totalidad a las exigencias de su cuerpo, de sus sentimientos.


Buscó la mano que lo apartara de su cuerpo, colocó los dedos sobre la muñeca, la inesperada demostración dé fuerza lo tomó por sorpresa por lo que ella se inclinó hacia él, le llevó la mano al seno antes que él pudiera detenerla, tenía los labios suaves, abiertos mientras murmuraba contra los de él.


—Por favor... por favor... Te necesito...


Paula escuchó el jadeo de Pedro, sintió su titubeo y habría reaccionado, habría permitido que la realidad traspasara el tormento de su dolor para percatarse de lo que hacía, si la piel ardiente no hubiera reaccionado de repente al aire fresco y al contacto de la mano de Pedro, el pezón se endureció, presionó la mano, haciendo que él respondiera de inmediato a la tentación, el pulgar trazó círculos sobre la piel suave, la boca, de repente, casi con fiereza, se abrió sobre ella, tomó la iniciativa, la ahogó en una oleada de sensaciones que ella no tuvo fuerza con qué resistir.


Ahora le cubría los senos con las dos manos, le acariciaba el cuerpo de una manera desconocida para ella, la hacía sufrir y desear, la hacía olvidar todo, menos el deseo que ardía fuera de control en su interior.


Ella nunca había experimentado nada igual en toda su vida, nunca soñó que pudiera existir tal anhelo, tal intensidad, tal deseo compulsivo. La abrumaba, hacía que olvidara todo lo demás, hacía que gimiera bajo la presión del beso de Pedro. Se quitó la bata, sus sentidos respondían con fiereza al profundo estremecimiento que ocasionaba la reacción en él, lo presionó con su cuerpo, le acarició los hombros y la espalda con las manos, sintió los músculos tensos bajo la piel al tocarlo, sabía que la deseaba, y glorificándose al saberlo, en el poder de su cuerpo, por su feminidad que lo excitaba, se arqueó contra él mientras Pedro la acariciaba, le cubría los senos con las manos... le acariciaba las costillas, la cintura, las caderas, la acercaba tanto a él, que podía sentir la dureza de su excitación.


Parecía no importarle que, nunca, hubiera hecho nada como eso, que nunca lo hubiera imaginado, ni siquiera se hubiera imaginado a sí misma tan fuera de control, llevada por el deseo, pues siempre estuvo convencida de que una intensidad sexual como esa, sólo podía ser ocasionada por una intensidad igual de amor emocional. Quería a ese hombre... lo necesitaba... sufría por él...


Se lo dijo. Murmuraba las palabras entre gemidos de placer, las pronunciaba temblorosa a su oído cuando él respondía a sus súplicas, le decía cuánto disfrutaba del contacto áspero de las puntas de sus dedos contra su piel, de cómo necesitaba la calidez de la boca, las caricias delicadas de la lengua, la fuerza y el poder del cuerpo, le decía cosas que nunca soñó sabría decir, le comunicaba lo profundo y lo intenso de su necesidad con una sensualidad que ella nunca pensó poseer.


Era casi como si otra persona la controlara... como si hubiera sufrido un cambio poderoso, irresistible de personalidad.


Impaciente, tiró de la camisa, quería tener la libertad para tocarlo de la misma manera con que él la tocaba a ella, casi sollozaba impaciente mientras luchaba con los botones, casi derramó lágrimas de alivio cuando él la ayudó. Las manos de Pedro temblaban un poco cuando tiró de la camisa y empezó a desabrocharse el cinturón.





ADVERSARIO: CAPITULO 24





Cuando llegó a casa, se fue directo a la cama, necesitaba el escape que le podría proporcionar el sueño.


Durmió todo el día. Despertó cuando el sol vespertino entró por su ventana.


Pasaron varios segundos antes que recordara lo ocurrido. Cuando lo hizo, empezó a temblar con violencia. Se sentía enferma por la pérdida.


Llamó el teléfono, pero ella lo ignoró. Todavía no estaba dispuesta a enfrentarse al mundo, a aceptar que la vida de su tía había concluido. 


Quería estar a solas con sus recuerdos... con su dolor...


Se levantó y se dio una ducha. Se lavó el cabello y descubrió que estaba demasiado cansada para molestarse en vestirse. Sacó una bata de felpa que su tía le regalara la Navidad anterior, al acariciar la suavidad del material, sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. 


Cerró los párpados, los apretó para contener las lágrimas. Al abrir la puerta del cuarto de baño se encontraba frente a la puerta del dormitorio de su tía.


Tambaleante caminó hacia ella y la abrió. El aroma de la colonia de Maia todavía se percibía. Los cepillos y el espejo con mango de plata brillaban sobre el tocador de nogal.


Los padres de su tía le regalaron ese juego cuando ella cumplió veintiún años. Paula se acercó despacio y tomó el espejo. La fecha de nacimiento de Maia y sus iniciales estaban grabadas en él. Tocó el grabado con un dedo. Sintió un dolor ardiente en el corazón, un sufrimiento que sólo al estar entre las posesiones de su tía menguaba un poco, era como si la habitación misma fuera un bálsamo tranquilizante. Miró la cama, recordó cuantas veces de niña, durante los primeros meses después de la muerte de sus padres, corría al dormitorio, subía al lecho y encontraba consuelo entre sus brazos.


¿Le habría dicho a su tía cuánto la amaba... cuánto agradecía todo lo que hizo por ella? ¿Le había mostrado, como ella lo hiciera, lo poderoso de su amor...?


La invadieron sensaciones de culpabilidad y desesperación. Sentía la tremenda necesidad de regresar en el tiempo, de decirle a Maia todas esas cosas que temía no haberle dicho. Advirtió cómo empezaba a temblar, la culpa le reprochaba tantos pequeños detalles. Caminó hacia la puerta, la cerró al salir y se dirigió a su propio dormitorio. Tenía la vista borrosa por las lágrimas. Se sentó sobre la cama, buscó su pañuelo en el bolso de mano, pero temblaba tanto, que lo volteó y el contenido cayó sobre la cama y parte al suelo. Las llaves de su tía estaban sobre la cama a su lado y al verlas, tuvo que volver a la realidad, lanzó un grito de angustia y de negación, el dolor la sobrecogió al verlas, sufría al protestar:
—No... No... No...


Entregada a su pena, no escuchó el auto en el exterior, ni la puerta que se abría, no fue sino hasta que escuchó su voz que se percató de que Pedro Alfonso ya estaba en casa.


—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo malo?


Ella se volvió al escuchar la voz, estaba demasiado sorprendida para intentar ocultar su pena, olvidó que llevaba la bata puesta y que ésta se pegaba a su cuerpo revelando que no llevaba nada abajo, no se percató de laa conclusiones a las que llegaba Pedro.


—Concluyó, ¿cierto? —le dijo él, brusco. 


Confundida Paulaa pensaba que se refería a la muerte de su tía. Estaba demasiado alterada, sólo asintió con la cabeza cuando él entró en su dormitorio, dándose cuenta del contenido de su bolso sobre la cama y el suelo y en especial del juego extra de llaves de la casa.


—Traté de advertirte que esto pasaría —escuchó que él decía, las palabras rebotaban en ella, carecían de significado, tenía el rostro invadido por el dolor al volverse a verlo sin lograr enfocar la mirada.


—Oh, Dios, ¿cómo pudo hacerte esto? —escuchó que decía Pedro entonces, se sentó a su lado sobre la cama, se acercó a ella, le ofreció el consuelo de sus brazos, su calidez... le ofreció la compasión física que ella tanto necesitaba, la sensación que le produjera su abrazo le recordó el amor que recibiera de su tía, por lo que ciega, lo aceptó, le permitió que la abrazara mientras ella dejaba escapar todo su sufrimiento, apenas se percataba de quién era él, lo único que sabía era que le ofrecía consuelo.


Cuando Paula sintió que Pedro le apartaba el cabello húmedo del rostro y se hizo una cierta distancia entre ellos, ella por instinto reaccionó, se opuso a que se separara, se aferró a él y protestó.


—No... Por favor...


Se sentía tan seguro, tan cálido... el aroma de la piel la consolaba tanto. Quería quedarse así, entre sus brazos, por siempre. Temblaba, sus emociones, sus necesidades cambiaron con tal velocidad de las de una niña a las de una mujer, que apenas notó lo que ocurría, sólo percibía la necesidad intenso de permanecer con él, de obtener una satisfacción a los deseos complejos que la motivaban.



sábado, 25 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 23




Antes que la mano de la enfermera le apretará más el hombro, Paula supo que se había ido, pero todavía continuaba abrazándola, inclinó la cabeza sobre la de su tía, y dejó escapar las lágrimas que con tanto esfuerzo lograra contener tanto tiempo.


La enfermera comprendía, la dejó que diera rienda suelta a su dolor, antes de obligarla a que soltara a la anciana y acomodara el cuerpo sin vida sobre el lecho.


—¿Puedo... quedarme un rato aquí con ella? —murmuró Paula.


La mujer asintió en silencio y se alejó sin hacer ruido.


Más tarde, Paula no supo cuánto tiempo permaneció allí, sentada al lado de su tía. 


Tampoco podía recordar todo lo que le dijera, sólo que habló tanto, que le dolía la garganta, o tal vez era por las lágrimas... sólo sabía que cuando al fin la enfermera le dijo que era hora de que se retirara, se sentía atontada, consciente del hecho de que su tía había muerto y sin embargo todavía incapaz de admitirlo.


Tendría que hacer muchas cosas... lo sabía, y sin embargo, al salir del hospital para ir a casa, no lograba pensar más que en que todo había terminado, que su tía estaba muerta.