lunes, 27 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 27




Pedro la volvió a abrazar, no tan cerca de su cuerpo como ella anhelaba que lo hiciera, pero, al menos, la abrazaba. Le cubría un seno con la mano. Escuchó como él respiraba con fuerza mientras ardiente, se acercaba a él. El se había deslizado sobre ella y entre las piernas. Paula sintió que pequeñas oleadas de emoción la recorrían cuando la tocaba. Cerró los ojos, le enterró las uñas en los hombros mientras se aferraba a él. Cuando Pedro la empujó sobre la cama, ella tembló por la necesidad y la anticipación, mantenía los ojos cerrados mientras rogaba que en esta ocasión él no se alejara, jadeó de placer cuando sintió que la boca de Pedro le acariciaba la cintura, el vientre, después más abajo, las manos le separaron los muslos mientras la boca acariciaba la sedosa carne interior.


Paula gritó en protesta, no estaba lista para aceptar ese nivel de intimidad, pero él ya había anticipado su tensión, la tranquilizaba acariciando el cuerpo con las manos mientras murmuraba contra la piel.


—Shhh... Está bien. Sólo quiero darte placer, Paula. Mostrarte... —dejó de hablar, le mordisqueaba la carne, la hacía olvidar su negativa, en tanto el cuerpo indefenso respondía a su sensualidad, la hacía gritar suplicante cuando él la acariciaba con una intimidad tierna. 


El contacto de la mano y la boca era tan solícito y seguro que ella no tenía manera de controlar la intensidad de su respuesta, indefensa se entregaba a los estremecimientos violentos de placer que le contraían los músculos, que hacían que gritara de placer, que anhelara su contacto, que después cediera entre sus brazos en tanto Pedro la tranquilizaba, calmaba sus sentidos extenuados, la sostenía cerca. 


Mientras Paula caía en un sueño profundo, amargado, envidiaba a su amante, el hombre a quien él sabía estaba destinada toda su pasión... el hombre que la rechazara para regresar a su esposa.


Cielo santo, si él fuera su amante... si él fuera quien... Los brazos la rodearon con más fuerza. Pedro supo casi desde el instante en que la conoció lo que sentía por ella. Lo supo y trató de ignorarlo. Siempre fue cauteloso, nunca se permitió enamorarse... nunca se permitió desear a una mujer a ese extremo, sabía que lo que él querría ofrecer y lo que esperaba a cambio, significaría matrimonio... un matrimonio que tendría que durar toda la vida. Y ahora, él había roto todas sus reglas; se enamoró de una mujer que era obvio estaba enamorada de otro hombre... una mujer que lo usó en lo sexual como sustituto del hombre que en verdad deseaba. Se estremeció, sabía que por orgullo propio debía irse ahora, y sabía a la vez que sería incapaz de hacerlo.


Ella se movió entre sus brazos y de manera inesperada, abrió los ojos, con la mirada borrosa por el sueño. Extendió los brazos, lo miró directo a los ojos mientras en voz baja le suplicaba:
—Hazme el amor, Pedro. Te necesito tanto. No me importa que no puedas... que no... No importa.


Al escucharse pronunciar las palabras, Paula sintió un pequeño estremecimiento que se iniciaba muy en su interior, una pequeña grieta en la burbuja protectora que la rodeara desde el momento de la muerte de su tía, y por un instante subió a la superficie a enfrentarse a la realidad, la sorpresa originada por lo que hacía hizo que se le tensara el cuerpo... pero, en ese momento Pedro ya la tocaba, le decía lo tentadora que era para él, la abrazaba, le guiaba las manos a su cuerpo mientras Pedro le suplicaba que lo amara como él la amaba, se movía con tal poder contra ella cuando lo tocó que él éxtasis que le ocasionó la respuesta del cuerpo varonil al propio, hizo que lo olvidara todo.


Deseaba conocerlo de esa manera tan íntima, admitió, cuando lo tocó y percibió la respuesta de su propio cuerpo a su excitación. Quería acariciarlo con las manos y la boca... quería explorarlo, conocerlo en lo íntimo hasta donde le fuera a una mujer permitido conocer a un hombre.


Llevada por los sentimientos, por las necesidades que nacieron al morir su tía, necesidades que ahogaban la voz cautelosa de la razón y la realidad que la hubieran obligado a percatarse de lo que hacía, lo acarició y lo besó, acarició con lentitud cada parte del cuerpo, se regocijó en la libertad que tenía para hacerlo. 


Ella supo, que cada vez que él se estremecía y protestaba, en su propio cuerpo había una respuesta, una necesidad; que, aunque ella disfrutaba del placer de tocarlo, también disfrutaba al saber que lo incitaba de manera deliberada hasta el punto en que la abrazaría y se posesionaría de ella, movería el cuerpo poderoso dentro de ella, la haría responder a su deseo. Y, aún entonces, sabiéndolo, todavía no era consciente de que lo que la impulsaba, era su propia necesidad instintiva de crear vida en el lugar de la muerte...


¿Por qué debía saber que a pesar de todo el antagonismo existente entre ellos, habría esa pasión, esa necesidad... ese anhelo compulsivo que ninguno de los dos podía controlar, cuando al fin él cedió a sus súplicas y ella sintió su calidez y fuerza moviéndose dentro de ella, llenándola; inundándola primero con deseo y necesidad, y después con una satisfacción tan intensa que el cuerpo de Paula no soportaba la idea de tener que permitir que él se fuera?



No hay comentarios.:

Publicar un comentario