lunes, 27 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 28
En esta ocasión, cuando ella se durmió, Pedro se obligó a dejarla, afligido, por ella y por él. El placer de Paula, las palabras de amor que murmurara, la respuesta a su manera de hacer el amor, las lágrimas de satisfacción; nada de eso era para él, no importaba cuánto lo hubiera hecho sentir como si él fuera el hombre... el único hombre que le pudiera dar tal placer, tal satisfacción.
Decidió que su deseo por él era originado por la necesidad que tenía Paula de castigar a su ex amante, o satisfacer un deseo sexual intenso.
Ella estuvo muy alejada... perdida, o esa impresión le dio, en otro mundo... la mirada en los ojos tan lejana y desenfocada que él hasta llegó a preguntarse si ella sabía con quién estaba, si dentro de su corazón y su mente, en realidad lo había sustituido por su amante.
Entonces quiso sacudirla, decirle quién era, para que ella pronunciara su nombre, hacerla que se percatara... Pero, ¿cómo podía culparla cuando él mismo no pudo resistir, no pudo controlar... no pudo contenerse y cedió ante la necesidad que tenía de amarla? Ya no podía quedarse allí, no después de lo ocurrido; y, sospechaba que ella, ya no lo querría a su lado. Cuando ella despertara a la mañana siguiente, lo último que querría ver sería su rostro. Y, si se quedaba... se estremeció. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar antes que él perdiera todo sentido de orgullo, de masculinidad, antes que él empezara a suplicarle que ella le entregara el compromiso emocional que él anhelaba?
La amaba, lo reconoció atribulado, mientras se deslizaba de la cama, tuvo cuidado para no molestarla, se paró a su lado, contempló la figura durmiente, anhelaba abrazarla y decirle lo que sentía... suplicarle que olvidara al otro hombre, un hombre que era claro no la merecía.
Pero contuvo el deseo, sabía que ella no deseaba su amor. Sabía que no era a él a quien deseaba.
En silencio, recogió sus cosas, se movió cauteloso por la casa oscura para no alterar su sueño profundo, cuando tuvo todo listo, no resistió la necesidad de volver a verla. Regresó al dormitorio a contemplar la figura durmiente.
No lo pudo resistir, se inclinó, la besó en la frente, y después en la boca, le tocó la piel suave del brazo, se estremeció cuando la luz de la luna reveló la curva de los senos.
Los recuerdos de esa noche permanecerían con él el resto de su vida. Dudaba que ella lo recordara más de una semana, a menos que después fuera con enojo y resentimiento. Apretó la boca y caminó hacía la puerta.
Paula se movió en su sueño, emitió un leve sonido de protesta, frunció el ceño, su sueño se vio alterado un instante por el terror, por el peso inmenso de su pérdida emocional y su sufrimiento; pero, el sueño se volvió a apoderar de ella, se volvió a sumergir en él, necesitaba el olvido que le brindaba.
Afuera, Pedro lanzó un último vistazo a la cabaña antes de marcharse.
Sobre la mesa de la cocina había una nota que le dejara explicando que tenía asuntos que atender en Londres, y que pensaba que sería mejor que concluyera su acuerdo. No esperaba reembolso alguno y le deseaba la mejor de las suertes. No indicaba ninguna dirección a donde le enviara la correspondencia.
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