lunes, 20 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 6
Molesta, lo condujo al piso superior, abrió la puerta del dormitorio extra.
—La cabaña sólo tiene un cuarto de baño —le advirtió cortante
El veía el jardín a través de la ventana. En ese momento se volvió, se veía muy alto contra el marco de la ventana, la estudiaba y Paula sintió un cosquilleo incómodo que le picaba la piel.
Ese hombre podría volverse un adversario formidable, reconoció intranquila.
¿Un adversario? ¿Por qué tenía que considerarlo en esos términos? Todo lo que tenía que decir era que había cambiado de idea y que el dormitorio no ya no estaba disponible y el se iría, desaparecería de su vida.
—Está bien. Yo me levanto temprano y es muy probable que casi todas las mañanas ya me habré ido a las siete. Laura me dijo que usted trabaja en casa.
El comentario, la tomó por sorpresa, como si no estuviera segura de dónde había llegado o por qué.
—Es muy extraño en esta época encontrar a una mujer con su capacidad y de su edad que trabaje en casa y viva en un sitio tan apartado...
Algo en la manera cínica en que él torcía la boca mientras hablaba, hizo que ella respondiera a la defensiva, casi agresiva.
—Tengo mis razones.
—Sí, supongo que sí —admitió cortés.
Ella volvió a alterarse. El sabía lo de su tía, pero, ¿cómo? ¿Por qué?
—Desde luego que él es casado.
Por encima de la sorpresa que le ocasionaron las palabras, ella pudo percatarse del disgusto, casi del enojo que había en la voz, la condena que encerraba el comentario.
—¿Qué? —Paula lo veía incrédula.
—Es casado. Su amante —Pedro Alfonso repitió sombrío, era aparente que mal interpretaba su reacción—. No es tan difícil adivinar, sabe; vive sola, es obvio que está tensa, ansiosa, bajo presión. Laura me dice que sale casi todas las tardes.
¡Pensaba que ella sostenía una relación con un hombre casado! Paula estaba azorada.
¿Cómo demonios se atrevía...?
—Es obvio que no es una persona adinerada, pues de otra manera no tendría usted la necesidad de tomar un huésped. ¿No se ha puesto a pensar en las consecuencias de lo que hace, no sólo para su esposa y sus hijos, sino para usted misma? Es muy probable que no la deje a ella por usted. Casi nunca lo hacen. Y, ¿qué satisfacción puede obtener una mujer al tener que compartir un hombre con otra mujer...?
Paula no podía creer lo que oía, y sin embargo, para su sorpresa, en vez de negar lo que él decía, escuchó que respondía:
—Bueno, ya que es obvio que no lo aprueba, no querrá quedarse aquí.
—Puede ser que no quiera, pero parece que no tengo otra opción. ¡Encontrar alojamiento aquí es como buscar oro en el Mar del Norte! Me gustaría ocupar la habitación a partir de mañana, si le parece bien. Le puedo proporcionar la renta de los tres meses por adelantado.
Paula estuvo a punto de decirle que había cambiado de opinión, pero se contuvo. ¡Tres meses por adelantado! Calculó a toda prisa y le sorprendió la cantidad que era. Suficiente para cubrir los gastos de su tía y ayudarla con la hipoteca... Quería negarse, pero no podía permitir que su orgullo se interpusiera y evitara que le proporcionara a la tía Maia la comodidad y los cuidados que se merecía.
Pasó saliva para contener el impulso de decirle que su dinero era lo último que necesitaba o quería en su vida, en vez de eso se obligó a decir:
—Muy bien, entonces, si está seguro.
—Lo estoy —su voz carecía de expresión al igual que la de Paula, no había en ella la calidez que ella percibiera por la tarde. Caminaba hacia ella, y por alguna razón la manera casi gatuna en la que se deslizaba, hizo que ella retrocediera nerviosa.
Su actuación era ridícula, se dijo mientras se dirigía a la cocina. Sólo porque él había llegado a una conclusión errónea y sin fundamentos acerca de ella... conclusión que ella de manera deliberada decidió no corregir... ¿Por qué no lo hizo? ¿Estaba demasiado sorprendida como para hacerlo? ¿Estaba su comportamiento controlado más por la autodefensa y la sorpresa que por la necesidad deliberada de crear antagonismo entre ellos?
Cansada, se llevó la mano a la frente, sus pensamientos la desconcertaban, se sentía culpable al permitir, por vez primera desde que se mudara a la cabaña, que alguien diferente a su tía ocupara su mente.
ADVERSARIO: CAPITULO 5
Algunas noches, después de regresar de su visita al hospital, se sentía tan falta de energía y tan desgastada en lo emocional, que no soportaba la idea de comer, aunque la lógica y la inteligencia le decían que necesitaba la energía que una dicta bien balanceada le podía proporcionar.
Se asomó a la ventana y vio el auto que se detenía frente a la reja. Era un BMW gris acero.
Se veía arrogante y fuera de lugar en el exterior de su humilde cabaña.
Al bajar, pensaba que ese Pedro Alfonso ya consideraría que la cabaña no era adecuada antes que ella abriera la puerta. Tuvo que admitir que en realidad no deseaba todo el alboroto, la responsabilidad que significaría compartir su bogar con alguien. Temía que las obligaciones que le acarrearía, amenazarían la necesidad que tenía de dedicar cada segundo libre de que disponía a estar con su tía para que se recuperara y regresara a casa
Cuando abrió la puerta, las frías palabras de saludo y presentación que tenía a flor de labios, desaparecieron de su mente y confundida reconoció al hombre.
Cuando él dio un paso al frente, Paula, tuvo que aceptar que por su silencio, de alguna manera perdió el control de la situación, pues fue él quien rompió el silencio y extendió la mano para saludar.
— ¿Señorita Chaves? Mi nombre es Pedro Alfonso. Me indicó Laura Mather que tiene un dormitorio que está dispuesta a alquilar. Creo que le explicó la situación; busco un sitio en dónde alojarme un tiempo mientras trabajo en la localidad.
Mientras hablaba, caminó al frente, y Paula descubrió que ella, de manera casi automática, daba un paso atrás, permitiéndole pasar al vestíbulo.
No fue sino hasta que él se detuvo, que ella se percató de que las sombras en el vestíbulo habían ocultado su rostro negándole la ventaja de reconocerla como ella lo hizo al instante.
Ahora, al verla bajo la luz, por el cambio de su expresión, supo que la reconocía por su infortunado encuentro por la tarde. Además, no parecía agradarle mucho volver a verla.
Su reacción le volvió a traer toda la culpa e incomodidad que sintiera esa tarde. Antes, cuando de manera grosera ignoró el momento breve de regocijo compartido que él le ofreciera, ella se consoló pensando que era posible que nunca se volvieran a ver y que su mal humor y actitud desagradable eran algo que no se reforzaría con un encuentro futuro. Pero, se habría equivocado, advirtió que se sonrojaba bajo la mirada fría que le recordaba lo desagradable que fue. Tuvo que controlar el deseo infantil de cerrar la puerta y dejarlo fuera para no tener que enfrentarse a esa mirada que la estudiaba y hacía que se sintiera tan incómoda.
Le dio la impresión de que él esperaba que ella hablara, y, puesto que ya estaba en el interior, no tenía más opción que fingir que no ocurrió nada esa tarde, y que ninguno de los dos había decidido que no había manera de que compartieran el mismo techo...
—Sí, Laura me explicó la situación —admitió Paula—. Si quiere pasar a la cocina, podremos discutirlo.
Ella le pidió a Laura que no mencionara a su tía, ni su enfermedad, pues no buscaba la lástima de nadie.
El sol de la tarde entraba por la ventana iluminando la cocina. Era la habitación favorita de su tía, le traía muchos recuerdos. Así se lo hizo saber la primera vez que estuvieron allí. Por ese motivo Paula se negó a cambiar la antigua estufa Aga por otra más moderna, y tampoco se deshizo de los gabinetes ni el mueble de cajones. En vez de ello, hizo todo lo posible por que el ambiente se mantuviera acogedor para placer de la tía Maia, aunque en ocasiones encontraba que limpiar el fregadero de piedra porosa era desastroso para sus uñas. La estufa no era tan eficiente como el horno eléctrico que tenía en el apartamento en Londres, pero, tal vez sólo era que todavía no se acostumbraba a usarla... Tuvo varios fracasos culinarios antes de empezar a apreciar los encantos de la estufa.
Una vez en la cocina, ella esperó. Pensaba que vería el disgusto y desdén en los asombrosos ojos de Pedro Alfonso cuando la comparara con la comodidad de la cocina moderna a la que con toda seguridad estaba acostumbrado. Para su sorpresa, pareció agradarle, acariciaba la superficie del mueble de cajones y comentó:
—Mediados del siglo diecinueve, ¿no? Muy bello... sólido y bien hecho. Pieza práctica sin excesos, muy buen diseño. El diseño es uno de mis pasatiempos —la ilustró—. Por eso... —se detuvo—, _Lo siento, estoy seguro que no le interesan mis opiniones acerca de los muebles modernos —le dijo seco, y añadió con un tono más irónico—: Y sé que no quiere que le haga perder su tiempo.
Ella pensó que se refería a su comportamiento de la tarde y se sonrojó hasta que él añadió:
--Laura me advirtió que quería que esta entrevista fuera breve. De hecho ella insistió en que busca un huésped que exija el mínimo de su tiempo —la veía de manera extraña, era una mezcla de cinismo y curiosidad y comentó—: Si no es algo demasiado personal, ¿por qué quiere un huésped?
Paula estaba demasiado cansada como para mentir y, además, ¿qué importaba lo que él pensara? Los dos sabían que él no querría quedarse.
—Necesito el dinero —le dijo breve.
Hubo una pequeña pausa y él manifestó irónico:
—Bueno, al menos es sincera. Necesita el dinero, pero sospecho con toda seguridad que no le interesa la compañía...
Por alguna razón, la manera en que él se percató de su sentir, hizo que ella se moviera incómoda, quiso poder indicarle con los hombros que no le importaba en lo absoluto lo que él pensara.
—Como Laura le indicó, no tengo tiempo que perder, señor Alfonso. Lamento que haya hecho un viajé innecesario hasta aquí, pero considerando las circunstancias, no creo...
— ¡Espere un momento! —la interrumpió—. ¿Trata de decirme que ya cambió de idea, que ya no quiere un huésped?
—Bueno, no creo que quiera hospedarse aquí...
—¿Por qué no? —lo preguntó. La mirada con que la observaba, era penetrante.
Paula no supo qué decir. Sentía que le ardía la piel, le volvía el rostro color amapola.
—Bueno, la cabaña está lejos... es muy pequeña, y espero... al menos, asumo...
—Asumir no resulta —la interrumpió tranquilo. Con demasiada suavidad, Paula reconoció incómoda—. Y si piensa que soy el tipo de hombre que se desanima por lo que ocurrió esta tarde... No tengo que agradarle, señorita Chaves; de hecho, si he de ser sincero con usted, lo único que me desanimaba un poco era el hecho de que usted es una joven soltera —él ignoró el jadeo de enojo que Paula dejó escapar y continuó—: No quiero decir con esto que condeno a todo el sexo femenino por las tonterías de una minoría muy reducida, pero estoy seguro de que tomará en cuenta, que hasta no conocerla, me preocupaba que fuera miembro de esa minoría... —Paula no podía escuchar más.
—Si piensa que busco un huésped por otra razón además de que necesito el dinero... —ella empezó.
—Desde luego que no —la interrumpió sin elevar la voz- , ahora que ya la conocí. Me gustaría ver el dormitorio si se puede, por favor...
¡Quería ver el dormitorio! Paula lo veía atónita.
Estaba segura de que él no querría quedarse.
En verdad, estaba segura.
ADVERSARIO: CAPITULO 4
Se negó a derramar lo que ella sabía serían las lágrimas de lástima por sí misma. Se dirigió a las escaleras llevando el trabajo que había recogido. Sabía que su revisión la mantendría ocupada el resto de la tarde y parte de la noche, pero no le importaba. Necesitaba el dinero si quería quedarse en la cabaña, y tenía que hacerlo, pues necesitaba un hogar para que su tía regresara en cuanto pudiera dejar el hospital.
Y lo dejaría. Regresaría a casa. Tenía que hacerlo.
Cansada, Paula subió a su oficina en donde tenía el computador. La cabaña era vieja y en el ático cientos de familias de pájaros habían hecho su hogar. Los últimos ocupantes arañaban sobre su cabeza mientras ella trabajaba. Al principio la alarmaron y la molestaron, pero ya estaba acostumbrada al ruido y ahora apreciaba su compañía. La cabaña fue ocupada durante los primeros años por trabajadores del campo, pero su propietario la vendió junto con la tierra que la rodeaba. Estaba ubicada en un buen sitio, le dijeron los agentes de bienes raíces. Con tanta tierra se podía ampliar y garantizar la intimidad, además estaba rodeada por tierra de cultivo y al final de un camino que no conducía a ningún lado. Pero Paula no hubiera podido hacer ampliación alguna aunque lo hubiera querido. Apenas lograba cubrir los pagos de la hipoteca, y también tenía los gastos del hospital y los propios, y los del auto pequeño del que no podía prescindir ahora que la tía Maia estaba recluida en el hospital.
Le empezó a doler la cabeza, las letras en la pantalla frente a ella le empezaban a bailar y a borrarse. Se frotó los ojos, cansada y miró su reloj, no podía creer todo el tiempo que pasara trabajando. Le dolía todo el cuerpo, tenía los huesos molidos después de pasar tanto tiempo sentada en la silla.
Había perdido peso esos últimos meses, peso que algunos dirían no se podía dar el lujo de perder. No era una mujer alta, tenía rasgos delicados que ahora se agudizaban, denotando la tremenda presión a la que estaba sometida.
El cabello-claro que siempre llevaba muy bien cortado en Londres, ahora le llegaba al hombro; no tenía ni el dinero ni la energía para cortárselo. Las luces que le aplicaron en el caro salón de belleza londinense estaban sustituidas por los efectos del sol, el cutis también había ganado una calidez de durazno por la exposición a sus rayos. Ella nunca se consideró una mujer sensual ni atractiva, pero nunca quiso serlo, la complacía su rostro pulcro oval y la seriedad reflejada en los ojos grises.
Tenía sus admiradores, hombres que como ella estaban demasiado ocupados ascendiendo la escalera profesional como para querer buscar una relación permanente, hombres que, aunque la admiraban y deseaban su compañía, a la vez apreciaban su decisión de concentrarse en su carrera. Hombres que la respetaban.
Sí, su carrera era el único interés en su vida, hasta que se dio cuenta de lo enferma que estaba la tía Maia. Al principio su tía protestó, le indicó que no había necesidad de que llegara al extremo de dejar su carrera, su vida bien estructurada, pero Paula no la escuchó. Por cierto sentido de obligación tomó su decisión, así se lo indicó una de sus amigas. Pero, no era así, lo hizo por amor. Nada más, ni nada menos, y nunca hubo un momento en que lamentara haberlo hecho. Todo lo que lamentaba era haber estado tan entregada a edificar su propia vida que no se percató de lo enferma que estaba su tía. Nunca se perdonaría ese egoísmo, aunque la tía Maia le aseguró una y otra vez que ni ella misma sabía qué era lo que le ocurría por lo que ignoró ciertos signos de advertencia que debieron llevarla a consultar un médico mucho antes.
El sonido de un auto que recorría el sendero que conducía a la cabaña le advirtió de la llegada del posible huésped. Era alguien que manifestó necesitar alojamiento unos cuantos meses en tanto se encargaba de los aspectos financieros de una pequeña compañía local que una empresa con matriz en Londres recién había adquirido.
Paula sabía muy poco del hombre mismo, además de que la agencia para la que ella trabajaba lo recomendó como persona respetable y confiable. Cuando ella expresó sus dudas en cuanto a que alguien tan bien colocado y adinerado como el director de un grupo empresarial quisiera alojarse en la casa de alguien en vez de rentar algo, Laura Mather, encargada de la agencia, le informó que Pedro Alfonso no encajaba en el estereotipo normal del hombre de negocios y que cuando se acercó a ella solicitando ayuda, le dijo que todo lo que necesitaba era un lugar en donde pasar la noche y en el que los movimientos de los otros miembros de la familia no lo molestaran. Estaba dispuesto a pagar bien, y como Laura misma se lo señaló cuando trató de convencerla de que lo aceptara como huésped, él era la solución a sus problemas financieros.
Cansada, Paula se puso de pie, se apoyó en el respaldo de la silla cuando se marcó un poco. Se dio cuenta de que no había comido desde la cena de la noche anterior, y aún entonces, apartó el plato después de apenas haberlo tocado.
Tal vez la disciplina de tener que proporcionar alimento a su huésped la obligara a comer con mayor regularidad. Esas últimas semanas desde que su tía ingresara al hospital, preparar los alimentos y comer sola se le hacía más y más pesado.
domingo, 19 de enero de 2020
ADVERSARIO: CAPITULO 3
El todavía sonreía, tenía la boca muy masculina curveada mostrando la misma diversión que se reflejaba en sus ojos dorados. Estaba bronceado, efecto de su permanencia prolongada en el exterior. Tenía el cabello oscuro y grueso, con tintes dorados en donde lo tocaba el sol.
Era bien parecido: si se era el tipo de mujer que disfruta de ese machismo, admitió Paula de mala gana. En lo personal, ella siempre prefirió la inteligencia a los músculos, y en ese momento no le interesaba ninguna de las dos cosas.
Irritada, y al mismo tiempo a la defensiva y vulnerable sin saber por qué, en vez de devolver la sonrisa con la calidez amistosa que se merecía, ella se alteró y molesta, le indicó que le permitiera el paso y dejara de estorbar.
Más tarde, todavía alterada, todavía consciente del tiempo que había perdido, Paula esperaba el cambio de luces del semáforo para cruzar hacia el sitio en donde dejara el auto, miró a un escaparate y vio su propio reflejo. Tenía el ceño fruncido, con una expresión de amargura que le marcaba los labios, el cuerpo tenso, tanto, que de manera automática trató de relajarse.
No lo logró, tuvo que admitir cuando cambiaron las luces y cruzó al otro lado. La asombró darse cuenta cuánto cambió en esos últimos momentos, había perdido todo su sentido del humor y el optimismo.
Recordó la incomodidad de su reacción frente al hombre en la calle, alguien alegre trató de volver un momento de irritación en uno agradable, con un intercambio cálido de sonrisas. Su tía se hubiera sorprendido por su comportamiento ante ese hombre; siempre insistía no sólo en la importancia de los buenos modales, sino en la necesidad de tratar a los demás con calidez y bondad. Su tía era de la vieja escuela, e imbuyó en Paula un conjunto de valores y un patrón de comportamiento que tal vez estaba un poco alejado de la forma moderna.
Para su vergüenza, Paula reconoció que el tiempo que viviera en Londres aunado a la tensión de los últimos meses, empezaba a reducir esa actitud de interés por los demás que su tía consideraba tan importante. Era demasiado tarde como para desear haber sido menos brusca con ese desconocido, para desear haber respondido a sus buenos modales agradables con un buen humor semejante, en vez de reaccionar con tanta rudeza. Pero, era poco probable que lo volviera a ver. Así sería mejor, pues ella no dejó de notar la forma en que su sonrisa amistosa se endureció cuando olla reaccionó de manera tan poco cortés, y un gesto de seriedad, de alejamiento, sustituyó la sonrisa cansada, Paula abrió la puerta de entrada. La visita al hospital le dejó agotada y muy temerosa. No importaba cuánto tratara de negarlo, podía ver lo débil que estaba su tía, lo frágil que estaba. Era casi como si la piel se volviera transparente. Y al miso tiempo, parecía tan tranquila, tan en paz consigo misma, tan elevada, como si se distanciara de ella, del mundo, de la vida... y eso era lo que aterraba a Paula.
— ¡No! ¡No! —Paula se mordió el labio al darse cuenta de que había emitido su protesta en voz alta. Ella no quería perder a su tía, no quería...
No quería quedarse sola como una niña que llora en la oscuridad. Se mostraba egoísta, se dijo criticándose; sólo pensaba en sus propias emociones y necesidades, y no en las de su tía...
Durante toda la visita habló con regocijo desesperado de la cabaña y el jardín, le dijo a su tía que pronto volvería a casa para verlo ella misma, le hablaba como si las palabras fueran un mantra especial; del gato que adoptara la cabaña como su hogar, de los rosales que plantaran juntas en el otoño y que ahora lucían botones que pronto florecerían. Su tía era hábil en el jardín, era lo que siempre anheló, regresar a sus raíces, al ambiente del pueblo pequeño en el que creciera. Esa era la razón que en principio llevó a Paula a comprar la cabaña, su tía... su Lía que ya no vivía allí, su tía que... Paula advirtió cómo el pánico se hacía mayor en su interior, parecía una bola de nieve que creciera a cada instante y no se atrevía a enfrentarse a ella. Temía perder a su tía, la embargaba la desesperación al sólo pensarlo.
La cabaña no era muy grande, tenía tres dormitorios, un cuarto de baño y una habitación pequeña que ella usaba como su oficina en el piso superior, en el inferior había una estancia acogedora y un comedor que nunca usaban, preferían la comodidad de la cocina. El jardín era grande; el paraíso de un jardinero con sus filas de árboles frutales, su estanque y sus verduras. Pero, la tía Maia era la jardinera, no ella, y la tía Maia... Paula tragó lágrimas de enojo al recordar la apariencia del rostro de su tía cuando por vez primera vio la cabaña. Era la expresión de una niña maravillada por el placer que le proporcionaba lo que veía. Eso fue lo que hizo que Paula diera el paso final y comprara la cabaña, aunque sabía que apenas podría cubrir los pagos. La compró para la tía Maia. Vivieron en ella casi tres meses antes que la salud de su tía se empezara a deteriorar, antes que los médicos comenzaran a hablar de una operación, antes que necesitara mayores cuidados de los que ella le podía proporcionar.
ADVERSARIO: CAPITULO 2
Ese día, como lo hacía a diario por la tarde, iba rumbo al hospital a visitar a su tía, a pasar un rato con ella, consciente de lo frágil que estaba, rogando desesperada por que siguiera luchando... porque mejorara...
No fue sino hasta que descubrió la enfermedad de su tía que se percató de que sin ella, estaría sola en el mundo. Esa realidad le creó una angustia, un miedo, que no podía controlar.
Además, era una emoción que estaba totalmente fuera de lugar en una mujer de casi treinta años. Claro que amaba a su tía Maia, claro que deseaba que mejorara, pero experimentar esa sensación de abandono y temor desesperante que la consumía... Por lo que pasaba ahora ora peor, mucho peor que las emociones que experimentara cuando murieron sus padres. Ella estaba acercándose al punto en donde perdería el control, en donde se entregaría por completo al torbellino de emociones que la amenazaba.
Y sin embargo, hasta ahora, se enorgullecía de ser una mujer sensata, madura, que no se dejaba llevar por los impulsos salvajes de las emociones. A pesar de eso, allí estaba, rogando que los dioses le otorgaran la recuperación de su tía. Y, algunos días, sus días muy malos, le parecía que sin importar cuanto intentara que fuera al contrario, su tía, poco a poco se alejaba de ella.
Y ahora, si no se daba prisa, llegaría tarde a la hora de visita. Le empezaban a doler los brazos por cargar los papeles que llevaba. La mujer de la agencia se sorprendió cuando ella le solicitó más trabajo. Le comentó que lo tenía y que estaba satisfecha de que alguien con la capacidad de Paula se encargara de él, pero, a la vez le preguntó si consideraba adecuado una sobrecarga semejante.
Paula hizo un gesto. Necesitaba el dinero con desesperación.
Tan sólo la hipoteca... Cuando visito la hipotecaria para ver si había manera de aligerar un poco la carga, el administrador le mostró su simpatía. Le sugirió la posibilidad de
conseguir un huésped. Con tantas industrias que empezaban a surgir en la localidad, muchas de ellas, subsidiarias de empresas internacionales, había gran demanda de ese servicio.
Un huésped, era en realidad lo último que Paula quería. Ella adquirió la cabaña para su tía, sabía lo mucho que ella soñaba con un sitio tranquilo a dónde retirarse, y no lo vendería, ni cedería en su empeño por mantenerlo. Tal como su tía no cedía en la lucha por conservar la vida.
Esa noche, alguien la iría a ver, el posible huésped que ella no deseaba. Un hombre, no era que el sexo del intruso tuviera importancia; Paula vivió bastante tiempo en Londres como para saber que era posible que un hombre y una mujer vivieran juntos, compartieran un techo, sin que tuviera que haber la más mínima relación sexual entre ellos.
De hecho, ella misma formó parte de un trío, y descubrió que de sus dos compañeros, era más sencillo llevarse bien con Samuel. No, no era el sexo lo qué la molestaba, era la necesidad de aceptar un huésped.
Al sonar las campanas de la parroquia para dar la hora, se percató de que perdía minutos preciosos al estar allí parada. De prisa, dio un paso adelante, casi se proyectó contra el hombre que venía en la dirección opuesta.
Al moverse para evitarla, ella también lo hizo, empezaron así una de esas danzas conocidas en que uno trata de evitar al otro, divertida para quienes lo veían, pero pérdida de tiempo para los participantes.
Al final, fue el hombre quién la concluyó, permaneció quieto y con una sonrisa sugirió:
—Tal vez, si permanezco quieto, podrá rodearme.
Era un hombre muy alto con muy buen cuerpo, hombros amplios y caderas estrechas, el tipo de hombre que daba la impresión de que trabajaba en el exterior o estaba dedicado a algún ejercicio físico. Tenía muy buena condición, mucha agilidad, pues se movió con facilidad y rapidez al extender la mano para evitar que Paula, por su impaciencia con ella misma y con él y con su cuerpo tenso, perdiera el equilibrio cuando trato de evitarlo.
El contacto fue breve y asexual, sin embargo, le ocasionó una reacción extraña en su interior, que provocó que se tensara y lo mirara directo a los ojos, sin que se percatara de la mezcla de pánico y enojo que fulguraba en sus ojos.
ADVERSARIO: CAPITULO 1
SE le hacía tarde, parecía que a última fechas siempre ocurría lo mismo, reflexionó Paula cansada, mientras observaba el tránsito y se disponía a cruzar la calle.
El problema era que no logró dejar el auto cerca de la agencia que le daba el trabajo de programación en computación que ella hacía en su casa, lo que significaba que tendría que cruzar casi todo el pueblo. No era una distancia muy larga, sin embargo significaba tiempo extra, que no se podía permitir perder, pues era tiempo en el que no estaba ganando dinero, cuando no estaba...
Mantuvo la compostura. Ella seguía una regla muy estricta, una vez que salía de casa para ir a visitar a la tía Maia, ella no permitiría que su ansiedad por falta de dinero se mostrara de ninguna maneraque pudiera alertar a su tía y ésta se percatara de lo que le ocurría y afectara la concentración que tanto necesitaba si había de recuperarse.
Si había de... No cabía ninguna duda, se dijo Paula convencida. La tía Maia se pondría mejor. ¿No se lo dijeron en el hospital la semana anterior? Le indicaron que mejoraba mucho y que era una paciente excelente.
Paula dejó de caminar, se suavizó su expresión grave al pensar en su tía. En realidad su tía abuela, una anciana invencible de setenta años que entró en su vida llenando el vacío inmenso que dejaran sus padres cuando murieron en un accidente aéreo; que con su amor la ayudara a sobreponerse al trauma que le ocasionara la perdida de sus padres, y quien la criara con tanta sabiduría y cariño que la hacía sentirse amada, mejor comprendida que muchas de las chicas de su misma edad. Y aun cuando se llegó el momento de que ella extendiera las alas, que dejara la escuela y su casa, para ir a la universidad y de allí a Londres a su primer empleo, su tía la alentó en cada uno de sus pasos.
Hábil, ambiciosa, inteligente y adaptable; esos fueron sólo unos de los elogios que Paula recibiera cuando ascendió en la empresa, movida por la decisión de alcanzar los objetivos que ella misma se fijara. Otros decían que ella volaría muy alto, y ese comentario la llenaba de orgullo, se decía que llegaría el momento, una vez que se hubiera cimentado en su carrera, una vez que hubiera logrado todo lo que quería lograr, en que podría tomar la vida con más calma, que podría pensar en una relación seria con alguien y tal vez en sus propios hijos.
Desde luego que mantuvo contacto con su tía, pasaba la Navidad con ella y parte de sus otras vacaciones, la alentó a que viajara a Londres y se quedara con ella unos días en el apartamento pequeño que ella comprara en una zona residencial, por desgracia, cuando los precios estaban muy elevados...
Sí, veía su futuro muy claro, no tenía ningún obstáculo, nada que le impidiera el progreso, y entonces recibió el golpe.
Se le presentaron unos días inesperados de permiso y no teniendo nada planeado, se dirigió al norte, al suburbio de Mancliester adonde había crecido y descubrió la verdad dolorosa de la enfermedad de su tía. Un "crecimiento". Un "tumor". Tantas maneras tan corteses para describir lo indescriptible, pero sin un escape real, sin manera de cubrir lo que en realidad ocurría.
Ella amplió su permiso, ignorando las órdenes insistentes de su tía de que regresara a Londres y siguiera con su propia vida. Vieron médicos, especialistas, visitaron hospitales y entonces se supieron los hechos. Regresó a Londres, pero no por mucho tiempo. Sólo el suficiente para presentar su renuncia, poner el apartamento en venta, cosa que logró hacer, pero a un precio que no le dejó ninguna utilidad financiera.
Entonces se estableció en uno de los pequeños pueblos de Cheshire, favorito de su tía, en donde adquirió la cabaña con una hipoteca horrenda. El trabajo que recibía de la agencia, sin importar el número de horas que trabajara, nunca le proporcionaría nada semejante al sueldo que percibía en Londres. Y ahora, debía añadir a esa carga el costo que
representaba asegurar que su tía recibiera el tratamiento en el hospital de especialidades a
unos kilómetros de la cabaña.
ADVERSARIO: SINOPSIS
Pedro Alfonso no ocultaba el desdén que sentía por Paula. Había llegado a una conclusión equivocada respecto a ella y Paula no tenía ninguna intención de aclarar las cosas. La chica tenía asuntos más importantes que atender en ese momento y lo último que necesitaba, era relacionarse con un hombre, a pesar de lo atractivo que pudiera ser. Necesitó que la tragedia se presentara para saber cuánto necesitaba a Pedro en su vida. Pero ...¿encontraría la manera de confesarlo ante él?
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