domingo, 19 de enero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 2




Ese día, como lo hacía a diario por la tarde, iba rumbo al hospital a visitar a su tía, a pasar un rato con ella, consciente de lo frágil que estaba, rogando desesperada por que siguiera luchando... porque mejorara...


No fue sino hasta que descubrió la enfermedad de su tía que se percató de que sin ella, estaría sola en el mundo. Esa realidad le creó una angustia, un miedo, que no podía controlar. 


Además, era una emoción que estaba totalmente fuera de lugar en una mujer de casi treinta años. Claro que amaba a su tía Maia, claro que deseaba que mejorara, pero experimentar esa sensación de abandono y temor desesperante que la consumía... Por lo que pasaba ahora ora peor, mucho peor que las emociones que experimentara cuando murieron sus padres. Ella estaba acercándose al punto en donde perdería el control, en donde se entregaría por completo al torbellino de emociones que la amenazaba.


Y sin embargo, hasta ahora, se enorgullecía de ser una mujer sensata, madura, que no se dejaba llevar por los impulsos salvajes de las emociones. A pesar de eso, allí estaba, rogando que los dioses le otorgaran la recuperación de su tía. Y, algunos días, sus días muy malos, le parecía que sin importar cuanto intentara que fuera al contrario, su tía, poco a poco se alejaba de ella.


Y ahora, si no se daba prisa, llegaría tarde a la hora de visita. Le empezaban a doler los brazos por cargar los papeles que llevaba. La mujer de la agencia se sorprendió cuando ella le solicitó más trabajo. Le comentó que lo tenía y que estaba satisfecha de que alguien con la capacidad de Paula se encargara de él, pero, a la vez le preguntó si consideraba adecuado una sobrecarga semejante.


Paula hizo un gesto. Necesitaba el dinero con desesperación.


Tan sólo la hipoteca... Cuando visito la hipotecaria para ver si había manera de aligerar un poco la carga, el administrador le mostró su simpatía. Le sugirió la posibilidad de
conseguir un huésped. Con tantas industrias que empezaban a surgir en la localidad, muchas de ellas, subsidiarias de empresas internacionales, había gran demanda de ese servicio.


Un huésped, era en realidad lo último que Paula quería. Ella adquirió la cabaña para su tía, sabía lo mucho que ella soñaba con un sitio tranquilo a dónde retirarse, y no lo vendería, ni cedería en su empeño por mantenerlo. Tal como su tía no cedía en la lucha por conservar la vida.


Esa noche, alguien la iría a ver, el posible huésped que ella no deseaba. Un hombre, no era que el sexo del intruso tuviera importancia; Paula vivió bastante tiempo en Londres como para saber que era posible que un hombre y una mujer vivieran juntos, compartieran un techo, sin que tuviera que haber la más mínima relación sexual entre ellos.


De hecho, ella misma formó parte de un trío, y descubrió que de sus dos compañeros, era más sencillo llevarse bien con Samuel. No, no era el sexo lo qué la molestaba, era la necesidad de aceptar un huésped.


Al sonar las campanas de la parroquia para dar la hora, se percató de que perdía minutos preciosos al estar allí parada. De prisa, dio un paso adelante, casi se proyectó contra el hombre que venía en la dirección opuesta.


Al moverse para evitarla, ella también lo hizo, empezaron así una de esas danzas conocidas en que uno trata de evitar al otro, divertida para quienes lo veían, pero pérdida de tiempo para los participantes.


Al final, fue el hombre quién la concluyó, permaneció quieto y con una sonrisa sugirió:
—Tal vez, si permanezco quieto, podrá rodearme.


Era un hombre muy alto con muy buen cuerpo, hombros amplios y caderas estrechas, el tipo de hombre que daba la impresión de que trabajaba en el exterior o estaba dedicado a algún ejercicio físico. Tenía muy buena condición, mucha agilidad, pues se movió con facilidad y rapidez al extender la mano para evitar que Paula, por su impaciencia con ella misma y con él y con su cuerpo tenso, perdiera el equilibrio cuando trato de evitarlo.


El contacto fue breve y asexual, sin embargo, le ocasionó una reacción extraña en su interior, que provocó que se tensara y lo mirara directo a los ojos, sin que se percatara de la mezcla de pánico y enojo que fulguraba en sus ojos.



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