miércoles, 27 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 9





El parque era un pequeño oasis de tranquilidad en medio del caos de la ciudad y Paula empezó a relajarse mientras admiraba los árboles. Su primer día en el bufete había sido bastante desastroso, aunque esperaba que la calidad de su trabajo hiciera a Pedro olvidar su impuntualidad... y todo lo demás.


Seguía indignada porque él no la había creído y había estado a punto de decirle que se metiera su trabajo donde quisiera, pero el mal genio siempre había sido su talón de Aquiles y, a los veinticuatro años, ya era hora de que lo controlase.


Todo en su vida dependía de aquel puesto de trabajo. Sin el salario podría perder su casa y entonces tendría que alquilar un apartamento... no quería ni pensarlo. Además, no quería sacar a Maia de un entorno que conocía bien.


En la entrevista, Margarita había dejado caer que Alejandra, la secretaria de baja por maternidad, podría no volver a trabajar y, en ese caso el puesto sería suyo. Paula no pensaba mantener a Maia en secreto para siempre, pero si podía demostrarle a Pedro que era una buena secretaria y que no tenía problemas para hacer su labor y criar a su hija, quizá pudiera conservar el puesto.


¿Le disgustarían los niños?, se preguntó. ¿O no sentía simpatía por las madres trabajadoras? 


Ninguna de esas razones lo hacían más simpático a sus ojos, por supuesto. Entonces, ¿por qué no había podido dejar de pensar en él? 


Era muy atractivo, desde luego...


-Así que has decidido comer al aire libre. ¿Puedo sentarme contigo?


Paula levantó la cabeza, sorprendida al oír la voz de su jefe.


Pedro ya se había sentado en el banco y ella tragó saliva. Por un lado deseaba que se fuera y por otro que se quedara. Necesitaba volver a mirarlo, aunque una miradita de reojo fue suficiente para que su corazón se pusiera a latir al galope. Así que. haciendo un esfuerzo, se concentro en los patos que nadaban en el estanque.


-Haz lo que quieras -contestó, intentando parecer tranquila, pero percatándose de que empezaba a temblarle la voz.


-Habia pensado invitarte a comer... para que pudiéramos conocernos un poco mejor.


Paula levanto la cabeza y se puso nerviosa al descubrir lo cerca que estaba. Tenia el pelo negro. muy corto, y unas facciones clásicas, de pómulos altos y mandíbula cuadrada. Habia arruguitas de expresión alrededor de los ojos y le habría gustado verlo reír, que sus ojos brillaran con calidez cuando la mirase.


Una idea absurda, naturalmente.


-Lo siento, no lo sabía. ¿Haces eso con todos los empleados? -preguntó, un poco desconcertada.


-No -contestó él, apartando un mechón de pelo de su frente.


El gesto era tan íntimo, que Paula se puso colorada. Estaba tan cerca que podía oler su colonia, sentir el calor de su aliento...


¿Por qué la afectaba tanto aquel hombre?


-No hemos empezado con buen pie -continuó Pedro.


Paula sabía que se refería al motivo de su impuntualidad. Seguía sin creerla. Iba a insistir sobre lo que había pasado, pero cuando lo miró a los ojos no pudo seguir pensando.


-¿Quieres un sandwich? -preguntó, para romper el silencio.


-¿De qué es?


-De mermelada.


Él la miró, sorprendido.


-No, gracias. No tomo mermelada desde que era un crío.


Tampoco ella tomaba sandwiches de mermelada porque quisiera sino porque era lo único que tenía en la nevera. ¿Qué había esperado, salmón ahumado? Aunque seguramente Pedro estaba acostumbrado a comerlo y ella no podía contarle que había guardado el último trozo de queso para el almuerzo de Maia.


-Tengo que ir a la compra -admitió levantando el sandwich. Pero su apetito se había evaporado.


-Hay un restaurante muy agradable al otro lado del parque. Tienen un merengue de limon riquísimo -dijo Pedro entonces, mirando su patético almuerzo-. ¿Quieres que empecemos otra vez mientras comemos algo? Te he visto trabajar duramente toda la mañana. Seguro que tienes hambre.


-¿Me has estado mirando?


-Mi despacho y el tuyo están separados por un cristal, no puedo evitarlo -dijo él-. Espero que eso no te moleste.


No la molestaba, pero la turbaba, aunque no podía admitirlo. Afortunadamente, no se había puesto a soñar despierta, como solía hacer. O a hacer dibujos en su cuaderno. De ser así, seguramente Pedro no estaría tan simpático.


-¿Sabes que esas pecas que tienes en la nariz son preciosas?


Pedro Alfonso tenía muy poco en comun con su antiguo jefe, el señor Philips, pensó Paula asustada.


-Debes leerme el Pensamiento porque me en canta el merengue de limon y odio mis pecas. Las tengo por todas partes


-¿Ah, Sí?


Paula no contesto a esa pregunta y, afortunadamente, él no siguió hablando del tema mientras la llevaba por el parque hasta el restaurante


Pedro Alfonso era un hombre especial, pensaba mientras tomaba un café después del mejor almuerzo que había comido en mucho tiempo. 


Además de ser guapísimo, era un buen conversador y tremendamente inteligente. La había entretenido contándole anécdotas de sus casos, divertidos incidentes de su vida como abogado... Y ella había escuchado, cautivada.





SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 8




ERAN casi las dos cuando Paula pudo levantar la cabeza del ordenador, con el cuello dolorido y el estómago protestando. No había trabajado tanto en su vida. Además de las cartas, había tenido que contestar al teléfono continuamente y se sentía satisfecha por haber terminado justo a tiempo. En cuanto a Pedro, no había vuelto a verlo, aunque le había pasado varias llamadas.


Ahora, mientras se estiraba un poco y miraba a su alrededor, echó de menos el pequeño bufete en el que había trabajado antes. Los días de tomar café y galletas a mediodía, comer con su amiga Clara o ir de escaparates habían terminado. Las oficinas de Alfonso y Asociados estaban en el barrio más caro de la ciudad y no tenía ni dinero ni ropa adecuados para comer por allí.


Afortunadamente, había llevado el almuerzo de casa. Tenía tanta hambre que hasta los aburridos sandwiches que llevaba en el bolso le parecían un banquete.


A su izquierda estaba el despacho de Charles Metcalf, el otro abogado del bufete, y Paula se volvió para hablar con la secretaria de Claudio, Katrina.


-¿Tú crees que puedo irme a comer? Pedro está hablando por teléfono y no quiero molestarlo.


-Vete cuando quieras -contestó Katrina, mirando con desdén su traje arrugado-. Yo se lo diré a Pedro.


Paula escapó de allí con sus sandwiches, sin saber que Pedro había estado observándola durante toda la mañana a través de la pared de cristales tintados que lo separaba del despacho de las secretarias. Unos minutos después, colgaba el teléfono y asomaba la cabeza.


-¿Dónde está Paula?


-Creo que se ha ido a comer. Le he sugerido que te preguntara a ti antes, pero... -Katrina se encogió de hombros-. Pedro, por favor... ¿otra secretaria inútil?


-Ya veremos -murmuró él, mirando la pila de correspondencia que Paula había dejado para firmar.


No había ningún problema con su diligencia. 


Paula no había levantado la cabeza del ordenador en toda la mañana. El problema era él. Habia tenido que hacer un esfuerzo para no salir del despacho y hablar con ella. Incluso inventó vanas excusas que descartó de inmediato porque habría parecido demasiado obvio o peor, demasiado torpe.


Ella ni siquiera era su tipo. Sus novias solían ser altas y elegantes. Habiendo sido bendecido con cierto atractivo físico y manteniendo una posición importante en Londres, podía elegir entre las chicas más guapas...


Entonces, ¿por qué se había pasado la mañana mirando a su secretaria y planeando cómo invitarla a comer? ¿Y cómo iba a preguntarle a la siempre eficiente Katrina dónde había ido?


Fue la recepcionista quien le dijo que Paula le había preguntado dónde estaba el
parque más cercano, pero cuando salió a la calle, Pedro seguía preguntándose por las razones que lo empujaban a buscarla.



SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 7




Paula se sentía como una niña revoltosa enviada a su habitación como castigo. Pero cuando se miró al espejo del baño lanzó una exclamación de horror. El traje que llevaba era barato y mojado lo parecía aún más. Pero al menos pudo cambiarse las medias.


Su pelo eran tan fino, que resultaba difícil sujetarlo, pero se hizo un moño con un montón de horquillas, rezando para que no se le cayera mientras él le estuviera dictando. Estaba lista para enfrentarse de nuevo con el jefe... y no pensaba dejar que la intimidase.


Cuando volvió al despacho, Pedro Alfonso puso una taza de café frente a ella.


-Póngase leche y azúcar a su gusto.


Paula se dejo caer sobre la silla, suspirando.


La Cafeína era mas que bienvenida, pero sólo entonces reconoció que lo que había pasado en la calle era para asustar a cualquiera.


Le dolía el hombro por el golpe con el bolardo y el dolor subía por el cuello, haciendo que no pudiese levantar mucho la cabeza, pero se negaba a darle explicaciones sobre un incidente en el que no creía. Era horrible que la creyera una mentirosa porque se enorgullecía de ser una persona honrada.


-Sólo una cosa -murmuró mientras tomaba el cuaderno.


-¿Qué?


-Cuando nos encontramos en la marquesina de la cafetería y le dije que llegaba tarde a trabajar, usted también llegaba tarde.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y la miró, en silencio, durante unos segundos. No estaba acostumbrado a que cuestionaran su comportamiento, pero parecía tan indignada, 
que tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír.


-Llevo despierto desde las seis de la mañana y ya había estado trabajando durante un par de horas antes de venir al despacho. Ser el jefe te confiere algunos privilegios. Era usted quien llegaba tarde.


Lo había dicho en tono amistoso, pero un poco cortante, y Paula se mordió los labios. También ella se había levantando al amanecer para hacerle el desayuno a su hija, poner la lavadora, dar de comer al gato, llevar a la niña a la guardería y darse un susto al ver que en la nevera sólo quedaban un par de salchichas arrugadas para cenar. Había sido un milagro que llegara a tiempo a la estación y que hubieran cancelado el tren de las ocho y cinco había sido una canallada. Luego la media rota, la tormenta, el tironero...


En fin, debía reconocer que el incidente con el ciclista sonaba raro, pero no pensaba dejar que aquel hombre la creyese una mentirosa.


-Si está lista, empezamos cuando quiera -la voz de Pedro Alfonso interrumpió sus pensamientos y Paula tomó el lápiz, intentando olvidar el dolor en el cuello.


La estaba probando, decidió, cuando por fin dejó de hablar y ella pudo descansar la dolorida muñeca. Era imposible creer que pudiera hacer tal volumen de trabajo diariamente o dictar tan rápido. Su lapicero había volado literalmente sobre el papel aunque, afortunadamente, ella era una taquigrafa experimentada. Si su intención había sido demostrar que no era apta para el puesto, iba a llevarse una desilusión, pensó, con una sonrisa en los labios.


-¿Eso es todo, señor Alfonso? 


-Por ahora. Y llámame Pedro. Prefiero que mis empleados me tuteen. Esas cartas tienen que estar listas antes de las dos. Gracias.


Apenas había levantado la cabeza del ordenador para decir eso y Paula, dándose por despedida, salio del despacho, preguntándose que había sido de Margarita Rivers. Necesitaba una aliada, pensó cuando sonrió a Kate y la mujer le devolvió una mirada helada. Margarita le había caído muy bien.


-Las dos secretarias temporales que hemos contratado eran imposibles -le había explicado-. Algo sorprendente, porque la agencia Bale estaba especializada en personal de primera clase.


-¿Porque? -había preguntado Paula.


-La primera dejó claro desde el primer momento que estaba más interesada en Pedro Alfonso que en el trabajo -contestó Margarita- Ocurre a veces, claro. Pedro es un hombre rico, atractivo... pero le gusta separar la vida privada y la profesional y Lydia dejó claro que ella estaba dispuesta a todo. La segunda chica era agradable y tenía buenas referencias, pero tenía un problema con la niñera y siempre llegaba tarde o tenía que irse antes de la hora, Y me temo que el jefe es muy estricto con la
puntualidad. Pobre Karen... lo siento por ella, pero una vez tuvo que traer al niño a la oficina y a Pedro no le hizo ninguna gracia.


-Ya veo.


-El puesto de secretaria en este bufete es muy exigente. Mí marido no se encuentra bien de salud y, aunque soy la ayudante personal de Pedro, ahora no puedo viajar o salir tarde como antes. Pedro necesita a alguien que no tenga problemas en casa. Ya sé que no es políticamente correcto, y que seguramente es inmoral además, pero una secretaria embarazada o con hijos es un problema para un bufete como éste. Necesitamos a alguien que no llegue tarde porque debe cuidar de su familia... y sin intención de tener hijos por el momento.


Paula le había asegurado que no tenía intención de quedarse embarazada, pero no le había hablado de Maia. Su hija cumpliría los cuatro años en un par de meses. Iba a la guardería y, aunque lo pasaba muy bien, a Paula se le rompía el corazón por dejarla allí tantas horas. 


Afortunadamente, sus vecinos siempre se ofrecían para cuidar de ella o para ir a buscarla a la guardería cuando era necesario. Nora y Carlos adoraban a Maia, que era para ellos casi como una nieta. Sin su ayuda no podría haberse puesto a trabajar y, sin embargo, seguía sintiéndose culpable por dejar sola a la niña todo el día.


Pero no podía hacer otra cosa, pensó, mientras encendía el ordenador para transcribir las cartas. Aunque había causado tan mala impresión que seguramente pronto sería despedida como sus predecesoras.


Pero necesitaba aquel trabajo. El salario era mejor que en cualquier otro bufete y si Pedro Alfonso sentía aversión por las madres trabajadoras tendria que ocultar la existencia de su hija... al menos hasta que hubiera demostrado que estaba capacitada para el puesto.





martes, 26 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 6



En realidad no sabía qué creer, pero su trabajo como abogado, un trabajo en el que siempre había que apartar una maraña de mentiras para llegar a la verdad, le había enseñado que la gente era capaz de inventar cualquier historia para defenderse. Además, la habría respetado más si le hubiera dicho que, sencillamente, se había perdido. Ella misma había admitido tener un horrible sentido de la orientación.


Él no dependía del transporte público, pero era un hombre justo y sabía los problemas que había con los trenes en Londres... pero la historia del ciclista del pasamontañas no parecía muy creíble. Sin embargo, la ley decretaba que todo el mundo era inocente hasta que se demostrase lo contrario, de modo que la miró, inquisitivo, esperando una respuesta.


-Estoy bien, gracias -respondió Paula, mirándolo con evidente desagrado.


Y pensar que aquel hombre le había parecido atractivo... Aunque, si era sincera consigo misma, aquel aire de autoridad era aún más poderoso en los confines de una oficina. Pero no pensaba dejar que la cautivase.


-Tiene cinco minutos para arreglarse un poco -dijo Pedro, sin dejarse afectar por aquellos ojos del color del mar durante una tormenta.


De repente, le parecía muy frágil, muy pequeña, con el traje arrugado, el pelo rubio rojizo cayendo por su espalda... No había podido dejar de pensar en ella y recordaba, incrédulo, que la había invitado a tomar un café, echando por tierra su siempre respetado horario por primera vez en mucho tiempo. Y tampoco podía olvidar la decepción que sintió cuando ella dijo que no.


De modo que aquella era la chica que había elegido Margarita... Paula Chaves sería su secretaria mientras Alejandra estaba de baja por maternidad.


Mientras abría la carpeta del caso, Pedro no pudo evitar un escalofrío de anticipación.



SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 5






Paula compró un par de medias y luego apresuró el paso por la acera. Iba tan rápido como le permitían los tacones de aguja y la ampolla que le habían hecho los zapatos, pero tenía que llegar a la oficina.


Iba acalorada y tan decidida a encontrar el edificio, que apenas se fijó en el ciclista que pasó a su lado cubierto por un pasamontañas.


Había muchas bicicletas en la calle para evitar los atascos y se quedó helada al ver que aquel hombre frenaba de golpe al lado de una mujer y le arrancaba el bolso de las manos.


Durante unos segundos. Paula se quedó parada, incapaz de entender lo que estaba viendo. Pero cuando la mujer empezó a gritar, por instinto, salió corriendo detrás del ciclista y agarró el bolso robado.


-¿Cómo se atreve? ¡Déme ese bolso ahora mismo!


-¡Suéltame, zorra! -le espetó el ladrón, empujándola antes de desaparecer a toda velocidad por entre los coches.


Paula, que medía poco más de metro y medio, cayó al suelo, golpeándose contra un bolardo


-Dios mío, ¿se ha hecho daño? ¿Se ha dado un golpe en la cabeza? -la mujer estaba temblando de miedo mientras intentaba atenderla-. No me lo puedo creer... ¿quiere que llame a una ambulancia?


-No, no, estoy bien... es que me he quedado un momento... sin aire.


Paula no pudo disimular el pánico al pensar en la ambulancia. No tenía tiempo de ir al hospital, no podía llegar más tarde a la oficina si quería conservar su empleo. De modo que sonrió, intentando no pensar en el dolor que sentía en el hombro.


-Tome, aquí está su bolso.


-¿Lo ha recuperado? -exclamó la mujer, atónita-. Muchísimas gracias. Uno lee que pasan estas cosas, pero hasta que no le pasan a uno mismo...


Un grupo de curiosos se había acercado y Paula sonrió cuando un hombre mayor la ayudó a levantarse.


-He llamado a la policía. Ha sido usted muy valiente, jovencita. Muy insensata, pero muy valiente.


-Tengo que irme, de verdad -insistió Paula-. Llego tarde a trabajar y no puedo esperar a la policía.


-Pero se ha hecho daño...


-No, estoy bien, en serio.


-En fin, gracias por su ayuda. Si quiere darme su número de teléfono, por si la policía quiere hablar con usted... aunque no lo creo. Ha recuperado el bolso, al fin y al cabo. Y no han matado a nadie.


-Más por suerte que por sentido común.- murmuró el hombre mayor.


Pero Paula ya había salido corriendo.


La oficina estaba en un imponente edificio con ventanas tintadas que brillaban como el cobre bajo el sol de otoño. El interior era la viva imagen de la discreción y la elegancia. Sólo las empresas florecientes podían permitirse alquilar oficinas allí y Paula no dejaba de mirar su falda mojada mientras cruzaba el vestíbulo de mármol.


Mientras subía en el ascensor iba intentando controlar los nervios. Llegaba casi una hora tarde. Pero podría explicarlo, pensaba. Ella era una buena secretaria y. después de pasar por la universidad, estaba más que cualificada. Su trabajo a tiempo parcial en un bufete había sido un buen aprendizaje y era más que capaz de enfrentarse a aquel reto.


Aun así, le temblaban las manos mientras una impecable recepcionista la llevaba por el pasillo... sin darle tiempo para cambiarse las medias. Pero Margarita Rivers no estaba en su escritorio cuando Paula empujó la puerta del despacho.


-Hola, soy Paula Chaves de la agencia Bale. 


Durante la entrevista había visto a aquella otra mujer. Kate Jefferstone, y no le había parecido particularmente simpática. Era alta, con un elegante traje oscuro que resaltaba su extrema delgadez. El pelo negro muy corto destacaba unos pómulos altos y unos sofisticados labios rojos.


-Vaya por fin has llegado -las finísimas cejas desaparecieron bajo el flequillo mientras la mujer miraba a Paula sin disimular su desden-. Llevamos una hora esperándote.


-Sí, es que...


-Será mejor que vayas al despacho inmediatamente. El señor Alfonso tiene muchas cosas que hacer.


Respirando profundamente, Paula entro en el despacho del jefe.


-Buenos días, señor Alfonso. Soy Paula Chaves, de... -Paula no terminó la frase cuando el hombre, que estaba mirando la impresionante panorámica de la ciudad por la ventana, se dio la vuelta.


Era el hombre de la cafetería. Se había quitado el abrigo y la camisa azul marino hacía juego con sus ojos. La prenda, de seda o un tejido parecido, se ajustaba perfectamente a unos hombros muy anchos.


¿Aquel hombre tan viril era Pedro Alfonso? Desde luego, no era el hombre calvo y con barriga que había imaginado.


-Perdone que le pregunte... nos separamos hace más de media hora y yo he tardado menos de cinco minutos en llegar a la oficina. ¿Se puede saber dónde ha ido usted? ¿A Escocia?


La sorpresa al descubrir la identidad de su nuevo jefe unida al sarcasmo la dejaron muda Por un momento.


-Es que me robaron... bueno, no me robaron a mí, sino a una señora que iba a mi lado, Un ciclista le robo el bolso y yo lo recuperé... el ladrón llevaba un pasamontañas.


-A lo mejor iba de incógnito -dijo él, irónico.


-¿No me cree?.- exclamó Paula. Menuda mañana, pensaba. Lo del tironeo había sido lo peor, pero aquel hombre y sus comentarios sarcásticos la estaban poniendo nerviosa. El hecho de que fuera guapísimo y la hiciera sentir como una adolescente añadía leña al fuego.- Yo no suelo mentir, señor Alfonso, pero evidentemente estoy perdiendo el tiempo. Informaré a la agencia de que no soy de su gusto.


-Puede que decida que no es de mi gusto, pero lo haré a su debido tiempo. Y mi tiempo vale mucho, señorita Chaves.


El hombre amable de la cafetería había desaparecido y, en su lugar, tenía delante a un abogado criminalista famoso por ser despiadado. Su arrogancia la ponía enferma. -Lo comprendo, pero...


-Ya he perdido una hora esta mañana y no tengo tiempo para andarme por las ramas. Hay un cuaderno sobre la mesa. Supongo que sabrá taquigrafía...


Paula se mordió los labios. Necesitaba aquel trabajo, se recordó a si misma. Tenia que pagar una montaña de deudas desde que Leo la dejo, y aquella era su oportunidad para forjarse una nueva vida. pero...


Antes de conocer su verdadera identidad le había dicho a Pedro Alfonso que trabajaría hasta para el mismo demonio con tal de conseguir dinero. Y, aparentemente, la broma se había hecho realidad.


-Por supuesto que sé taquigrafía. Está en mi curriculum.


-Ya, claro. ¿Ese ladrón misterioso le ha hecho daño? -preguntó él, sin disimular su incredulidad.



SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 4





Pedro la observó alejarse consumido por el deseo de sujetarla, de estrecharla entre sus brazos y besar aquellos labios tan preciosos. 


¿Qué le pasaba?. No había sentido eso por una mujer en muchos años... y no le gustaba nada. A él le gustaba que su vida fuera ordenada y controlada. No tenia tiempo para acostarse con una pelirroja despistada, de modo que intentó olvidarse de aquella extraña sensación en la boca del estómago mientras iba a la oficina.


-No lo entiendo -protestaba Margarita al descubrir que la secretaria temporal seguía sin aparecer-. Parecía muy contenta con el puesto y era tan... simpática. En fin, será mejor que llame a la agencia.


Pedro sonrió. Margarita había parecido entusiasmada con la nueva secretaria y él confiaba en su buen juicio. Pero, aparentemente, se había equivocado por primera vez en su vida.


-Le daré hasta las diez. Si no ha llegado para entonces, yo mismo llamare a la agencia de empleo. Tú deberías marcharte ahora mismo si quieres ir con Jorge al médico.


-A lo mejor le ha pasado algo -sugirió su ayudante-. Tú mismo has dicho que había mucho tráfico esta mañana Seguramente será eso.


Pedro no compartía su optimismo. No le gustaba tener que contratar gente nueva, pero su secretaria estaba de baja por maternidad y, como consecuencia, su normalmente ordenada oficina estaba hecha un caos. Y era Margarita era quien mas lo sufría, claro. Las dos secretarias anteriores habían sido un desastre.


En lugar de confiar en la agencia, le había pedido que entrevistase ella misma a las candidatas y sabia que se llevaría un disgusto si la candidata que había elegido resultaba ser un fiasco.


-Seguramente estaré fuera todo el día -suspiro Margarita, poniéndose el abrigo-. Supongo que tendremos que esperar.


-No te preocupes. Lo más importante es que el medico vea a tu marido.


Pedro sentía una gran simpatía por su ayudante: Margarita llevaba diez años trabajando para el y lo había animado y apoyado cuando era un joven abogado en el bufete de su padre. Alfonso y Asociados era uno de los mejores bufetes de Londres y él, como hijo de Lionel Alfonso, había tenido que sufrir el escrutinio de toda la profesión antes de demostrar que estaba a la altura.


Ahora, a los cincuenta y cinco años, Margarita esperaba poder prejubilarse para disfrutar de la vida con su marido, pero durante el ultimo año Jorge había empezado a experimentar una gran perdida de memoria y acababan de diagnosticarle demencia senil.


Después de treinta años de matrimonio. Margarita estaba por completo dedicada a su marido y le había confesado que el trabajo era lo único que la mantenía en pie.


Y por eso, para no darle más problemas de los que ya tenía, Pedro decidió llamar a la agencia personalmente.