miércoles, 27 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 8




ERAN casi las dos cuando Paula pudo levantar la cabeza del ordenador, con el cuello dolorido y el estómago protestando. No había trabajado tanto en su vida. Además de las cartas, había tenido que contestar al teléfono continuamente y se sentía satisfecha por haber terminado justo a tiempo. En cuanto a Pedro, no había vuelto a verlo, aunque le había pasado varias llamadas.


Ahora, mientras se estiraba un poco y miraba a su alrededor, echó de menos el pequeño bufete en el que había trabajado antes. Los días de tomar café y galletas a mediodía, comer con su amiga Clara o ir de escaparates habían terminado. Las oficinas de Alfonso y Asociados estaban en el barrio más caro de la ciudad y no tenía ni dinero ni ropa adecuados para comer por allí.


Afortunadamente, había llevado el almuerzo de casa. Tenía tanta hambre que hasta los aburridos sandwiches que llevaba en el bolso le parecían un banquete.


A su izquierda estaba el despacho de Charles Metcalf, el otro abogado del bufete, y Paula se volvió para hablar con la secretaria de Claudio, Katrina.


-¿Tú crees que puedo irme a comer? Pedro está hablando por teléfono y no quiero molestarlo.


-Vete cuando quieras -contestó Katrina, mirando con desdén su traje arrugado-. Yo se lo diré a Pedro.


Paula escapó de allí con sus sandwiches, sin saber que Pedro había estado observándola durante toda la mañana a través de la pared de cristales tintados que lo separaba del despacho de las secretarias. Unos minutos después, colgaba el teléfono y asomaba la cabeza.


-¿Dónde está Paula?


-Creo que se ha ido a comer. Le he sugerido que te preguntara a ti antes, pero... -Katrina se encogió de hombros-. Pedro, por favor... ¿otra secretaria inútil?


-Ya veremos -murmuró él, mirando la pila de correspondencia que Paula había dejado para firmar.


No había ningún problema con su diligencia. 


Paula no había levantado la cabeza del ordenador en toda la mañana. El problema era él. Habia tenido que hacer un esfuerzo para no salir del despacho y hablar con ella. Incluso inventó vanas excusas que descartó de inmediato porque habría parecido demasiado obvio o peor, demasiado torpe.


Ella ni siquiera era su tipo. Sus novias solían ser altas y elegantes. Habiendo sido bendecido con cierto atractivo físico y manteniendo una posición importante en Londres, podía elegir entre las chicas más guapas...


Entonces, ¿por qué se había pasado la mañana mirando a su secretaria y planeando cómo invitarla a comer? ¿Y cómo iba a preguntarle a la siempre eficiente Katrina dónde había ido?


Fue la recepcionista quien le dijo que Paula le había preguntado dónde estaba el
parque más cercano, pero cuando salió a la calle, Pedro seguía preguntándose por las razones que lo empujaban a buscarla.



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