miércoles, 27 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 7




Paula se sentía como una niña revoltosa enviada a su habitación como castigo. Pero cuando se miró al espejo del baño lanzó una exclamación de horror. El traje que llevaba era barato y mojado lo parecía aún más. Pero al menos pudo cambiarse las medias.


Su pelo eran tan fino, que resultaba difícil sujetarlo, pero se hizo un moño con un montón de horquillas, rezando para que no se le cayera mientras él le estuviera dictando. Estaba lista para enfrentarse de nuevo con el jefe... y no pensaba dejar que la intimidase.


Cuando volvió al despacho, Pedro Alfonso puso una taza de café frente a ella.


-Póngase leche y azúcar a su gusto.


Paula se dejo caer sobre la silla, suspirando.


La Cafeína era mas que bienvenida, pero sólo entonces reconoció que lo que había pasado en la calle era para asustar a cualquiera.


Le dolía el hombro por el golpe con el bolardo y el dolor subía por el cuello, haciendo que no pudiese levantar mucho la cabeza, pero se negaba a darle explicaciones sobre un incidente en el que no creía. Era horrible que la creyera una mentirosa porque se enorgullecía de ser una persona honrada.


-Sólo una cosa -murmuró mientras tomaba el cuaderno.


-¿Qué?


-Cuando nos encontramos en la marquesina de la cafetería y le dije que llegaba tarde a trabajar, usted también llegaba tarde.


Pedro se echó hacia atrás en la silla y la miró, en silencio, durante unos segundos. No estaba acostumbrado a que cuestionaran su comportamiento, pero parecía tan indignada, 
que tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír.


-Llevo despierto desde las seis de la mañana y ya había estado trabajando durante un par de horas antes de venir al despacho. Ser el jefe te confiere algunos privilegios. Era usted quien llegaba tarde.


Lo había dicho en tono amistoso, pero un poco cortante, y Paula se mordió los labios. También ella se había levantando al amanecer para hacerle el desayuno a su hija, poner la lavadora, dar de comer al gato, llevar a la niña a la guardería y darse un susto al ver que en la nevera sólo quedaban un par de salchichas arrugadas para cenar. Había sido un milagro que llegara a tiempo a la estación y que hubieran cancelado el tren de las ocho y cinco había sido una canallada. Luego la media rota, la tormenta, el tironero...


En fin, debía reconocer que el incidente con el ciclista sonaba raro, pero no pensaba dejar que aquel hombre la creyese una mentirosa.


-Si está lista, empezamos cuando quiera -la voz de Pedro Alfonso interrumpió sus pensamientos y Paula tomó el lápiz, intentando olvidar el dolor en el cuello.


La estaba probando, decidió, cuando por fin dejó de hablar y ella pudo descansar la dolorida muñeca. Era imposible creer que pudiera hacer tal volumen de trabajo diariamente o dictar tan rápido. Su lapicero había volado literalmente sobre el papel aunque, afortunadamente, ella era una taquigrafa experimentada. Si su intención había sido demostrar que no era apta para el puesto, iba a llevarse una desilusión, pensó, con una sonrisa en los labios.


-¿Eso es todo, señor Alfonso? 


-Por ahora. Y llámame Pedro. Prefiero que mis empleados me tuteen. Esas cartas tienen que estar listas antes de las dos. Gracias.


Apenas había levantado la cabeza del ordenador para decir eso y Paula, dándose por despedida, salio del despacho, preguntándose que había sido de Margarita Rivers. Necesitaba una aliada, pensó cuando sonrió a Kate y la mujer le devolvió una mirada helada. Margarita le había caído muy bien.


-Las dos secretarias temporales que hemos contratado eran imposibles -le había explicado-. Algo sorprendente, porque la agencia Bale estaba especializada en personal de primera clase.


-¿Porque? -había preguntado Paula.


-La primera dejó claro desde el primer momento que estaba más interesada en Pedro Alfonso que en el trabajo -contestó Margarita- Ocurre a veces, claro. Pedro es un hombre rico, atractivo... pero le gusta separar la vida privada y la profesional y Lydia dejó claro que ella estaba dispuesta a todo. La segunda chica era agradable y tenía buenas referencias, pero tenía un problema con la niñera y siempre llegaba tarde o tenía que irse antes de la hora, Y me temo que el jefe es muy estricto con la
puntualidad. Pobre Karen... lo siento por ella, pero una vez tuvo que traer al niño a la oficina y a Pedro no le hizo ninguna gracia.


-Ya veo.


-El puesto de secretaria en este bufete es muy exigente. Mí marido no se encuentra bien de salud y, aunque soy la ayudante personal de Pedro, ahora no puedo viajar o salir tarde como antes. Pedro necesita a alguien que no tenga problemas en casa. Ya sé que no es políticamente correcto, y que seguramente es inmoral además, pero una secretaria embarazada o con hijos es un problema para un bufete como éste. Necesitamos a alguien que no llegue tarde porque debe cuidar de su familia... y sin intención de tener hijos por el momento.


Paula le había asegurado que no tenía intención de quedarse embarazada, pero no le había hablado de Maia. Su hija cumpliría los cuatro años en un par de meses. Iba a la guardería y, aunque lo pasaba muy bien, a Paula se le rompía el corazón por dejarla allí tantas horas. 


Afortunadamente, sus vecinos siempre se ofrecían para cuidar de ella o para ir a buscarla a la guardería cuando era necesario. Nora y Carlos adoraban a Maia, que era para ellos casi como una nieta. Sin su ayuda no podría haberse puesto a trabajar y, sin embargo, seguía sintiéndose culpable por dejar sola a la niña todo el día.


Pero no podía hacer otra cosa, pensó, mientras encendía el ordenador para transcribir las cartas. Aunque había causado tan mala impresión que seguramente pronto sería despedida como sus predecesoras.


Pero necesitaba aquel trabajo. El salario era mejor que en cualquier otro bufete y si Pedro Alfonso sentía aversión por las madres trabajadoras tendria que ocultar la existencia de su hija... al menos hasta que hubiera demostrado que estaba capacitada para el puesto.





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