miércoles, 27 de noviembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 9
El parque era un pequeño oasis de tranquilidad en medio del caos de la ciudad y Paula empezó a relajarse mientras admiraba los árboles. Su primer día en el bufete había sido bastante desastroso, aunque esperaba que la calidad de su trabajo hiciera a Pedro olvidar su impuntualidad... y todo lo demás.
Seguía indignada porque él no la había creído y había estado a punto de decirle que se metiera su trabajo donde quisiera, pero el mal genio siempre había sido su talón de Aquiles y, a los veinticuatro años, ya era hora de que lo controlase.
Todo en su vida dependía de aquel puesto de trabajo. Sin el salario podría perder su casa y entonces tendría que alquilar un apartamento... no quería ni pensarlo. Además, no quería sacar a Maia de un entorno que conocía bien.
En la entrevista, Margarita había dejado caer que Alejandra, la secretaria de baja por maternidad, podría no volver a trabajar y, en ese caso el puesto sería suyo. Paula no pensaba mantener a Maia en secreto para siempre, pero si podía demostrarle a Pedro que era una buena secretaria y que no tenía problemas para hacer su labor y criar a su hija, quizá pudiera conservar el puesto.
¿Le disgustarían los niños?, se preguntó. ¿O no sentía simpatía por las madres trabajadoras?
Ninguna de esas razones lo hacían más simpático a sus ojos, por supuesto. Entonces, ¿por qué no había podido dejar de pensar en él?
Era muy atractivo, desde luego...
-Así que has decidido comer al aire libre. ¿Puedo sentarme contigo?
Paula levantó la cabeza, sorprendida al oír la voz de su jefe.
Pedro ya se había sentado en el banco y ella tragó saliva. Por un lado deseaba que se fuera y por otro que se quedara. Necesitaba volver a mirarlo, aunque una miradita de reojo fue suficiente para que su corazón se pusiera a latir al galope. Así que. haciendo un esfuerzo, se concentro en los patos que nadaban en el estanque.
-Haz lo que quieras -contestó, intentando parecer tranquila, pero percatándose de que empezaba a temblarle la voz.
-Habia pensado invitarte a comer... para que pudiéramos conocernos un poco mejor.
Paula levanto la cabeza y se puso nerviosa al descubrir lo cerca que estaba. Tenia el pelo negro. muy corto, y unas facciones clásicas, de pómulos altos y mandíbula cuadrada. Habia arruguitas de expresión alrededor de los ojos y le habría gustado verlo reír, que sus ojos brillaran con calidez cuando la mirase.
Una idea absurda, naturalmente.
-Lo siento, no lo sabía. ¿Haces eso con todos los empleados? -preguntó, un poco desconcertada.
-No -contestó él, apartando un mechón de pelo de su frente.
El gesto era tan íntimo, que Paula se puso colorada. Estaba tan cerca que podía oler su colonia, sentir el calor de su aliento...
¿Por qué la afectaba tanto aquel hombre?
-No hemos empezado con buen pie -continuó Pedro.
Paula sabía que se refería al motivo de su impuntualidad. Seguía sin creerla. Iba a insistir sobre lo que había pasado, pero cuando lo miró a los ojos no pudo seguir pensando.
-¿Quieres un sandwich? -preguntó, para romper el silencio.
-¿De qué es?
-De mermelada.
Él la miró, sorprendido.
-No, gracias. No tomo mermelada desde que era un crío.
Tampoco ella tomaba sandwiches de mermelada porque quisiera sino porque era lo único que tenía en la nevera. ¿Qué había esperado, salmón ahumado? Aunque seguramente Pedro estaba acostumbrado a comerlo y ella no podía contarle que había guardado el último trozo de queso para el almuerzo de Maia.
-Tengo que ir a la compra -admitió levantando el sandwich. Pero su apetito se había evaporado.
-Hay un restaurante muy agradable al otro lado del parque. Tienen un merengue de limon riquísimo -dijo Pedro entonces, mirando su patético almuerzo-. ¿Quieres que empecemos otra vez mientras comemos algo? Te he visto trabajar duramente toda la mañana. Seguro que tienes hambre.
-¿Me has estado mirando?
-Mi despacho y el tuyo están separados por un cristal, no puedo evitarlo -dijo él-. Espero que eso no te moleste.
No la molestaba, pero la turbaba, aunque no podía admitirlo. Afortunadamente, no se había puesto a soñar despierta, como solía hacer. O a hacer dibujos en su cuaderno. De ser así, seguramente Pedro no estaría tan simpático.
-¿Sabes que esas pecas que tienes en la nariz son preciosas?
Pedro Alfonso tenía muy poco en comun con su antiguo jefe, el señor Philips, pensó Paula asustada.
-Debes leerme el Pensamiento porque me en canta el merengue de limon y odio mis pecas. Las tengo por todas partes
-¿Ah, Sí?
Paula no contesto a esa pregunta y, afortunadamente, él no siguió hablando del tema mientras la llevaba por el parque hasta el restaurante
Pedro Alfonso era un hombre especial, pensaba mientras tomaba un café después del mejor almuerzo que había comido en mucho tiempo.
Además de ser guapísimo, era un buen conversador y tremendamente inteligente. La había entretenido contándole anécdotas de sus casos, divertidos incidentes de su vida como abogado... Y ella había escuchado, cautivada.
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Ya la tiene conquistada me parece. Muy buenos los 3 caps.
ResponderBorrarQue bueno que Pedro revirtió su actitud!
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