martes, 26 de noviembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 5
Paula compró un par de medias y luego apresuró el paso por la acera. Iba tan rápido como le permitían los tacones de aguja y la ampolla que le habían hecho los zapatos, pero tenía que llegar a la oficina.
Iba acalorada y tan decidida a encontrar el edificio, que apenas se fijó en el ciclista que pasó a su lado cubierto por un pasamontañas.
Había muchas bicicletas en la calle para evitar los atascos y se quedó helada al ver que aquel hombre frenaba de golpe al lado de una mujer y le arrancaba el bolso de las manos.
Durante unos segundos. Paula se quedó parada, incapaz de entender lo que estaba viendo. Pero cuando la mujer empezó a gritar, por instinto, salió corriendo detrás del ciclista y agarró el bolso robado.
-¿Cómo se atreve? ¡Déme ese bolso ahora mismo!
-¡Suéltame, zorra! -le espetó el ladrón, empujándola antes de desaparecer a toda velocidad por entre los coches.
Paula, que medía poco más de metro y medio, cayó al suelo, golpeándose contra un bolardo
-Dios mío, ¿se ha hecho daño? ¿Se ha dado un golpe en la cabeza? -la mujer estaba temblando de miedo mientras intentaba atenderla-. No me lo puedo creer... ¿quiere que llame a una ambulancia?
-No, no, estoy bien... es que me he quedado un momento... sin aire.
Paula no pudo disimular el pánico al pensar en la ambulancia. No tenía tiempo de ir al hospital, no podía llegar más tarde a la oficina si quería conservar su empleo. De modo que sonrió, intentando no pensar en el dolor que sentía en el hombro.
-Tome, aquí está su bolso.
-¿Lo ha recuperado? -exclamó la mujer, atónita-. Muchísimas gracias. Uno lee que pasan estas cosas, pero hasta que no le pasan a uno mismo...
Un grupo de curiosos se había acercado y Paula sonrió cuando un hombre mayor la ayudó a levantarse.
-He llamado a la policía. Ha sido usted muy valiente, jovencita. Muy insensata, pero muy valiente.
-Tengo que irme, de verdad -insistió Paula-. Llego tarde a trabajar y no puedo esperar a la policía.
-Pero se ha hecho daño...
-No, estoy bien, en serio.
-En fin, gracias por su ayuda. Si quiere darme su número de teléfono, por si la policía quiere hablar con usted... aunque no lo creo. Ha recuperado el bolso, al fin y al cabo. Y no han matado a nadie.
-Más por suerte que por sentido común.- murmuró el hombre mayor.
Pero Paula ya había salido corriendo.
La oficina estaba en un imponente edificio con ventanas tintadas que brillaban como el cobre bajo el sol de otoño. El interior era la viva imagen de la discreción y la elegancia. Sólo las empresas florecientes podían permitirse alquilar oficinas allí y Paula no dejaba de mirar su falda mojada mientras cruzaba el vestíbulo de mármol.
Mientras subía en el ascensor iba intentando controlar los nervios. Llegaba casi una hora tarde. Pero podría explicarlo, pensaba. Ella era una buena secretaria y. después de pasar por la universidad, estaba más que cualificada. Su trabajo a tiempo parcial en un bufete había sido un buen aprendizaje y era más que capaz de enfrentarse a aquel reto.
Aun así, le temblaban las manos mientras una impecable recepcionista la llevaba por el pasillo... sin darle tiempo para cambiarse las medias. Pero Margarita Rivers no estaba en su escritorio cuando Paula empujó la puerta del despacho.
-Hola, soy Paula Chaves de la agencia Bale.
Durante la entrevista había visto a aquella otra mujer. Kate Jefferstone, y no le había parecido particularmente simpática. Era alta, con un elegante traje oscuro que resaltaba su extrema delgadez. El pelo negro muy corto destacaba unos pómulos altos y unos sofisticados labios rojos.
-Vaya por fin has llegado -las finísimas cejas desaparecieron bajo el flequillo mientras la mujer miraba a Paula sin disimular su desden-. Llevamos una hora esperándote.
-Sí, es que...
-Será mejor que vayas al despacho inmediatamente. El señor Alfonso tiene muchas cosas que hacer.
Respirando profundamente, Paula entro en el despacho del jefe.
-Buenos días, señor Alfonso. Soy Paula Chaves, de... -Paula no terminó la frase cuando el hombre, que estaba mirando la impresionante panorámica de la ciudad por la ventana, se dio la vuelta.
Era el hombre de la cafetería. Se había quitado el abrigo y la camisa azul marino hacía juego con sus ojos. La prenda, de seda o un tejido parecido, se ajustaba perfectamente a unos hombros muy anchos.
¿Aquel hombre tan viril era Pedro Alfonso? Desde luego, no era el hombre calvo y con barriga que había imaginado.
-Perdone que le pregunte... nos separamos hace más de media hora y yo he tardado menos de cinco minutos en llegar a la oficina. ¿Se puede saber dónde ha ido usted? ¿A Escocia?
La sorpresa al descubrir la identidad de su nuevo jefe unida al sarcasmo la dejaron muda Por un momento.
-Es que me robaron... bueno, no me robaron a mí, sino a una señora que iba a mi lado, Un ciclista le robo el bolso y yo lo recuperé... el ladrón llevaba un pasamontañas.
-A lo mejor iba de incógnito -dijo él, irónico.
-¿No me cree?.- exclamó Paula. Menuda mañana, pensaba. Lo del tironeo había sido lo peor, pero aquel hombre y sus comentarios sarcásticos la estaban poniendo nerviosa. El hecho de que fuera guapísimo y la hiciera sentir como una adolescente añadía leña al fuego.- Yo no suelo mentir, señor Alfonso, pero evidentemente estoy perdiendo el tiempo. Informaré a la agencia de que no soy de su gusto.
-Puede que decida que no es de mi gusto, pero lo haré a su debido tiempo. Y mi tiempo vale mucho, señorita Chaves.
El hombre amable de la cafetería había desaparecido y, en su lugar, tenía delante a un abogado criminalista famoso por ser despiadado. Su arrogancia la ponía enferma. -Lo comprendo, pero...
-Ya he perdido una hora esta mañana y no tengo tiempo para andarme por las ramas. Hay un cuaderno sobre la mesa. Supongo que sabrá taquigrafía...
Paula se mordió los labios. Necesitaba aquel trabajo, se recordó a si misma. Tenia que pagar una montaña de deudas desde que Leo la dejo, y aquella era su oportunidad para forjarse una nueva vida. pero...
Antes de conocer su verdadera identidad le había dicho a Pedro Alfonso que trabajaría hasta para el mismo demonio con tal de conseguir dinero. Y, aparentemente, la broma se había hecho realidad.
-Por supuesto que sé taquigrafía. Está en mi curriculum.
-Ya, claro. ¿Ese ladrón misterioso le ha hecho daño? -preguntó él, sin disimular su incredulidad.
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