martes, 26 de noviembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 6
En realidad no sabía qué creer, pero su trabajo como abogado, un trabajo en el que siempre había que apartar una maraña de mentiras para llegar a la verdad, le había enseñado que la gente era capaz de inventar cualquier historia para defenderse. Además, la habría respetado más si le hubiera dicho que, sencillamente, se había perdido. Ella misma había admitido tener un horrible sentido de la orientación.
Él no dependía del transporte público, pero era un hombre justo y sabía los problemas que había con los trenes en Londres... pero la historia del ciclista del pasamontañas no parecía muy creíble. Sin embargo, la ley decretaba que todo el mundo era inocente hasta que se demostrase lo contrario, de modo que la miró, inquisitivo, esperando una respuesta.
-Estoy bien, gracias -respondió Paula, mirándolo con evidente desagrado.
Y pensar que aquel hombre le había parecido atractivo... Aunque, si era sincera consigo misma, aquel aire de autoridad era aún más poderoso en los confines de una oficina. Pero no pensaba dejar que la cautivase.
-Tiene cinco minutos para arreglarse un poco -dijo Pedro, sin dejarse afectar por aquellos ojos del color del mar durante una tormenta.
De repente, le parecía muy frágil, muy pequeña, con el traje arrugado, el pelo rubio rojizo cayendo por su espalda... No había podido dejar de pensar en ella y recordaba, incrédulo, que la había invitado a tomar un café, echando por tierra su siempre respetado horario por primera vez en mucho tiempo. Y tampoco podía olvidar la decepción que sintió cuando ella dijo que no.
De modo que aquella era la chica que había elegido Margarita... Paula Chaves sería su secretaria mientras Alejandra estaba de baja por maternidad.
Mientras abría la carpeta del caso, Pedro no pudo evitar un escalofrío de anticipación.
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 5
Paula compró un par de medias y luego apresuró el paso por la acera. Iba tan rápido como le permitían los tacones de aguja y la ampolla que le habían hecho los zapatos, pero tenía que llegar a la oficina.
Iba acalorada y tan decidida a encontrar el edificio, que apenas se fijó en el ciclista que pasó a su lado cubierto por un pasamontañas.
Había muchas bicicletas en la calle para evitar los atascos y se quedó helada al ver que aquel hombre frenaba de golpe al lado de una mujer y le arrancaba el bolso de las manos.
Durante unos segundos. Paula se quedó parada, incapaz de entender lo que estaba viendo. Pero cuando la mujer empezó a gritar, por instinto, salió corriendo detrás del ciclista y agarró el bolso robado.
-¿Cómo se atreve? ¡Déme ese bolso ahora mismo!
-¡Suéltame, zorra! -le espetó el ladrón, empujándola antes de desaparecer a toda velocidad por entre los coches.
Paula, que medía poco más de metro y medio, cayó al suelo, golpeándose contra un bolardo
-Dios mío, ¿se ha hecho daño? ¿Se ha dado un golpe en la cabeza? -la mujer estaba temblando de miedo mientras intentaba atenderla-. No me lo puedo creer... ¿quiere que llame a una ambulancia?
-No, no, estoy bien... es que me he quedado un momento... sin aire.
Paula no pudo disimular el pánico al pensar en la ambulancia. No tenía tiempo de ir al hospital, no podía llegar más tarde a la oficina si quería conservar su empleo. De modo que sonrió, intentando no pensar en el dolor que sentía en el hombro.
-Tome, aquí está su bolso.
-¿Lo ha recuperado? -exclamó la mujer, atónita-. Muchísimas gracias. Uno lee que pasan estas cosas, pero hasta que no le pasan a uno mismo...
Un grupo de curiosos se había acercado y Paula sonrió cuando un hombre mayor la ayudó a levantarse.
-He llamado a la policía. Ha sido usted muy valiente, jovencita. Muy insensata, pero muy valiente.
-Tengo que irme, de verdad -insistió Paula-. Llego tarde a trabajar y no puedo esperar a la policía.
-Pero se ha hecho daño...
-No, estoy bien, en serio.
-En fin, gracias por su ayuda. Si quiere darme su número de teléfono, por si la policía quiere hablar con usted... aunque no lo creo. Ha recuperado el bolso, al fin y al cabo. Y no han matado a nadie.
-Más por suerte que por sentido común.- murmuró el hombre mayor.
Pero Paula ya había salido corriendo.
La oficina estaba en un imponente edificio con ventanas tintadas que brillaban como el cobre bajo el sol de otoño. El interior era la viva imagen de la discreción y la elegancia. Sólo las empresas florecientes podían permitirse alquilar oficinas allí y Paula no dejaba de mirar su falda mojada mientras cruzaba el vestíbulo de mármol.
Mientras subía en el ascensor iba intentando controlar los nervios. Llegaba casi una hora tarde. Pero podría explicarlo, pensaba. Ella era una buena secretaria y. después de pasar por la universidad, estaba más que cualificada. Su trabajo a tiempo parcial en un bufete había sido un buen aprendizaje y era más que capaz de enfrentarse a aquel reto.
Aun así, le temblaban las manos mientras una impecable recepcionista la llevaba por el pasillo... sin darle tiempo para cambiarse las medias. Pero Margarita Rivers no estaba en su escritorio cuando Paula empujó la puerta del despacho.
-Hola, soy Paula Chaves de la agencia Bale.
Durante la entrevista había visto a aquella otra mujer. Kate Jefferstone, y no le había parecido particularmente simpática. Era alta, con un elegante traje oscuro que resaltaba su extrema delgadez. El pelo negro muy corto destacaba unos pómulos altos y unos sofisticados labios rojos.
-Vaya por fin has llegado -las finísimas cejas desaparecieron bajo el flequillo mientras la mujer miraba a Paula sin disimular su desden-. Llevamos una hora esperándote.
-Sí, es que...
-Será mejor que vayas al despacho inmediatamente. El señor Alfonso tiene muchas cosas que hacer.
Respirando profundamente, Paula entro en el despacho del jefe.
-Buenos días, señor Alfonso. Soy Paula Chaves, de... -Paula no terminó la frase cuando el hombre, que estaba mirando la impresionante panorámica de la ciudad por la ventana, se dio la vuelta.
Era el hombre de la cafetería. Se había quitado el abrigo y la camisa azul marino hacía juego con sus ojos. La prenda, de seda o un tejido parecido, se ajustaba perfectamente a unos hombros muy anchos.
¿Aquel hombre tan viril era Pedro Alfonso? Desde luego, no era el hombre calvo y con barriga que había imaginado.
-Perdone que le pregunte... nos separamos hace más de media hora y yo he tardado menos de cinco minutos en llegar a la oficina. ¿Se puede saber dónde ha ido usted? ¿A Escocia?
La sorpresa al descubrir la identidad de su nuevo jefe unida al sarcasmo la dejaron muda Por un momento.
-Es que me robaron... bueno, no me robaron a mí, sino a una señora que iba a mi lado, Un ciclista le robo el bolso y yo lo recuperé... el ladrón llevaba un pasamontañas.
-A lo mejor iba de incógnito -dijo él, irónico.
-¿No me cree?.- exclamó Paula. Menuda mañana, pensaba. Lo del tironeo había sido lo peor, pero aquel hombre y sus comentarios sarcásticos la estaban poniendo nerviosa. El hecho de que fuera guapísimo y la hiciera sentir como una adolescente añadía leña al fuego.- Yo no suelo mentir, señor Alfonso, pero evidentemente estoy perdiendo el tiempo. Informaré a la agencia de que no soy de su gusto.
-Puede que decida que no es de mi gusto, pero lo haré a su debido tiempo. Y mi tiempo vale mucho, señorita Chaves.
El hombre amable de la cafetería había desaparecido y, en su lugar, tenía delante a un abogado criminalista famoso por ser despiadado. Su arrogancia la ponía enferma. -Lo comprendo, pero...
-Ya he perdido una hora esta mañana y no tengo tiempo para andarme por las ramas. Hay un cuaderno sobre la mesa. Supongo que sabrá taquigrafía...
Paula se mordió los labios. Necesitaba aquel trabajo, se recordó a si misma. Tenia que pagar una montaña de deudas desde que Leo la dejo, y aquella era su oportunidad para forjarse una nueva vida. pero...
Antes de conocer su verdadera identidad le había dicho a Pedro Alfonso que trabajaría hasta para el mismo demonio con tal de conseguir dinero. Y, aparentemente, la broma se había hecho realidad.
-Por supuesto que sé taquigrafía. Está en mi curriculum.
-Ya, claro. ¿Ese ladrón misterioso le ha hecho daño? -preguntó él, sin disimular su incredulidad.
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 4
Pedro la observó alejarse consumido por el deseo de sujetarla, de estrecharla entre sus brazos y besar aquellos labios tan preciosos.
¿Qué le pasaba?. No había sentido eso por una mujer en muchos años... y no le gustaba nada. A él le gustaba que su vida fuera ordenada y controlada. No tenia tiempo para acostarse con una pelirroja despistada, de modo que intentó olvidarse de aquella extraña sensación en la boca del estómago mientras iba a la oficina.
-No lo entiendo -protestaba Margarita al descubrir que la secretaria temporal seguía sin aparecer-. Parecía muy contenta con el puesto y era tan... simpática. En fin, será mejor que llame a la agencia.
Pedro sonrió. Margarita había parecido entusiasmada con la nueva secretaria y él confiaba en su buen juicio. Pero, aparentemente, se había equivocado por primera vez en su vida.
-Le daré hasta las diez. Si no ha llegado para entonces, yo mismo llamare a la agencia de empleo. Tú deberías marcharte ahora mismo si quieres ir con Jorge al médico.
-A lo mejor le ha pasado algo -sugirió su ayudante-. Tú mismo has dicho que había mucho tráfico esta mañana Seguramente será eso.
Pedro no compartía su optimismo. No le gustaba tener que contratar gente nueva, pero su secretaria estaba de baja por maternidad y, como consecuencia, su normalmente ordenada oficina estaba hecha un caos. Y era Margarita era quien mas lo sufría, claro. Las dos secretarias anteriores habían sido un desastre.
En lugar de confiar en la agencia, le había pedido que entrevistase ella misma a las candidatas y sabia que se llevaría un disgusto si la candidata que había elegido resultaba ser un fiasco.
-Seguramente estaré fuera todo el día -suspiro Margarita, poniéndose el abrigo-. Supongo que tendremos que esperar.
-No te preocupes. Lo más importante es que el medico vea a tu marido.
Pedro sentía una gran simpatía por su ayudante: Margarita llevaba diez años trabajando para el y lo había animado y apoyado cuando era un joven abogado en el bufete de su padre. Alfonso y Asociados era uno de los mejores bufetes de Londres y él, como hijo de Lionel Alfonso, había tenido que sufrir el escrutinio de toda la profesión antes de demostrar que estaba a la altura.
Ahora, a los cincuenta y cinco años, Margarita esperaba poder prejubilarse para disfrutar de la vida con su marido, pero durante el ultimo año Jorge había empezado a experimentar una gran perdida de memoria y acababan de diagnosticarle demencia senil.
Después de treinta años de matrimonio. Margarita estaba por completo dedicada a su marido y le había confesado que el trabajo era lo único que la mantenía en pie.
Y por eso, para no darle más problemas de los que ya tenía, Pedro decidió llamar a la agencia personalmente.
lunes, 25 de noviembre de 2019
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 3
¿Podía empeorar aún más la mañana?, se preguntó Paula. Como si el transporte público de Londres no fuera suficientemente malo, ahora iba a llegar a la oficina en su primer día de trabajo pareciendo una rata mojada.
-Lo siento -murmuró cuando el grupo de gente la aplastó contra el desconocido. Tenía que inclinar mucho la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara y, al hacerlo, tuvo que reconocer que era guapísimo. El pelo negro muy corto, un rostro anguloso, una boca que prometía el cielo... Sus ojos, de color azul, contrastaban con unas espesas cejas negras y, cuando sonrió, su corazón dio un saltito dentro de su pecho.
-No pasa nada -le aseguró él, con una voz ronca, muy masculina-. Parece que este sitio se ha vuelto muy popular.
-Tengo que irme -murmuró Paula, apartando la mirada. Seguía lloviendo a cántaros, pero tenia que ir a la oficina o la despedirían antes de que pudiera ponerse frente al ordenador.
-No puede marcharse ahora.- dijo el hombre.
Claro, para él era muy facil decirlo, penso Paula intentando apartarse de sus brazos. No parecía un hombre cuya vida dependía de llegar a tiempo a la oficina. Con su enorme altura y su atractivo físico tenía la apariencia de alguien que acabara de salir de las paginas de sociedad de una revista. Pero habia algo en el, un aire de autoridad, que contradecía esa idea Parecía un hombre de negocios Ademas, cualquiera se daria cuenta de que llevaba un abrigo caro, seguramente italiano Era educado, sofisticado y, por el brillo burlón de sus ojos, parecía darse cuenta de que ella se había fijado en todo eso.
Avergonzada. Paula bajó la cabeza. Pero cuando miró hacia abajo comprobó que tenía una carrera en la media.
-Alguien ahí arriba no me quiere -suspiró-. El consejo número cinco es llevar siempre un par de medias en el bolso... -estaba farfullando como una tonta, pensó, transfigurada por la sonrisa del desconocido.
Aquella estaba siendo una mañana infernal y caer en los brazos del hombre más sexy de Londres no la estaba ayudando nada.
Él la miro de arriba abajo, sin dejar de sonreír.
-¿Por qué ha aceptado ese trabajo si no le gusta lo que dicen de su jefe?
-Por dinero. Pagan muy bien y yo trabajaría hasta para el mismo demonio por un sueldo como ése.
¿Había visto una expresión de desdén en su rostro?, se preguntó Paula. Si supiera lo que tenía que pagar de hipoteca sería más comprensivo. Seguramente él nunca había tenido que elegir entre pagar facturas y comer, pensó. Era un hombre rico y mimado, seguro.
Su ropa, su aspecto, su actitud, lo dejaban bien claro. Y a su lado, con un abrigo barato, ella se sentía vulgar. De un tirón impaciente, Paula se apartó de su lado y miró hacia la acera.
-No puedo quedarme aquí todo el día. ¿Sabe si hay alguna tienda cerca? Tengo que comprar un par de medias.
-Al final de la calle -le informó él-. ¿Porqué no llama a la oficina para explicar por qué llega tarde?
-No tengo el número -respondió ella-. Estaba en la memoria de mi móvil, pero se ha borrado. Y no se ría -le advirtió, al notar un brillo de burla en sus ojos.
-No me he reído.
-No puedo quedarme aquí todo el día. Esto es horrible.
Ella era lo que había pensado, decidió Pedro; una Venus en miniatura y particularmente despistada. Pero en aquel momento otro golpe de lluvia empujó a la multitud hacia dentro y, al acercarse, le llego el olor de su colonia, una fragancia fresca muy agradable que despertó algo más que sus sentidos.
Aquello era ridículo, excitarse a las nueve de la mañana un Lunes... Llevaba demasiado tiempo sin tener una amante, pensó. Claro que a los treinta y ocho años, ya no estaba a merced de sus hormonas. Sus días, o mas bien sus noches, con una variedad de novias habían pasado y se había vuelto más selectivo.
Últimamente hasta el punto de no salir con nadie.
El trabajo se había convertido en su amante y quizá su cuerpo estaba recordándose que eso no era suficiente.
-Deje que la invite a un café. Puede buscar el teléfono de la oficina en la guía y, al
fin y al cabo, cinco minutos mas o menos no tienen importancia.
Por un segundo Paula estuvo a punto de aceptar, de olvidarse de la carga de responsabilidad que había llevado sobre sus hombros durante los últimos tres años. Pero cuando miró al extraño, su corazón empezó a hacer cosas raras.
No le estaba ofreciendo sólo un café. La sensual invitación estaba en sus ojos, en la sensual curva de sus labios y, por un segundo, imaginó que la besaba, imaginó que sentía el roce de aquellos labios en su cuello, en sus pechos...
-No puedo -dijo por fin- Gracias, pero no puedo. Lo siento.
No sabía cuánto tiempo se había quedado atrapada bajo el calor de su mirada, pero de repente se dio cuenta de que la gente que estaba con ellos bajo la marquesina de la cafetería había desaparecido. Y había dejado de llover.
-Bueno, encantada de conocerlo -murmuró, dando un paso atrás.
No quería marcharse sabiendo que no volvería a verlo nunca más...
-¿Se va?
-Aun tengo que buscar la oficina Y mi sentido de la orientación es malísimo. Adiós.
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 2
Sólo llevaba unos minutos caminando cuando las primeras gotas se convirtieron en una tormenta y tuvo que buscar refugio en la marquesina de una cafetería, colisionando con una joven que, evidentemente, había tenido la misma idea.
-¡Maldita sea! -la chica patino al detenerse bruscamente y Pedro tuvo que sujetarla para que no cayera al suelo. Pero al chocar con él se le deshizo el moño, dejando escapar una maravillosa cascada de pelo sobre sus hombros.
Era de color ámbar, entre rubio y pelirrojo, y parecía fino como la seda.
-Si hubiera hecho caso de los «Diez consejos para sobrevivir a tu primer día en Londres» antes de salir de casa... -sonrió, sacudiendo una revista que llevaba en la mano-. El consejo número cuatro era llevar siempre un paraguas
-¿Y cuál era el primero? -pregunto Pedro.
Un par de enormes ojos grises se clavaron en él con solemnidad hasta que, literalmente, sintió que se estaba ahogando.
-Salir de casa con tiempo para no llegar tarde a ningún sitio... y yo llego horriblemente tarde. ¿Sabe que han cancelado el tren de las ocho y cinco sin dar ninguna explicación?
Era preciosa, pensó Pedro. De una belleza exquisita, tuvo que reconocer, sorprendido por su propia reacción. Él era un conocedor de la belleza femenina, pero había algo en aquella mujer, quizá la curva de sus pómulos y sus generosos labios, que despertaba una inesperada ola de deseo. Era esbelta y mas bajita que el.
Parecía vulnerable, pero él sabía que las mujeres siempre eran más duras de lo que parecían.
-Seguro que su jefe entiende que no puede usted luchar contra el transporte público de Londres.- murmuró.
Pero ella negó con la cabeza, el pelo moviéndose como si fuera un halo alrededor de su cara.
-No estoy tan segura. Es un maníaco de la puntualidad... bueno, eso me han dicho.
-¿No lo conoce? -Pedro pensó en la coincidencia de que tampoco él conociera a la nueva secretaria. Su ayudante personal la había contratado a través de una agencia de empleo temporal... pero Margarita había descrito a la candidata como una chica muy sensata.
La mujer que tenía delante era una preciosidad, pero dudaba que la hubieran empleado por su sensatez; porque aquella chica era más bien... despistada. Como para probarlo, de repente pareció darse cuenta de que estaba en los brazos de un completo extraño y, al intentar apartarse, se le enganchó el pelo en un botón de su abrigo.
-Espere un momento -dijo Pedro.
Pero mientras intentaba desenganchar el mechón de pelo fueron empujados por una multitud de gente que intentaba cobijarse de la tormenta.
Al tenerla tan cerca se quedó sorprendido por la palidez de su piel, que era casi transparente, y por sus ojos de color gris verdoso rodeados de largas pestañas. Había algo muy sensual en que no llevara maquillaje... aparte de brillo en los labios. Su pelo olía a limón y a lluvia y tuvo hacer un esfuerzo para no enredar los dedos en él...
SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 1
PARECE que hay un atasco, señor Alfonso ¿Quiere que dé la vuelta?
-No, iré andando desde aquí -Pedro Alfonso cerró su maletín y marcó el número de su oficina en el móvil-, Margarita, estoy en un atasco. ¿Puedes comprobar si las notas sobre el informe Danton están completas? Las necesito para el juicio de mañana. Pídele a la secretaria que pase al ordenador cualquier cosa que sea relevante.
Su ayudante personal, Margarita Rivers, tardó unos segundos en contestar:
-No ha llegado todavía. Pero en cuanto llegue...
-Son las nueve y diez -la interrumpió Pedro, irritado. Luego echó un vistazo a su alrededor y suspiró. Quizá la nueva secretaria tenía una buena excusa para llegar tarde el primer día trabajo, pero no sonaba nada prometedor.
-Yo creo que va a llover -el chófer, Barton, murmuró, mirando el cielo.
Pero Pedro estaba impaciente. Odiaba la inactividad y empaparse era mejor que esperar en el coche.
SECRETOS DE AMOR: SINOPSIS
Paula Chaves había conseguido un magnífico empleo. Aquello era estupendo porque su vida no había sido nada fácil desde que su marido la había abandonado por otra mujer, dejándola sola con su hijita.
Pero su nuevo jefe era todo un desafío. El importante abogado Pedro Alfonso, conocido por sus tácticas despiadada, había dejado muy claro desde el principio que esperaba que su secretaría estuviera localizable siempre que la necesitara.
Pero él no sabia que tenia una hija. Entonces lo acompaño a París en un mágico viaje de negocios. Acabó en la cama con él... y supo que se había enamorado.
Estaba a las órdenes del Jefe... en todo lo que deseara.
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