lunes, 25 de noviembre de 2019

SECRETOS DE AMOR: CAPITULO 3




¿Podía empeorar aún más la mañana?, se preguntó Paula. Como si el transporte público de Londres no fuera suficientemente malo, ahora iba a llegar a la oficina en su primer día de trabajo pareciendo una rata mojada.


-Lo siento -murmuró cuando el grupo de gente la aplastó contra el desconocido. Tenía que inclinar mucho la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara y, al hacerlo, tuvo que reconocer que era guapísimo. El pelo negro muy corto, un rostro anguloso, una boca que prometía el cielo... Sus ojos, de color azul, contrastaban con unas espesas cejas negras y, cuando sonrió, su corazón dio un saltito dentro de su pecho.


-No pasa nada -le aseguró él, con una voz ronca, muy masculina-. Parece que este sitio se ha vuelto muy popular.


-Tengo que irme -murmuró Paula, apartando la mirada. Seguía lloviendo a cántaros, pero tenia que ir a la oficina o la despedirían antes de que pudiera ponerse frente al ordenador.


-No puede marcharse ahora.- dijo el hombre.


Claro, para él era muy facil decirlo, penso Paula intentando apartarse de sus brazos. No parecía un hombre cuya vida dependía de llegar a tiempo a la oficina. Con su enorme altura y su atractivo físico tenía la apariencia de alguien que acabara de salir de las paginas de sociedad de una revista. Pero habia algo en el, un aire de autoridad, que contradecía esa idea Parecía un hombre de negocios Ademas, cualquiera se daria cuenta de que llevaba un abrigo caro, seguramente italiano Era educado, sofisticado y, por el brillo burlón de sus ojos, parecía darse cuenta de que ella se había fijado en todo eso.


Avergonzada. Paula bajó la cabeza. Pero cuando miró hacia abajo comprobó que tenía una carrera en la media.


-Alguien ahí arriba no me quiere -suspiró-. El consejo número cinco es llevar siempre un par de medias en el bolso... -estaba farfullando como una tonta, pensó, transfigurada por la sonrisa del desconocido.


Aquella estaba siendo una mañana infernal y caer en los brazos del hombre más sexy de Londres no la estaba ayudando nada.


Él la miro de arriba abajo, sin dejar de sonreír. 


-¿Por qué ha aceptado ese trabajo si no le gusta lo que dicen de su jefe?


-Por dinero. Pagan muy bien y yo trabajaría hasta para el mismo demonio por un sueldo como ése.


¿Había visto una expresión de desdén en su rostro?, se preguntó Paula. Si supiera lo que tenía que pagar de hipoteca sería más comprensivo. Seguramente él nunca había tenido que elegir entre pagar facturas y comer, pensó. Era un hombre rico y mimado, seguro. 


Su ropa, su aspecto, su actitud, lo dejaban bien claro. Y a su lado, con un abrigo barato, ella se sentía vulgar. De un tirón impaciente, Paula se apartó de su lado y miró hacia la acera.


-No puedo quedarme aquí todo el día. ¿Sabe si hay alguna tienda cerca? Tengo que comprar un par de medias.


-Al final de la calle -le informó él-. ¿Porqué no llama a la oficina para explicar por qué llega tarde?


-No tengo el número -respondió ella-. Estaba en la memoria de mi móvil, pero se ha borrado. Y no se ría -le advirtió, al notar un brillo de burla en sus ojos.


-No me he reído.


-No puedo quedarme aquí todo el día. Esto es horrible.


Ella era lo que había pensado, decidió Pedro; una Venus en miniatura y particularmente despistada. Pero en aquel momento otro golpe de lluvia empujó a la multitud hacia dentro y, al acercarse, le llego el olor de su colonia, una fragancia fresca muy agradable que despertó algo más que sus sentidos.


Aquello era ridículo, excitarse a las nueve de la mañana un Lunes... Llevaba demasiado tiempo sin tener una amante, pensó. Claro que a los treinta y ocho años, ya no estaba a merced de sus hormonas. Sus días, o mas bien sus noches, con una variedad de novias habían pasado y se había vuelto más selectivo.


Últimamente hasta el punto de no salir con nadie.


El trabajo se había convertido en su amante y quizá su cuerpo estaba recordándose que eso no era suficiente.


-Deje que la invite a un café. Puede buscar el teléfono de la oficina en la guía y, al
fin y al cabo, cinco minutos mas o menos no tienen importancia.


Por un segundo Paula estuvo a punto de aceptar, de olvidarse de la carga de responsabilidad que había llevado sobre sus hombros durante los últimos tres años. Pero cuando miró al extraño, su corazón empezó a hacer cosas raras.


No le estaba ofreciendo sólo un café. La sensual invitación estaba en sus ojos, en la sensual curva de sus labios y, por un segundo, imaginó que la besaba, imaginó que sentía el roce de aquellos labios en su cuello, en sus pechos...


-No puedo -dijo por fin- Gracias, pero no puedo. Lo siento.


No sabía cuánto tiempo se había quedado atrapada bajo el calor de su mirada, pero de repente se dio cuenta de que la gente que estaba con ellos bajo la marquesina de la cafetería había desaparecido. Y había dejado de llover.


-Bueno, encantada de conocerlo -murmuró, dando un paso atrás.


No quería marcharse sabiendo que no volvería a verlo nunca más...


-¿Se va?


-Aun tengo que buscar la oficina Y mi sentido de la orientación es malísimo. Adiós.




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