miércoles, 5 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 26




Posiblemente él había planeado que todo eso pasara, posiblemente no, pero pronto Paula estuvo sentada a la mesa con sus dedos volando sobre el teclado de la máquina de escribir, y el producto del trabajo de Pedro era una bola de papel a un costado.


A la media hora ya estaba instalada en un escritorio y una silla más confortable, y los tres días siguientes los pasó firmemente instalada en ese lugar.


No sabía exactamente cuando su urgente deseo de marcharse había sido remplazado como su primera prioridad, pero pronto se encontró inmersa en la historia de dos muchachitos gemelos que estaban involucrados en una intriga que rodeaba la construcción de una planta nuclear en el sur de California, según era relatada por firmes rasgos de lápiz oscuro.


Lo que volvía la situación aún más confusa, aunque al mismo tiempo más tolerable, era que Pedro parecía haber declarado una tregua unilateral. Ya no la torturaba con ideas matrimoniales o con su resistencia a esa posibilidad. En cambio se convirtió en un empleador perfecto. Considerado, fácil de complacer y evidentemente agradecido por cada sección de manuscrito que ella le presentaba para que lo aprobara.


Paula estaba ahora ante la máquina de escribir, con el sexto capítulo recién terminado, y lanzó un suspiro de cansancio.


Su mirada se posó en Pedro, quien estaba tendido en el sofá. Había papeles desparramados a su alrededor, tenía un anotador apoyado en la rodilla levantada y él estaba tendido con la cabeza apoyada en varios almohadones. Una arruga le surcaba la frente y golpeaba pensativo con un dedo la goma de borrar del extremo del lápiz.


Paula dejó que su mirada descansara en él. 


Sabía que eso era inofensivo, porque cuando él se encontraba concentrado en lo que escribía, era indiferente a todo lo demás.


Posó la mirada en la musculosa silueta de él, apreciando inconscientemente la forma en que su tricota de algodón y sus pantalones oscuros ceñidos marcaban las formas del cuerpo. Su pelo castaño estaba un poco ondulado, dando evidencia de una tendencia natural a rizarse; su labio inferior estaba curvado ligeramente hacia un costado.


Paula se obligó a desviar la mirada. Esto tenía que terminar.


Estaba empezando a suceder con frecuencia mucho mayor a medida que pasaban las horas. 


Era como si con su retraimiento y abstracción él estuviese tendiéndole una trampa y ella se acercaba directamente a las manos de él.


¿Cómo podía ser tan estúpida? Y sin embargo, sus ojos volvían a mirarlo y una cálida sensación se elevaba del fuego dormido profundamente en su inconsciente, una calidez que ella parecía incapaz de enfriar.


Mientras Paula lo observaba, Pedro cesó de jugar con su lápiz y anotó rápidamente sus pensamientos en el anotador. Cuando terminó, se incorporó y se pasó la mano por la nuca.


Ese movimiento le hizo volver la cabeza y entonces sorprendió la mirada de Paula que lo observaba.


Por el espacio de varios tensos segundos Paula no pudo apartar la vista. Recuperó su autodominio sólo cuando una leve sonrisa empezó a insinuarse en la línea esculpida de los labios de Pedro.


Entonces apartó bruscamente los ojos y fingió concentrarse en la máquina de escribir, poniendo otra hoja en el rodillo y mirando atentamente lo escrito como si quisiera descifrar las palabras que comenzaban el capítulo siguiente.


Pero todo el tiempo era consciente de que Pedro estaba poniéndose de pie y venía hacia ella. Cuando él se detuvo para mirar sobre el hombro de ella, el corazón le latía como una ruidosa señal de alarma.


—Has llegado lejos —comentó suavemente él, con su voz ronca cargada de doble sentido.


Paula se negó a levantar la vista, temerosa de que sus ojos violetas la delataran y reflejaran la confusión que sentía en su interior. Detestaba esa sensación, esa grieta de vulnerabilidad en su valva de discreción normalmente 


impenetrable. Ella no permitiría que la grieta continuara ensanchándose.


Deliberadamente, tomó el sentido de lo obvio:
—Sí, he hecho mucho, ¿verdad? —Sus dedos siguieron volando sobre el teclado, impidiendo cualquier intento de seguir con la conversación.


—¿No crees que has hecho lo suficiente por hoy? —preguntó Pedro.


—Tú eres el jefe. ¿Lo crees? —Paula pudo sentir en la nuca el toque de los ojos de él.


—Por lo menos, finalmente has admitido eso...


Los dedos de Paula temblaron sobre el teclado causando esa circunstancia el mismo inconveniente que había conseguido Pedro escribiendo en la misma máquina. Estaba en el proceso de destrabar las teclas cuando la larga mano de Pedro se adelantó y arrancó de la máquina la hoja de papel.


—Pues digo que has hecho lo suficiente. En realidad, sólo te detuviste para irte a la cama por la noche.


—Puesto que estás decidido a no dejarme marchar y como tendré que trabajar para ti, he decidido terminar lo más rápidamente posible.


No era realmente la verdad.


Esta era la primera vez que la idea se le cruzaba por la cabeza, ¡pero Paula no iba a confesárselo!


—Hum. —Pedro no se comprometió con su respuesta, pero sí con su acción. La hizo levantarse de la silla tomándola firmemente de los hombros y dijo: —Lo que tú necesitas es salir a caminar, tomar sol y aire fresco.


—¿Qué sucede? - se defendió rápidamente Paula—. ¿Estoy adquiriendo palidez de presidiada?


Pedro fingió estudiarla.


—Estás un poquito pálida, en realidad.


Paula no pudo reprimir una sonrisa.


—Y tú no te ves exactamente como el Príncipe Encantador —dijo.


¡Por esas palabras hubiera podido crecerle la nariz!


El se veía tan guapo como para pasar por un príncipe de cuentos de hadas. ¡Si por lo menos actuara como uno de esos personajes!


—Hablando de príncipes, ¿te importaría si el perro nos acompaña?


Paula vaciló. No recordaba haber aceptado la invitación, pero no sintió ganas de discutir.


Estaba cansada, le dolía la espalda, sentía la cabeza un poco confundida como si se aproximara una jaqueca.


—No, no me molestaría —respondió.



PERSUASIÓN : CAPITULO 25



A cualquier observador desinteresado que hubiera presenciado los acontecimientos desarrollados en la cabaña en los días siguientes se lo habría podido disculpar si se rascaba la cabeza desconcertado. Y Paula, mirando hacia atrás, no podía decir que ella lo culparía. Paula misma no entendía del todo lo que le había ocurrido.


Fiel a su palabra, Pedro había preparado el desayuno para los dos. Habían comido en tenso silencio y después él lavó la vajilla mientras Paula, inquieta, fue a su habitación.


Ella permaneció allí hasta cerca del mediodía, con la mente convertida en una maraña de ideas deshilvanadas cuando trataba de razonar qué haría a continuación. Nunca le venía una idea clara.


Después, de puro aburrida, salió de su habitación y encontró a Pedro sentado en el sofá de la sala con una máquina de escribir eléctrica portátil sobre la mesilla frente a él y una alta pila de papeles a su lado. Estaba escribiendo a máquina con un solo dedo y con exasperante lentitud.


Sólo una mecanógrafa profesional sabe lo irritante que puede llegar a ser semejante actividad. Y Paula no era ninguna excepción.


Después de observarlo durante largos minutos, no pudo seguir soportándolo.


—Si sigues a ese paso, podrías terminar de pasar eso a máquina para el verano que viene —comentó secamente, disfrutando de la oportunidad de hacerle una observación indiscutible.


Pedro la miró con una expresión de perplejidad en los ojos.


—Te dije que yo no sé escribir a máquina.


Volvió a concentrarse en su penosa tarea.


Por fin Paula fue a pararse junto a él. El producto era un espectáculo lamentable.


—¿Eso será enviado por correo? —preguntó, apabullada.


—Mi editor lo necesita tan pronto como yo pueda enviárselo. —Pedro no interrumpió su búsqueda de una "o".


—Espero que él tenga buena vista.


Pedro encontró la letra y apretó, pero además de la "o" apretó la "P" y produjo un trabarse de teclas que hubo que destrabar, y el resultado final fue una hermosa impresión de un poco de cada letra, más una mancha. Pedro lanzó un gruñido de fastidio y buscó lo que parecía su tecla favorita: tachó con varias "x" toda la palabra. La corrección armonizaba perfectamente con el resto de la decoración de la página.



PERSUASIÓN : CAPITULO 24




El beso fue un suave, leve movimiento de labios sobre labios. Torturante, prometedor de más... 


La sangre de Paula empezó a correr locamente dentro de sus venas. Otra vez se hallaba en peligro de perder el control de sí misma. Le agradaba el sabor de él, la sensación de tocarlo; él despertaba algo profundamente oculto dentro de ella. Si no se apartaba en seguida, sucumbiría otra vez. ¿Y dónde la llevaría eso? ¿Resolvería alguno de sus problemas, o los complicaría todavía más? Paula sabía cuál era la respuesta.


Apartó su boca de la de él y dio varios pasos hacia atrás hasta que accidentalmente tropezó con el cajón abierto. La madera le raspó la pierna, pero ella no se encontraba en un estado mental para notarlo, tal como había dejado de notar el dolor de sus rodillas ante la aparición de una preocupación mayor. Tenía que concentrarse completamente a fin de salir ilesa de esta situación.


—Negarlo sólo nos está haciendo daño a los dos —dijo Pedro, que no hizo intento alguno de seguirla pero que no dejó de observar cada uno de sus movimientos.


—¡Lo único que a mí me hace daño eres tú! —gritó ella, soltando la frase sin pensarlo.


—¿Y por qué es eso? —preguntó inmediatamente él.


Por un momento Paula no supo qué decir, pero después respondió con voz cortante:
—Si crees que porque una vez fui a la cama contigo voy a hacerlo otra vez...


—Creo que lo harás.


Los ojos de Paula relampaguearon.


—Pues te equivocas.


—Podría probarte fácilmente que no es así. 


Paula lo observó con recelo.


Esperó que él hiciera un movimiento hacia ella pero él siguió donde estaba.


—¡Yo no soy esa clase de mujer! —fue todo lo que se le ocurrió decir para defenderse.


—Eso ya lo sé. —La respuesta de él la golpeó.


—¿Sabes eso? —preguntó ella.


—Por supuesto.


—Pero... ¿ y ayer?


—No veo nada de malo en que una pareja comprometida haga el amor. 


Paula lanzó un suspiro de exasperación. ¡El insistía con eso!


—Nosotros no estamos comprometidos —dijo con terquedad—. Y nosotros no hicimos el amor. ¡Eso fue puro sexo!


—Amor, Paula —la corrigió él—. Hicimos el amor.


—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó ella—. ¡El amor... el amor es amarse!


—Y yo te amo.


—¡Pero tú no me conoces! ¡No sabes nada de mí!


—Sé lo suficiente.


Paula empezó a sacudir la cabeza. 


Posiblemente había una sola manera de terminar esto.


—Si sabes o no, no hace ninguna diferencia... porque yo no te amo.


El pareció sentirse verdaderamente herido por las palabras de ella.


—El que habla es solamente tu intelecto. Yo he estado en contacto con tu alma. Quizá un día tú también lo estarás.


¿Cómo se podía responder a eso?


Paula empezó a ruborizarse.


—Yo no...


Pedro la interrumpió, como si de pronto se sintiera cansado de luchar.


—Yo soy un hombre paciente, Paula. Pero mi paciencia no es interminable. Puede acabarse.


Paula continuó mirándolo, notando la desusada expresión cansada de los ojos de él. Lo miró de arriba a abajo. El parecía sentirse exactamente como se sentía ella. ¿Había dormido la noche anterior tan poco como ella?


Cuando ella siguió callada, Pedro la tomó de los hombros y la hizo volverse hacia la puerta. Le apoyó una mano en la espalda y ella sintió los dedos cálidos a través de la tela de la blusa. La hizo trasponer la puerta y la guió hacia la cocina.


Por fin, le preguntó:
—¿Qué te gustaría comer para el desayuno? ¿Te parece bien panqueques?


Como en un sueño, Paula se sorprendió asintiendo con la cabeza.


No sabía que sacar en limpio de lo que acababa de suceder. Algo había cambiado, pero ella no estaba segura de lo que era... y no sabía si quería realmente examinar la situación con la atención suficiente para averiguarlo.




martes, 4 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 23



El aguacero de la noche anterior había dejado pocas pruebas de su existencia en el mundo exterior, salvo una húmeda frescura que flotaba en el aire del bosque.


Paula saludó el nuevo día con determinación. 


Poco antes de levantarse había decidido que destrozaría completamente la cabaña si era necesario para encontrar sus llaves. Debían de estar en alguna parte. ¡Seguramente él no se las había comido! Y ahora ella tenía una oportunidad perfecta para buscarlas. Al salir de su habitación advirtió que Pedro no estaba en ninguna parte. Se había ido, lo mismo que Príncipe, y ella dedujo que debían los dos estar gozando de una caminata matutina.


Después de un buen rato de buscar, las llaves seguían sin aparecer. ¡Ella había mirado en todas partes! Empezó a desear haber aprovechado antes la ausencia de Pedro. Ahora hubiera estado a una distancia considerable de la cabaña si hubiese partido a pie. Lo único que la detuvo fue que sabía que con su Datsun podría alejarse más pronto y más eficientemente. Entonces se vería completamente libre de él y no tendría que preguntarse el camino a usar para recuperar la posesión de su automóvil. Otra razón era que si ella lo dejaba aquí, él podría tomarlo como una coqueta maniobra de ella para que se volvieran a ver. ¡Y Dios sabía que eso era lo que menos deseaba Paula!


Paula se irguió e interrumpió su inspección del tarro de la harina. Había revisado todo dos veces y había buscado en todos los escondites concebibles. Sólo le faltaba buscar en un área. 


La había dejado para el final, aunque lógicamente hubiera debido empezar por allí: el cuarto de Pedro.


No había querido volver a entrar en esa habitación por los recuerdos que pudiera traerle. No quería recordar más. Quería borrar de su memoria lo sucedido ayer. No quería ver la cama dónde...


Un leve temblor recorrió la columna vertebral de Paula pero ella lo reprimió instantáneamente. Se enfrentaría a cualquier cosa si era necesario. 


Era una mujer fuerte.


Con notable calma, pese a que las emociones le crispaban el estómago, Paula avanzó silenciosamente hacia el pasillo y la habitación de él. Tendió una mano para empujar la puerta parcialmente abierta. Entró, muy nerviosa. Sus ojos fueron automáticamente hacia la cama, como si la misma fuera un imán. Apartó rápidamente la vista.


Conteniendo su trémula respiración, se obligó a ignorar los fuertes latidos de su corazón y proceder a la búsqueda que tenía entre manos. 


Si estaba actuando como una ladrona, era solamente porque él la obligaba. Y no estaba buscando nada que no fuera de su propiedad, tenía derecho a buscar todo lo que quisiera, donde quisiera.


Se acercó al tocador y abrió un cajón. Con veloz eficiencia buscó entre los calcetines enrollados y la ropa interior prolijamente doblada. Después, como no encontró nada, cerró el cajón y abrió otro. Estaba de rodillas, registrando el tercer cajón, cuando de pronto se percató de que ya no estaba sola. Había una presencia en el vano de la puerta y ella supo, con una espantosa premonición, que se trataba de Pedro. Con renuencia, alzó la mirada. El estaba apoyado en el marco de la puerta, como si llevara allí un tiempo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la observaba con atención.


—¿Se te ha perdido algo? —preguntó en tono seco, irónico.


Paula decidió hacerle frente. Después de todo, ¿qué tenía que perder?


—Sabes perfectamente bien lo que se me ha perdido. ¿Dónde están, Pedro? La paciencia se me está acabando y este juego ya me cansó.


Pedro se enderezó y dejó caer los brazos, apoyando una mano en una de sus esbeltas caderas.


—¿Qué juego? Yo no estoy jugando a ningún juego.


Paula apretó los labios y disgustada volvió la espalda a lo que estaba haciendo. Continuó revolviendo el contenido del cajón hasta que oyó un sonido tintineante que venía exactamente de donde estaba Pedro.


— ¿Es esto lo que quieres? —preguntó él inocentemente, pero con un asomo de burla en la voz.


Por un momento Paula pareció incapaz de moverse, pero en seguida, rápidamente, se puso de pie. En forma automática avanzó un paso, con la mano extendida. Pero se detuvo bruscamente cuando el tintineo cesó y Pedro se metió las llaves en el bolsillo delantero de sus vaqueros.


—Me temo que si eso es lo que quieres, tendrás que venir a buscarlas.


Paula lo miró sin expresión durante varios segundos. Empezó a avanzar una vez más pero en seguida, como antes, se detuvo. ¡No podía hacer eso! ¡Por más que quisiera apoderarse de sus llaves, no podía buscarlas dentro de los ceñidos vaqueros de él! El acto sería demasiado íntimo. Demasiado... turbador. No le costó mucho recordar la sensación de ese cuerpo delgado y musculoso, o la forma en que esa piel con textura de dorado satén se movía contra la de ella.


Paula tragó con dificultad. Se sentía como un animal acorralado.


Cuando ella se quedó inmóvil, Pedro empezó a caminar lentamente hacia el centro de la habitación.


Paula no retrocedió. Parecía hallarse misteriosamente fascinada, inmovilizada en su lugar. Sus pies hubieran podido estar cargados con enormes pesos de plomo pues ella no lograba hacerlos funcionar.


Pedro se detuvo sólo cuando estuvo directamente frente a ella. Una mano de dedos largos la tomó suavemente del mentón y obligó a Paula a mirarlo.


—No soy yo el que está jugando, Paula —dijo suavemente, mirándola a los ojos violetas—. Eres tú. —Con el pulgar le trazó sensuales círculos en el mentón.— Si admites lo que ambos sabemos que es verdad, nos sentiremos mucho mejor. Yo te quiero, Paula. Y tú me quieres. Lo sé. Lo he sabido desde el principio. Si dejaras de ser tan empecinada nos entenderíamos perfectamente. Nos necesitamos uno al otro.


Resistirse al torrente arrollador de sus sentimientos fue difícil, pero Paula de alguna manera logró retener de su sensatez lo suficiente para pronunciar un " ¡No!" desafiante.


Pedro lanzó un largo suspiro.


—Parece que hay una sola forma de ponernos de acuerdo... —Lentamente inclinó la cabeza para besarla en la boca.





PERSUASIÓN : CAPITULO 22




Paula apretó los labios. Que la condenaran si iba a responder. No importaba lo que ella dijera, él lo retorcería para ajustado a sus propósitos.


Con majestuosa determinación, entró en su cuarto y cerró la puerta. Pero su conducta decidida nada pudo hacer para detener el eco de las palabras de él. Solitaria. ¿Era ella solitaria? ¿Había sido una solitaria durante mucho tiempo? Se arrojó sobre la cama. Nunca había pensado en sí misma como en una persona particularmente necesitada. Durante la mayor parte de su vida se las había arreglado sola.


Su padre había muerto cuando ella era pequeña y su madre debió trabajar muchas horas a fin de ganar el dinero suficiente para sobrevivir. Por necesidad, ella había pasado muchas horas entregada a juegos solitarios, como se acostumbran a jugar los niños solamente cuando no tienen otros niños cerca. En la escuela se había hecho de muchas amigas, pero sólo unas pocas eran íntimas de verdad.


Con David creyó haber encontrado por fin su alma gemela... pero todo resultó un fiasco. No porque David hubiese sido malo... solamente porque era débil. Débil y egoísta, y se había burlado de sus votos matrimoniales de amarla y cuidarla. David no conocía el significado de esas palabras. Al mundo exterior le había presentado una cara, y otra completamente diferente a ella... después que se casaron. Y ella pudo soportar los malos tratos de él solamente un año.


¿Pero eso la convertía en una persona solitaria?


Si tuviera que elegir otra vez entre permanecer junto a su marido o divorciarse de él como había hecho, habría elegido divorciarse. Porque nunca aceptaría ser el blanco de los desahogos de un hombre inseguro que bebía hasta perder las inhibiciones.


Pero, había veces que sentía esa antigua nostalgia, cuando lloraba por algo a lo que no podía poner nombre. ¿Eso era ser una solitaria?


La lluvia que sólo había estado pensando en caer, lanzando gotas de ensayo para reconocer el área, de pronto se decidió y Paula, tendida en su cama, escuchó las gotas que golpeaban en el techo y las hojas de los árboles, y sobre la arena apisonada sobre la cual se elevaba el bosque.


Tal como había pensado, durmió poco esa noche. Visiones repetidas de las actividades de horas antes seguían torturándole la mente, y ella se daba vueltas incansablemente en un vano intento de lograr el descanso.


La vergüenza era su emoción primaria; no era una mujer que caía en la cama de un hombre al guiñar un ojo. Nunca lo había sido. David fue su primera experiencia sexual y eso había sido después que estuvieron casados legalmente. Y después de la separación, ella había hecho todo lo posible para correr en dirección opuesta de todo hombre cuyo objetivo fuera llevarla cerca de una cama.


Entonces, ¿cómo había logrado Pedro superar esa decisión? ¿Y cómo lo había hecho de tal manera que ella fuera una participante activa?


El rubor tiñó las mejillas de Paula y ella se sintió contenta de estar sola. Había disfrutado cuando él la tocaba, cuando él la tomó. Hasta había gozado intensamente. Ahora, nada más pensar en ello tenía el poder de excitarla. El parecía ejercer sobre ella una especie de dominio que embotaba todas las inhibiciones que ella pudiera oponer para crear entre los dos una suerte de barrera.


¡Y él se atrevía a hablar de casamiento! ¿Lo decía en serio? Se lo había dicho a la hermana... pero posiblemente ella era tan incompetente como él en el terreno mental. La locura se daba entre miembros de una misma familia.


Paula se movió en su cama y acomodó las almohadas bajo su cabeza. ¡Como si ella quisiera casarse con él! La idea era ridícula. Ella era independiente; no necesitaba a nadie. Su vida se desarrollaba a la perfección tal como estaba. Ya había recibido su dosis de matrimonio y a veces le parecía que todavía no se había curado por completo. Su único pensamiento triste, al respecto, era que jamás experimentaría la maternidad.


De pronto, Paula se sentó en la cama. ¡Oh, Dios! Un hijo. Pedro no había tomado precauciones y ella tampoco. Rápidamente hizo ciertos cálculos mentales y lanzó un leve suspiro de alivio. Las probabilidades de que no hubiera quedado embarazada estaban a su favor.


Pero eso no desmentía el hecho de que sería así siempre. Podía apostar a que no sería. Tenía que asegurarse de que la actuación de ayer no volviera a repetirse. El lastimoso ejemplo de su incapacidad de resistir había quedado adecuadamente demostrado anoche. De modo que volvió a su plan original. ¡Tenía que marcharse! Y marcharse en seguida. Sólo entonces se sentiría segura... tanto de ella misma como de él, y podría volver a ocuparse de la tarea de tratar de reconstruir su vida




PERSUASIÓN : CAPITULO 21




—Verónica, ¿quieres llevarme contigo? ¡Por favor! ¡Ahora mismo!


Pero Verónica se echó a reír, creyendo que Paula estaba bromeando


—Si una cosa he aprendido a lo largo de los años es no interferir en los asuntos ajenos... especialmente en los de mi hermano. Lo siento, Paula. Tendrán que arreglarlo ustedes dos solos. 


—Pero... 


Pedro tomó a su hermana del brazo y empezó a conducirla fuera de la cabaña.


—¿Dijiste a medianoche? Casi es la hora, y tienes mucho camino que hacer.


—Oh, Dios mío, ¿de veras? Pero le llevará un poco de tiempo recoger su equipaje.


—No mucho tiempo. No debes hacerlo esperar.


—No, claro que no. —Miró rápidamente hacia atrás.— Adiós Paula, te veré más tarde.


Paula corrió tras ellos.


—Verónica, por favor. Tienes que ayudarme. ¡Tu hermano está loco! ¡Me retiene aquí contra mi voluntad!


Pedro siguió llevando a su hermana por el sendero y Paula corría tras ellos.


Verónica rió.


—No me estás diciéndome nada que yo no haya sabido desde hace tiempo. Pedro siempre ha sido, digamos, un poco terco cuando quiere algo.


—¡Pero yo no lo quiero a él!


Verónica ya estaba dentro de su automóvil y Pedro cerró la portezuela con determinación.


—El no es malo, en realidad —la aconsejó la mujer—. Dale una oportunidad y podrías llegar a estimarlo. Hasta yo he llegado a quererlo... la mayor parte del tiempo.


—Adiós, Bonnie. No queremos seguir deteniéndote.


Con esa clara indirecta, Verónica puso el automóvil en marcha. Paula se lanzó hacia adelante pero Pedro la retuvo contra él cruzando los brazos sobre los pechos de ella. Paula trató de zafarse pero la fuerza de él se lo impidió.


Los ojos color canela de Verónica, tan semejantes a los de su hermano, miraron apreciativamente a la pareja. Después, ella dijo:
Pedro, esta vez puedes tener más trabajo del que eres capaz de manejar.


Pedro rió con suavidad.


—No —dijo—, no lo creo.


Verónica lo miró con la duda pintada en su cara y sugirió:
—¿Por qué no vienes a Houston el lunes temprano? No te hemos visto mucho en este último viaje.


—Podría ser —respondió Pedro.


—Muy bien, hasta entonces.


Pedro siguió sujetando a Paula apretándola contra todo su cuerpo.


Con esperanzas decrecientes, Paula vio cómo su oportunidad de escapar desaparecía en la oscuridad de la noche.


Durante varios segundos Pedro también permaneció inmóvil mirando cómo se alejaba su hermana, y después, como si la proximidad del cuerpo de Paula avivara recientes recuerdos, inclinó la cabeza y empezó a besarla en el costado del cuello.


Paula trató de apartarse. No quería que él la tocara; ciertamente no quería que él la besara. Y no quería experimentar la sensación que comenzaba a invadirla.


Pedro prestó poca atención a sus tensas protestas. Sus labios le rozaron suavemente la piel, dejando una huella debajo del pelo, en el hombro, hacia la oreja. Con gentil intimidad le mordisqueó el lóbulo de la oreja, rozándola con su aliento caliente y suave.


Nuevamente Paula trató de apartarse pero esta vez no fue para librarse de las caricias de Pedro


¡Estaba huyendo aterrorizada de sí misma! 


Su Cuerpo revivía en armonía con cada molécula del cuerpo de él. Sentía la calidez de él, la dureza de los músculos de ese pecho, de esos muslos... Cuando él aflojó un poco los brazos, Paula pensó que por fin había obtenido una concesión; pero en seguida comprobó que estaba equivocada.


En vez de dejarla en libertad como ella había esperado, Pedro la levantó del suelo una vez más, cargándola en sus brazos.


—¡Suéltame! —exigió ella, medio furiosa, medio dominada por el pánico.


El se limitó a sonreír. Pedro logró llevarla hasta cerca del porche. Fue entonces que la decisión de Paula que no se produjera una repetición de la anterior intimidad que habían compartido finalmente logró imponerse. Paula se retorció y sacudió hasta que a él le fue imposible seguir conteniéndola, y cuando por fin ella apoyó los pies en el suelo, echó a correr sin importarle adonde se dirigía. Paula corría a toda velocidad hacia la arboleda cuando Pedro la alcanzó unos doce pasos más allá.


—¡Paula, espera! —dijo él con voz ronca un instante antes de que sus dedos aferraran la tela del vestido.


Inmediatamente ella se detuvo y fue envuelta por los brazos de él.


—No te haré daño, Paula... jamás te haría daño...


Paula no podía moverse. Tenía los ojos llenos de lágrimas y respiraba laboriosamente. ¿Es que nunca sería libre?


Gentilmente, con el índice y el pulgar, él le levantó el mentón y lentamente inclinó la cabeza hasta poder besarla en los labios. Por un momento Paula permaneció inmóvil, con las emociones convertidas en un torbellino de confusas sensaciones.


¡Después, gradualmente, la calidez y firmeza de la boca hambrienta de él desplazó todos los pensamientos de la mente de ella!


Cuando sus labios se apartaron de la boca de ella, Pedro los deslizó por la curva de la mejilla y con la punta de la lengua enjugó la humedad de las lágrimas saladas.


Paula se estremeció incontroladamente ante el gesto sensual, sus brazos rodearon la cintura de él y sus dedos masajearon los fuertes músculos de la espalda desnuda, sintiendo que se movían cuando la atraían hacia él. ¡La piel de Pedro era como rico satén dorado! ¡Y sin embargo estaba viva! ¡Muy viva!


Paula lanzó un suave gemido cuando él empezó a desprenderle los primeros botones del vestido a fin de que una de sus manos pudiera tomarle más íntimamente un pecho, con la palma cálida y tierna al capturar la pequeña eminencia.


Cuando él oyó el leve sonido de placer que escapó de los labios de ella, volvió a besarla urgentemente en la boca mientras con el cuerpo bebía vorazmente todo lo que ella estaba dispuesta a entregar.


Por unos segundos indescriptibles Paula estuvo perdida en un país maravilloso de sensaciones, deseando ser encontrada solamente por Pedro, quien tenía la capacidad de arrebatarla, de alejarla de sus temores. El parecía capaz de manipular a voluntad las emociones de ella hasta llevarlas a un crescendo de imperioso deseo.


Entonces, súbitamente, supo que tenía que parar, ¡que no podía permitir que esto continuara! Todo lo necesario era dar un pequeño paso y perdería su capacidad de controlarse. ¡Y ahora casi había dado ese paso!


Le agradaba el sabor de él, sentirlo, tocarlo, saber que a él le gustaba que ella le pasara las manos por el pelo, por los hombros, por los músculos duros de los brazos. ¡Pero tenía que parar! ¡No podía permitir que él se le acercara otra vez! ¡Tenía que detenerse! ¡Ni siquiera lo amaba!


Cuando Paula hizo el tremendo esfuerzo de apartarse, ambos respiraban entrecortadamente. 


Para salvarse, ella hizo un intento desesperado, acudió a la única salvación que se le ocurrió: un despliegue de furia.


—¡No vuelvas a hacer eso jamás! —siseó con palabras entrecortadas por la intensidad de su turbación.


Una brisa fresca se había levantado y movía las cimas de los altos pinos curvándolos graciosamente como un aéreo ballet; las ranas arborícolas aumentaron sus gritos pidiendo lluvia... Hasta ese momento Paula no se había percatado de ello, pero ahora le pareció que era una parte importante del momento, un reflejo de la turbulencia de su alma.


Pedro suspiró con resignación y dejó salir lentamente el aire. Sus facciones, en la penumbra, se volvieron sombrías.


—¿Por qué no? A ti te gusta.


Paula sacudió la cabeza pero no fue totalmente una negativa. Sabía que lo que decía él era verdad... ¡pero no podía permitirse la libertad de admitirlo! ¡No a él! ¡La capacidad que él tenía de conmoverla la asustaba intensamente!


Ninguno de los dos prestó atención alguna a las gruesas gotas de lluvia que empezaban a descolgarse de las nubes y caían esporádicamente a su alrededor.


—Admítelo, Paula. A ti te gusta tanto como a mí.


—¡No!


—¿Entonces más?


—¡No! —Paula buscó algo más para decirle.— ¿Cómo pudiste decirle a tu hermana que vamos a casarnos? ¿Cómo pudiste?


—Fue fácil. Es verdad.


—¡No, no lo es!


—¿Preferirías que la hubiera dejado marcharse pensando que sólo estábamos durmiendo juntos? Porque, te lo puedo asegurar, fue eso exactamente lo que ella pensó. Bonnie no es ninguna tonta y supo que nos había interrumpido.


En su cólera, Paula empezó a tartamudear. 


Finalmente logró formular tina protesta:
—¡Tú no juegas limpio! —dijo, sintiéndose desesperadamente impotente.


—¿No has oído ese lugar común que afirma que en el amor y en la guerra todo vale?


El humor volvía rápidamente a la voz de él.


—¿Y esto qué es? —preguntó ella.


—Amor, por supuesto—replicó él en tono falsamente remilgado. Paula hubiera querido golpearlo. ¡Francamente, Pedro era el hombre más desagradable que podía imaginarse! Si lo comparaba con su ex marido, en algunos sentidos David era mejor. ¡Y eso era decir mucho!


—¡Vete al infierno, Pedro Alfonso! —dijo, harta de él.


—¿Tú vendrás conmigo?—bromeó él, sin tomarla en serio para nada.


—Sólo si pudiera usar una horquilla... ¡para pincharte a ti!


—No estoy seguro de que el diablo tenga una, realmente.


—Entonces yo llevaré la mía —replicó Paula.


Pedro soltó una sonora carcajada y trató de tomarla en sus brazos. Paula dio un salto hacia atrás.


—Lo dije en serio... no vuelvas a tocarme.


—¿Es porque cuando yo te toco tú no quieres que me detenga? —preguntó él, y agregó, en tono más suave:— ¿Alguna vez te has preguntado por qué?


Esa pregunta llegó muy cerca de la verdad para el gusto de Paula, y la perturbó. Y a ella no le gustaba ser perturbada. No deseaba hallarse en ese estado en un momento que necesitaba contar con toda su confianza en sí misma que pudiera reunir para protegerse.


—Nunca me hago preguntas —repuso con altanería.


—No te gusta lo que descubres, ¿eh?


—No.


—Yo no pensé eso.


Paula maldijo interiormente porque se había abierto ante—él.


—¡No! —replicó, e hizo ademán de retirarse—. Tengo por costumbre no responder jamás a nadie.


Pedro la dejó que diera varios pasos antes de decidirse a seguirla.


—Debes de tener una existencia muy solitaria.


Paula no respondió sino que siguió caminando hacia la cabaña, y entró por la puerta delantera que había quedado completamente abierta. 


Príncipe yacía sobre la alfombrilla frente al hogar y la miró soñoliento. Ella le dirigió una sola mirada al pasar, reflexionando irritada en el hecho de que por lo menos había uno que podía descansar tranquilo en ese lugar, y supo que en lo que a ella le concernía, muy poco podría dormir si volvía a encerrarse en su habitación.


Pedro la siguió al pasillo y se detuvo cuando ella se volvió para entrar en su habitación y no en la de él.


—¿Eres una persona solitaria, Paula?