martes, 4 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 23



El aguacero de la noche anterior había dejado pocas pruebas de su existencia en el mundo exterior, salvo una húmeda frescura que flotaba en el aire del bosque.


Paula saludó el nuevo día con determinación. 


Poco antes de levantarse había decidido que destrozaría completamente la cabaña si era necesario para encontrar sus llaves. Debían de estar en alguna parte. ¡Seguramente él no se las había comido! Y ahora ella tenía una oportunidad perfecta para buscarlas. Al salir de su habitación advirtió que Pedro no estaba en ninguna parte. Se había ido, lo mismo que Príncipe, y ella dedujo que debían los dos estar gozando de una caminata matutina.


Después de un buen rato de buscar, las llaves seguían sin aparecer. ¡Ella había mirado en todas partes! Empezó a desear haber aprovechado antes la ausencia de Pedro. Ahora hubiera estado a una distancia considerable de la cabaña si hubiese partido a pie. Lo único que la detuvo fue que sabía que con su Datsun podría alejarse más pronto y más eficientemente. Entonces se vería completamente libre de él y no tendría que preguntarse el camino a usar para recuperar la posesión de su automóvil. Otra razón era que si ella lo dejaba aquí, él podría tomarlo como una coqueta maniobra de ella para que se volvieran a ver. ¡Y Dios sabía que eso era lo que menos deseaba Paula!


Paula se irguió e interrumpió su inspección del tarro de la harina. Había revisado todo dos veces y había buscado en todos los escondites concebibles. Sólo le faltaba buscar en un área. 


La había dejado para el final, aunque lógicamente hubiera debido empezar por allí: el cuarto de Pedro.


No había querido volver a entrar en esa habitación por los recuerdos que pudiera traerle. No quería recordar más. Quería borrar de su memoria lo sucedido ayer. No quería ver la cama dónde...


Un leve temblor recorrió la columna vertebral de Paula pero ella lo reprimió instantáneamente. Se enfrentaría a cualquier cosa si era necesario. 


Era una mujer fuerte.


Con notable calma, pese a que las emociones le crispaban el estómago, Paula avanzó silenciosamente hacia el pasillo y la habitación de él. Tendió una mano para empujar la puerta parcialmente abierta. Entró, muy nerviosa. Sus ojos fueron automáticamente hacia la cama, como si la misma fuera un imán. Apartó rápidamente la vista.


Conteniendo su trémula respiración, se obligó a ignorar los fuertes latidos de su corazón y proceder a la búsqueda que tenía entre manos. 


Si estaba actuando como una ladrona, era solamente porque él la obligaba. Y no estaba buscando nada que no fuera de su propiedad, tenía derecho a buscar todo lo que quisiera, donde quisiera.


Se acercó al tocador y abrió un cajón. Con veloz eficiencia buscó entre los calcetines enrollados y la ropa interior prolijamente doblada. Después, como no encontró nada, cerró el cajón y abrió otro. Estaba de rodillas, registrando el tercer cajón, cuando de pronto se percató de que ya no estaba sola. Había una presencia en el vano de la puerta y ella supo, con una espantosa premonición, que se trataba de Pedro. Con renuencia, alzó la mirada. El estaba apoyado en el marco de la puerta, como si llevara allí un tiempo. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la observaba con atención.


—¿Se te ha perdido algo? —preguntó en tono seco, irónico.


Paula decidió hacerle frente. Después de todo, ¿qué tenía que perder?


—Sabes perfectamente bien lo que se me ha perdido. ¿Dónde están, Pedro? La paciencia se me está acabando y este juego ya me cansó.


Pedro se enderezó y dejó caer los brazos, apoyando una mano en una de sus esbeltas caderas.


—¿Qué juego? Yo no estoy jugando a ningún juego.


Paula apretó los labios y disgustada volvió la espalda a lo que estaba haciendo. Continuó revolviendo el contenido del cajón hasta que oyó un sonido tintineante que venía exactamente de donde estaba Pedro.


— ¿Es esto lo que quieres? —preguntó él inocentemente, pero con un asomo de burla en la voz.


Por un momento Paula pareció incapaz de moverse, pero en seguida, rápidamente, se puso de pie. En forma automática avanzó un paso, con la mano extendida. Pero se detuvo bruscamente cuando el tintineo cesó y Pedro se metió las llaves en el bolsillo delantero de sus vaqueros.


—Me temo que si eso es lo que quieres, tendrás que venir a buscarlas.


Paula lo miró sin expresión durante varios segundos. Empezó a avanzar una vez más pero en seguida, como antes, se detuvo. ¡No podía hacer eso! ¡Por más que quisiera apoderarse de sus llaves, no podía buscarlas dentro de los ceñidos vaqueros de él! El acto sería demasiado íntimo. Demasiado... turbador. No le costó mucho recordar la sensación de ese cuerpo delgado y musculoso, o la forma en que esa piel con textura de dorado satén se movía contra la de ella.


Paula tragó con dificultad. Se sentía como un animal acorralado.


Cuando ella se quedó inmóvil, Pedro empezó a caminar lentamente hacia el centro de la habitación.


Paula no retrocedió. Parecía hallarse misteriosamente fascinada, inmovilizada en su lugar. Sus pies hubieran podido estar cargados con enormes pesos de plomo pues ella no lograba hacerlos funcionar.


Pedro se detuvo sólo cuando estuvo directamente frente a ella. Una mano de dedos largos la tomó suavemente del mentón y obligó a Paula a mirarlo.


—No soy yo el que está jugando, Paula —dijo suavemente, mirándola a los ojos violetas—. Eres tú. —Con el pulgar le trazó sensuales círculos en el mentón.— Si admites lo que ambos sabemos que es verdad, nos sentiremos mucho mejor. Yo te quiero, Paula. Y tú me quieres. Lo sé. Lo he sabido desde el principio. Si dejaras de ser tan empecinada nos entenderíamos perfectamente. Nos necesitamos uno al otro.


Resistirse al torrente arrollador de sus sentimientos fue difícil, pero Paula de alguna manera logró retener de su sensatez lo suficiente para pronunciar un " ¡No!" desafiante.


Pedro lanzó un largo suspiro.


—Parece que hay una sola forma de ponernos de acuerdo... —Lentamente inclinó la cabeza para besarla en la boca.





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