martes, 4 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 21




—Verónica, ¿quieres llevarme contigo? ¡Por favor! ¡Ahora mismo!


Pero Verónica se echó a reír, creyendo que Paula estaba bromeando


—Si una cosa he aprendido a lo largo de los años es no interferir en los asuntos ajenos... especialmente en los de mi hermano. Lo siento, Paula. Tendrán que arreglarlo ustedes dos solos. 


—Pero... 


Pedro tomó a su hermana del brazo y empezó a conducirla fuera de la cabaña.


—¿Dijiste a medianoche? Casi es la hora, y tienes mucho camino que hacer.


—Oh, Dios mío, ¿de veras? Pero le llevará un poco de tiempo recoger su equipaje.


—No mucho tiempo. No debes hacerlo esperar.


—No, claro que no. —Miró rápidamente hacia atrás.— Adiós Paula, te veré más tarde.


Paula corrió tras ellos.


—Verónica, por favor. Tienes que ayudarme. ¡Tu hermano está loco! ¡Me retiene aquí contra mi voluntad!


Pedro siguió llevando a su hermana por el sendero y Paula corría tras ellos.


Verónica rió.


—No me estás diciéndome nada que yo no haya sabido desde hace tiempo. Pedro siempre ha sido, digamos, un poco terco cuando quiere algo.


—¡Pero yo no lo quiero a él!


Verónica ya estaba dentro de su automóvil y Pedro cerró la portezuela con determinación.


—El no es malo, en realidad —la aconsejó la mujer—. Dale una oportunidad y podrías llegar a estimarlo. Hasta yo he llegado a quererlo... la mayor parte del tiempo.


—Adiós, Bonnie. No queremos seguir deteniéndote.


Con esa clara indirecta, Verónica puso el automóvil en marcha. Paula se lanzó hacia adelante pero Pedro la retuvo contra él cruzando los brazos sobre los pechos de ella. Paula trató de zafarse pero la fuerza de él se lo impidió.


Los ojos color canela de Verónica, tan semejantes a los de su hermano, miraron apreciativamente a la pareja. Después, ella dijo:
Pedro, esta vez puedes tener más trabajo del que eres capaz de manejar.


Pedro rió con suavidad.


—No —dijo—, no lo creo.


Verónica lo miró con la duda pintada en su cara y sugirió:
—¿Por qué no vienes a Houston el lunes temprano? No te hemos visto mucho en este último viaje.


—Podría ser —respondió Pedro.


—Muy bien, hasta entonces.


Pedro siguió sujetando a Paula apretándola contra todo su cuerpo.


Con esperanzas decrecientes, Paula vio cómo su oportunidad de escapar desaparecía en la oscuridad de la noche.


Durante varios segundos Pedro también permaneció inmóvil mirando cómo se alejaba su hermana, y después, como si la proximidad del cuerpo de Paula avivara recientes recuerdos, inclinó la cabeza y empezó a besarla en el costado del cuello.


Paula trató de apartarse. No quería que él la tocara; ciertamente no quería que él la besara. Y no quería experimentar la sensación que comenzaba a invadirla.


Pedro prestó poca atención a sus tensas protestas. Sus labios le rozaron suavemente la piel, dejando una huella debajo del pelo, en el hombro, hacia la oreja. Con gentil intimidad le mordisqueó el lóbulo de la oreja, rozándola con su aliento caliente y suave.


Nuevamente Paula trató de apartarse pero esta vez no fue para librarse de las caricias de Pedro


¡Estaba huyendo aterrorizada de sí misma! 


Su Cuerpo revivía en armonía con cada molécula del cuerpo de él. Sentía la calidez de él, la dureza de los músculos de ese pecho, de esos muslos... Cuando él aflojó un poco los brazos, Paula pensó que por fin había obtenido una concesión; pero en seguida comprobó que estaba equivocada.


En vez de dejarla en libertad como ella había esperado, Pedro la levantó del suelo una vez más, cargándola en sus brazos.


—¡Suéltame! —exigió ella, medio furiosa, medio dominada por el pánico.


El se limitó a sonreír. Pedro logró llevarla hasta cerca del porche. Fue entonces que la decisión de Paula que no se produjera una repetición de la anterior intimidad que habían compartido finalmente logró imponerse. Paula se retorció y sacudió hasta que a él le fue imposible seguir conteniéndola, y cuando por fin ella apoyó los pies en el suelo, echó a correr sin importarle adonde se dirigía. Paula corría a toda velocidad hacia la arboleda cuando Pedro la alcanzó unos doce pasos más allá.


—¡Paula, espera! —dijo él con voz ronca un instante antes de que sus dedos aferraran la tela del vestido.


Inmediatamente ella se detuvo y fue envuelta por los brazos de él.


—No te haré daño, Paula... jamás te haría daño...


Paula no podía moverse. Tenía los ojos llenos de lágrimas y respiraba laboriosamente. ¿Es que nunca sería libre?


Gentilmente, con el índice y el pulgar, él le levantó el mentón y lentamente inclinó la cabeza hasta poder besarla en los labios. Por un momento Paula permaneció inmóvil, con las emociones convertidas en un torbellino de confusas sensaciones.


¡Después, gradualmente, la calidez y firmeza de la boca hambrienta de él desplazó todos los pensamientos de la mente de ella!


Cuando sus labios se apartaron de la boca de ella, Pedro los deslizó por la curva de la mejilla y con la punta de la lengua enjugó la humedad de las lágrimas saladas.


Paula se estremeció incontroladamente ante el gesto sensual, sus brazos rodearon la cintura de él y sus dedos masajearon los fuertes músculos de la espalda desnuda, sintiendo que se movían cuando la atraían hacia él. ¡La piel de Pedro era como rico satén dorado! ¡Y sin embargo estaba viva! ¡Muy viva!


Paula lanzó un suave gemido cuando él empezó a desprenderle los primeros botones del vestido a fin de que una de sus manos pudiera tomarle más íntimamente un pecho, con la palma cálida y tierna al capturar la pequeña eminencia.


Cuando él oyó el leve sonido de placer que escapó de los labios de ella, volvió a besarla urgentemente en la boca mientras con el cuerpo bebía vorazmente todo lo que ella estaba dispuesta a entregar.


Por unos segundos indescriptibles Paula estuvo perdida en un país maravilloso de sensaciones, deseando ser encontrada solamente por Pedro, quien tenía la capacidad de arrebatarla, de alejarla de sus temores. El parecía capaz de manipular a voluntad las emociones de ella hasta llevarlas a un crescendo de imperioso deseo.


Entonces, súbitamente, supo que tenía que parar, ¡que no podía permitir que esto continuara! Todo lo necesario era dar un pequeño paso y perdería su capacidad de controlarse. ¡Y ahora casi había dado ese paso!


Le agradaba el sabor de él, sentirlo, tocarlo, saber que a él le gustaba que ella le pasara las manos por el pelo, por los hombros, por los músculos duros de los brazos. ¡Pero tenía que parar! ¡No podía permitir que él se le acercara otra vez! ¡Tenía que detenerse! ¡Ni siquiera lo amaba!


Cuando Paula hizo el tremendo esfuerzo de apartarse, ambos respiraban entrecortadamente. 


Para salvarse, ella hizo un intento desesperado, acudió a la única salvación que se le ocurrió: un despliegue de furia.


—¡No vuelvas a hacer eso jamás! —siseó con palabras entrecortadas por la intensidad de su turbación.


Una brisa fresca se había levantado y movía las cimas de los altos pinos curvándolos graciosamente como un aéreo ballet; las ranas arborícolas aumentaron sus gritos pidiendo lluvia... Hasta ese momento Paula no se había percatado de ello, pero ahora le pareció que era una parte importante del momento, un reflejo de la turbulencia de su alma.


Pedro suspiró con resignación y dejó salir lentamente el aire. Sus facciones, en la penumbra, se volvieron sombrías.


—¿Por qué no? A ti te gusta.


Paula sacudió la cabeza pero no fue totalmente una negativa. Sabía que lo que decía él era verdad... ¡pero no podía permitirse la libertad de admitirlo! ¡No a él! ¡La capacidad que él tenía de conmoverla la asustaba intensamente!


Ninguno de los dos prestó atención alguna a las gruesas gotas de lluvia que empezaban a descolgarse de las nubes y caían esporádicamente a su alrededor.


—Admítelo, Paula. A ti te gusta tanto como a mí.


—¡No!


—¿Entonces más?


—¡No! —Paula buscó algo más para decirle.— ¿Cómo pudiste decirle a tu hermana que vamos a casarnos? ¿Cómo pudiste?


—Fue fácil. Es verdad.


—¡No, no lo es!


—¿Preferirías que la hubiera dejado marcharse pensando que sólo estábamos durmiendo juntos? Porque, te lo puedo asegurar, fue eso exactamente lo que ella pensó. Bonnie no es ninguna tonta y supo que nos había interrumpido.


En su cólera, Paula empezó a tartamudear. 


Finalmente logró formular tina protesta:
—¡Tú no juegas limpio! —dijo, sintiéndose desesperadamente impotente.


—¿No has oído ese lugar común que afirma que en el amor y en la guerra todo vale?


El humor volvía rápidamente a la voz de él.


—¿Y esto qué es? —preguntó ella.


—Amor, por supuesto—replicó él en tono falsamente remilgado. Paula hubiera querido golpearlo. ¡Francamente, Pedro era el hombre más desagradable que podía imaginarse! Si lo comparaba con su ex marido, en algunos sentidos David era mejor. ¡Y eso era decir mucho!


—¡Vete al infierno, Pedro Alfonso! —dijo, harta de él.


—¿Tú vendrás conmigo?—bromeó él, sin tomarla en serio para nada.


—Sólo si pudiera usar una horquilla... ¡para pincharte a ti!


—No estoy seguro de que el diablo tenga una, realmente.


—Entonces yo llevaré la mía —replicó Paula.


Pedro soltó una sonora carcajada y trató de tomarla en sus brazos. Paula dio un salto hacia atrás.


—Lo dije en serio... no vuelvas a tocarme.


—¿Es porque cuando yo te toco tú no quieres que me detenga? —preguntó él, y agregó, en tono más suave:— ¿Alguna vez te has preguntado por qué?


Esa pregunta llegó muy cerca de la verdad para el gusto de Paula, y la perturbó. Y a ella no le gustaba ser perturbada. No deseaba hallarse en ese estado en un momento que necesitaba contar con toda su confianza en sí misma que pudiera reunir para protegerse.


—Nunca me hago preguntas —repuso con altanería.


—No te gusta lo que descubres, ¿eh?


—No.


—Yo no pensé eso.


Paula maldijo interiormente porque se había abierto ante—él.


—¡No! —replicó, e hizo ademán de retirarse—. Tengo por costumbre no responder jamás a nadie.


Pedro la dejó que diera varios pasos antes de decidirse a seguirla.


—Debes de tener una existencia muy solitaria.


Paula no respondió sino que siguió caminando hacia la cabaña, y entró por la puerta delantera que había quedado completamente abierta. 


Príncipe yacía sobre la alfombrilla frente al hogar y la miró soñoliento. Ella le dirigió una sola mirada al pasar, reflexionando irritada en el hecho de que por lo menos había uno que podía descansar tranquilo en ese lugar, y supo que en lo que a ella le concernía, muy poco podría dormir si volvía a encerrarse en su habitación.


Pedro la siguió al pasillo y se detuvo cuando ella se volvió para entrar en su habitación y no en la de él.


—¿Eres una persona solitaria, Paula?




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