martes, 4 de septiembre de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 22




Paula apretó los labios. Que la condenaran si iba a responder. No importaba lo que ella dijera, él lo retorcería para ajustado a sus propósitos.


Con majestuosa determinación, entró en su cuarto y cerró la puerta. Pero su conducta decidida nada pudo hacer para detener el eco de las palabras de él. Solitaria. ¿Era ella solitaria? ¿Había sido una solitaria durante mucho tiempo? Se arrojó sobre la cama. Nunca había pensado en sí misma como en una persona particularmente necesitada. Durante la mayor parte de su vida se las había arreglado sola.


Su padre había muerto cuando ella era pequeña y su madre debió trabajar muchas horas a fin de ganar el dinero suficiente para sobrevivir. Por necesidad, ella había pasado muchas horas entregada a juegos solitarios, como se acostumbran a jugar los niños solamente cuando no tienen otros niños cerca. En la escuela se había hecho de muchas amigas, pero sólo unas pocas eran íntimas de verdad.


Con David creyó haber encontrado por fin su alma gemela... pero todo resultó un fiasco. No porque David hubiese sido malo... solamente porque era débil. Débil y egoísta, y se había burlado de sus votos matrimoniales de amarla y cuidarla. David no conocía el significado de esas palabras. Al mundo exterior le había presentado una cara, y otra completamente diferente a ella... después que se casaron. Y ella pudo soportar los malos tratos de él solamente un año.


¿Pero eso la convertía en una persona solitaria?


Si tuviera que elegir otra vez entre permanecer junto a su marido o divorciarse de él como había hecho, habría elegido divorciarse. Porque nunca aceptaría ser el blanco de los desahogos de un hombre inseguro que bebía hasta perder las inhibiciones.


Pero, había veces que sentía esa antigua nostalgia, cuando lloraba por algo a lo que no podía poner nombre. ¿Eso era ser una solitaria?


La lluvia que sólo había estado pensando en caer, lanzando gotas de ensayo para reconocer el área, de pronto se decidió y Paula, tendida en su cama, escuchó las gotas que golpeaban en el techo y las hojas de los árboles, y sobre la arena apisonada sobre la cual se elevaba el bosque.


Tal como había pensado, durmió poco esa noche. Visiones repetidas de las actividades de horas antes seguían torturándole la mente, y ella se daba vueltas incansablemente en un vano intento de lograr el descanso.


La vergüenza era su emoción primaria; no era una mujer que caía en la cama de un hombre al guiñar un ojo. Nunca lo había sido. David fue su primera experiencia sexual y eso había sido después que estuvieron casados legalmente. Y después de la separación, ella había hecho todo lo posible para correr en dirección opuesta de todo hombre cuyo objetivo fuera llevarla cerca de una cama.


Entonces, ¿cómo había logrado Pedro superar esa decisión? ¿Y cómo lo había hecho de tal manera que ella fuera una participante activa?


El rubor tiñó las mejillas de Paula y ella se sintió contenta de estar sola. Había disfrutado cuando él la tocaba, cuando él la tomó. Hasta había gozado intensamente. Ahora, nada más pensar en ello tenía el poder de excitarla. El parecía ejercer sobre ella una especie de dominio que embotaba todas las inhibiciones que ella pudiera oponer para crear entre los dos una suerte de barrera.


¡Y él se atrevía a hablar de casamiento! ¿Lo decía en serio? Se lo había dicho a la hermana... pero posiblemente ella era tan incompetente como él en el terreno mental. La locura se daba entre miembros de una misma familia.


Paula se movió en su cama y acomodó las almohadas bajo su cabeza. ¡Como si ella quisiera casarse con él! La idea era ridícula. Ella era independiente; no necesitaba a nadie. Su vida se desarrollaba a la perfección tal como estaba. Ya había recibido su dosis de matrimonio y a veces le parecía que todavía no se había curado por completo. Su único pensamiento triste, al respecto, era que jamás experimentaría la maternidad.


De pronto, Paula se sentó en la cama. ¡Oh, Dios! Un hijo. Pedro no había tomado precauciones y ella tampoco. Rápidamente hizo ciertos cálculos mentales y lanzó un leve suspiro de alivio. Las probabilidades de que no hubiera quedado embarazada estaban a su favor.


Pero eso no desmentía el hecho de que sería así siempre. Podía apostar a que no sería. Tenía que asegurarse de que la actuación de ayer no volviera a repetirse. El lastimoso ejemplo de su incapacidad de resistir había quedado adecuadamente demostrado anoche. De modo que volvió a su plan original. ¡Tenía que marcharse! Y marcharse en seguida. Sólo entonces se sentiría segura... tanto de ella misma como de él, y podría volver a ocuparse de la tarea de tratar de reconstruir su vida




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