viernes, 3 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 38




La casa nunca le había parecido tan vacía a Pedro. Después de su desquite durante la subasta Paula había desaparecido literalmente. Debía de haberse pasado por allí, porque faltaban varias de sus cosas, pero no le había dejado ninguna nota, aunque se imaginaba muy bien adonde se había ido y con quién. Pedro se había pasado todo el día siguiente tirado en el sillón, mirando el techo, detestándola a ella y a sí mismo por haberse engañado. Al cabo de una semana tenía un aspecto terrible, y aquella mañana de sábado, cuando llamaron a la puerta, ignoró el timbre hasta tres veces antes de levantarse. Cuando al fin se rindió y fue a abrir, se encontró con Cata.


—Vaya, hola —murmuró esforzándose por sonreír—. ¿Todavía no has salido de cuentas? —inquirió mirando su hinchado vientre. Se hizo a un lado y la dejó pasar, ofreciéndole asiento en el salón.


—No, todavía no, y no creas que no tengo ganas… Estoy tan grande que casi me parece que cuando dé a luz vaya a salir el niño con mochila y todo para irse al colegio —dijo Cata. Pedro se rió sin demasiadas ganas ante la ocurrencia—. Iba a preguntarte cómo estás, pero viéndote puedo decir que estás pasándolo fatal —le confió socarrona—. Sé que no está bien que lo piense, pero, si quieres mi opinión, en parte te mereces un poco de sufrimiento.


—Estupendo —gimió Pedro, hundiendo el rostro entre las manos—; un sermón, justo lo que necesitaba.


—Bueno, alguien tenía que decírtelo —se excusó Cata, sin parecer arrepentida en absoluto.


—Ya, pues, ¿podrías dejarlo para cuando esté un poco más deprimido? Así podrás aprovechar y aplastarme como a una cucaracha —le espetó él con ironía. 


Cata suspiró.


Pedro, Paula te quiere.


—Sí, claro, bonita forma de demostrarlo: primero la encuentro besándose con Kieran, después la ofendo por pagarle con la misma moneda, y a continuación sale corriendo, huyendo de mí como de la peste y haciéndome sentir como un canalla —farfulló Pedro, dejándose caer en el sofá frente a ella.


Pedro Alfonso, no pienso permitir que le eches la culpa a ella. Tenéis tanta culpa el uno como el otro, por no haber afrontado este asunto como adultos.


—No es verdad —se defendió él—, yo quería habérselo dicho desde un principio a Kieran, fue ella la que no quiso hacerlo. Todo para proteger al «pobre» y «sensible» Kieran.


—De acuerdo, pero lo que hiciste sobre ese escenario fue de lo más infantil —replicó Cata—. De todos modos eso ya da igual. ¿Qué es lo que piensas hacer?


—¿Y qué es lo que quieres que haga? —exclamó él, lanzando los brazos al aire—. ¿Que vaya a Dublín a machacar a Kieran, cosa que estoy deseando hacer, y me la traiga a ella a rastras? Mira, Cata, sé muy bien que me he portado como un imbécil, y me siento tan mal que me pasaría el día dándome cabezazos contra la pared, ¿satisfecha?


—No.


—¿Y entonces qué diablos quieres que diga? —bramó Pedro fuera de sus casillas.


—Que admitas que estás enamorado de ella.


Pedro dejó escapar una risa amarga.


—¿Eso es todo? Sí, Cata, estoy tan loco por ella que es como si me faltara el aire cuando ella no está.


—¿Y por qué no pruebas a decírselo?


—¿Que por qué…? Porque llevo doce años tratando de decírselo y nunca me ha escuchado, ¿por qué iba a hacerlo ahora que Kieran ha vuelto a escena? Paula lo es todo para mí, Cata, no puedo arriesgarme a perderla para siempre. Tal y como están las cosas, tal vez al menos podamos seguir siendo amigos.





APUESTA: CAPITULO 37




Pedro estaba a punto de ser «subastado» cuando Paula llegó a los escalones que subían al escenario. Le dirigió una sonrisa de ánimo, pero él no se la devolvió. La joven se quedó mirándolo confusa. Trató de leer en su rostro, pero era como si se hubiese cerrado a ella.


—A por ellas, Alfonso —le dijo el encargado del sonido, aún entre bastidores.


Pedro frunció los labios y se enderezó, caminando hacia el escenario sin volverse a mirar a Paula. Aquello era lo último que le apetecía hacer después de lo que había presenciado, pero estaba tan dolido que decidió dar a la joven un poco de su propia medicina.


—Señoras —saludó al colocarse bajo el foco, esbozando su sonrisa más seductora—, me parece que las presentaciones sobran. ¿A quién puedo tentar para pasar conmigo una cita en la que disfrutará de toda mi atención?


En un gesto que casi pareció ensayado, se quitó la chaqueta y se la colgó sobre un hombro, desanudando a continuación la pajarita.


—¿A quién de ustedes, damiselas, le gustaría pasar una noche conmigo?


Unas cuantas mujeres se habían ido acercando al escenario, como hipnotizadas.


—¡Cincuenta libras! —gritó Maura Connell.


Pedro le dirigió una sonrisa forzada.


—Maura, por favor, tú, de entre todas las presentes, deberías saber que valgo mucho más que eso. Vamos, señoras, ¿cuánto pagarían por mí?


Otra voz surgió de entre el público:
—¡Setenta!


—¿Por tener toda mi atención? —espetó Pedro, desabrochándose los primeros botones de la camisa—. ¿No les parece que valgo algo más que eso?


—¿Y cómo sabemos que vales más que eso, Pedro? —lo increpó Maura, alzando la barbilla y dirigiéndole una sonrisa insolente.


Pedro enarcó una ceja y torció el gesto.


—Bueno, si hay dudas, tal vez debería demostrarles que valgo mucho más que setenta libras.


—¿Qué diablos estás haciendo? —le siseó Paula entre bastidores. 


Pero Pedro la ignoró.


—Marie, ¿dónde estás? ¿No está Marie Donnelly entre las asistentes?


Paula lo miró con los ojos como platos.


—¡Alfonso!


En ese mismo momento Marie estaba siendo empujada por unas amigas hacia el escenario.


—¡Ah, ahí estás. Marie! —exclamó Pedro, ayudándola a subir al escenario.


La joven se colocó a su lado, roja como una amapola y sonriendo con timidez, sin saber qué se esperaba de ella.


Paula no podía comprender qué estaba tramando Pedro, pero los celos hicieron presa de ella cuando vio que tomaba a Marie Donnelly de la mano, mirándola a los ojos, y le decía con su voz más dulce, hablando al micrófono en su otra mano:
—Marie, debo decir que estás preciosa esta noche. Te importaría ayudarme a demostrarle a estas encantadoras damas cuál es mi verdadero valor?


Entre el público varias féminas empezaron a jalearla: «¡Hazlo, Marie!», «¡venga, Marie!».


¿Hacer qué?, se preguntó Paula angustiada. ¿No se atrevería a…?


Un silencio expectante se apoderó del salón cuando Pedro se inclinó hacia Marie.


—¡Alfonso, ni se te ocurra hacerlo! —le gritó.


—¿Hacer qué? —le espetó él con aspereza, girándose un instante hacia ella—. ¿Que no haga lo mismo que has hecho tú?


Y, diciendo eso, Pedro se volvió de nuevo hacia Marie Donnelly, la tomó por la barbilla, y comenzó a besarla como si le fuera la vida en ello. De pronto Paula comprendió de qué se trataba todo aquello, por qué él estaba comportándose de aquel modo: había visto a Kieran besándola. Se sintió temblar de ira por dentro. ¿Había creído que practicaba un doble juego? ¿Tan poco la conocía? Paula sintió una punzada en el pecho. Nunca hubiera imaginado que Pedro pudiera ser capaz de hacerle algo así, pero allí estaba, sobre el escenario, besando a otra mujer delante de ella y de más de cien personas.


—¡Cien libras! —pujó una mujer al fondo de la sala, cuando los labios de Pedro se hubieron despegado de los de la sorprendida y azorada Marie Donnelly.


—¡Ciento veinte! —gritó otra.


Paula no lo soportó más. Sacó el monedero de su bolso y salió al escenario.


—Cincuenta peniques.


Pedro se volvió en redondo.


—¿Qué has dicho?


—Cincuenta peniques —repitió Paula esforzándose por contener las lágrimas—. Eso es todo lo que vales ahora mismo —le dijo arrojando la moneda a sus pies.


Se giró sobre los talones, y echó a correr sin parar hasta que estuvo fuera del hotel.





APUESTA: CAPITULO 36






—Alfonso, te toca —lo llamó uno de los organizadores, tirándole de la manga.


Pedro se había quedado paralizado, la mirada fija en el final del pasillo, donde Kieran estaba besando a Paula. Sentía como si el corazón se le hubiese astillado en mil pedazos y estuviese sangrando. ¿Es que nunca aprendería? Tiempo le había faltado a Paula para volver a los brazos de Kieran sin pensarlo dos veces, después de todo lo que habían compartido.


Así acababa todo.


Con una mirada vacía a los escalones que había a sus espaldas, se dio la vuelta y subió al escenario.


—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —le gritó Paula a Kieran cuando la soltó—. ¿Es que te has vuelto loco?


Kieran al menos tuvo la decencia de mostrarse avergonzado.


—El no te ama, Paula, no del modo que tú quieres.


La joven cerró los ojos con fuerza. Era increíble, se dijo, que los seres humanos, al estar dolidos, fueran capaces de decir siempre lo que más daño podía hacer a los demás.


—Kieran. por favor, no sigas.


—No. tengo que decírtelo, porque es necesario que abras los ojos a la realidad. ¿Crees que me habría dicho que tenía el camino libre si te amara tanto como piensas? ¿Harías tú eso si estuvieses en su lugar?, porque deja que te diga que yo no. No lo haría jamás.


Paula volvió a abrir los ojos, mirándolo espantada, y se apartó de él sacudiendo la cabeza. Ya había escuchado bastante, pero Kieran no parecía ser de la misma opinión.


—Si lo dejaras no iría tras de ti, y lo sabes. Si le importaras de verdad, ¿no crees que me lo habría dejado claro, que habría peleado por ti?


Paula no quería creerlo, pero Pedro se había comportado de un modo extraño momentos antes, cuando habían estado bailando, diciéndole que tendría que saber que quería que fuera tras ella.


—¿Y cuánto crees que duraría lo vuestro, Paula?, porque los dos sabemos que Pedro no ha logrado tener una relación de más de un mes en todos estos años. Sencillamente, es incapaz.


¡No!, gritaba el corazón de la joven, ¡era mentira, todo mentira! Cuando a Pedro le importaba algo, se entregaba en cuerpo y alma, como había querido a sus padres, como hacía con todas aquellas cruzadas en las que siempre andaba embarcado. Y ella necesitaba que se entregara a ella del mismo modo, sin reservas, con toda la pasión que le había demostrado.


—Acabarás haciéndote daño y sola, Paula, y yo no quiero que eso ocurra.


La joven se volvió hacia él con una mirada dura y fría, una mirada que Kieran no había visto jamás en sus ojos verdes.


—Cállate, no voy a escuchar una palabra más. Lo que haga con mi vida ya no es asunto tuyo. Dejó de serlo cuando traicionaste mi confianza. Yo superé aquello, y ahora tú tendrás que aceptar que ya no siento nada por ti. lo quieras o no. Y ruega por que Nieves no se entere de esto.


Paula dejó escapar un suspiro tembloroso, y se quedó mirando a Kieran. Probablemente no volvería a verlo jamás. 


Una mezcla de rabia y lástima la invadió.


Había llegado el momento de cerrar ese capítulo de su vida.


—Si yo fuera tú, iría corriendo a su lado, y le mostraría todo el amor y atención que pudiera. No te la mereces.


—Paula, escucha…


—No, escúchame tú, Kieran —lo cortó ella, dando un paso más hacia él—. Ya has pasado bastante tiempo compadeciéndote de ti mismo. Cualquiera daría lo que fuera por haber podido tener las oportunidades que tú has tenido, pero para ti eso nunca ha tenido ningún valor. Sal de mi vida, Kieran, no quiero volver a verte. No va a haber una segunda oportunidad, y hazte a la idea de que nunca la habrá.






jueves, 2 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 35





Pedro se sentía realmente estúpido, y no precisamente porque los organizadores le hubieran hecho ponerse un esmoquin y pajarita, sino porque acababa de decirle a Kieran que iba a dejarle el camino libre y a esperar entre bastidores. 


«Genial, simplemente genial, Alfonso», se dijo con una mueca de disgusto.


Cinco minutos antes de que diera comienzo la subasta tomó una decisión: iba a buscar a Paula y a decirle lo que sentía por ella, de una vez por todas. Sabía que sería incapaz de mantener la palabra que le había dado a Kieran. No podía dejar que se la llevara sin hacer nada, no podía. Y con la sonrisa en los labios del que al fin ha visto claro lo que tiene que hacer, se abrió paso por entre las personas que estaban en el pasillo detrás del escenario.



***

—¿Cómo te atreves? ¿Que vas a perdonarme? —exclamó la joven indignada.


—Paula, por favor…


La voz de Kieran se vio ahogada por la música de rock que salió de los altavoces para anunciar el comienzo de la subasta. Bajaron un poco las luces del salón, y se encendió un foco en el centro del escenario para iluminar al primero de los solteros que se «subastaban».


—Hola, soy Tom, y les aseguro, señoras, que valgo cada penique de los que piensen ofrecer.


Algunas mujeres entre el público lo jalearon, y hubo un estallido de risas.


Kieran alzó la voz.


—Paula, por favor, piénsalo.


Otro soltero subió al escenario.


—Hola, soy Gerard y estoy buscando a una chica con ganas de pasarlo bien.


Kieran volvió a apretarle la mano a la joven.


—Quiero decírselo a Nieves esta noche, Paula. No creo que sea justo seguir dándole esperanzas.


A Paula le hervía la sangre. ¿Cómo podía estar diciendo aquellas cosas? Ella no se había arrojado en brazos de Pedro como sugería por una especie de curiosidad cuasi incestuosa, ni el sentirse sola, ni el echar de menos los viejos tiempos. ¡Y tener la caradura de decir que la perdonaría!


—Olvídate de mí, Kieran. Estoy enamorada de él.


Kieran se quedó de una pieza, boqueando como un pez.


—¿Qué?


Un tercer soltero subió al escenario.


—Hola, me llamo Patrick y…


Paula alzó los ojos hacia Kieran y repitió lo que había dicho con voz clara y firme:
—Estoy enamorada de Pedro.


—No, Paula —dijo Kieran negando con la cabeza y tomándola de la otra mano—. Claro que lo quieres, pero como a un amigo, como a un hermano… vamos, Pau, estamos hablando de Pedro, por amor de Dios… No puedes estar enamorada de él.


—¡Pues lo amo, Kieran, lo amo! Lo amo precisamente porque es Pedro, mi mejor amigo, y la persona que ha estado siempre a mi lado, y… —esbozó una sonrisa— y mi amante —le dijo soltándose y dando un paso atrás—. Y si voy a ser honesta contigo y conmigo misma, te diré que probablemente llevo toda mi vida enamorada de él, solo que había estado tan ciega que no me había dado cuenta hasta ahora.


Kieran seguía mirándola, inmóvil, como si se hubiera convertido en piedra.


—Eso no es verdad, Paula, tú lo sabes…


Pero la joven sacudió la cabeza.


—Es la verdad, Kieran. Cada vez que venía de visita y volvía a marcharme, sentía que era como dejar atrás una parte de mí, y finalmente, aún sin saberlo, he vuelto para quedarme, porque ya no soportaba seguir separándome una y otra vez de él.


—Entonces ya hace años que querías acostarte con él, ¿es eso? —masculló él con puro veneno en la voz—. Quizá incluso antes de que cortáramos.


Paula lo miró dolida. No había sido así, no era algo premeditado como él pretendía sugerir, no había sido algo orquestado entre ellos para traicionarlo. No, Pedro había entrado en su corazón de puntillas, sin que ella se percatara de su presencia.


—Te equivocas. Ha sido algo gradual, algo involuntario, pero ahora sé que lo amo. Lo amo con toda mi alma, y, al contrario que tú, no pienso cometer un error tan grande como para perder la felicidad ahora que la he encontrado.


—¿Por qué tratas de engañarme, Paula? ¿Y por qué tratas de engañarte a ti misma? —replicó él, sacudiendo la cabeza—. ¿Es que no lo ves? ¿Por qué habrías estado ocultándome lo que hay entre vosotros si no fuera porque aún te importo?


—Claro que todavía me importas, Kieran. No puedo borrar de mi corazón lo que fuimos el uno para el otro, y me duele ver que no has logrado superar nuestra ruptura —le dijo dando un paso hacia él—, pero si no te he dicho nada, ha sido porque no quería hacerte daño. Lo nuestro no tenía razón de ser, Kieran, sencillamente no estábamos hechos el uno para el otro como al principio creímos.


Los ojos de Kieran relampaguearon de furia.


—Oh, ¿y Pedro y tú sí? —le espetó. Paula dejó escapar un profundo suspiro.


—Sí, Kieran, aunque te duela, estoy convencida de que sí.


Él se quedó callado, mirándola a los ojos, como esperando ver en ellos que le mentía, y entonces, súbitamente, la empujó contra la pared. El grito de protesta de Paula quedó ahogado por los labios de Kieran, y, aunque trató de apartarlo, empujándole el pecho con las manos, no sirvió de nada.






APUESTA: CAPITULO 34




Sentada en una mesa con Paul, Cata, Kieran y Nieves, Paula miró en derredor y se sorprendió de la cantidad de féminas que habían llenado el salón de repente. Su amiga, al verla fruncir el ceño contrariada, sonrió maliciosa y le dijo guiñándole un ojo:
—Cuánto público para la subasta, ¿eh?


—Mmm —murmuró Paula, fingiendo que no le importaba.


Sin embargo, justo en ese momento vio a Maura Connell unas mesas más cerca del escenario, y se descubrió a sí misma conjurando pensamientos asesinos en su mente. Se sonrió ante lo irónico de la situación: nunca se habría creído capaz de una reacción del tipo «mantente alejada de mi hombre».


—Me parece que voy a tener que hacer una visita a los aseos —murmuró Cata poniéndose al borde de la silla y apoyando las manos en los riñones.


—Te acompañaré —se ofreció Paula. La ayudó a levantarse, tomo su bolso, y le dijo a los otros—: Volvemos enseguida.


Tras dejar a Cata en el lavabo, Paula se escapó al pasillo que había detrás del escenario. Lo que no se esperaba era encontrar a Kieran allí.


—¿Vas a ver a Pedro? —le preguntó con los ojos entornados.


Paula lo miró cautelosa. ¿Acaso sospechaba algo?


—Sí —respondió tratando de mantener la calma—, quería desearle suerte. El pobre debe de estar pasándolo fatal. No sé cómo no te ha matado.


Kieran esbozó una sonrisa.


—Bueno, es la clase de bromas que solíamos gastarnos en la universidad.


Paula sacudió la cabeza.


—Te pasas cada día deseando que tu vida volviera a ser como entonces, ¿eh?


La sonrisa se borró de los labios de Kieran.


—¿Acaso tú no? Aquellos fueron los mejores años de nuestra vida. Lo pasábamos tan bien…


Paula se quedó mirándolo un instante. Sentía lástima por él. 


Era cierto que habían sido tiempos muy felices, pero en parte se debía a que en aquella época apenas tenían preocupaciones, y todo era mucho más simple.


Durante los años de universidad, el magnetismo de su personalidad había hecho que Kieran estuviese siempre rodeado de compañeros y amigos que lo admiraban, que buscaban su consejo y su apoyo. Tal vez esa era la razón por la que ella se había sentido atraída por él, se dijo Paula, porque Kieran era todo lo que ella no era: vivaz, seguro de sí mismo… Quizá había pensado que al estar a su lado, al conseguir su amor, algo de esas cualidades se le pegaría.


En ese momento Cata regresaba a la mesa, y los vio allí al pasar. Lanzó una mirada interrogativa a Paula, pero esta sonrió levemente y le hizo un gesto con la mano para que no se detuviera.


—Ve a sentarte, Cata. Nosotros vamos ahora mismo.


Kieran apenas esperó a que Cata se hubiera alejado para decirle a Paula en un tono acusador:
—Has estado evitándome, ¿no es cierto?


Paula suspiró.


—Sí, Kieran, he estado evitándote, porque todo esto es una locura y tenía la esperanza de que lo olvidaras.


—No puedo olvidarlo. Pau, no puedo olvidarme de ti. Es necesario que averigüemos si aún queda algún rescoldo de lo que había entre nosotros. Tienes que saber que en todo este tiempo no he dejado de amarte, Paula. Lo único que pude hacer cuando te fuiste fue aprender a vivir sin ti.


Paula se giró hacia él.


—Entonces hiciste lo que yo esperaba que hicieras: seguir con tu vida, igual que yo he hecho con la mía.


Kieran tomó la mano de la joven en la suya.


—Una vez fuimos felices, Paula, y podríamos volver a serlo, estoy seguro.


—Kieran, no…


—Sé lo tuyo con Pedro.


Las palabras de Kieran la dejaron paralizada. ¿Lo sabía? ¿Pero cómo…? Y entonces recordó haberlos visto hablando a los dos en la barra del bar momentos antes.


—Te lo ha dicho él… —murmuró incrédula. ¿Por qué no la había esperado? Habían acordado decírselo juntos…


—Sí, y me ha dicho que no se interpondrá.


La joven lo miró boquiabierta.


—Dame otra oportunidad, Paula, dejemos atrás lo que nos separó y volvamos a empezar —dijo apretándole la mano—. No tienes que sentirte avergonzada de lo que ha surgido entre vosotros. Yo lo entiendo, porque sé mejor que nadie lo que es tener una debilidad momentánea, y te perdonaré, igual que tú lo hiciste conmigo. Es comprensible que tuvieras curiosidad. Has estado viviendo varios meses con él, te sientes sola, te recuerda los viejos tiempos… Además, en el fondo yo siempre pensé que era una espinita que tenías que arrancarte para poder centrarte en nosotros.








APUESTA: CAPITULO 33




—Nunca había bailado con una reina de la belleza.


Paula alzó la barbilla indignada.


—No soy una reina de la belleza, soy la Dama del Lago. Hay bastante diferencia, ¿sabes?


Pedro se rió, y la hizo girar con él por la pista, mientras colocaba su mano derecha en el hueco de su espalda y la atraía más hacia sí.


—Por cierto, ¿te he dicho ya lo sexy que es ese vestido?


Paula enredó sus dedos en el cabello de la nuca de Pedro y sonrió.


—Me lo has dicho ya al menos cinco veces en los últimos diez minutos.


—Es que lo es, es la verdad.


—¿Seguro? —lo picó ella con una mirada seductora—. ¿No te parece que enseña demasiada pierna?


—Mmmm… —murmuró Pedro bajando la vista, como considerando la cuestión—. No, demasiada pierna jamás es demasiado —concluyó con un aire muy serio, haciéndola reír de nuevo.


La melodía de salsa que estaba tocando la orquesta tocó a su fin, y comenzó una más lenta. Paula apoyó la cabeza en el hombro de Pedro y le dijo con una sonrisa traviesa:
—¿Y bien? ¿Estamos preparados para la subasta?


—¿Por qué? ¿Has traído tu talonario?


—¿Quién ha dicho que vaya a pujar?


Pedro se fingió dolido.


—¿Vas a abandonarme a mi suerte ante todas esas solteras ávidas de pasión?


Bueno, en el peor de los casos podría ir de sujeta velas a la cita.


—Eso es un alivio —contestó Pedro—, porque yo ya estaba pensando en huir del país.


—Eres un copión, Alfonso. Lo de huir lo patenté yo —se rió ella.


—Cierto, y no se te ocurra volver a hacerlo —murmuró él con una sonrisa.


—¿Por qué? ¿No irías detrás de mí otra vez?


—Supongo que tendría que saber que tú querías que fuera tras de ti.


Paula advirtió que había apartado la vista, y que había una nota extraña, casi triste, en su voz al darle esa respuesta.


—¿Acaso no me conoces lo suficientemente bien como para saber si querría o no que fueses detrás de mí?


Pedro seguía evitando su mirada.


—Ojalá fuera así, pero me temo que no es tan sencillo.


—¿Por qué no?


—Porque tal vez sería mejor que… bueno, que dejara que fueras tú quien decidiese cuándo volver.


Paula pestañeó confundida.


—¿Qué quieres decir con eso?


—Pues que quizá, como la última vez, debería quedarme a un lado y esperar a que tú hubieses encontrado las respuestas.


—¿Respuestas a qué?


—Chaves, yo…


Sin embargo, no pudieron seguir la conversación, ya que, de improviso, uno de los organizadores del festival los interrumpió, poniendo su mano en el hombro de Pedro.


—Alfonso, tenemos que ir preparándonos para la subasta.


Pedro se quedó mirando a Paula un momento, como si quisiera terminar la frase, pero finalmente la soltó y esbozó una leve sonrisa mientras se alejaba con el organizador.


—Nos vemos luego, Paula.