viernes, 3 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 37




Pedro estaba a punto de ser «subastado» cuando Paula llegó a los escalones que subían al escenario. Le dirigió una sonrisa de ánimo, pero él no se la devolvió. La joven se quedó mirándolo confusa. Trató de leer en su rostro, pero era como si se hubiese cerrado a ella.


—A por ellas, Alfonso —le dijo el encargado del sonido, aún entre bastidores.


Pedro frunció los labios y se enderezó, caminando hacia el escenario sin volverse a mirar a Paula. Aquello era lo último que le apetecía hacer después de lo que había presenciado, pero estaba tan dolido que decidió dar a la joven un poco de su propia medicina.


—Señoras —saludó al colocarse bajo el foco, esbozando su sonrisa más seductora—, me parece que las presentaciones sobran. ¿A quién puedo tentar para pasar conmigo una cita en la que disfrutará de toda mi atención?


En un gesto que casi pareció ensayado, se quitó la chaqueta y se la colgó sobre un hombro, desanudando a continuación la pajarita.


—¿A quién de ustedes, damiselas, le gustaría pasar una noche conmigo?


Unas cuantas mujeres se habían ido acercando al escenario, como hipnotizadas.


—¡Cincuenta libras! —gritó Maura Connell.


Pedro le dirigió una sonrisa forzada.


—Maura, por favor, tú, de entre todas las presentes, deberías saber que valgo mucho más que eso. Vamos, señoras, ¿cuánto pagarían por mí?


Otra voz surgió de entre el público:
—¡Setenta!


—¿Por tener toda mi atención? —espetó Pedro, desabrochándose los primeros botones de la camisa—. ¿No les parece que valgo algo más que eso?


—¿Y cómo sabemos que vales más que eso, Pedro? —lo increpó Maura, alzando la barbilla y dirigiéndole una sonrisa insolente.


Pedro enarcó una ceja y torció el gesto.


—Bueno, si hay dudas, tal vez debería demostrarles que valgo mucho más que setenta libras.


—¿Qué diablos estás haciendo? —le siseó Paula entre bastidores. 


Pero Pedro la ignoró.


—Marie, ¿dónde estás? ¿No está Marie Donnelly entre las asistentes?


Paula lo miró con los ojos como platos.


—¡Alfonso!


En ese mismo momento Marie estaba siendo empujada por unas amigas hacia el escenario.


—¡Ah, ahí estás. Marie! —exclamó Pedro, ayudándola a subir al escenario.


La joven se colocó a su lado, roja como una amapola y sonriendo con timidez, sin saber qué se esperaba de ella.


Paula no podía comprender qué estaba tramando Pedro, pero los celos hicieron presa de ella cuando vio que tomaba a Marie Donnelly de la mano, mirándola a los ojos, y le decía con su voz más dulce, hablando al micrófono en su otra mano:
—Marie, debo decir que estás preciosa esta noche. Te importaría ayudarme a demostrarle a estas encantadoras damas cuál es mi verdadero valor?


Entre el público varias féminas empezaron a jalearla: «¡Hazlo, Marie!», «¡venga, Marie!».


¿Hacer qué?, se preguntó Paula angustiada. ¿No se atrevería a…?


Un silencio expectante se apoderó del salón cuando Pedro se inclinó hacia Marie.


—¡Alfonso, ni se te ocurra hacerlo! —le gritó.


—¿Hacer qué? —le espetó él con aspereza, girándose un instante hacia ella—. ¿Que no haga lo mismo que has hecho tú?


Y, diciendo eso, Pedro se volvió de nuevo hacia Marie Donnelly, la tomó por la barbilla, y comenzó a besarla como si le fuera la vida en ello. De pronto Paula comprendió de qué se trataba todo aquello, por qué él estaba comportándose de aquel modo: había visto a Kieran besándola. Se sintió temblar de ira por dentro. ¿Había creído que practicaba un doble juego? ¿Tan poco la conocía? Paula sintió una punzada en el pecho. Nunca hubiera imaginado que Pedro pudiera ser capaz de hacerle algo así, pero allí estaba, sobre el escenario, besando a otra mujer delante de ella y de más de cien personas.


—¡Cien libras! —pujó una mujer al fondo de la sala, cuando los labios de Pedro se hubieron despegado de los de la sorprendida y azorada Marie Donnelly.


—¡Ciento veinte! —gritó otra.


Paula no lo soportó más. Sacó el monedero de su bolso y salió al escenario.


—Cincuenta peniques.


Pedro se volvió en redondo.


—¿Qué has dicho?


—Cincuenta peniques —repitió Paula esforzándose por contener las lágrimas—. Eso es todo lo que vales ahora mismo —le dijo arrojando la moneda a sus pies.


Se giró sobre los talones, y echó a correr sin parar hasta que estuvo fuera del hotel.





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