viernes, 3 de marzo de 2017

APUESTA: CAPITULO 38




La casa nunca le había parecido tan vacía a Pedro. Después de su desquite durante la subasta Paula había desaparecido literalmente. Debía de haberse pasado por allí, porque faltaban varias de sus cosas, pero no le había dejado ninguna nota, aunque se imaginaba muy bien adonde se había ido y con quién. Pedro se había pasado todo el día siguiente tirado en el sillón, mirando el techo, detestándola a ella y a sí mismo por haberse engañado. Al cabo de una semana tenía un aspecto terrible, y aquella mañana de sábado, cuando llamaron a la puerta, ignoró el timbre hasta tres veces antes de levantarse. Cuando al fin se rindió y fue a abrir, se encontró con Cata.


—Vaya, hola —murmuró esforzándose por sonreír—. ¿Todavía no has salido de cuentas? —inquirió mirando su hinchado vientre. Se hizo a un lado y la dejó pasar, ofreciéndole asiento en el salón.


—No, todavía no, y no creas que no tengo ganas… Estoy tan grande que casi me parece que cuando dé a luz vaya a salir el niño con mochila y todo para irse al colegio —dijo Cata. Pedro se rió sin demasiadas ganas ante la ocurrencia—. Iba a preguntarte cómo estás, pero viéndote puedo decir que estás pasándolo fatal —le confió socarrona—. Sé que no está bien que lo piense, pero, si quieres mi opinión, en parte te mereces un poco de sufrimiento.


—Estupendo —gimió Pedro, hundiendo el rostro entre las manos—; un sermón, justo lo que necesitaba.


—Bueno, alguien tenía que decírtelo —se excusó Cata, sin parecer arrepentida en absoluto.


—Ya, pues, ¿podrías dejarlo para cuando esté un poco más deprimido? Así podrás aprovechar y aplastarme como a una cucaracha —le espetó él con ironía. 


Cata suspiró.


Pedro, Paula te quiere.


—Sí, claro, bonita forma de demostrarlo: primero la encuentro besándose con Kieran, después la ofendo por pagarle con la misma moneda, y a continuación sale corriendo, huyendo de mí como de la peste y haciéndome sentir como un canalla —farfulló Pedro, dejándose caer en el sofá frente a ella.


Pedro Alfonso, no pienso permitir que le eches la culpa a ella. Tenéis tanta culpa el uno como el otro, por no haber afrontado este asunto como adultos.


—No es verdad —se defendió él—, yo quería habérselo dicho desde un principio a Kieran, fue ella la que no quiso hacerlo. Todo para proteger al «pobre» y «sensible» Kieran.


—De acuerdo, pero lo que hiciste sobre ese escenario fue de lo más infantil —replicó Cata—. De todos modos eso ya da igual. ¿Qué es lo que piensas hacer?


—¿Y qué es lo que quieres que haga? —exclamó él, lanzando los brazos al aire—. ¿Que vaya a Dublín a machacar a Kieran, cosa que estoy deseando hacer, y me la traiga a ella a rastras? Mira, Cata, sé muy bien que me he portado como un imbécil, y me siento tan mal que me pasaría el día dándome cabezazos contra la pared, ¿satisfecha?


—No.


—¿Y entonces qué diablos quieres que diga? —bramó Pedro fuera de sus casillas.


—Que admitas que estás enamorado de ella.


Pedro dejó escapar una risa amarga.


—¿Eso es todo? Sí, Cata, estoy tan loco por ella que es como si me faltara el aire cuando ella no está.


—¿Y por qué no pruebas a decírselo?


—¿Que por qué…? Porque llevo doce años tratando de decírselo y nunca me ha escuchado, ¿por qué iba a hacerlo ahora que Kieran ha vuelto a escena? Paula lo es todo para mí, Cata, no puedo arriesgarme a perderla para siempre. Tal y como están las cosas, tal vez al menos podamos seguir siendo amigos.





1 comentario: