lunes, 11 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 16




Con un cubo de comida en cada mano, Pedro se dirigió hacia los primeros corrales y jaulas que había a unos cien metros de la casa. La lluvia había parado, pero en la distancia aún se veían relámpagos. Respiró hondo el aire húmedo y agradeció ese soplo de vida a los pastizales, necesario para la cosecha. Los últimos dos años la madre naturaleza no había sido amable con los rancheros y granjeros.


Se detuvo de repente cuando escuchó un gruñido procedente de la jaula en sombras que tenía delante. Miró con aprensión al oso pardo que se movía en su reducido espacio. Entonces notó que le faltaba la mitad de una pata delantera. El oso lisiado olisqueó el aire y, al captar el olor desconocido de él, gruñó con tono amenazador.


—Muy bien, amigo, no huelo igual que Pau, pero te traigo comida, así que no muerdas la mano que te alimenta —con cautela abrió la trampilla para llenarle el cuenco. El animal, al que Pau había bautizado Winnie Pooh, lo observó un minuto entero antes de acercarse a probar los víveres.


Repitió el proceso en la segunda jaula con un oso, y descubrió que el animal llamado Teddy tenía la misma minusvalía que Winnie. Hizo todas las rondas, alimentando a los refugiados de Paula. Había cuatro pumas en mal estado, tres lobos que cojeaban, dos zorros, dos felinos, tres mapaches de aspecto inusual, diversos pavos, un jabalí y un par de especies que no pudo reconocer. Eso sin contar la jaula de las aves, construida cerca de unos manzanos enanos.


Mientras realizaba las rondas con el ganso pisándole los talones, se preguntó qué impulsaba a Paula a cuidar de esos animales. Comprendía por qué no se los podía devolver a su entorno natural. Cada uno tenía una imperfección que le dificultaba poder protegerse de los depredadores o conseguir comida por sus propios medios.


Quizá el zoo no fuera lo suyo, pero respetaba a Paula por sus esfuerzos para cuidar y proteger a esos animales.


Cuando el trueno volvió a sonar y las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre las hojas de las copas de los árboles, corrió al granero para dejar los cubos, darle pienso al ganso y regresar a la casa. El cielo se abrió en el momento en que pisaba el porche de atrás.


Había pasado muchos años a caballo y en tractores como para poder predecir cuándo se avecinaba una tormenta seria. Y esa iba a ser la madre de todas. Su rancho iba a pasar de la sequía a la casi inundación en una noche.


En cuanto entró en la cocina le crujió el estómago, recordándole que ya era hora de cenar. Fue a inspeccionar la nevera. Para su diversión y desagrado, descubrió que el congelador estaba lleno de bandejas con comida precocinada.


Recordó los tiempos en los que Pablo y él se habían alimentado con ese tipo de comida. Hacía unos años habían hecho un trato para turnarse en la cocina de lunes a jueves, de modo que no tuvieran que comer siempre fuera.


Encontró una docena de huevos, pan, queso y leche. 


Mientras preparaba el desayuno para la cena, pensó en la comida deliciosa que estaría disfrutando su hermano en la cafetería de Cathy. Quizá tendría que haber probado con la bonita restauradora antes de concederle a su hermano los derechos en exclusiva.


Hasta el momento, Pablo y él habían evitado las situaciones potencialmente incómodas de los gemelos, aunque les había costado. Eso sin contar una pelea por una preciosidad con coletas en quinto curso. Sabía que en ese momento podría estar siendo atendido por una cocinera maravillosa como Cathy, aunque reconoció que estaba mucho más interesado en la dueña del refugio.


La vivaz rubia agitaba algo en él que era incapaz de descubrir. Aunque en ocasiones era dura, quisquillosa y se mostraba a la defensiva, admiraba y respetaba la independencia en una mujer. Al ser capaz de repasar sus dos primeros enfrentamientos con Paula, rio entre dientes por los incidentes en los que los insultos volaron como balas. 


Desde el principio habían provocado reacciones encendidas el uno en el otro.


Tarareando una canción country, se puso a trabajar en la cena. La electricidad titubeó unos momentos, pero logró preparar los huevos y las tostadas antes de que la tormenta se abatiera en toda su plenitud.


—La cena está servida —anunció al llevar dos platos al salón. Al verla agitarse bajo la manta, el corazón le dio un vuelco—. Eh, dormilona, si voy a cumplir todos tus deseos, lo menos que puedes hacer es despertar y valorar mis esfuerzos.


Paula parpadeó como una criatura que saliera de un túnel. Al ver la comida, apartó la manta y alargó un brazo ansiosa.


—¿Has cocinado? —preguntó adormilada—. ¡Tiene una pinta maravillosa!


Él gimió para sus adentros cuando la manta se cayó y pudo ver una porción generosa de escote a través de la ligera bata. Esa maldita cosa podría representar su perdición si no iba con cuidado.


—Cielos, comida de verdad —comentó ella después de llevarse el primer bocado a los labios—. Hace meses que no pruebo algo casero.


Pedro se obligó a apartar la vista cuando ella se apoyó en un codo para acomodar el plato, revelando en parte los montículos blancos de sus pechos.


El lado lascivo de su naturaleza le suplicó en silencio que se apoyara un poco hacia la izquierda para poder admirar la totalidad del deslumbrante paisaje.


Pero su lado caballeroso opuso una firme objeción.


—Dios, está delicioso —alabó ella después de dar el segundo bocado a la tortilla francesa.


—Gracias. Mi hermano y yo nos turnamos en la cocina. Ya llevo varios años cocinando. Fue una lucha dura después de perder a nuestros padres en un accidente aéreo. Es un milagro que no hayamos quemado la cocina aquel primer año.


—¿Cuidasteis de vosotros mismos? —lo observó pensativa—. ¿Cuántos años teníais?


—Dieciocho —repuso, y masticó un trozo de tostada.


—¿No había ningún familiar o abuelo que os acogiera?


—Teníamos un tío soltero en las fuerzas armadas que pasaba a vernos en sus permisos, pero Pablo y yo estábamos decididos a mantener en marcha el rancho. Ya poseíamos los conocimientos necesarios, aunque necesitamos tiempo para aprender la parte financiera. 
Fuimos a ver a rancheros expertos de la zona para solicitarles consejo y logramos superar la crisis sin perder el rancho. Luego nos turnamos semestres para ir a la universidad y poder completar nuestra educación, tal como hubieran querido nuestros padres. Tardamos siete años, pero nos licenciamos como ingenieros agrónomos.


Paula se movió incómoda. No tenía la costumbre de hablar de su pasado con nadie, pero reconocía que se sentía más cómoda con Pedro de lo que había estado con nadie… jamás. De hecho, nunca le había revelado muchas cosas a Raul porque el momento jamás parecía el oportuno y tenía la impresión de que él no estaba muy interesado.


—Yo ni siquiera sé quiénes son mis padres —confesó—. Pasé mi infancia de un hogar adoptivo a otro. Luego hui de una situación nada agradable porque el hombre que se suponía que era mi padre adoptivo comenzó a tomar un interés diferente en su papel —él soltó un juramento explícito que reflejaba exactamente lo que Paula pensaba.


—Si te puso una mano encima, lo buscaré y descuartizaré a ese hijo de perra.


Que a Pedro le importara lo suficiente como para defender su honor la invadió con una sensación cálida.


—Agradezco la oferta, pero lo vi venir y escapé. Al terminar el instituto me puse a trabajar como camarera, luego llegué a la conclusión de que si quería llegar a alguna parte en el mundo necesitaba más educación.


Se relajó cuando él asintió y sonrió. Agradeció que no emitiera juicios. Desde luego, no había entrado en detalles sobre llevar una vida precaria, no había mencionado a los hombres que esperaban como buitres para aprovecharse de una mujer vulnerable.


—Supongo que es una forma dura de crecer —comentó al alargar la mano para apartarle unos bucles.


—No lo sabes bien.


—Cuando te apetezca quitarte ese peso de encima, estoy dispuesto a escuchar, Pau. Quiero que lo sepas.


—Gracias —musitó con la cabeza baja, jugueteando con la bata.


Tras haber oído la versión resumida de su vida, supuso que estaba acostumbrada a seguir sus propios dictámenes. 


También sabía que se sentía muy unida a los animales perdidos que vivían en sus cuarenta acres de tierra, y sospechaba que se consideraba como ellos.


Lo abrumó una sensación de ternura y compasión por aquella mujer. Entendía por qué consideraba necesario mantener una fachada fuerte y distante. Sin duda esa actitud había sido esencial para superar todos los obstáculos de su vida. Unos incidentes que habían dejado impresiones profundas y duraderas estructuraban su vida y la volvían cautelosa. Deseó haber estado cerca de ella para facilitarle el camino, a pesar de que el suyo no había sido un cuento de hadas. Pero, ¿una mujer joven sola? Sin duda había tenido que sortear innumerables trampas que la habían vuelto desconfiada.


—¿De dónde sacaste todos tus animales? —preguntó mientras acercaba el vaso con té helado.


—Algunos me los trasladó la Coordinadora, otros me fueron traídos por desesperación. No te creerías cuántas personas compran animales exóticos pensando que los pueden domesticar. Los felinos son mascotas bonitas… hasta que crecen. Entonces la gente se encuentra con un león adulto y no sabe qué hacer con él. Hace falta un entrenamiento especial para cuidar de ellos y, sin seminarios intensivos, la persona media se encuentra perdida.


—Doy por hecho que tú tienes ese entrenamiento.


—Sí —corroboró—. También me han enseñado a buscar síntomas de enfermedad. El veterinario local pasa una vez al mes para comprobar la condición de los animales.


—Me dejas impresionado.


—Pensé que desaprobabas a mis inadaptados exóticos —preguntó sorprendida.


—No he dicho que me entusiasmara vivir al lado de tu zoo —se encogió de hombros—, pero admiro tu dedicación, en especial después de lo que he visto en persona. Imagino que un puma al que le falta una pata no se arreglaría bien en su entorno natural. Es como un chico joven luchando por abrirse paso en la jungla de las calles, supongo. Diría que existe una similitud interesante.


—De acuerdo, Freud —se movió incómoda—, de modo que has deducido que me veo reflejada en mis animales y que siento una gran afinidad con ellos.


—¿Cómo no hacerlo? Si no recuerdo mal, la primera vez que nos vimos me mostraste los dientes —rio de buen humor y le guiñó un ojo—. No digo que yo no buscara pelea.


—Me recordaste a un león. Fue una respuesta adquirida combatir el fuego con el fuego —repuso Paula.


Pedro dejó el plato vacío sobre la mesita y se puso de rodillas a su lado.


—¿Qué te parece si dejamos atrás nuestro terrible comienzo? Estoy dispuesto a reconocer que no te pareces en nada a mi ex novia cazafortunas. Desde luego, espero no parecerme en nada a tu ex novio.


—Te concedo que no te pareces a él —murmuró.


Él vio que Paula se ponía nerviosa cuando se tocaba un tema personal. La habitación se redujo al espacio que ocupaba ella y le hizo difícil respirar. Era tan atractiva… Si antes no lo había notado, en ese momento tuvo que reconocer que estaba metido hasta el cuello.





EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 15





Paula se puso de costado en el sofá e hizo una mueca de dolor. El tobillo iba a representar un inconveniente serio.


Y hablando de inconvenientes, el beso la había golpeado con la fuerza de una bomba nuclear. Se dijo que no tenía tiempo para entregarse a una relación seria o llegar a conocer a un hombre. El despacho de contabilidad era caótico varios meses al año. Y en el rancho siempre había tareas y reparaciones que necesitaban su atención. ¿De dónde podría sacar tiempo para un hombre?


«Muy bien, Chaves, responde esta pregunta. A pesar de todas tus excusas, ¿cómo vas a soslayar los efectos de ese beso espontáneo? ¿Eh? Pedro Alfonso puede tener un temperamento explosivo, ser terco y vehemente, pero te derritió los sesos con ese beso. ¿Lo quieres negar? Y también intenta convencerte de que no has averiguado
más de Pedro Alfonso en una semana que de ese taimado jugador de béisbol en seis meses».


—De acuerdo, Pepe no se parece en nada a Raul —reconoció para sí misma—. Sí, es terriblemente atractivo, pero también posee personalidad.


Aunque podía ser un diablo, reconoció que era honesto, sincero y trabajador; asimismo, se había enfrentado a la humillación y al rechazo y había sobrevivido a que le rompieran el corazón. También era de fiar. Había ido a alimentar a unos animales a los que quería ver a kilómetros de distancia. Estaba dispuesto a realizar las tareas que Paula era incapaz de hacer físicamente. Eso indicaba algo sobre su personalidad y carácter, algo que ella admiraba mucho.


Sin embargo, una voz en su interior le advertía que tuviera cautela. Aún existía la posibilidad de que quisiera conquistarla para convencerla de trasladar su refugio. 


Sospechaba que en ese momento lo dominaba la culpabilidad.


Después de unos minutos de concentrada deliberación, decidió darle el beneficio de la duda. No se mostraría hostil adrede para protegerse a sí misma. Dejaría que conociera un poco a la verdadera Paula Chaves.


Sí, podía hacerlo. Además, le gustaba cómo la cuidaba. 


Hacía mucho tiempo, si lo había habido alguna vez, que no se sentía protegida y atendida. Aunque pudiera resultarle incómodo y antinatural, dejaría que Pedro la ayudara en sus momentos de necesidad.


Se arrebujó bajo la manta y cerró los ojos para descansar un poco. Pedro se ocupaba de las cosas. Podía relajarse unos minutos.





EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 14




«Ha sido un error de proporciones gigantescas», se amonestó al poner la marcha atrás de la furgoneta y salir por el camino. Cuando regresara, sabía que ese beso iba a flotar entre los dos. Lo más probable era que tuviera que disculparse, pero no lamentaba haber descubierto que su sabor era dulce y apasionado y que el deseo lo había golpeado entre los ojos cuando ella le devolvió el beso.


Movió la cabeza y suspiró. Después del episodio humillante con Sandi Saxon, siempre había dejado bien claras cuáles eran sus intenciones con las mujeres que entraban y salían de su vida. No era que hubiera habido muchas. La verdad era que había sido un período de sequía también para Pedro. Quizá por eso se había activado como una bomba de relojería al besar a Paula.


En esos tiempos, si una mujer lo atraía, lo decía. También establecía límites, porque no tenía ganas de volver a tener una relación seria. Quería que eso quedara entendido desde el principio.


Con la mente dispersa, salió a la lluvia para ocuparse de la rueda que tantos problemas le había causado a Paula. 


Luego enganchó el coche con una cadena fuerte y lo remolcó hasta su casa.


Miró la hora. Habían pasado treinta minutos y aún no sabía si estaba preparado para encarar de nuevo a Paula. Sin embargo, no se podía postergar lo inevitable. Mantendría la ecuanimidad. Si ella quería que hablaran del beso explosivo y abrasador que había sacudido su mundo, que lo hiciera.


Abrió la puerta delantera y se encontró con el traje estropeado de Paula sobre la mesita de centro. Menos mal que se había tapado con la manta. No quería volver a verla con esa tenue bata, ya que temía lo que podía tramar su imaginación.


—La rueda está arreglada, pero necesitarás una nueva —comentó con tono casual—. ¿Necesitas algo antes de que prepare la cena?


—Bueno, sí, pero dudo de que quieras hacerlo —murmuró, desviando la vista.


—Tus deseos son órdenes, Rubita —«sí, sigue así, Alfonso. Mantén la situación ligera e impersonal, y quizá ambos consigamos relajarnos».


—Mis animales aún no han comido —anunció.


Pedro se dio un golpe en la frente con la palma de la mano.


—Ahora voy a tener que alimentar a la causa de todas nuestras diferencias.


Paula sonrió, pero no pudo mantener contacto visual durante más de unos segundos. Imaginó que se sentía tan incómoda como él por ese beso lleno de electricidad.


—¿No te encanta la ironía de la situación, Alfonso? —preguntó.


—Sí, y cuando un oso me devore, espero que te encargues de mi pobre ganado. Creo que apreciaría aún más la ironía de eso.


—De verdad lamento el trabajo extra y los contratiempos que te causaron mis animales —se disculpó—. Comprendo que tenemos un problema, y traté de solucionarlo trasladando algunas de las jaulas más al oeste. Pero como llueve y no puedo caminar, pasará un tiempo hasta que sea capaz de alejar a los animales más sonoros de tus vallas.


—Te agradezco el esfuerzo. ¿Dónde está la comida y cuánta cantidad hay que darle a cada animal? —Paula recogió un bloc y un bolígrafo de la mesita y se puso a escribir una lista con las raciones específicas—. Santo cielo, tus gastos de comida deben de ser pasmosos —comentó al ver que Paula no paraba de escribir.


—La Coordinadora cubre casi todo, pero el resto sale de mi bolsillo. No es que me importe. Los animales son mi afición y se han convertido en una especie de familia.


—Un marido podría ser más barato —comentó.


Paula sacó el extracto de la tarjeta de crédito y se lo pasó.


—¿De verdad lo crees? Mi ex novio hurgó en mi cartera y apuntó el número de la tarjeta para cargar un crucero para dos en ella. Cuando empezamos a salir, descubrí que le gustaba más gastar mi dinero que el suyo —hizo una mueca—. Siendo contable de profesión, tendría que haber imaginado que me daría cuenta.


—Vaya pareja que hacemos —bufó Pedro—. Tu ex novio quería conseguir tu dinero y mi ex novia no pensó que yo pudiera ganar el suficiente para mantenerla como deseaba. Si alguna vez me encuentro al borde de algo que parezca amor, el dinero no va a entrar en la ecuación. Si no me ama por quién soy y lo que soy, si no aprueba las cosas que defiendo, si no me devuelve la misma lealtad, entonces no quiero saber nada del asunto.


—Lo mismo digo yo —afirmó ella—. Me desagradó quedar como una tonta.


—¿Lo ves? A pesar de nuestros conflictos, tenemos algo en común. Los dos nos equivocamos en nuestra búsqueda de lo verdadero. Y en cuanto… —cerró la boca. Se había prometido que no iba a sacar el tema del beso—. En cuanto a la lista de los animales… —concluyó.


Paula se la entregó.


—Si quieres un paraguas, hay uno en el porche de atrás —informó.


—No creo que pueda mojarme más de lo que ya lo estoy —dijo al dirigirse hacia la puerta de atrás.





domingo, 10 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 13




Al regresar al salón, vio una manta al pie de una cama en un dormitorio pequeño. La recogió y bajó.


—Muy bien, Pau, ocupémonos de esas rodillas… —calló de repente y contempló unas hermosas piernas de un kilómetro de largo.


De inmediato centró la atención en el atractivo rostro rodeado de unos bucles rubios. De pronto Paula parecía tener quince años, lo que hizo que sus pensamientos prohibidos resultaran más inapropiados. La había encontrado demasiado atractiva cuando no quería que le gustara. Y en ese momento daba la impresión de no ser capaz de quitarle los ojos de encima.


—¿Pepe? ¿Sucede algo? —preguntó al verlo de pie, mirándola.


—Sí, podría decir que sí —se sentó en el borde del sofá y abrió el frasco de desinfectante—. Eres demasiado atractiva para que no lo note —antes de que ella pudiera hablar, explicó—: No te enfades conmigo como haces siempre, porque hay algunas cosas en la vida que no se pueden cambiar. Una de ellas es la reacción instintiva de un hombre ante una mujer hermosa —cuando lo observó boquiabierta, continuó—: Vamos, Rubita, no me mires como si no supieras que eres una bomba de relojería —para ocultar la incomodidad del comentario precipitado, le pasó desinfectante por la rodilla.


—¡Cielos! —gritó ella al sentir el escozor. Se quedó sin aliento cuando Pedro se inclinó para soplar y sin darse cuenta lo hizo sobre su muslo. Pudo sentir cómo se ruborizaba hasta la coronilla. Al alzar la vista notó que sus labios sensuales sonreían cuando volvió a soplar. En lo más hondo de su ser experimentó un escalofrío de deleite carnal.


—¿Mejor? —preguntó con voz ronca.


—En absoluto —ella frunció el ceño—, y tú lo sabes.


Pedro rio entre dientes y sacó una venda de su envoltorio.


—De acuerdo, ha sido un golpe bajo para averiguar si eres la mitad de consciente que lo soy yo de ti.


—Lo soy, de acuerdo —reconoció a regañadientes—. Lo que pasa es que se me da mal ser tan directa como tú.


—Sí, bueno, mi hermano no para de insistirme en que tenga tacto. Es posible que nos parezcamos mucho, pero él es el único que tiene diplomacia. AI menos es lo que afirma. Nunca ha sido muy diplomático conmigo.


—Me gusta la gente directa —musitó ella—. Al menos así sé dónde estoy.


—Parece el comentario de una mujer que tuvo una relación amorosa que se largó al sur —indicó Pedro.


—Y ella no quiere hablar del tema —alzó la cabeza—, así que no preguntes.


—Por mí, perfecto. Yo no quiero hablar de Sandi Saxon, la vampiresa que me dejó tirado en su subida por la escalera social y se largó con un abogado. Es duro quedar atrás en una ciudad pequeña, dolido y humillado, sabiendo que tus amigos y conocidos hablan de tu desastre personal a tu espalda.


—Esa mujer debió de ser una absoluta idiota.


—No te caigo bien, pero, ¿te pones de mi lado?


Paula necesitó mucho valor para reconocer los sentimientos que le inspiraba, ya que la mayor parte de su vida había mantenido sus emociones bajo control. Además, había aprendido a no mostrar sus afectos, por temor a que los usaran en su contra.


—Me caes bien, Alfonso—repuso incómoda—. Ese es el problema. Eres muy atractivo, como si no lo supieras. También lo era el donjuán que usó mi corazón como un felpudo. Si he sido dura contigo, no te lo tomes como algo personal. Fue injusto que transfiriera mi desagrado por Raul Granfili hacia ti.


Pedro apoyó las manos en sus hombros y se inclinó para darle un beso leve en los labios. Pero no bastó; antes de darse cuenta de lo que hacía, saqueaba su boca como si se muriera por probarla… algo que creía que era verdad, aunque se negaba a reconocerlo.


Lo invadieron unas sensaciones extrañas. Notó que sus brazos la atraían más. Se obligó a echarse para atrás y sentarse erguido para no cometer una estupidez, como acariciar la columna que era su cuello y posar las manos en la tela que le cubría los pechos plenos. Esa mujer surtía un efecto espontáneo y sorprendente sobre él. Había pasado de cero a excitación total en dos segundos.


—Lo único que tengo que decir es que el tipo del que te enamoraste es el idiota más grande del mundo —se puso de pie y se dio la vuelta antes de que ella notara el bulto en la región baja de su anatomía—. Quítate la ropa mojada mientras voy a cambiar la rueda de tu coche. Cuando vuelva prepararé algo para cenar.


—No tienes por qué hacerlo.


Pedro le agradó notar que su voz sonaba tan agitada como la suya.


—Tienes razón, Rubita, no tengo por qué hacerlo, pero me apetece. Si te hubiera ayudado antes, no te habrías torcido el tobillo.


—No fue por tu culpa —insistió.


—¿No? Intenta convencer a mi conciencia —repuso antes de salir a la lluvia.





EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 12




Pedro se maldijo con profusión al agacharse para levantar a Paula en brazos. En cuanto vio que su tobillo cedía en la grava irregular, supo que era personalmente responsable de sus heridas. ;Por qué no había soslayado su orgullo golpeado y cambiado la rueda antes de que ella perdiera la paciencia y se marchara bajo la lluvia? Si no hubiera perdido tiempo en hostigarla, su tobillo no estaría hinchándose como un globo y aún tendría piel en las rodillas y los codos.


No cabía duda de que todo salía mal en su relación con Paula Chaves.


—No perderé el tiempo preguntándote si estás bien, porque veo que no es así —dijo al llevarla hacia el lado del pasajero de su furgoneta. La depositó con cuidado en el asiento. Hizo una mueca al ver que de sus espinillas chorreaba sangre—. Lo siento, Pau.


—¿Por qué? Pensé que esto te gustaría. Creía que me odiabas.


—Es evidente que tenemos nuestras diferencias, Rubita, y tu temperamento y obstinación son iguales a los míos, pero juro que jamás quise verte herida.


Al cerrar la puerta y rodear el vehículo para sentarse al volante, ella lo observó asombrada. Había visto preocupación brillar en esos ojos tan oscuros como una noche sin luna. ¿Le importaba que su tobillo le doliera? ¿Lamentaba no haber intervenido antes de lastimarse?


El dolor, la frustración y el agotamiento se combinaron para hacerla llorar. No lo hacía desde que era una niña asustada que había sido sacada de un hogar adoptivo tras otro. Se había vuelto dura y resistente… ¡y estaba a punto de llorar como un bebé!


—Duele, ¿eh? —musitó Pedro al arrancar. 
Involuntariamente alargó el brazo para apretarle la mano, cerrada sobre la falda empapada—. Aguanta un par de minutos, que en seguida estarás en tu casa. Limpiaremos el barro de los puntos heridos y le pondremos hielo al tobillo.


—Gra… gracias —repuso con aliento contenido.


—De nada —esbozó una sonrisa alegre—. ¿Para qué están los vecinos? Debes saber que por dos veces me eligieron Buen Samaritano del Año. Y tengo unas placas para demostrarlo.


—¿De verdad? —se le quebró la voz al tratar de contener un sollozó.


—No, pero si Buzzard’s Grove concediera esos premios, estoy convencido de que los habría ganado, ya que soy un tipo estupendo.


Su intento de alegrarla funcionó. Paula sonrió a pesar del dolor.


—Tendría que haberte pedido ayuda en vez de querer hacerlo sola —murmuró incómoda—. Supongo que estoy acostumbrada a cuidar de mí misma. Después del modo en que te traté anoche… —respiró hondo y se encontró con su mirada cálida—. Lamento haber decapitado las rosas. Fue un gesto considerado de tu parte y yo me mostré imperdonablemente grosera.


—No te preocupes. Merecía que me cerraras la puerta en las narices. Soy yo el que ostenta el título de grosero y rudo.


—No, soy yo —insistió.


—Ya que los dos nos causamos una primera impresión desagradable, ¿qué te parece si empezamos de nuevo? —sugirió al detenerse en su camino privado.


Paula asintió y extendió una mano despellejada.


—Trato hecho. Hola, soy Paula Chaves.


Él le apretó los dedos con suavidad y le sonrió.


Pedro Alfonso. Mis amigos me llaman Pepe. Es un placer conocerte.


Paula se secó los ojos con la manga sucia y esperó a que Pedro bajara y rodeara la furgoneta. Cuando le pasó los brazos debajo de las rodillas y alrededor de la cintura, se opuso a que la llevara en vilo.


—Creo que puedo ir por mi propia cuenta. Lo último que deseo es que te hagas daño en la espalda.


—He alzado balas de heno más pesadas que tú —insistió al levantarla—. Estoy convencido de que puedes ir sola, pero, ¿por qué arriesgarnos a empeorar el tobillo? —cuando sin darse cuenta le golpeó el tobillo con el borde de la puerta, ella soltó un grito y se encogió contra su pecho—. Lo siento. Yo…


Se quedó sin respiración al tenerla acurrucada contra él y ver que esos ojos verdes volvían a llenarse de lágrimas. 


Tragó saliva incómodo, luego maldijo la reacción masculina de su cuerpo al sentir el cuerpo flexible en sus brazos, la cabeza apoyada en sus hombros. El aliento de ella contra su cuello era como la caricia de una amante…


«Este no es momento para que se te inflame la testosterona», se advirtió.


—¿La llave de la casa? —graznó, condenando el efecto que tenía su proximidad sobre su voz… entre otras cosas.


Paula alargó la mano hacia el bolso que le colgaba del hombro y le entregó la llave.


—La puerta se atasca cuando llueve, lo cual no ha sucedido muy a menudo —informó—. Quizá tengas que empujarla con el hombro.


Apoyándola contra su cadera, liberó una mano para introducir la llave en la cerradura. No se abrió, de modo que la empujó con la bota. Una vez dentro, la depositó con cuidado en el sofá y le alzó los pies para dejarlos sobre el reposabrazos. Miró alrededor de la habitación caramente amueblada, y notó los cuadros de paisajes en los que predominaban los animales. Era obvio que tenía debilidad por las criaturas de Dios de cuatro patas. También notó la capa nueva de pintura. Aunque el rancho por fuera parecía desvencijado, por dentro lo había restaurado.


Al ver una estantería llena con libros y vídeos de bricolaje, la observó. Experimentó una nueva admiración por ella al darse cuenta de que todo lo había hecho con sus propias manos. No exageraba cuando afirmaba que estaba acostumbrada a cuidar de sí misma.


Al entrar en la cocina en busca de una bolsa improvisada de hielo para el tobillo hinchado, vio que los armarios y las encimeras eran nuevos. Quedó impresionado por su buen gusto y su disposición a trabajar. Esa vieja casona recuperaba la vida, y todo gracias a las mejoras realizadas por Paula.


Buscó en los cajones una bolsa de plástico, que luego llenó con hielo.


—Aquí tienes —anunció al entrar en el salón—. Me encanta lo que has hecho con esta casa.


—Gracias —hizo una mueca cuando él apoyó la bolsa con hielo sobre su tobillo—. Aún no he tenido tiempo para dedicarme a la planta de arriba, porque me está llevando mucho establecer mi despacho de contable. Espero arrancar el horroroso papel de las paredes y luego pintar los dormitorios. No tengo mucha confianza en mi habilidad como fontanera, así que lo más probable es que contrate a alguien para que cambie las tuberías de los dos cuartos de baño.


—Si necesitas ayuda, mi hermano y yo nos dedicamos a sacar adelante proyectos de construcción y carpintería cuando las tareas del rancho se reducen durante el invierno.


—¿Sí? —lo observó sorprendida por las diversas facetas que había descubierto en él en el transcurso de una hora. 


Había descubierto que tenía un humor irónico, que podía ser gentil y compasivo y que no era rencoroso, aunque tuviera un pronto irascible.


—Sí —afirmó—. Hace dos inviernos restauramos los apartamentos de la calle Primera.


—Ahí es donde vive mi secretaria —se puso en una postura más cómoda—. He visto el apartamento de Teresa. Hicisteis un buen trabajo.


—Gracias —miró por encima del hombro—. Si me indicas dónde está el cuarto de baño, traeré antiséptico y vendas para tus manos y rodillas. Quizá quieras quitarte las medias rotas mientras me ausento.


—Mmm… —miró las medias desgarradas y la falda sucia—. ¿Me traerías la bata del cuarto de baño de arriba? Me gustaría quitarme esta ropa mojada.


—En seguida —subió las escaleras y entró en el cuarto de baño. Aún había que arreglarlo. Paula iba a tener dificultad en meterse en la vieja bañera de hierro fundido sin ejercer presión sobre el tobillo. Necesitaba una ducha moderna.


En el armario de primeros auxilios encontró el antiséptico y las vendas. Vio la tenue bata de nylon que no era lo bastante gruesa como para ocultar lo que estaba seguro era una figura femenina con las curvas adecuadas.


La recogió y tragó saliva, luego se recordó que había ido allí en calidad de enfermero. Se dijo que era mejor que no lo olvidara.






EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 11




Nada fue más satisfactorio para Pedro después del fiasco de la noche anterior que ver a Paula empapada y embarrada, afanándose en vano por cambiar la rueda. Formaba parte de su naturaleza prestar ayuda instantánea a un vecino en momentos de apuro, pero esa no era una vecina corriente. 


Era la mujer irritante que se había negado a negociar los términos de una tregua durante una cena.


El hecho era que Pedro no estaba acostumbrado a que lo rechazaran y su orgullo masculino aún se sentía magullado. Si Chaves quería su ayuda, entonces que se la pidiera.


—Llevo tiempo esperando el fin de la sequía. ¿Está mojado ahí afuera, Rubita? —comentó con ganas de conversar.


—Brillante, Einstein —soltó por encima del hombro, mientras reanudaba los esfuerzos para aflojar la rueda.


Él podría haberle ofrecido su ayuda, pero permaneció sentado en la furgoneta, observándola acometer una tarea física para la que no tenía la fuerza adecuada. Con los dientes apretados, Paula se subió las mangas y volvió a intentarlo, con cuidado de no apoyarse mucho en el tobillo torcido.


Mientras ella se esforzaba, Pedro tuvo que admirar su determinación. Pocas mujeres que conociera lo habrían hecho. Pero Paula era independiente y capaz de enseñarle algún truco de obstinación a una mula. Rio entre dientes cuando ella, agotada la paciencia, tiró la herramienta al suelo y frustrada le dio una patada a la rueda.


—Eso ayudará —comentó él por encima del ruido de la lluvia.


Paula se sentía tan furiosa que no se le ocurrió ningún epíteto que soltarle. Aunque tampoco la habría oído por encima de los truenos.


Vencida, giró en redondo, decidida a ir a pie hasta su casa y volver más tarde a ocuparse de la rueda. Se marchó con más velocidad que dignidad, y al instante lamentó el arranque. El tobillo dolorido cedió cuando el tacón del zapato embarrado resbaló sobre un trozo grande de grava.


Cayó sobre el camino, golpeándose las rodillas, las caderas y los codos, y en el acto soltó un grito al sentir una punzada de dolor procedente del tobillo. Yació boca abajo mientras la lluvia le martilleaba la espalda. Próxima a las lágrimas, apretó los dientes para contener el dolor palpitante que le recorría la pierna.


A pesar de todos los obstáculos y tribulaciones que había encontrado y superado, del triunfo de elevarse por encima de su nacimiento humilde, se vio reducida a sollozos. «Esta es mi recompensa», pensó abatida. Para empeorar su humillación, el hombre cuya opinión no debería de haberle importado lo más mínimo, había contemplado su derrota. 


Tenía todo el derecho a burlarse y a ridiculizarla, porque ella se había afanado en irritarlo a la mínima oportunidad.


De modo que cuando detuvo la furgoneta a su lado, esperó que se mofara con crueldad y luego prosiguiera su camino. 


Para su sorpresa, lo que hizo fue salir a la lluvia torrencial.







sábado, 9 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 10




El trueno retumbó sobre la cabeza de Paula mientras conducía por el camino de grava de regresó al rancho. 


Después de podar cinco acres de arbustos y maleza, se había puesto su traje de trabajo he ido a la ciudad a reabastecerse de platos precocinados. Aún le quedaba trasladar al oeste las jaulas de los felinos. Si no lo hacía deprisa, se quedaría empantanada en el barro y se vería obligada a pedirle a su vecino que la sacara.


Aunque supuso que ya no movería ni un dedo para ayudarla. 


Lo sucedido la noche anterior había cerrado las posibilidades de alcanzar una amistad civilizada con Pedro. A pesar de eso, Pau había pasado por su rancho para disculparse por despedirlo de forma tan ruda y cerciorarse de que no había sufrido ninguna lesión seria en su caída. Pero no lo había encontrado en casa para que pudiera escuchar las disculpas educadas que había ensayado.


El trueno volvió a retumbar y unas gotas enormes de lluvia rompieron contra el parabrisas. Aceleró con la esperanza de adelantarse a la tormenta y poder alimentar a los animales antes de que se pusiera a diluviar.


A menos de un kilómetro para llegar reventó una rueda trasera. Se desvió al arcén.


—Estupendo, estupendo —musitó, luego contempló su traje azul y los zapatos y medias a juego—. ¿Qué posibilidades tendré de cambiarla sin estropearme la ropa?


Bajó maldiciendo su mala suerte y abrió el maletero. Unas gotas gruesas impactaron en su espalda y caderas al inclinarse para buscar el gato y la rueda de repuesto. 


Cuando consiguió sacar la rueda, tenía barro hasta en la chaqueta.


Se agachó y se esforzó por soltar la que había reventado, pero los malditos tornillos no querían ceder. Al aplicar más fuerza, se le escabulló la herramienta de las manos y resbaló.


—¡Ay! ¡Maldita sea! —musitó dolorida cuando se le torció el tobillo. Miró sus rodillas despellejadas y las medias rotas. Se irguió y pisó con cautela. Al cojear para ir a recoger la herramienta diagnosticó que era un daño menor. La lluvia cayó de manera torrencial cuando se agachó para luchar otra vez con los tornillos.


Fue una pérdida de tiempo.


Albergó alguna esperanza al oír el ruido de un vehículo al acercarse, pero soltó diversos juramentos al reconocer la furgoneta de Pedro. Él bajó la ventanilla para inspeccionarla de arriba abajo.


—¿Tiene problemas, Rubita? —preguntó con una sonrisa irónica.


—No, lo hago para practicar —espetó, convencida de que se reía a su costa.