lunes, 11 de mayo de 2015

EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 16




Con un cubo de comida en cada mano, Pedro se dirigió hacia los primeros corrales y jaulas que había a unos cien metros de la casa. La lluvia había parado, pero en la distancia aún se veían relámpagos. Respiró hondo el aire húmedo y agradeció ese soplo de vida a los pastizales, necesario para la cosecha. Los últimos dos años la madre naturaleza no había sido amable con los rancheros y granjeros.


Se detuvo de repente cuando escuchó un gruñido procedente de la jaula en sombras que tenía delante. Miró con aprensión al oso pardo que se movía en su reducido espacio. Entonces notó que le faltaba la mitad de una pata delantera. El oso lisiado olisqueó el aire y, al captar el olor desconocido de él, gruñó con tono amenazador.


—Muy bien, amigo, no huelo igual que Pau, pero te traigo comida, así que no muerdas la mano que te alimenta —con cautela abrió la trampilla para llenarle el cuenco. El animal, al que Pau había bautizado Winnie Pooh, lo observó un minuto entero antes de acercarse a probar los víveres.


Repitió el proceso en la segunda jaula con un oso, y descubrió que el animal llamado Teddy tenía la misma minusvalía que Winnie. Hizo todas las rondas, alimentando a los refugiados de Paula. Había cuatro pumas en mal estado, tres lobos que cojeaban, dos zorros, dos felinos, tres mapaches de aspecto inusual, diversos pavos, un jabalí y un par de especies que no pudo reconocer. Eso sin contar la jaula de las aves, construida cerca de unos manzanos enanos.


Mientras realizaba las rondas con el ganso pisándole los talones, se preguntó qué impulsaba a Paula a cuidar de esos animales. Comprendía por qué no se los podía devolver a su entorno natural. Cada uno tenía una imperfección que le dificultaba poder protegerse de los depredadores o conseguir comida por sus propios medios.


Quizá el zoo no fuera lo suyo, pero respetaba a Paula por sus esfuerzos para cuidar y proteger a esos animales.


Cuando el trueno volvió a sonar y las gotas de lluvia comenzaron a caer sobre las hojas de las copas de los árboles, corrió al granero para dejar los cubos, darle pienso al ganso y regresar a la casa. El cielo se abrió en el momento en que pisaba el porche de atrás.


Había pasado muchos años a caballo y en tractores como para poder predecir cuándo se avecinaba una tormenta seria. Y esa iba a ser la madre de todas. Su rancho iba a pasar de la sequía a la casi inundación en una noche.


En cuanto entró en la cocina le crujió el estómago, recordándole que ya era hora de cenar. Fue a inspeccionar la nevera. Para su diversión y desagrado, descubrió que el congelador estaba lleno de bandejas con comida precocinada.


Recordó los tiempos en los que Pablo y él se habían alimentado con ese tipo de comida. Hacía unos años habían hecho un trato para turnarse en la cocina de lunes a jueves, de modo que no tuvieran que comer siempre fuera.


Encontró una docena de huevos, pan, queso y leche. 


Mientras preparaba el desayuno para la cena, pensó en la comida deliciosa que estaría disfrutando su hermano en la cafetería de Cathy. Quizá tendría que haber probado con la bonita restauradora antes de concederle a su hermano los derechos en exclusiva.


Hasta el momento, Pablo y él habían evitado las situaciones potencialmente incómodas de los gemelos, aunque les había costado. Eso sin contar una pelea por una preciosidad con coletas en quinto curso. Sabía que en ese momento podría estar siendo atendido por una cocinera maravillosa como Cathy, aunque reconoció que estaba mucho más interesado en la dueña del refugio.


La vivaz rubia agitaba algo en él que era incapaz de descubrir. Aunque en ocasiones era dura, quisquillosa y se mostraba a la defensiva, admiraba y respetaba la independencia en una mujer. Al ser capaz de repasar sus dos primeros enfrentamientos con Paula, rio entre dientes por los incidentes en los que los insultos volaron como balas. 


Desde el principio habían provocado reacciones encendidas el uno en el otro.


Tarareando una canción country, se puso a trabajar en la cena. La electricidad titubeó unos momentos, pero logró preparar los huevos y las tostadas antes de que la tormenta se abatiera en toda su plenitud.


—La cena está servida —anunció al llevar dos platos al salón. Al verla agitarse bajo la manta, el corazón le dio un vuelco—. Eh, dormilona, si voy a cumplir todos tus deseos, lo menos que puedes hacer es despertar y valorar mis esfuerzos.


Paula parpadeó como una criatura que saliera de un túnel. Al ver la comida, apartó la manta y alargó un brazo ansiosa.


—¿Has cocinado? —preguntó adormilada—. ¡Tiene una pinta maravillosa!


Él gimió para sus adentros cuando la manta se cayó y pudo ver una porción generosa de escote a través de la ligera bata. Esa maldita cosa podría representar su perdición si no iba con cuidado.


—Cielos, comida de verdad —comentó ella después de llevarse el primer bocado a los labios—. Hace meses que no pruebo algo casero.


Pedro se obligó a apartar la vista cuando ella se apoyó en un codo para acomodar el plato, revelando en parte los montículos blancos de sus pechos.


El lado lascivo de su naturaleza le suplicó en silencio que se apoyara un poco hacia la izquierda para poder admirar la totalidad del deslumbrante paisaje.


Pero su lado caballeroso opuso una firme objeción.


—Dios, está delicioso —alabó ella después de dar el segundo bocado a la tortilla francesa.


—Gracias. Mi hermano y yo nos turnamos en la cocina. Ya llevo varios años cocinando. Fue una lucha dura después de perder a nuestros padres en un accidente aéreo. Es un milagro que no hayamos quemado la cocina aquel primer año.


—¿Cuidasteis de vosotros mismos? —lo observó pensativa—. ¿Cuántos años teníais?


—Dieciocho —repuso, y masticó un trozo de tostada.


—¿No había ningún familiar o abuelo que os acogiera?


—Teníamos un tío soltero en las fuerzas armadas que pasaba a vernos en sus permisos, pero Pablo y yo estábamos decididos a mantener en marcha el rancho. Ya poseíamos los conocimientos necesarios, aunque necesitamos tiempo para aprender la parte financiera. 
Fuimos a ver a rancheros expertos de la zona para solicitarles consejo y logramos superar la crisis sin perder el rancho. Luego nos turnamos semestres para ir a la universidad y poder completar nuestra educación, tal como hubieran querido nuestros padres. Tardamos siete años, pero nos licenciamos como ingenieros agrónomos.


Paula se movió incómoda. No tenía la costumbre de hablar de su pasado con nadie, pero reconocía que se sentía más cómoda con Pedro de lo que había estado con nadie… jamás. De hecho, nunca le había revelado muchas cosas a Raul porque el momento jamás parecía el oportuno y tenía la impresión de que él no estaba muy interesado.


—Yo ni siquiera sé quiénes son mis padres —confesó—. Pasé mi infancia de un hogar adoptivo a otro. Luego hui de una situación nada agradable porque el hombre que se suponía que era mi padre adoptivo comenzó a tomar un interés diferente en su papel —él soltó un juramento explícito que reflejaba exactamente lo que Paula pensaba.


—Si te puso una mano encima, lo buscaré y descuartizaré a ese hijo de perra.


Que a Pedro le importara lo suficiente como para defender su honor la invadió con una sensación cálida.


—Agradezco la oferta, pero lo vi venir y escapé. Al terminar el instituto me puse a trabajar como camarera, luego llegué a la conclusión de que si quería llegar a alguna parte en el mundo necesitaba más educación.


Se relajó cuando él asintió y sonrió. Agradeció que no emitiera juicios. Desde luego, no había entrado en detalles sobre llevar una vida precaria, no había mencionado a los hombres que esperaban como buitres para aprovecharse de una mujer vulnerable.


—Supongo que es una forma dura de crecer —comentó al alargar la mano para apartarle unos bucles.


—No lo sabes bien.


—Cuando te apetezca quitarte ese peso de encima, estoy dispuesto a escuchar, Pau. Quiero que lo sepas.


—Gracias —musitó con la cabeza baja, jugueteando con la bata.


Tras haber oído la versión resumida de su vida, supuso que estaba acostumbrada a seguir sus propios dictámenes. 


También sabía que se sentía muy unida a los animales perdidos que vivían en sus cuarenta acres de tierra, y sospechaba que se consideraba como ellos.


Lo abrumó una sensación de ternura y compasión por aquella mujer. Entendía por qué consideraba necesario mantener una fachada fuerte y distante. Sin duda esa actitud había sido esencial para superar todos los obstáculos de su vida. Unos incidentes que habían dejado impresiones profundas y duraderas estructuraban su vida y la volvían cautelosa. Deseó haber estado cerca de ella para facilitarle el camino, a pesar de que el suyo no había sido un cuento de hadas. Pero, ¿una mujer joven sola? Sin duda había tenido que sortear innumerables trampas que la habían vuelto desconfiada.


—¿De dónde sacaste todos tus animales? —preguntó mientras acercaba el vaso con té helado.


—Algunos me los trasladó la Coordinadora, otros me fueron traídos por desesperación. No te creerías cuántas personas compran animales exóticos pensando que los pueden domesticar. Los felinos son mascotas bonitas… hasta que crecen. Entonces la gente se encuentra con un león adulto y no sabe qué hacer con él. Hace falta un entrenamiento especial para cuidar de ellos y, sin seminarios intensivos, la persona media se encuentra perdida.


—Doy por hecho que tú tienes ese entrenamiento.


—Sí —corroboró—. También me han enseñado a buscar síntomas de enfermedad. El veterinario local pasa una vez al mes para comprobar la condición de los animales.


—Me dejas impresionado.


—Pensé que desaprobabas a mis inadaptados exóticos —preguntó sorprendida.


—No he dicho que me entusiasmara vivir al lado de tu zoo —se encogió de hombros—, pero admiro tu dedicación, en especial después de lo que he visto en persona. Imagino que un puma al que le falta una pata no se arreglaría bien en su entorno natural. Es como un chico joven luchando por abrirse paso en la jungla de las calles, supongo. Diría que existe una similitud interesante.


—De acuerdo, Freud —se movió incómoda—, de modo que has deducido que me veo reflejada en mis animales y que siento una gran afinidad con ellos.


—¿Cómo no hacerlo? Si no recuerdo mal, la primera vez que nos vimos me mostraste los dientes —rio de buen humor y le guiñó un ojo—. No digo que yo no buscara pelea.


—Me recordaste a un león. Fue una respuesta adquirida combatir el fuego con el fuego —repuso Paula.


Pedro dejó el plato vacío sobre la mesita y se puso de rodillas a su lado.


—¿Qué te parece si dejamos atrás nuestro terrible comienzo? Estoy dispuesto a reconocer que no te pareces en nada a mi ex novia cazafortunas. Desde luego, espero no parecerme en nada a tu ex novio.


—Te concedo que no te pareces a él —murmuró.


Él vio que Paula se ponía nerviosa cuando se tocaba un tema personal. La habitación se redujo al espacio que ocupaba ella y le hizo difícil respirar. Era tan atractiva… Si antes no lo había notado, en ese momento tuvo que reconocer que estaba metido hasta el cuello.





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