domingo, 10 de mayo de 2015
EXOTICA COMPAÑIA: CAPITULO 12
Pedro se maldijo con profusión al agacharse para levantar a Paula en brazos. En cuanto vio que su tobillo cedía en la grava irregular, supo que era personalmente responsable de sus heridas. ;Por qué no había soslayado su orgullo golpeado y cambiado la rueda antes de que ella perdiera la paciencia y se marchara bajo la lluvia? Si no hubiera perdido tiempo en hostigarla, su tobillo no estaría hinchándose como un globo y aún tendría piel en las rodillas y los codos.
No cabía duda de que todo salía mal en su relación con Paula Chaves.
—No perderé el tiempo preguntándote si estás bien, porque veo que no es así —dijo al llevarla hacia el lado del pasajero de su furgoneta. La depositó con cuidado en el asiento. Hizo una mueca al ver que de sus espinillas chorreaba sangre—. Lo siento, Pau.
—¿Por qué? Pensé que esto te gustaría. Creía que me odiabas.
—Es evidente que tenemos nuestras diferencias, Rubita, y tu temperamento y obstinación son iguales a los míos, pero juro que jamás quise verte herida.
Al cerrar la puerta y rodear el vehículo para sentarse al volante, ella lo observó asombrada. Había visto preocupación brillar en esos ojos tan oscuros como una noche sin luna. ¿Le importaba que su tobillo le doliera? ¿Lamentaba no haber intervenido antes de lastimarse?
El dolor, la frustración y el agotamiento se combinaron para hacerla llorar. No lo hacía desde que era una niña asustada que había sido sacada de un hogar adoptivo tras otro. Se había vuelto dura y resistente… ¡y estaba a punto de llorar como un bebé!
—Duele, ¿eh? —musitó Pedro al arrancar.
Involuntariamente alargó el brazo para apretarle la mano, cerrada sobre la falda empapada—. Aguanta un par de minutos, que en seguida estarás en tu casa. Limpiaremos el barro de los puntos heridos y le pondremos hielo al tobillo.
—Gra… gracias —repuso con aliento contenido.
—De nada —esbozó una sonrisa alegre—. ¿Para qué están los vecinos? Debes saber que por dos veces me eligieron Buen Samaritano del Año. Y tengo unas placas para demostrarlo.
—¿De verdad? —se le quebró la voz al tratar de contener un sollozó.
—No, pero si Buzzard’s Grove concediera esos premios, estoy convencido de que los habría ganado, ya que soy un tipo estupendo.
Su intento de alegrarla funcionó. Paula sonrió a pesar del dolor.
—Tendría que haberte pedido ayuda en vez de querer hacerlo sola —murmuró incómoda—. Supongo que estoy acostumbrada a cuidar de mí misma. Después del modo en que te traté anoche… —respiró hondo y se encontró con su mirada cálida—. Lamento haber decapitado las rosas. Fue un gesto considerado de tu parte y yo me mostré imperdonablemente grosera.
—No te preocupes. Merecía que me cerraras la puerta en las narices. Soy yo el que ostenta el título de grosero y rudo.
—No, soy yo —insistió.
—Ya que los dos nos causamos una primera impresión desagradable, ¿qué te parece si empezamos de nuevo? —sugirió al detenerse en su camino privado.
Paula asintió y extendió una mano despellejada.
—Trato hecho. Hola, soy Paula Chaves.
Él le apretó los dedos con suavidad y le sonrió.
—Pedro Alfonso. Mis amigos me llaman Pepe. Es un placer conocerte.
Paula se secó los ojos con la manga sucia y esperó a que Pedro bajara y rodeara la furgoneta. Cuando le pasó los brazos debajo de las rodillas y alrededor de la cintura, se opuso a que la llevara en vilo.
—Creo que puedo ir por mi propia cuenta. Lo último que deseo es que te hagas daño en la espalda.
—He alzado balas de heno más pesadas que tú —insistió al levantarla—. Estoy convencido de que puedes ir sola, pero, ¿por qué arriesgarnos a empeorar el tobillo? —cuando sin darse cuenta le golpeó el tobillo con el borde de la puerta, ella soltó un grito y se encogió contra su pecho—. Lo siento. Yo…
Se quedó sin respiración al tenerla acurrucada contra él y ver que esos ojos verdes volvían a llenarse de lágrimas.
Tragó saliva incómodo, luego maldijo la reacción masculina de su cuerpo al sentir el cuerpo flexible en sus brazos, la cabeza apoyada en sus hombros. El aliento de ella contra su cuello era como la caricia de una amante…
«Este no es momento para que se te inflame la testosterona», se advirtió.
—¿La llave de la casa? —graznó, condenando el efecto que tenía su proximidad sobre su voz… entre otras cosas.
Paula alargó la mano hacia el bolso que le colgaba del hombro y le entregó la llave.
—La puerta se atasca cuando llueve, lo cual no ha sucedido muy a menudo —informó—. Quizá tengas que empujarla con el hombro.
Apoyándola contra su cadera, liberó una mano para introducir la llave en la cerradura. No se abrió, de modo que la empujó con la bota. Una vez dentro, la depositó con cuidado en el sofá y le alzó los pies para dejarlos sobre el reposabrazos. Miró alrededor de la habitación caramente amueblada, y notó los cuadros de paisajes en los que predominaban los animales. Era obvio que tenía debilidad por las criaturas de Dios de cuatro patas. También notó la capa nueva de pintura. Aunque el rancho por fuera parecía desvencijado, por dentro lo había restaurado.
Al ver una estantería llena con libros y vídeos de bricolaje, la observó. Experimentó una nueva admiración por ella al darse cuenta de que todo lo había hecho con sus propias manos. No exageraba cuando afirmaba que estaba acostumbrada a cuidar de sí misma.
Al entrar en la cocina en busca de una bolsa improvisada de hielo para el tobillo hinchado, vio que los armarios y las encimeras eran nuevos. Quedó impresionado por su buen gusto y su disposición a trabajar. Esa vieja casona recuperaba la vida, y todo gracias a las mejoras realizadas por Paula.
Buscó en los cajones una bolsa de plástico, que luego llenó con hielo.
—Aquí tienes —anunció al entrar en el salón—. Me encanta lo que has hecho con esta casa.
—Gracias —hizo una mueca cuando él apoyó la bolsa con hielo sobre su tobillo—. Aún no he tenido tiempo para dedicarme a la planta de arriba, porque me está llevando mucho establecer mi despacho de contable. Espero arrancar el horroroso papel de las paredes y luego pintar los dormitorios. No tengo mucha confianza en mi habilidad como fontanera, así que lo más probable es que contrate a alguien para que cambie las tuberías de los dos cuartos de baño.
—Si necesitas ayuda, mi hermano y yo nos dedicamos a sacar adelante proyectos de construcción y carpintería cuando las tareas del rancho se reducen durante el invierno.
—¿Sí? —lo observó sorprendida por las diversas facetas que había descubierto en él en el transcurso de una hora.
Había descubierto que tenía un humor irónico, que podía ser gentil y compasivo y que no era rencoroso, aunque tuviera un pronto irascible.
—Sí —afirmó—. Hace dos inviernos restauramos los apartamentos de la calle Primera.
—Ahí es donde vive mi secretaria —se puso en una postura más cómoda—. He visto el apartamento de Teresa. Hicisteis un buen trabajo.
—Gracias —miró por encima del hombro—. Si me indicas dónde está el cuarto de baño, traeré antiséptico y vendas para tus manos y rodillas. Quizá quieras quitarte las medias rotas mientras me ausento.
—Mmm… —miró las medias desgarradas y la falda sucia—. ¿Me traerías la bata del cuarto de baño de arriba? Me gustaría quitarme esta ropa mojada.
—En seguida —subió las escaleras y entró en el cuarto de baño. Aún había que arreglarlo. Paula iba a tener dificultad en meterse en la vieja bañera de hierro fundido sin ejercer presión sobre el tobillo. Necesitaba una ducha moderna.
En el armario de primeros auxilios encontró el antiséptico y las vendas. Vio la tenue bata de nylon que no era lo bastante gruesa como para ocultar lo que estaba seguro era una figura femenina con las curvas adecuadas.
La recogió y tragó saliva, luego se recordó que había ido allí en calidad de enfermero. Se dijo que era mejor que no lo olvidara.
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