miércoles, 3 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 49

 

Paula no supo cuánto tiempo había pasado cuando volvió a encontrarse con la cabeza apoyada en el hombro de Pedro. Lo único que sabía era que se sentía increíblemente relajada y agotada. Sabía que debía volver a su habitación, pero estaba tan cansada… y tan calentita. Nunca la habían abrazado de aquella manera en la cama, de manera que le iba a llevar un rato encontrar la energía necesaria para levantarse.


–¿Echas de menos a tus abuelos? –preguntó Pedro.


La pregunta fue tan inesperada que Paula contestó sin pararse a pensar.


–Todos los días.


–¿Y nunca has tratado de localizar a tu padre?


Paula estaba a punto de quedarse dormida, pero sabía que tenía que contestar.


–Nunca he tenido suficiente información para seguir adelante –murmuró–. No hay nadie a quien preguntar. Mi madre se fue al Reino Unido al día siguiente de darme a luz y nunca volvió. Les pregunté un par de veces a mis abuelos por qué, pero no quería hacerles sufrir. A fin de cuentas, ellos se habían convertido en mis verdaderos padres. Tuvieron a mi madre cuando ya eran mayores, y fue una hija muy obstinada y testaruda. Yo no podía hacerles lo mismo. Pero ahora ya no están y puedo hacer lo que desee –no tenía que responder ante nadie excepto ante sí misma. Aunque no lamentaba cómo había sido su vida hasta entonces, había llegado su momento. Eso era lo que había heredado de su madre: la necesidad de no sentirse atada–. No dejo de preguntarme por qué no quiso aceptarme, por qué me abandonó y se fue al extranjero. Debió sucederle algo que hacía que le doliera incluso mirarme….


Acababa de expresar todo aquello en alto, y hasta entonces nunca se lo había dicho a nadie. Abrió los ojos de par en par mientras sentía que su corazón se endurecía por momentos. Estaba cometiendo una tontería. No podía permitir que los deliciosos y felices momentos posteriores al orgasmo le hicieran creer que había algo de auténtica intimidad entre Pedro y ella.


Ya hacía rato que debería haber vuelto a su dormitorio. Pero tenía que irse sin aspavientos, como si no acabara de confesar algunos de sus pensamientos más íntimos.


Besó a Pedro en el hombro y salió de la cama cuando él aflojó su abrazo. Luego trató de pensar en algo impersonal que decir. Al contemplar por la ventana la oscuridad reinante en el jardín, dio con ello.


–¿Te importa si utilizo tu cocina para preparar algo con el exceso de tomates que hemos recolectado? –preguntó mientras tanteaba en el suelo en busca de su ropa. Lo último que quería era que Pedro pensara que estaba tratando de invadir su espacio–. Lo haré mientras estés trabajando.


–Claro que no me importa –a Pedro no le gustó que sintiera que tenía que preguntárselo. Por unos instantes había creído estar penetrando su reserva, que era incluso más densa que el seto de la casa. Era evidente que estaba escapando.


–Es solo porque mi cocina no es lo suficientemente grande –añadió Paula.


–No tienes cocina –replicó Pedro sin poder contenerse. Tan solo tenía un fogón de cámping, un microondas y una mini nevera llena de botellas de champán.


Paula se limitó a sonreír antes de salir.


Pedro trató de no dejarse llevar por la decepción. Deseó que se hubiera quedado con él.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 48

 


Paula se estiró en la cama de su viejo dormitorio. Era hora de volver a la realidad de su actual camastro, pero Pedro la tenía rodeada con su poderoso brazo y se sentía demasiado a gusto como para moverse.


–¿Por qué has esperado hasta ahora para viajar? –preguntó Pedro perezosamente.


–Tenía que dejar preparado este sitio –las reparaciones necesarias después del terremoto habían sido caras y le había llevado tiempo ahorrar el dinero necesario para pagarlas.


–¿Y nunca has tenido tiempo de podar el seto?


Paula rio con suavidad.


–No. Al principio lo dejé porque estaba demasiado ocupada. Luego noté que mantenía a la gente alejada y me gustó la idea de preservar mi intimidad.


–¿Y qué piensas hacer cuando se te acabe el champán? ¿Tienes una nueva lista de proyectos o piensas viajar indefinidamente?


–Hay una nueva lista. Tendré que comprar el champán allí donde esté.


–¿Y qué es lo primero en tu lista?


–Vas a pensar que es una tontería.


–No, claro que no.


–Quiero ir al ballet en Londres.


–¿El ballet? ¿Eso es el número uno de tu lista? –preguntó Pedro en tono ligeramente escéptico


–Empecé a bailar a los tres años y estudié trece años seguidos –protestó Paula–. Siempre he soñado con ir allí.


–Si te gustaba tanto, ¿por qué lo dejaste? ¿No podías permitirte las clases?


–Mi profesora me ofreció clases gratis, pero el problema era el tiempo. Tenía otras cosas que hacer –contestó Paula. Su abuela acababa de enfermar y su abuelo necesitaba ayuda para cuidarla.


–De manera que quieres ir al ballet en Londres –dijo Pedro con una evidente falta de entusiasmo.


–Sí. Quiero ver al Royal Ballet en Covent Garden. Me gustaría asistir a la representación de algún clásico. No es lo tuyo, ¿no? –añadió Paula con ironía.


–¿Todos esos tíos dando saltitos en leotardos y sin decir nada? No –bromeó Pedro.


Paula le dio un suave rodillazo en el muslo.


–Sabía que ibas a decir algo de los leotardos. ¿Por qué os sentís los tíos tan amenazados por ellos?


–No son solo los hombres. Las bailarinas también suelen ser huesudas, sin formas, sin apenas pechos… No son precisamente sexys.


Paula se irguió en la cama, indignada.


–¿No te gustan las bailarinas?


Pedro sonrió de oreja a oreja y alzó una mano para volver a atraer a Paula contra su costado.


–Creo que ya sabes lo que siento por tu cuerpo.


Paula decidió que aquella respuesta no era suficiente y se resistió.


–No solo me parece fantástico –añadió Pedro mientras daba marcha atrás sin ningún pudor–. Es tu forma de moverlo. Se nota que sabes lo que estás haciendo y a la vez da la sensación de que es algo inconsciente. Tienes una gracia natural que no había conocido hasta ahora.


–Vas a tener que seguir con los cumplidos porque aún me siento insegura en el departamento de la falta de pechos.


Pedro rio.


–Tu estás muy bien surtida en ese departamento.


–Con mi sujetador para realzarlos.


–Como ya sabes, me gustas mucho más sin sujetador –Pedro deslizó una mano hacia arriba por el estómago de Paula para demostrarlo–. De hecho, creo que estarías genial en alguna revista; ya sabes, con esas borlas en los pezones… –añadió a la vez que le hacía tumbarse y se situaba sobre ella.


–Siento decepcionarte –murmuró Paula mientras le dejaba hacer–, pero no creo que lo mío sea la revista.


Pedro siguió acariciándola íntimamente.


–Si ya es demasiado tarde para el ballet clásico, podrías dedicarte a enseñar, o tener tu propia tienda de productos para el ballet. Te gusta la venta al público, ¿no?


–Me encantaba ir a las tiendas de baile a mirar los… trajes –murmuró Paula a la vez que separa las piernas para facilitarle el acceso–. Siento debilidad por las lentejuelas y las mallas…


–Pues yo creo que deberías probar las borlas.


Pedro echó las caderas atrás al instante para penetrarla con firmeza.





SIN ATADURAS: CAPÍTULO 47

 


Paula utilizó su diminuta ducha como excusa para mandarlo a paseo. Sentía que necesitaba respirar un poco. No se había acostado con Joaquín porque este no la había excitado lo suficiente como para tenerla en el suelo bajo su cuerpo, jadeando, retorciéndose de placer… como acababa de hacer Pedro. No podía creer que le hubiera permitido hacerle todo lo que le había hecho, ni que le hubiera gustado tanto que ya empezaba a excitarse de nuevo…


Mientras se vestía se dio cuenta de que tenía hambre. Cuando bajó a por algunas verduras para su comida, encontró a Pedro en la terraza, cortando un trozo del enorme bistec que tenía ante sí.


–¿Por qué no te quedas aquí a comer? –preguntó Pedro en tono desenfadado–. Apenas debes caber en tu apartamento con todo lo que tienes amontonado. Prometo que no te morderé.


Paula no contestó de inmediato. Resultaba intrigante comprobar lo cómoda que se sentía cuando tenían relaciones sexuales y lo incómoda que parecía ante la perspectiva de pasar con él un rato normal. ¿Sería tímida en el fondo? Dado el atrevimiento con que había llevado el asunto de su virginidad, no resultaba muy lógico pensar aquello, pero, teniendo en cuenta otros detalles de su comportamiento, la idea resultaba bastante lógica.


–Yo ya casi he terminado –añadió para tratar de facilitarle las cosas.


Tres minutos después Paula estaba sentada a la mesa, con el plato lleno de comida. No era de extrañar que estuviera tan delgada. Pedro mantuvo el tono de conversación ligero hasta que Paula empezó a animarse y a responder. Él contó algunas anécdotas de su trabajo y ella sazonó la conversación con algunas de las suyas. Resultó que trabajaba unas horas a diario en la tienda de regalos de la esquina, tienda a la que no entraban casi nunca jóvenes de su generación.


Pedro no entendía por qué trabajaba La conversación siguió en un tono lo suficientemente interesante como para retenerla allí hasta que oscureciera y el dormitorio les hiciera señas.




lunes, 1 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 46

 

Aprovechó que Paula se estaba pasando la lengua por los labios para tomarla por sorpresa y tumbarse sobre ella de manera que no pudiera escapar. Era casi enfermizo lo que le gustaba tenerla debajo. Le quitó los pantalones cortos y luego deslizó el rostro entre sus muslos. Le sujetó las muñecas contra el cuerpo y contempló sus grandes ojos azules entre sus pechos.


–¿Y qué me dices de la situación contraria? –murmuró contra la parte interior de uno de sus muslos–. ¿Te ha hecho esto alguien alguna vez?


Paula tardó un segundo en negar con la cabeza.


Pedro sintió que todo su cuerpo ardía.


–Creía que habías dicho que tu virginidad era un mero tecnicismo, que no eras una completa novata. Pero ni siquiera has experimentado el sexo oral y, a fin de cuentas, eso era lo que hacían montones de adolescentes técnicamente vírgenes. Así era como se libraban de llegar hasta el final.


Paula se ruborizó aún más y negó de nuevo con la cabeza.


–¿Y por qué conmigo sí?


–Porque sabes lo que estás haciendo… y porque creo que eres muy agradable –añadió Paula en un susurro–. Me siento muy atraída por ti, confío en que harás lo que necesito que hagas. Todo lo que necesito que hagas.


–¿Por qué te fías de mí?


–Porque ya lo has hecho.


¿Ya había hecho todo lo que necesitaba? De pronto, Pedro pensó que no era suficiente.


–Háblame de tu novio. ¿De verdad existió?


–Sí. Salimos unos meses.


–¿Unos meses? –repitió Pedro, asombrado–. ¿Tu novio había hecho voto de celibato, o algo así?


–No –Paula liberó una de sus muñecas y simuló abofetear a Pedro–. Simplemente no surgió la oportunidad.


–Seguro que podrías haber encontrado esa oportunidad.


–No quise encontrarla.


Aquella era la respuesta que Pedro estaba buscando. Le satisfacía enormemente saber que ponía caliente a Paula como ningún otro hombre lo había hecho hasta entonces. Pero quería que disfrutara de algunas de sus otras habilidades. Sí, su exvirgen no accidental estaba a punto de obtener algo más de lo que había esperado.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 45

 

Pero Pedro no le devolvió la sonrisa. Estaba observándola con el ceño ligeramente fruncido, como si estuviera pensando en algo que le resultara incómodo. Cuando bajó la mirada hacia los labios de Paula, ella supo exactamente en qué estaba pensando. Pero, en lugar de acercarse a ella, se dio la vuelta. Decepcionada, Paula vio cómo se encaminaba hacia la casa. ¿Acaso no iban a poner en práctica aquella noche algo de su lista? Llevaba todo el día esperando a que llegara aquel momento… ¿Lo habría ofendido de algún modo? ¿Cómo podía recuperarlo?


–¿Quieres saber cuál es uno de los planes favoritos de mi lista? –preguntó, repentinamente inspirada.


Pedro giró en redondo.


–Espera un momento –Paula subió corriendo a su apartamento, temiendo que Pedro la dejara plantada, ardiendo, y sola.


Pero Pedro la siguió escaleras arriba.


–Déjame adivinar. ¿Vas a por una botella de champán?


–No. Esto –Paula se volvió y le mostró la botella que sostenía en las manos.


Era una botella de sirope.


Pedro sintió que se le ponía la carne de gallina.


–¿Qué tienes planeado?


–Lo sabes muy bien –replicó Paula con su sonrisa más audaz.


Pedro experimentó una sensación de anticipación que alejó la absurdamente desagradable sensación que le había producido que Paula dijera que no se preocupara, que ella no se iba a volver loca por él. No entendía su propia reacción, pero, ¿por qué luchar contra la seductora visión que tenía ante sí? Ya no tenía por qué luchar, pues ambos querían lo mismo: retozar y divertirse juntos unas semanas…


Paula terminó de abrir la botella de sirope. La diversión de su mirada socavó la inocencia de su sonrisa.


–Creía que te gustaba la espontaneidad.


–Y me gusta –murmuró Pedro, sin aliento.


Unos minutos después estaba tumbado de espaldas en el suelo, temiendo sufrir un infarto.


–¿Dónde aprendiste a hacer eso? –preguntó, jadeante.


–En una revista para mujeres –Paula se irguió. Tenía las mejillas sonrosadas y los labios brillantes por el sirope que había lamido del animado miembro de Pedro.


–Larga vida a las revistas femeninas –murmuró Pedro fervientemente. De pronto surgió una duda en su cabeza–. ¿Ha sido esta tu primera vez?


–Mmm, hmm –Paula sonó realmente satisfecha de sí misma.


Pedro se irguió, totalmente concentrado en ella. ¿Nunca le había hecho aquello a un hombre y ya lo hacía así de bien?


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 44

 


Cuando Pedro despertó a la mañana siguiente, solo, vio una nota en la mesilla. Mientras leía la lista escrita en la nota, rio, y también se ruborizó. Al parecer, Paula tenía una imaginación realmente fecunda, o un manual de tantrismo guardado en algún sitio. Él estaba totalmente dispuesto a empezar con la lista.


El único problema fue soportar el lento paso del tiempo de aquella jornada de trabajo en el estadio.


Cuando volvió a casa encontró a Paula en el jardín. Pensó que al menos debía contenerse durante cinco minutos, aunque solo fuera para demostrarse que podía. Simuló fijarse en la variedad de verduras que crecían en el huerto, y tuvo que esforzarse para no perder el control cuando Paula le acarició el pecho a modo de saludo.


–Hay suficiente verdura para alimentar a todo el equipo.


Paula sonrió y se encogió de hombros.


–No creo que haya tantas.


Pedro parecía haber centrado toda su atención en el tomate más cercano. Se inclinó para comprobar si estaba maduro.


–Diana… –dijo Paula con suavidad.


–¿Qué te han contado?


–Lo primero que hicieron las demás bailarinas fue advertirme sobre ti.


Pedro se volvió a mirarla.


–Pero has ignorado la advertencia.


Paula se encogió de hombros.


–Supongo que no soy tan vulnerable como debía serlo Diana.


Aparentemente incómodo, Pedro se volvió de nuevo y empezó a recolectar tomates cherry maduros.


–No era precisamente saludable, no. Pero yo no sabía eso cuando empezamos a salir.


–¿Y qué pasó? –Paula se acercó a él y extendió las manos para que fuera dándole los tomates.


Pedro suspiró.


–De acuerdo. Empezamos a salir normalmente, fase que para mí suele durar poco, pero di por zanjada la relación incluso antes de lo habitual. Pero a Diana se le había metido en la cabeza que estábamos hechos el uno para el otro, o algo así. Las cosas se fueron complicando y se fue poniendo más y más histérica. Se presentaba en mi casa en cualquier momento y en acontecimientos oficiales a los que tenía que asistir. Tuve que viajar con el equipo y cuando volví la encontré instalada en mi apartamento. Se había llevado todas sus cosas, y se estaba comportando como… No sé. Las cosas se pusieron directamente peligrosas. Me amenazó con todo tipo de cosas. Llamé a un amigo psiquiatra y me puse en contacto con su familia, pero las cosas se pusieron muy feas. Después de eso decidí dejar de ligar una temporada.


Paula fue a dejar los tomates en la mesa del jardín, alegrándose de que Pedro hubiera sido tan sincero con ella.


–Supongo que sabrás que yo no te voy a hacer lo mismo, ¿no?


–Sí, lo sé.


Pedro apartó la mirada y se produjo un incómodo silencio.


–¿Y qué piensa tu familia de tu carrera? –preguntó Paula finalmente–. Supongo que no les decepcionará que te hayas hecho médico.


–Mi padre no quería que hiciera medicina. A fin de cuentas, estás mirando a Pedro Alfonso sexto, el primero en traicionar a su familia y abandonar la granja; mi familia es granjera.


–¿Y las cosas fueron mal? –preguntó–. ¿Te desheredaron?


–Durante una temporada. Pero yo no pensaba echarme atrás. No estaba dispuesto a aceptar que mi vida fuera dictada por las expectativas que otros tuvieran sobre mí.


De manera que la libertad también era importante para él. Paula fue a aclararse las manos en el grifo que había al fondo del garaje.


–¿Y cómo te libraste? –preguntó cuando Pedro se acercó para hacer lo mismo.


–Hui a la ciudad. No fue la mejor idea pero no tenía otra opción. No es fácil ir contra los deseos de tu familia cuando te han estado metiendo en la cabeza desde pequeño que algún día todo será tuyo y bla, bla bla.


–¿Fueron a por ti?


Pedro negó con la cabeza.


–Tenía diecisiete años y estuvimos sin comunicarnos durante un año. No fue tan malo –Pedro sonrió al ver la expresión preocupada de Paula–. Tenía amigos. Estudié, jugué al rugby. También me mantuve en contacto con mi hermana, que estaba en un internado. Lo cierto es que lo que más echaba de menos eran los corderos que criaba, y a mi perro.


–¿Tenías corderos?


–Me quedaba con los huérfanos de cada temporada –explicó Pedro tras beber un poco de agua antes de cerrar el grifo.


Paula no quiso preguntar si se los comían en navidad.


–No, no me los comía –dijo Pedro, como si acabara de leer su mente–. El caso es que mamá empezó a enfadarse más y más con papa y al final tuvieron una gran bronca.


–Hurra por tu mamá.


–Consiguió que nos viéramos. Le dije a mi padre lo que pensaba hacer con mi vida y que si quería formar parte de ello tenía que aceptarlo.


–¿Y lo hizo?


–Con el tiempo.


–¿Y tu hermana? ¿También tenía tu padre organizado su futuro?


–Lo irónico del asunto es que a ella le encanta ser granjera. Pero es una chica.


–¿Y las chicas no pueden ser granjeras? –preguntó Paula de inmediato con el ceño fruncido.


–Nunca. No existen las granjeras –bromeó Pedro–. El caso es que mi padre tenía delante de las narices una heredera dispuesta a ocuparse de la granja y no la veía. Animé a mi hermana a hacer lo que quería y le dije que la apoyaría.


Paula sintió un poco de lástima por la madre de Pedro. Debió ser duro tener dos hijos que sintieron la necesidad de escapar de casa.


–Mi hermana hizo un grado en agricultura y sacó las mejores notas de su promoción. Deberías haber visto lo orgulloso que se sintió mi padre cuando se graduó. Ahora trabajan juntos en las granjas, todo el mundo es feliz y el gran conflicto familiar quedó en el pasado.


Paula captó un matiz ligeramente irónico en el tono de Pedro e intuyó que aún le quedaban cicatrices de lo sucedido.


–¿Y mereció la pena?


–Claro. Ahora nadie me dice lo que tengo que hacer –replicó Pedro con firmeza–. Y supongo que ese es el motivo por el que me gusta trabajar con el equipo y ayudar a los jóvenes jugadores a alcanzar sus metas. Todo el mundo debería ser libre para seguir sus propios sueños –miró a Paula con expresión repentinamente avergonzada–. Eso ha sonado muy cursi, ¿no?


–No, claro que no. Seguro que a tu hermana le encantó contar con tu apoyo.


Pedro rio.


–En realidad fui totalmente egoísta. Solo quería seguir en la facultad de medicina y vivir la vida en la ciudad. Me interesaba que mi hermana y mi padre resolvieran sus diferencias. Ahora están encantados con mi trabajo porque les consigo buenas entradas para los partidos.


–Supongo que podrían permitirse comprar las entradas si quisieran, ¿no?


Pedro se puso repentinamente serio.


–Sí. Hay mucho dinero. Y yo vuelvo a estar en el testamento; soy accionista del negocio. El clan Alfonso ha aterrizado finalmente en el siglo XXI. Ese es el motivo por el que lo tengo fácil con las mujeres; conocen el valor de mi apellido.


Paula se quedó momentáneamente paralizada y luego rompió a reír.


–No eso por lo que tienes éxito, Pedro –dijo, divertida.



domingo, 31 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 43

 

Paula respiró profundamente y sonrió. No podía dejarse dominar por la triste después de haber obtenido justo lo que quería: la experiencia sexual más increíble. Y daba igual que ya se hubiera terminado. No pensaba colarse por Pedro, que le había dado todo lo que siempre había deseado: diversión, amabilidad y éxtasis. Después de aquello le resultaba fácil entender por qué algunas chicas se volvían locas por Pedro. Pero ella no iba a perder la cabeza.


Con una vez había sido suficiente. Lo cierto era que estaba agotada y apenas podía moverse.


Tras tomar una rápida ducha, se metió en la cama. La mezcla de agotamiento y satisfacción le hicieron sumirse en un profundo sueño, aunque lo último que pasó por su mente fue lo acontecido durante aquella increíble noche con Pedro.


–Paula.


Paula gimió y dio la vuelta en la cama. Estaba soñando con Pedro, con el modo en que había pronunciado su nombre una y otra vez cuando había alcanzado el orgasmo.


–¡Paula!


Pero lo cierto era que nunca lo había oído gritar así en sus sueños.


–¡Abre la maldita puerta!


Paula parpadeó, se apartó el pelo de la frente, se levantó y fue tambaleante hacia la puerta.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro en cuanto la puerta se abrió–. Llevo rato llamando.


Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta ceñida, y era obvio que había estado corriendo. La mente de Paula se llenó de imágenes en las que Pedro aparecía sin pantalones.


–Sí, claro –murmuró–. Estaba dormida. ¿Querías… algo? –preguntó, sintiendo que el aroma de Pedro, su altura, el ronco tono de su voz, estaban haciendo que su cuerpo reviviera. Tensó los músculos pélvicos para tratar de reprimir la sensación de estar derritiéndose.


–Estaba agotada. He pasado una noche bastante… agitada –dio un paso atrás al ver que Pedro se acercaba a la nevera, abría la puerta y sacaba la botella marcada con la V.


–¿Por qué no has abierto la botella de champán para celebrar tu nueva condición de exvirgen?


–Iba a reservarla para la cena –lo cierto era que Paula había olvidado por completo la botella–. Pero puede que la abra ahora –sentía la boca tan seca en aquellos momentos que no le pareció mala idea. Alargó la mano hacia la botella para que Pedro se la diera.


–Creo que aún no la mereces –dijo él, apartando la botella de su alcance.


–Como creo que ya sabes, ya no soy virgen.


–No estoy de acuerdo.


Paula miró a Pedro con expresión de asombro.


–Dime que no lo he soñado.


–No –Pedro rio–. Pero sigues siendo virgen en muchos aspectos. Has probado un poco de sexo estilo misionero. ¿No crees que deberías probar las demás opciones?


–¿En qué otras opciones estabas pensando? –preguntó Paula, fascinada.


–Intuyo que tienes una imaginación bastante fértil, Paula. ¿Qué otras opciones se te ocurren a ti?


Paula sintió que todo su cuerpo se acaloraba, pero no sabía si debía responder a aquello.


Pedro se inclinó hacia ella.


–No trates de hacerme creer que no has pensado en unas cuantas cosas.


De acuerdo, de manera que iba a ser más de una vez, pensó Paula. Gabe tenía razón; aún le quedaban muchas cosas por experimentar. Y quería probarlas todas con él.


–Puede que lamentes tu oferta. Mientras tú hacías ejercicio yo dormía, y no sé si vas a tener la energía suficiente para mantener mi ritmo –dijo en tono remilgado.


–Creo que me las arreglaré –Pedro carraspeó–. De manera que quieres seguir investigando esto, ¿no?


–No hay ningún esto entre nosotros –replicó Paula. No podía haberlo. Ella era libre.


–Me refería a tu naturaleza sensual. ¿No quieres explorarla un poco más? Aún no me has dicho si te han gustado más tus fantasías o la realidad.


–Todo esto es una especie de fantasía.


–De acuerdo –Pedro asintió–. Pero creo que hay un par de cosas para las que me necesitas en carne y hueso, ¿no?


Oh, sí, claro que lo necesitaba. Paula dio un paso más hacia Pedro.


–Me voy cuando termine la temporada.


–Ya habremos acabado para entonces –Pedro también dio un paso hacia ella–. ¿Qué otras formas habías imaginado de hacerlo, Paula? –preguntó con voz ronca–. ¿De pie, sentada, a cuatro patas, sobre la mesa, en la ducha…?


–Tú por detrás y yo vestida de chica vaquera, con botas… y sin pantalones.


Pedro carraspeó de nuevo.


–Por supuesto, eso también.


–¿Escribimos una lista? –preguntó Paula, que ya tenía un montón de ideas en la cabeza.


–Por supuesto, mientras yo pueda añadir mis propias ideas. Sujeta esto –Pedro entregó la botella a Paula y luego la tomó a ella en brazos para llevársela–. Y tiene que haber margen para la creatividad –añadió mientras salía.


A veces, la espontaneidad implicaba una ducha de champán.