Paula no supo cuánto tiempo había pasado cuando volvió a encontrarse con la cabeza apoyada en el hombro de Pedro. Lo único que sabía era que se sentía increíblemente relajada y agotada. Sabía que debía volver a su habitación, pero estaba tan cansada… y tan calentita. Nunca la habían abrazado de aquella manera en la cama, de manera que le iba a llevar un rato encontrar la energía necesaria para levantarse.
–¿Echas de menos a tus abuelos? –preguntó Pedro.
La pregunta fue tan inesperada que Paula contestó sin pararse a pensar.
–Todos los días.
–¿Y nunca has tratado de localizar a tu padre?
Paula estaba a punto de quedarse dormida, pero sabía que tenía que contestar.
–Nunca he tenido suficiente información para seguir adelante –murmuró–. No hay nadie a quien preguntar. Mi madre se fue al Reino Unido al día siguiente de darme a luz y nunca volvió. Les pregunté un par de veces a mis abuelos por qué, pero no quería hacerles sufrir. A fin de cuentas, ellos se habían convertido en mis verdaderos padres. Tuvieron a mi madre cuando ya eran mayores, y fue una hija muy obstinada y testaruda. Yo no podía hacerles lo mismo. Pero ahora ya no están y puedo hacer lo que desee –no tenía que responder ante nadie excepto ante sí misma. Aunque no lamentaba cómo había sido su vida hasta entonces, había llegado su momento. Eso era lo que había heredado de su madre: la necesidad de no sentirse atada–. No dejo de preguntarme por qué no quiso aceptarme, por qué me abandonó y se fue al extranjero. Debió sucederle algo que hacía que le doliera incluso mirarme….
Acababa de expresar todo aquello en alto, y hasta entonces nunca se lo había dicho a nadie. Abrió los ojos de par en par mientras sentía que su corazón se endurecía por momentos. Estaba cometiendo una tontería. No podía permitir que los deliciosos y felices momentos posteriores al orgasmo le hicieran creer que había algo de auténtica intimidad entre Pedro y ella.
Ya hacía rato que debería haber vuelto a su dormitorio. Pero tenía que irse sin aspavientos, como si no acabara de confesar algunos de sus pensamientos más íntimos.
Besó a Pedro en el hombro y salió de la cama cuando él aflojó su abrazo. Luego trató de pensar en algo impersonal que decir. Al contemplar por la ventana la oscuridad reinante en el jardín, dio con ello.
–¿Te importa si utilizo tu cocina para preparar algo con el exceso de tomates que hemos recolectado? –preguntó mientras tanteaba en el suelo en busca de su ropa. Lo último que quería era que Pedro pensara que estaba tratando de invadir su espacio–. Lo haré mientras estés trabajando.
–Claro que no me importa –a Pedro no le gustó que sintiera que tenía que preguntárselo. Por unos instantes había creído estar penetrando su reserva, que era incluso más densa que el seto de la casa. Era evidente que estaba escapando.
–Es solo porque mi cocina no es lo suficientemente grande –añadió Paula.
–No tienes cocina –replicó Pedro sin poder contenerse. Tan solo tenía un fogón de cámping, un microondas y una mini nevera llena de botellas de champán.
Paula se limitó a sonreír antes de salir.
Pedro trató de no dejarse llevar por la decepción. Deseó que se hubiera quedado con él.
Va queriendo. Me encanta esta historia.
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