Paula se estiró en la cama de su viejo dormitorio. Era hora de volver a la realidad de su actual camastro, pero Pedro la tenía rodeada con su poderoso brazo y se sentía demasiado a gusto como para moverse.
–¿Por qué has esperado hasta ahora para viajar? –preguntó Pedro perezosamente.
–Tenía que dejar preparado este sitio –las reparaciones necesarias después del terremoto habían sido caras y le había llevado tiempo ahorrar el dinero necesario para pagarlas.
–¿Y nunca has tenido tiempo de podar el seto?
Paula rio con suavidad.
–No. Al principio lo dejé porque estaba demasiado ocupada. Luego noté que mantenía a la gente alejada y me gustó la idea de preservar mi intimidad.
–¿Y qué piensas hacer cuando se te acabe el champán? ¿Tienes una nueva lista de proyectos o piensas viajar indefinidamente?
–Hay una nueva lista. Tendré que comprar el champán allí donde esté.
–¿Y qué es lo primero en tu lista?
–Vas a pensar que es una tontería.
–No, claro que no.
–Quiero ir al ballet en Londres.
–¿El ballet? ¿Eso es el número uno de tu lista? –preguntó Pedro en tono ligeramente escéptico
–Empecé a bailar a los tres años y estudié trece años seguidos –protestó Paula–. Siempre he soñado con ir allí.
–Si te gustaba tanto, ¿por qué lo dejaste? ¿No podías permitirte las clases?
–Mi profesora me ofreció clases gratis, pero el problema era el tiempo. Tenía otras cosas que hacer –contestó Paula. Su abuela acababa de enfermar y su abuelo necesitaba ayuda para cuidarla.
–De manera que quieres ir al ballet en Londres –dijo Pedro con una evidente falta de entusiasmo.
–Sí. Quiero ver al Royal Ballet en Covent Garden. Me gustaría asistir a la representación de algún clásico. No es lo tuyo, ¿no? –añadió Paula con ironía.
–¿Todos esos tíos dando saltitos en leotardos y sin decir nada? No –bromeó Pedro.
Paula le dio un suave rodillazo en el muslo.
–Sabía que ibas a decir algo de los leotardos. ¿Por qué os sentís los tíos tan amenazados por ellos?
–No son solo los hombres. Las bailarinas también suelen ser huesudas, sin formas, sin apenas pechos… No son precisamente sexys.
Paula se irguió en la cama, indignada.
–¿No te gustan las bailarinas?
Pedro sonrió de oreja a oreja y alzó una mano para volver a atraer a Paula contra su costado.
–Creo que ya sabes lo que siento por tu cuerpo.
Paula decidió que aquella respuesta no era suficiente y se resistió.
–No solo me parece fantástico –añadió Pedro mientras daba marcha atrás sin ningún pudor–. Es tu forma de moverlo. Se nota que sabes lo que estás haciendo y a la vez da la sensación de que es algo inconsciente. Tienes una gracia natural que no había conocido hasta ahora.
–Vas a tener que seguir con los cumplidos porque aún me siento insegura en el departamento de la falta de pechos.
Pedro rio.
–Tu estás muy bien surtida en ese departamento.
–Con mi sujetador para realzarlos.
–Como ya sabes, me gustas mucho más sin sujetador –Pedro deslizó una mano hacia arriba por el estómago de Paula para demostrarlo–. De hecho, creo que estarías genial en alguna revista; ya sabes, con esas borlas en los pezones… –añadió a la vez que le hacía tumbarse y se situaba sobre ella.
–Siento decepcionarte –murmuró Paula mientras le dejaba hacer–, pero no creo que lo mío sea la revista.
Pedro siguió acariciándola íntimamente.
–Si ya es demasiado tarde para el ballet clásico, podrías dedicarte a enseñar, o tener tu propia tienda de productos para el ballet. Te gusta la venta al público, ¿no?
–Me encantaba ir a las tiendas de baile a mirar los… trajes –murmuró Paula a la vez que separa las piernas para facilitarle el acceso–. Siento debilidad por las lentejuelas y las mallas…
–Pues yo creo que deberías probar las borlas.
Pedro echó las caderas atrás al instante para penetrarla con firmeza.
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