domingo, 19 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 57

 

Paula lo observó. Había conseguido que perdiera el control. Su pecho se movía como si hubiera corrido una maratón, la ira escapaba por cada uno de sus poros.


La rabia que sentía ella no era menor. Pedro no pensaba intentar detenerla ni iba a preguntarle por sus motivos. Eso lo decía todo. Habían terminado.


Sin mediar palabra, tomó la bolsa y salió sin volverse a mirarlo.


Pedro se quedó en medio de la habitación, paralizado hasta que escuchó cerrarse la puerta de entraba. Nunca había estado tan furioso. Ni siquiera podía pensar. Paula lo había dejado sin dar la menor explicación. Se le nubló la vista y quiso romper algo. Finalmente, dio un puñetazo a la puerta. Y otro.


La estupidez de su comportamiento no era nada comparada con la de haber dejado a Paula entrar en su vida. El dolor de la mano no era nada comparado con el de su corazón. Recorrió la habitación rabioso, diciéndose que no debía tomarlo de sorpresa, que sabía que se marcharía en cuanto supiera que el bar estaba en venta… de pronto se dio cuenta de que Paula todavía no había recibido la noticia, y su mente empezó a funcionar a toda velocidad. No comprendía cómo había explotado tan fuera de sí, dejando que emoción y razón se mezclaran. Pero en el momento sólo había sido capaz de comprender que Paula se marchaba y el dolor que eso le producía.


Porque lo peor era la conciencia de que no quería perderla. Que por primera vez le había sucedido lo que tantas veces se había jurado evitar: que necesitaba a aquella mujer. Y había ido a elegir a la única que había entrado en su vida sin solicitárselo y que la dejaba de la misma manera.


Tenía que haber sucedido algo que justificara su comportamiento. Aunque había intentado mostrarse indiferente, había intuido en su mirada y en su ademán un sentimiento que se esforzaba en ocultar. Y él había sido tan idiota como para enfadarse en lugar de intentar averiguar qué le pasaba. Pero con Paula no era capaz de pensar sensatamente. La necesitaba, necesitaba la paz y el consuelo que sentía entre sus brazos y sus constantes provocaciones durante el día. Era llave de su felicidad y arriesgaría lo que fuera por recuperarla.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 56

 

Cerró el bar con tiempo bastante para volver a casa, recoger sus cosas y volver a abrirlo.


Desafortunadamente, Pedro la esperaba cuando llegó.


–¿No deberías estar trabajando?


Pedro alzó la mirada de la revista que estaba leyendo.


–Me he tomado la tarde libre.


Paula intentó actuar con naturalidad a pesar de que temblaba por dentro.


–¿Has ido a nadar? –preguntó él.


–No, a dar una vuelta.


–¿Cuándo tienes que ir al bar?


–En un par de horas.


–¿Quieres echar una siesta hasta entonces? –preguntó él, insinuante.


Paula no daba crédito a que estuviera traicionándola y aún así pensara en acostarse con ella. ¿Cuándo pensaba contárselo? Su furia se multiplicó, pero lo peor era que, incluso a su pesar, seguía deseándolo y esa debilidad la enfurecía consigo misma todavía más.


–Tengo cosas que hacer –consiguió decir. Pedro se levantó y se aproximó a ella.


–¿Estás bien?


–Sí –dijo ella, esquivando su mirada. Fue al dormitorio y sacó su bolsa.


–¿Vas a alguna parte? –preguntó él, que la había seguido en silencio.


–Sí. He decidido que ha llegado la hora de moverme. Esta misma noche.


–¿Así? ¿Sin darme aviso?


Paula tomó aire para cobrar valor.


–Casi se han cumplido las tres semanas.


–Pensaba que querías quedarte. Además, ¿no sueles durar al menos tres meses en un sitio?


A Paula no le gustó que Pedro hablara con tanta calma porque no le permitía intuir qué pensaba. Empezó a llenar la bolsa.


–Paula –la llamó él–. Mírame.


Eso era precisamente lo último que quería hacer porque sabía que con una sola mirada él podía doblegar su voluntad.


Pedro entró y la sujetó del brazo.


–Mírame –repitió–. Y dime la verdad.


–La verdad es que no quiero seguir aquí –dijo ella. No quería estar donde no la querían.


–Así que una vez más sólo te importa lo que tú quieras –Pedro hizo por primera vez un gesto de irritación–. ¿Y el local? ¿Y tu sentido de la responsabilidad? –alzó el volumen, enfadado–. ¿Qué va a ser de Camilo y de Isabel? ¿Y de mí? Te da lo mismo todo, ¿verdad?


Paula recibió la retahíla con gesto impasible. Había jurado no mentirle, pero él la había traicionado. Podía pensar lo que quisiera de ella porque no pensaba defenderse de sus acusaciones.


Pedro se tomó el silencio como un sí.


–Muy bien, márchate –dijo, soltándola bruscamente como si le quemara tocarla–. No vayas a trabajar. Puedo arreglármelas sin ti. Si no quieres estar aquí, ¡vete!




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 55

 


Iría a hablar con Pedro para que le diera una explicación. Fue al despacho para buscar su bolso y sonó el teléfono. Respondió en tono crispado y le respondieron de igual manera.


–Soy Mona, de Hospital Héroes. Estoy buscando a Pedro Alfonso. No encuentro su teléfono personal, pero como ese es el del local para el que estaba contratando a gente, he pensado que podrían indicarme cómo encontrarlo.


–Así es, ¿era para el puesto de camarera?


–No, de encargada. Tengo algunas buenas candidatas.


–Me alegro, le daré el mensaje.


Paula dejó lentamente el auricular con el corazón acelerado y dolorido. ¿Buenas candidatas como para encargadas? ¿Quería reemplazarla?


Intentó dominar el dolor que sentía al tiempo que sus esperanzas se hacían añicos. Ni siquiera habían concluido las tres semanas de prueba y ya buscaba sustituta. ¿No era consciente del esfuerzo que estaba haciendo? Pedro daba lo mejor de sí mismo y esperaba lo mismo a cambio. Era evidente que su mejor versión no era bastante para él. Haberlo sabido desde el principio no amortiguó el golpe.


La decisión de quedarse y pelear se evaporó súbitamente. Respiró profundamente para controlar la angustia que sentía. Invocó la calma que debía sustituir la ira. El orgullo se hizo un hueco con su perversa capacidad de insidia. ¿Pedro no quería que lo supiera? Pues no le montaría una escena. Su relación había comenzado con frialdad y acabaría de la misma manera. Era evidente que él la daba por terminada. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para creer que estaba desarrollando algún sentimiento hacia ella? Lo único que quería era librarse de ella, y aunque la matara, sería ella quien lo dejara a él, sin dar la menor muestra de emoción.


¿Cómo esperaba que reaccionara? ¿Formaría eso parte del juego? Pues no pensaba participar. Se marcharía antes de darle ese gusto.


Había trabajado intensamente en el proyecto, planeando numerosas actividades para atraer al bar a la clientela apropiada, pero suponía que ni a Lara ni a la nueva dueña le importaba nada. Nadie esperaba nada de ella. Cuanto antes lo sumiera, mejor. Cerró los ojos con fuerza. Ella no lloraba. Jamás.


Cuando Patricio se despidió, decidió moverse con premura, antes de que comentara con Pedro que la había visto. Debía volver a casa y recoger sus cosas. Podía marcharse en media hora.


Reflexionó unos segundos y cambió de idea. Sería más efectivo jugar la baza de la indiferencia. Diría que estaba aburrida, que quería ir a algún sitio con mejor tiempo. Eso le resultaría más propio de ella, y lo irritaría aún más.



sábado, 18 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 54

 

Tomas decisiones espontáneamente


Pedro llegó al bar antes de lo habitual y Paula notó al instante que pasaba algo.


–Lara me ha escrito –dijo él.


–¿Va a volver? –preguntó Paula fingiendo un leve interés. Había imaginado que aquel momento llegaría, que había estado fantaseando.


–No. Sigue sin decidir qué hacer.


–¿De verdad? –el corazón de Paula se aceleró–. Entonces, ¿me necesitas más tiempo?


–Sí, aunque si te parece, lo iremos decidiendo.


Paula se preguntó si hablaban del trabajo o de su lugar como amante, pero no expresó sus dudas. Ella sabía jugar sus cartas con tanta frialdad como él.


–Muy bien.


Ella estaba tan enamorada que estaba perdiendo el juicio, y esperaba ansiosa cada noche que él la estrechara contra sí, como hizo aquella misma noche.


En cuanto se despertaron, Pedro la abrazó y preguntó:

–¿Qué vas a hacer por la mañana?


–No sé –dijo ella, encogiéndose de hombros–. Quizá vaya al bar a ponerme al día con las cuentas.


–¿Por qué no vas a nadar? Luego podemos tomar un café.


No. Paula sabía que debía protegerse, convencerse de que sólo eran compañeros de cama y que pronto dejarían de serlo.


–Está bien –dijo, mientras Pedro comenzaba a acariciarla y le nublaba el entendimiento. Habría accedido a lo que fuera con tal de que no parara.


Un par de horas más tarde, después de haberse quedado adormecida y de darse una ducha cambió de opinión y fue al bar, porque quería que todo estuviera en perfecto estado cuando Lara volviera. Confiaba en que quisiera conservarla en su puesto. Le gustaba que no fuera ni demasiado grande ni demasiado sofisticado, y que la gente lo pasara bien en él. Por primera vez en su vida no estaba ansiosa por huir.


Estaba concentrada delante del ordenador cuando oyó la llave de la puerta. Sonrió pensando que era Pedro y se puso en pie. Debía haber adivinado que iría al bar y acudía para que tomaran café juntos.


Pero la persona que apareció en la puerta no era Pedro, sino un hombre al que no conocía.


–¿Quiere que le ayude?


–Disculpe. Me habían dicho que no habría nadie a esta hora.


–Pues se han equivocado. Soy Paula, la encargada –dijo ella, preguntándose por qué aquel hombre tenía llave del local.


–Soy Patricio, el abogado de Lara, la dueña –dijo él–. Estoy enseñándoselo a Julia, la agente inmobiliaria que se va a ocupar de la venta.


–¿Qué venta?


–¿Pedro no te lo ha comentado?


–Claro –dijo Paula, forzando una sonrisa–. Lo había olvidado. Les dejo solos.


–No nos molesta. De hecho, Pedro no quería molestarla pero ya que está aquí…


–No es molestia.


¿Pedro no quería molestarla? ¿Por eso la había animado a hacer algo aquella mañana fuera del local? ¿Por qué no querría que supiera que el bar estaba en venta? ¿Pensaba que no daba la imagen adecuada? Por una fracción de segundo pensó en ir al apartamento de Pedro, recoger sus cosas y marcharse, pero le pudo el orgullo. Podía hacer ese trabajo mejor que nadie y se lo demostraría al nuevo dueño. ¿De hecho, por qué no podía serlo ella? Se rió para sí. ¿De dónde pensaba sacar el dinero?




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 53



Se despertó tarde de nuevo. Y confuso. ¿Qué demonios le estaba pasando?


Miró a Paula y decidió no despertarla a pesar de que representaba una tentación casi imposible de resistir. Así que, a su pesar, se duchó y se fue.


Una vez en el despacho, leyó y releyó un mensaje de Lara, irritado. ¡Como si necesitara más complicaciones relacionadas con Paula! ¿Cómo iba a lograr comprometerla por más tiempo si nunca permanecía en el mismo sitio lo suficiente? Estaba seguro de que, en cuanto le dijera lo que Lara pretendía, se marcharía. Y aunque prendió en él una chispa de esperanza, la apagó al instante.


Era mejor mantener la cabeza fría.


Llamó a una agencia de colocación y explicó lo que necesitaba y cuándo calculaba que lo necesitaría. Luego fue a ver a un colega en la sección comercial del bufete y escribió un mensaje a Lara. Ella llamó al instante.


–¿Cómo que no puedes ocuparte tú mismo? –preguntó.


–Lara, me niego a vender el bar.


–¿Por qué?


–Porque estoy implicado en… –Pedro calló–. Yo me dedico al derecho criminal, no mercantil.


–¿A qué implicación te refieres? ¿Romántica? ¡Qué alegría! Estoy deseando conocerla.


–Lara, estoy muy ocupado. Adiós –dijo Pedro. Y colgó.


Luego se quedó con la mirada perdida, aterrorizado de que Lara tuviera razón.


Después del trabajo fue a darle la noticia a Paula, pero cambió de idea en cuanto la vio. Sabía que en cuanto le dijera que el bar estaba en venta, se marcharía, y él necesitaba un poco más de tiempo con ella. No se trataba de una mentira, sino de una omisión temporal. Sólo necesitaba disfrutar de ella como si estuviera de vacaciones, pasar unos días haciendo las cosas que no acostumbraba a hacer, hasta aburrirse y querer retomar su vida real. Se pasó la mano por la frente. Estaba seguro que aquel deseo que sentía por ella acabaría apagándose. No era posible que durara.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 52

 

Te fías más de la razón que de la intuición


Pedro volvió del juzgado habiendo ganado el juicio y recibió una llamada del decano de la facultad que no por esperada le causó menos satisfacción, ofreciéndole un puesto.


Salió del despacho y anunció a su secretaria que iba a dar una vuelta.


Pedro, pero si tienes una cita para comer con Mauro.


–Cancélala –ante la mirada de perplejidad de su secretaria, añadió–: Di que no me encuentro bien.


Decidió ir a las piscinas para poner sus ideas en orden, pero la natación no le proporcionó la calma que solía darle. Y sin darse cuenta, sus pasos lo dirigieron al local. Sin embargo, decidió no entrar por temor a que Paula creyera que iba a pavonearse de su éxito en el juicio.


En cuanto volvió a la oficina uno de los socios lo llamó, el mismo al que había dado plantón.


Mauro se puso en pie en cuanto lo vio entrar.


–Ya era hora de que tuviéramos una charla.


–¿Sabes que me han hecho una propuesta en la universidad? –comentó él.


–Lo comprendo. Tienes una mente privilegiada para la investigación y tu entusiasmo por el derecho es encomiable. Consigues hacer sencillo el argumento más complejo. Por eso mismo eres fabuloso como abogado. Sabemos que otros bufetes se han puesto en contacto contigo y que has decidió permanecer con nosotros. Ahora queremos agradecértelo convirtiéndote en socio de pleno derecho –Mauro sonrió–. Comprenderás que conlleva una serie de beneficios sustanciales.


Pedro sabía que el salario de la universidad no podía competir con el del bufete. Pero a su vez la universidad tenía otras ventajas: las vacaciones, los años sabáticos, tiempo para estudiar y escribir.


–Sé que te gusta hacer muchas cosas, pero necesitamos que te comprometas con nosotros al cien por cien.


La palabra «compromiso» lo puso en guardia.


–Estoy seguro –añadió Mauro–, que lo meditarás tan concienzudamente como haces todo.


Pedro asintió con la cabeza y salió. Se suponía que debía sentirse feliz al ver que los últimos años de su vida daban su fruto. Pero tenía que tomar decisiones y no sabía por dónde empezar.


Llamó a la puerta de su padre sin haberse molestado en concertar la habitual cita previa. En su momento lo había desilusionado al no haber querido entrar en su bufete, especializado en derecho mercantil. Pero a él le interesaba la batalla de los juzgados, el desarrollo teórico de la ley, la adrenalina de los juicios, no las intricadas regulaciones de los contratos entre empresas poderosas. Pedro rió quedamente. Paula tenía razón: era un idealista.


Por primera vez necesita que su padre actuara como tal y no como mentor.


–Hola hijo, ¿cómo estás?


–Bien –dijo Pedro, consciente de que se refería al trabajo.


–Ten cuidado con los académicos. No tardarás en ser juez. ¿Sigues teniendo mucho trabajo?


Pedro se quedó mirando a su padre preguntándose si mencionar a Paula, pero decidió que no. Su padre se acostaba con tomos de Derecho, igual que él hasta hacía unas semanas. Hasta entonces sólo había tenido historias de una o dos noches, pero siempre volvía a sus libros. Por primera vez comprendía el punto de vista de su madre respecto a su relación. Y al mirar a su alrededor, en lugar de pensar que ella no había comprendido su ambición y su deseo de ser el mejor en su campo, coincidió con ella en que quizá sólo le importaba el dinero.


Y en ese momento intuyó que su empeño en que aceptara ser el socio más joven o el juez más joven no era más que para poder pavonearse con sus conocidos de su éxito, como padre. Pero Pedro ni siquiera estaba seguro de que su padre fuera feliz. No cabía duda de que tenía una carrera exitosa, pero al acabar el día iba a una casa vacía.


Su padre miró el reloj de soslayo. Su tiempo valía dinero. Pedro se puso en pie, consciente de que nunca podría hablar con él más que de temas profesionales.


Su madre siempre le había pedido tiempo, siempre había dicho que quería alguien con quien reír y que la amara.


Él había seguido los pasos de su padre sin cuestionarse nada, y por eso nunca había comprendido.


Aquella tarde, en su apartamento, se dio cuenta de que los objetos de Paula empezaban a invadirlo todo. Repasó sus CD. Todo country. Puso el primero y deseó que estuviera en casa. Luego deseó no haberlo deseado.


Entró en su dormitorio y al ver sus botas vaqueras pensó que pronto las usaría para marcharse y dejarlo. Miró el reloj y frunció el ceño. Debía estar a punto de cerrar. Si quería acompañarla a casa, debía irse. No quería que volviera sola.


Caminó hacia allí a paso ligero sintiendo una extraña aprensión. Deseaba a Paula más de lo que quería, y más teniendo en cuenta que cualquier día se iría y lo dejaría con el corazón roto. La sangre se le congeló. Debía acabar con ella de inmediato. O como tarde, al día siguiente.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 51

 

Por primera vez en su vida, Paula estaba haciendo algo a lo que quería dedicar toda su energía. De hecho, se trataba de dos cosas. ¿Cómo era posible que hubiera encontrado al mismo tiempo algo que verdaderamente quería hacer y al hombre con quien compartirlo, y que fuera completamente imposible convertirlo en realidad? ¿Cómo iba a decírselo si él estaba destinado a tan altas metas?


Pedro se tomó su silencio como una negativa.


–¿Y el violín?


–Sólo era un hobby. Se nota en cómo lo toco.


–Pero te encanta la música country.


–Sí, aunque no es frecuente tocar a Bach en estilo country. Si quieres luego te enseño.


Pedro rió.


–Sólo lo escucharé si tocas desnuda. Bueno, o con el sombrero vaquero puesto.


Pedro permaneció sentado en su taburete mientras ella trabajaba, charlando con Camilo sobre la liga de rugby. Paula lo observaba con el rabillo del ojo. Nunca lo había visto tan relajado, y encontraba irresistible esa faceta de su personalidad.


–Vayámonos a casa –dijo, insinuante–. Deja a Camilo al cargo.


–Que tú te hayas tomado la tarde libre no significa que los demás podamos hacerlo.


Nunca le había resultado tan peligroso como aquella noche. Nunca su corazón había latido tan aceleradamente.


–Camilo puede ocuparse –insistió él.


Pedro, de verdad que debo trabajar. Adelántate tú –dijo ella, indicando la puerta.


Él pareció decepcionado y Paula pensó que se debía a que esperaba que hiciera siempre lo que a él se le antojaba. El problema era que a ella también le apetecía, pero que ya no se trataba sólo de una mera atracción física, o una manera de combatir el insomnio. Empezaba a tener sueños irrealizables. Las palabras de Sara habían sido como un virus que empezaba a propagarse. Era impensable que pudiera conservarlo. No sería más que una rémora para él.


–Pasas demasiado tiempo aquí. Te ordené que te tomaras un día libre y no has obedecido –era evidente que Pedro no iba aceptar una negativa como respuesta–. ¡Camilo, ocúpate de cerrar!


Camilo se giró bruscamente desde la mesa que estaba recogiendo y los vasos que llevaba en la bandeja salieron disparados y se hicieron añicos.


Paula no pudo contener la risa mientras intentaba reprender a Pedro.


–No deberías haber hecho eso.


Pedro le lanzó una sonrisa pícara.


–Cárgalos a mi cuenta. Venga, vamos a divertirnos.


El Pedro informal quería jugar, y Paula fue incapaz de seguir resistiéndose