domingo, 19 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 56

 

Cerró el bar con tiempo bastante para volver a casa, recoger sus cosas y volver a abrirlo.


Desafortunadamente, Pedro la esperaba cuando llegó.


–¿No deberías estar trabajando?


Pedro alzó la mirada de la revista que estaba leyendo.


–Me he tomado la tarde libre.


Paula intentó actuar con naturalidad a pesar de que temblaba por dentro.


–¿Has ido a nadar? –preguntó él.


–No, a dar una vuelta.


–¿Cuándo tienes que ir al bar?


–En un par de horas.


–¿Quieres echar una siesta hasta entonces? –preguntó él, insinuante.


Paula no daba crédito a que estuviera traicionándola y aún así pensara en acostarse con ella. ¿Cuándo pensaba contárselo? Su furia se multiplicó, pero lo peor era que, incluso a su pesar, seguía deseándolo y esa debilidad la enfurecía consigo misma todavía más.


–Tengo cosas que hacer –consiguió decir. Pedro se levantó y se aproximó a ella.


–¿Estás bien?


–Sí –dijo ella, esquivando su mirada. Fue al dormitorio y sacó su bolsa.


–¿Vas a alguna parte? –preguntó él, que la había seguido en silencio.


–Sí. He decidido que ha llegado la hora de moverme. Esta misma noche.


–¿Así? ¿Sin darme aviso?


Paula tomó aire para cobrar valor.


–Casi se han cumplido las tres semanas.


–Pensaba que querías quedarte. Además, ¿no sueles durar al menos tres meses en un sitio?


A Paula no le gustó que Pedro hablara con tanta calma porque no le permitía intuir qué pensaba. Empezó a llenar la bolsa.


–Paula –la llamó él–. Mírame.


Eso era precisamente lo último que quería hacer porque sabía que con una sola mirada él podía doblegar su voluntad.


Pedro entró y la sujetó del brazo.


–Mírame –repitió–. Y dime la verdad.


–La verdad es que no quiero seguir aquí –dijo ella. No quería estar donde no la querían.


–Así que una vez más sólo te importa lo que tú quieras –Pedro hizo por primera vez un gesto de irritación–. ¿Y el local? ¿Y tu sentido de la responsabilidad? –alzó el volumen, enfadado–. ¿Qué va a ser de Camilo y de Isabel? ¿Y de mí? Te da lo mismo todo, ¿verdad?


Paula recibió la retahíla con gesto impasible. Había jurado no mentirle, pero él la había traicionado. Podía pensar lo que quisiera de ella porque no pensaba defenderse de sus acusaciones.


Pedro se tomó el silencio como un sí.


–Muy bien, márchate –dijo, soltándola bruscamente como si le quemara tocarla–. No vayas a trabajar. Puedo arreglármelas sin ti. Si no quieres estar aquí, ¡vete!




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