lunes, 13 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 37

 

Tras el almuerzo, volvieron caminando al apartamento de Pedro, y a medida que se acercaban iba creciendo la tensión entre ellos. En cuanto entraron, ella fue al dormitorio para ducharse y cambiarse. Luego fue a la terraza y se sentó para disfrutar de la vista, actuando como si no le importara dónde estaba Pedro o qué hacía.


Si a él no le interesaba, a ella tampoco.


¿A quién pretendía engañar?


Se volvió y vio que estaba delante de la mesa, sobre la que había numerosos papeles. Debía haberse duchado, porque tenía el cabello mojado. Paula intentó no pensar en su cuerpo desnudo, pero que estuviera vestido no parecía quitarle un ápice de atractivo. Al ver que empezaba a meter los papeles en una caja no pudo evitar sentirse desilusionada.


–¿No te quedas?


¿Qué le había hecho pensar que lo haría? Que la hubiera animado a tomarse la noche libre no significaba que pensara hacer un plan con ella.


–Tengo que trabajar. El caso empieza mañana.


–¿No puedes trabajar aquí?


Pedro se detuvo pero no la miró.


–No –sus labios se fruncieron–. He quedado con mi ayudante y no sé cuánto tardaremos. Tú descansa. He avisado a Samantha de que no irías.


–Debería ir.


–Llevas días trabajando mucho. Necesitas un día libre.


Paula encendió la televisión pero la apagó al rato. Luego busco un libro, pero sólo vio algunos clásicos y novelas negras, que eran lo último que quería leer.


Se puso nerviosa. No tenía nada que hacer y estaba en un sitio que le impedía dejar de pensar en Pedro. Se iba a volver loca Tomó la chaqueta y las llaves y fue al bar. Samantha puso los ojos en blanco al verla llegar.


–Se supone que te tomabas la noche libre.


–Y así es. Voy a jugar una partida de billar.


–Vale, pero no te metas detrás de la barra.


Aunque Paula sabía que Samantha tenía razón, no pudo evitarlo. Había más gente de lo habitual porque un equipo de rodaje había acudido a celebrar una fiesta. El bar estaba lleno de gente atractiva y deseosa de pasarlo bien. En cuanto entró, el personal la recibió entusiasmado. Paula sonrió, feliz con la bienvenida. Le encantaba sentirse necesitada. Fue a servir tras la barra.


Era ya más tarde de las once cuando vio a Pedro y se le aceleró el corazón. Entró con un par de hombres vestidos informalmente. Pero quien atrapó la atención de Paula fue una espectacular morena que iba a su lado. Era alta y delgada, y unos perfectos tirabuzones le enmarcaban el rostro. Llevaba una camiseta ceñida y escotada, que permitía apreciar una cintura delgada y un generoso busto. Una falda tableada y unos elegantes zapatos completaban el conjunto. Definitivamente, también era abogada… y le interesaba Pedro. La cuestión era si él sentía lo mismo por ella.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 36

 

Paula estaba avergonzada. Se sentía como si hubiera cruzado el canal de la Mancha cuando no habían sido más que unos metros. La única justificación posible era que no había desayunado ni comido nada.


–Vale.


–Rodéame con los brazos y las piernas, como un koala.


–¡No vas a poder nadar!


–Te aseguro que sí. Confía en mí.


Paula no tuvo más remedio que obedecer y tuvo que admitir que no había nada más maravilloso que sentirse segura en brazos de un hombre fuerte, capaz de trasladarla por el agua como un delfín.


«Soy patética; un desastre de mujer moderna. Debería nadar por mi cuenta».


Se relajó completamente y dejó que su cuerpo se pegara al de él. La sensación era demasiado maravillosa como para evitarla. Cerró los ojos con fuerza; ya no sentía tanto frío.


–Paula, puedes soltarte.


Ella abrió los ojos y descubrió que estaban en la orilla. Avergonzada, lo miró. Él la observaba sonriente, con ojos chispeantes y escrutadores, como si tratara de adivinar lo que pasaba por su mente.


Paula desvió la mirada hacia sus hombros, a los que seguía asida. Fue a bajar las piernas, pero él se las apretó levemente. Cuando Paula volvió a mirarlo a los ojos vio que sonreían con malicia, y la calidez que percibió en ellos hizo que le estallara una bola de fuego en el vientre. Soltándose, se deslizó y puso los pies en la arena.


Pedro le pasó una toalla en la que ella se envolvió antes de sentarse. Al ver que Pedro la miraba preocupado, dijo:

–Estoy bien. No es más que cansancio.


–No has comido nada –Pedro buscó en una bolsa y sacó un plátano, que peló. Paula rió–. No sé de qué te ríes. Tómatelo y luego iremos a tomar algo.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 35

 

Te gusta trabajar en un ambiente dinámico


Aquella noche Paula trabajo más horas de lo habitual para intentar olvidar los recuerdos del viernes anterior y dejar de desear que se repitiera. Llegó a casa a las seis de la mañana. Después de una deliciosa ducha, se metió en la cama desnuda y se tapó tan solo con la sábana. Cinco minutos más tarde, oyó que llamaban a la puerta.


–¿Sí?


–Paula.


–Déjame.


En lugar de obedecer, Pedro entró y descorrió las cortinas. Paula cerró los ojos con fuerza para protegerse de la luz.


–Paula, vas a venir conmigo.


–No, quiero dormir.


–Abre los ojos. ¿Cuándo has visto la luz por última vez? –dijo él. Su voz sonó al lado de la cama–. Vas a volverte un vampiro. Si vuelves al bar en las próximas veinticuatro horas, te despido.


–No puedes hacer eso.


–Soy el jefe.


–Está bien, no iré. Pero ahora déjame en paz.


–No. Pienso darte la lata hasta que salgas a tomar el aire.


Pedro.


–¿Prefieres que me meta en la cama contigo? 


Paula se sentó sobresaltada, llevándose la sábana a la barbilla. Pedro sonrió.


–Sabía que así te convencería. Te doy cinco minutos. Si no sales, vendré a vestirte yo mismo.


Paula dudó unos minutos y finalmente se levantó y, al mirar por la ventana, vio que el sol brillaba en lo alto y que era más tarde de lo que pensaba.


–Ponte el bañador –oyó decir a Pedro desde fuera.


Paula se puso el bikini mientras se decía que no debía ir con Pedro a ninguna parte.


Caminaron por la playa hasta que encontraron un hueco y Pedro extendió la toalla.


–Se te está yendo el moreno –dijo, rozándole el brazo.


Ella cerró los ojos y rezó para que no se diera cuenta del escalofrío que le recorría la espalda.


–¿Por qué estamos aquí, Pedro?


–La semana que viene empieza mi nuevo juicio. Es mi última oportunidad de relajarme, y tú necesitas un descanso.


–¿De qué es el juicio? 


Él miró hacia el mar.


–Preferiría no pensar en ello.


–¿En qué quieres pensar?


–En nada. No quiero ni pensar, ni analizar.


Paula lo miró por unos segundos y rompió el silencio:

–Vayamos a nadar. Te echo una carrera hasta el pontón.


Se quitó las gafas y el vestido y salió corriendo antes de acabar la frase. Oyó a Pedro reír y supo que la ventaja no le serviría de nada.


El agua estaba helada, pero Paula se sumergió y nadó con fuerza. Para cuando llegó, jadeante, Pedro la esperaba.


–Tienes muy buena técnica –dijo él–. Te iría bien practicar.


–¿Tú crees? –dijo ella con la respiración entrecortada.


–¿Estás bien? –preguntó él, tirando de ella hacia sí. Paula sentía un pinchazo en el costado y le costaba respirar–. Tienes los labios azules y estás helada. Te llevo a la orilla.



domingo, 12 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 34

 

Recorrió su salón como si fuera un intruso. Los zapatos de Paula estaban al lado del sofá, su chal sobre el respaldo de una silla, una revista descansaba boca abajo sobre la mesa. Pedro arqueó las cejas al ver el titular de portada: «Diez maneras de volverlo loco».


Paula no necesitaba consejos para lograrlo.


Se había engañado al creer que con hacerle el amor una vez su curiosidad se vería saciada. Pero por más que se recordaba que no debía repetir, no conseguía dejar de pensar en ella y desearla. Como sabía que ella lo deseaba a él, tal y como se hacía evidente cada vez que coincidían.


Quizá lo más inteligente sería cambiar de estrategia. Después de todo, si sólo iba pasar en su casa un par de semanas, no había ningún mal en volver a despertar a la mujer apasionada y salvaje que había descubierto sobre la mesa de billar.


No sería más que un puro capricho. No se trataba de una necesidad




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 33

 


Transcurrieron los días y Paula trabajó mucho y durmió poco, estaba decidida a demostrarle a Pedro lo buena trabajadora que era. El personal insistía en que el local nunca había estado tan animado, pero ella prefirió pensar que se debía al buen tiempo del que estaban disfrutando en lugar de asumir que era consecuencia de sus esfuerzos.


Trabajaba hasta tarde y no salía del dormitorio sin asegurarse de que Pedro hubiera salido. Sabía que debía mudarse, pero no podría hacerlo hasta cobrar.


No volvió a coincidir con Pedro hasta varios días más tarde. En aquella ocasión era él quien buscaba algo en el frigorífico, ataviado sólo con unos boxers.


–¿Quieres leche caliente? –preguntó él.


Paula se quedó muda. Bastó verlo para que se le acelerara el corazón y su deseo se disparara. Y lo peor de todo era que él lo sabía, que vio el calor que coloreó sus mejillas al verlo. Se quedaron mirándose fijamente en uno de aquellos duelos llenos de tensión sexual que llevaban sosteniendo desde que se habían conocido, y fue ella quien lo perdió.


La noche siguiente dejó a Isabel y Camilo recogiendo y volvió a casa a las once con la esperanza de dormir unas cuantas horas, pero fue en vano.


Cuando a las doce comprobó que Pedro no había vuelto, decidió acudir al único método infalible para sentirse bien: bailar sola, alocadamente, dejándose llevar y vaciando su mente.


Intentó concentrarse en la música y en seguir el ritmo. Si conseguía agotarse tal vez lograría dormir.


Estaba pasándolo en grande marcando el ritmo con los pies y las manos sobre los muslos cuando la música cesó bruscamente. Se volvió y vio a Pedro, mirándola con una expresión peculiar.


–¿Siempre haces lo que quieres cuando quieres? La música está alta y puede molestar a los vecinos de abajo.


–Y supongo que temes que crean que lo estás pasando bien –dijo ella, desafiante.


–No se puede pasarlo bien con música country.


–Deberías probarlo alguna vez.


–¿Por qué crees que los hombres que llevan traje no saben disfrutar?


–Porque representan el poder, la autoridad y el estatus.


–¿Y qué tiene eso de malo?


–Odio la autoridad.


–¿De verdad? –Pedro rió–. Cuéntame.


–No me gusta que nadie me diga lo que tengo que hacer.


Pedro fue hacia ella.


–Claro, te consideras especial, no como esas personas aburridas que trabajan en una oficina de nueve a cinco y asumen responsabilidades –Pedro bajó la voz hasta que fue casi un murmullo–. Pues deja que te diga una cosa: la música country no tiene nada de especial.


–Para alguien como tú, no –dijo ella–, porque eres tan frío como un témpano.


–¿Eso crees?


–Sí. Creo que estás obsesionado por no perder el control.


Pedro la vio irse y tuvo que reprimir el impulso de detenerla y besarla hasta arrancar de ella los mismos gemidos que la semana anterior.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 32

 

Paula se estremeció. La determinación que se apreciaba en su mandíbula y en su mirada dejaba claro que hablaba en serio, y no pudo evitar sentir lástima de él. A pesar de lo que había dicho en la agencia, a lo que ella se refería era a sentirse comprometida con un trabajo, no a que no quisiera tener una relación e hijos, si es que encontraba a la persona adecuada y ésta se enamoraba de ella con sus defectos y sus virtudes.


Encogiéndose de hombros con melancolía, dijo:

–Tengo que marcharme. Gracias por haberme acogido. Intentaré encontrar un piso lo antes posible.


Y sin esperar respuesta, se fue caminando a paso ligero al bar. Pero por más que lo intentó, no consiguió dejar de pensar en Pedro y en su familia. Había percibido una gran rabia, era evidente que no había superado el trauma.


También ella tenía asuntos que resolver de su pasado, fantasmas que asomaban cuando menos lo esperaba, un sentimiento permanente de no ser lo suficientemente lista, un insuperable complejo de inferioridad y el profundo temor de no ir a encontrar nunca su lugar en el mundo.


Pero nada de todo eso impedía que siguiera deseando a Pedro y que anhelara volver a experimentar la plenitud que él le había hecho sentir. Afortunadamente, llegó la hora de abrir el local y pasó a estar tan ocupada que dejó de pensar. Pedro no apareció en toda la noche y ella se alegró infinitamente.


Volvió a casa pasadas las cuatro. Como estaba demasiado espabilada como para meterse en la cama directamente, se puso el pantalón corto y la camiseta que usaba de pijama y fue a la cocina. Estaba viendo qué había en el frigorífico cuando le sobresaltó oír la puerta de entrada.


Era Pedro, en esmoquin, tan espectacular como James Bond. Paula se quedó mirándolo, preguntándose si el insomnio le estaba causando alucinaciones.


–¿No puedes dormir?


–No, estoy calentando un poco de leche.


–Pon un poco para mí, por favor –dijo él con amabilidad.


Paula lo miró de soslayo. Apartó la mirada para no dejarse seducir por su aspecto.


Avergonzándose de estar tan inapropiadamente vestida, le dio la espalda y metió una jarra con leche en el microondas.


¿Qué tal ha ido la noche? –preguntó él.


–Muy bien. Ha habido mucha gente.


–Me alegro.


Aunque apenas intercambiaron una rápida mirada, Paula sintió que le subía la temperatura, y recordó cómo había conseguido relajarse en sus brazos. Llenó dos tazas con leche, tomó una y fue hacia la puerta para dejar de pensar en la única cura definitiva para el insomnio: el sexo.


–Que duermas bien –dijo él con voz ronca.


Ella masculló algo y salió precipitadamente. Dos horas más tarde, seguía despierta.




sábado, 11 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 31

 

Pedro observaba a Paula desde el balcón, oculto tras la cortina semidescorrida de la sala. Llevaba un buen rato mirando la fotografía. Empezaba a hacerse a la idea de que hubiera alguien en su casa, puesto que nunca invitaba a nadie. Saber que compartían el mismo techo lo había mantenido despierto.


–¿Has visto todo lo que querías?


Paula se giró sobresaltada y lo vio entrar por el balcón.


–Creía que te habías marchado.


–Evidentemente –Pedro miró con insistencia la fotografía que Paula seguía sosteniendo en la mano.


Pero aparentemente, Paula no pensaba estar haciendo nada improcedente.


–¿Es tu padre? –preguntó. Al ver que Pedro asentía, continuó–: ¿La tomó tu madre?


Pedro la miró, frío como un témpano.


–No.


–¿Es el día de tu graduación?


Pedro le agradeció que abandonara el tema familiar.


–No. El día que presenté la tesis.


–¿Tu madre no fue?


No pensaba dejar el tema.


–Sí –estaba en la segunda fila. Había llegado tarde y había estado a punto de quedarse sin asiento.


–¿No tienes ninguna otra fotografía de familia? ¿Ninguna de tu madre?


Ya no había manera de pararla.


–Mi madre dejó a mi padre después de quince años casados. Se casó de nuevo y tuvo dos hijos más.


Bastaba como resumen. Su madre había engañado a su padre con otro hombre y Pedro nunca había logrado comprenderlo. ¿Qué demonios quería? Su padre era rico, tenía éxito, quería crecer… Pero a ella le había dado lo mismo.


–¿Te fuiste con ella?


–No.


Pedro todavía podía vela en la puerta, llamándolo. Él se negó a ir. Estaba furioso con ella por haber destruido un mundo que para él era perfecto. Ella ni siquiera se esforzó en convencerlo.


–¿Cuántos años tenías?


–Catorce.


–¿Tu padre es abogado?


–Sí –Pedro contestó tal y como instruía a sus clientes, con honestidad pero escuetamente.


–¿Trabaja mucho?


–Sí.


–¿Qué hacías después del colegio?


Pedro frunció el ceño pero contestó:

–Después de nadar en la piscina, iba a su despacho a hacer los deberes.


Pedro se irritó consigo mismo por haber permitido aquel interrogatorio, y más aún cuando creyó ver lástima reflejada en el rostro de Paula. Su padre y él habían vivido felices. Los dos se habían volcado en sus respectivas responsabilidades, y ninguno volvió a confiar en las mujeres.


Tomó la fotografía, la devolvió al estante y decidió hacer él las preguntas.


–¿Y tus padres? ¿Están separados?


Pedro asumía que todas las relaciones acababan, sino físicamente, espiritualmente.


Paula lo miró con sorpresa y dijo:

–No. Forman una pareja muy sólida –con una mueca de resignación, añadió–: Pero no han tenido demasiado éxito con la educación de sus hijas.


–El matrimonio y los hijos siempre acaban desastrosamente –dijo Pedro con aspereza–. Yo no pienso asumir jamás ese compromiso.