domingo, 12 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 32

 

Paula se estremeció. La determinación que se apreciaba en su mandíbula y en su mirada dejaba claro que hablaba en serio, y no pudo evitar sentir lástima de él. A pesar de lo que había dicho en la agencia, a lo que ella se refería era a sentirse comprometida con un trabajo, no a que no quisiera tener una relación e hijos, si es que encontraba a la persona adecuada y ésta se enamoraba de ella con sus defectos y sus virtudes.


Encogiéndose de hombros con melancolía, dijo:

–Tengo que marcharme. Gracias por haberme acogido. Intentaré encontrar un piso lo antes posible.


Y sin esperar respuesta, se fue caminando a paso ligero al bar. Pero por más que lo intentó, no consiguió dejar de pensar en Pedro y en su familia. Había percibido una gran rabia, era evidente que no había superado el trauma.


También ella tenía asuntos que resolver de su pasado, fantasmas que asomaban cuando menos lo esperaba, un sentimiento permanente de no ser lo suficientemente lista, un insuperable complejo de inferioridad y el profundo temor de no ir a encontrar nunca su lugar en el mundo.


Pero nada de todo eso impedía que siguiera deseando a Pedro y que anhelara volver a experimentar la plenitud que él le había hecho sentir. Afortunadamente, llegó la hora de abrir el local y pasó a estar tan ocupada que dejó de pensar. Pedro no apareció en toda la noche y ella se alegró infinitamente.


Volvió a casa pasadas las cuatro. Como estaba demasiado espabilada como para meterse en la cama directamente, se puso el pantalón corto y la camiseta que usaba de pijama y fue a la cocina. Estaba viendo qué había en el frigorífico cuando le sobresaltó oír la puerta de entrada.


Era Pedro, en esmoquin, tan espectacular como James Bond. Paula se quedó mirándolo, preguntándose si el insomnio le estaba causando alucinaciones.


–¿No puedes dormir?


–No, estoy calentando un poco de leche.


–Pon un poco para mí, por favor –dijo él con amabilidad.


Paula lo miró de soslayo. Apartó la mirada para no dejarse seducir por su aspecto.


Avergonzándose de estar tan inapropiadamente vestida, le dio la espalda y metió una jarra con leche en el microondas.


¿Qué tal ha ido la noche? –preguntó él.


–Muy bien. Ha habido mucha gente.


–Me alegro.


Aunque apenas intercambiaron una rápida mirada, Paula sintió que le subía la temperatura, y recordó cómo había conseguido relajarse en sus brazos. Llenó dos tazas con leche, tomó una y fue hacia la puerta para dejar de pensar en la única cura definitiva para el insomnio: el sexo.


–Que duermas bien –dijo él con voz ronca.


Ella masculló algo y salió precipitadamente. Dos horas más tarde, seguía despierta.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario